¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

viernes, septiembre 27, 2013

EL MUNDO ENTERO ES UN PUDRIDERO

Inseguridad, narcotráfico y lavado de dinero

Carlos Salinas de Gortari gobernó México hasta finales de 1994, cuando le entregó la banda presidencial a Ernesto Zedillo, quien dejaba la dirección del Centro de Estudios de Globalización de la Universidad de Yale para ocuparse de los destinos del país azteca. Salinas de Gortari, antes de dejar la presidencia, privatizó la poderosa banca estatal mexicana así como Telmex, la empresa que se convirtió en una de las compañías globales de telefonía, Internet y televisión digital, cuyo paquete accionario quedó completamente años después en manos de Carlos Slim, el hombre que está en el top de los más ricos del planeta.

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Salinas de Gortari, unos meses antes de irse inauguró el Tratado de Libre Comercio, el pacto que une a México con Estados Unidos y Canadá, contra el cual se alzó el Movimiento Zapatista, encabezado por el subcomandante Marcos, quien como un Quijote moderno pudo mostrar al mundo la posibilidad de vivir con otros principios, distintos a los marcados por el consumismo y la ambición del capitalismo en una fase intoxicada de dinero ilegal. Pocos meses después, Salinas se iba del Palacio Presidencial que había ordenado hacer Hernán Cortés hace la friolera de cinco siglos. Una fecha clave de la historia mexicana es el regalo de la niña Malinche a Hernán Cortés, registrado en marzo de 1519, junto a otras 19 niñas, tras el triunfo de los invasores españoles sobre una comunidad originaria de Tabasco, en la zona de preeminencia maya, al sur del país. Malinche empezó como esclava y luego colaboró activamente en los planes de los conquistadores. Para la cultura mexicana, y más allá de sus fronteras, el malinchismo es sinónimo de traición, de entrega. Los más indulgentes ven en esa historia la tragedia que deviene cuando una persona o un grupo de personas dejan de lado sus valores y se zambullen en los de los dominadores.
Salinas de Gortari dejó la presidencia pero, pocos meses después, su hermano Raúl era detenido por sus relaciones con el narcotráfico. Carlos, el ex presidente, tuvo que alejarse del país. Vivió más atormentado por los riesgos de terminar preso que por haber prestado tan nobles servicios a los intereses de la Casa Blanca y las grandes multinacionales de Estados Unidos.
El emblemático narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria había sido abatido en diciembre de 1993 y empezaba a declinar el ciclo de los aviones que llevaban cocaína al principal consumidor de estupefacientes ilegales: los Estados Unidos. Los miles de muertos en Colombia siguieron, porque los narcos se cruzaban con los poderosos grupos paramilitares y también con sectores insurgentes que participaron del narco para financiar sus operaciones. Caía el comercio de drogas en Colombia y crecía en el norte de México. Durante el mandato de Felipe Calderón (2006-2012), las muertes provocadas por el narco fueron entre 80 y 120 mil, según las fuentes que se consulten. Las matanzas se producen casi exclusivamente en las ciudades fronterizas con Estados Unidos, con epicentro en Ciudad Juárez. Desde hace unos años, el Distrito Federal de México registra un grado de violencia criminal sensiblemente más bajo, disminuyó la corrupción en la Policía Judicial y los turistas pueden visitar el Museo Antropológico, el Zócalo y otros lugares maravillosos sin enterarse siquiera de las carnicerías que suceden 3000 kilómetros más al norte.
Al tiempo que se iniciaba el Tratado de Libre Comercio, en 1994, comenzaba la construcción del muro fronterizo entre México y Estados Unidos. La lógica no respondía al narcotráfico sino al incremento de inmigración ilegal provocada por dos factores. Por un lado, el incremento brutal de la desocupación y de la migración rural de pequeños campesinos mexicanos que tratan de llegar a las distintas ciudades norteamericanas en busca de trabajo. El segundo tema es que la tolerancia a esa inmigración se debe a que los trabajadores mexicanos tiran a la baja los salarios de los obreros de Estados Unidos. Si bien el tema laboral tiene otras múltiples derivaciones, hay un aspecto clave en lo referido al narcotráfico: la mano de obra de los traficantes o de los sicarios sale de ese experimento letal del libre comercio que pretende poner en pie de igualdad a una nación poderosa con otra que va perdiendo abruptamente su soberanía.
Todo esto está agravado por la existencia de organizaciones complejas, donde además de capos narcos hay funcionarios de altísimo rango de áreas claves del Estado mexicano. Sin la corrupción y la interacción de intereses la magnitud del drama mexicano es imposible. La gran pregunta es cómo actúan los organismos de Estados Unidos destinados a la inteligencia y al combate del crimen organizado. Es difícil imaginar que no tienen capacidad tecnológica ni de espionaje. Tan difícil como imaginar que los grandes intereses estadounidenses van a dejar pasar uno de los negocios más lucrativos del planeta. Tan difícil de imaginar como que de la mañana a la noche los millones de consumidores de drogas de Estados Unidos se encuentren con que no tienen qué consumir o que los precios se fueron a las nubes. La Casa Blanca y el Pentágono prefieren buscar armas químicas en Siria, zona estratégica para las multinacionales, que terminar con un problema –el narcotráfico– que les agravaría uno mayor como es la necesidad de proveer a sus ciudadanos de otros tóxicos para poder seguir viviendo la ficción del extremo consumismo en un país donde las desigualdades son increíbles. Joseph Stiglitz, en su último libro, El precio de la desigualdad, afirma que en 1997, el 1% de los estadounidenses poseía el 33% de lo que se producía anualmente mientras que entre 2002 y 2007 esa cifra prácticamente se duplicó al llegar al 65 por ciento. Esa pequeña porción de ciudadanos, dice Stiglitz, se ha visto favorecida por "la gestión de la globalización". Y pone el énfasis en la precarización y flexibilización laboral como en la liberalización financiera. "Cuando nos preguntamos –dice Stiglitz– cómo es posible que los financieros consigan acumular tanta riqueza, una parte de la respuesta es muy sencilla: han ayudado a redactar un conjunto de normas que les permite hacer grandes negocios, incluso durante las crisis que han contribuido a crear”.
El fenómeno del narcotráfico y el lavado de dinero tienen también una dimensión creciente en la mayoría de los países centroamericanos. Y ponen en jaque las precarias democracias con altísimo grado de desigualdad social.
ARGENTINA. No es un guión de ciencia ficción creer que las agencias de seguridad e inteligencia norteamericanas supervisan y participan en la promoción de algunos jefes de las fuerzas policiales, como de algunos civiles que van a puestos claves vinculados a la justicia, las fiscalías, organismos de aeronavegación, así como los planes de radarización o suministro de tecnologías para el combate del crimen organizado. El complejo militar tecnológico no provee sólo misiles Tomahawk o aviones no tripulados. Y la inteligencia estadounidense no está solo detrás de los yijadistas islámicos. En América Latina, las fuerzas de seguridad e inteligencia locales suelen estar colonizadas por los modelos traídos de Estados Unidos. Pero no los que el FBI tiene para el interior de su país sino de aquellos modelos pensados y diseñados para servir a los intereses de aquel país.
Desde ya, terminar con la dependencia de esos esquemas es tan difícil como vital. Hacer un escudo de protección informático para que la inteligencia norteamericana no pueda intrusar la información sobre los intereses petroleros brasileños es tan importante como tomar dimensión de la complejidad del narcotráfico y el lavado de dinero.
Y no se trata sólo de cambiar de proveedores de equipos. Para nada. No parece haber dimensión de la trama social que hay en las grandes ciudades –Buenos Aires y el Conurbano, Rosario y Córdoba– respecto del poderío logrado por bandas narcos en barrios donde no hay cloacas ni electricidad ni títulos de propiedad de las casas donde viven cientos de miles (más de un millón seguramente) de personas. La mayoría son trabajadores que no tienen remuneraciones que les permiten mejorar su condición. Y esas personas son las principales interesadas en terminar con el narco. Son las primeras víctimas. Viven atemorizadas no sólo por los narcos sino también por el accionar (o falta de accionar a veces) de las policías. Las causas originadas por delitos de narco en villas suele ser empeorada por la instrucción de fiscales y por la manipulación en los juzgados. Cuando a un ministro provincial o a un jefe policial le conviene hay operativos de captura de armas y paquetes de cocaína. Y ahí están los noticieros, para contribuir al crédito social de que el problema está en las villas y no en las oficinas donde se tiene que combatir la pobreza, la desigualdad y donde se tiene que convocar a los vecinos para echar a los narcos y controlar el accionar de las fuerzas de seguridad.
La llegada de Alejandro Granados al Ministerio de Seguridad bonaerense es por lo menos sorprendente. El partido de Ezeiza fue creado en 1994, por iniciativa de Carlos Menem, el hombre que acaba de zafar de otra causa judicial, esta vez porque vencían los plazos procesales para investigar por qué no declaró dos cuentas bancarias en Suiza. Ezeiza fue históricamente un lugar de contrabando. Este gobierno creó en 2005 la Policía de Seguridad Aeroportuaria porque era insostenible mantener la Policía Aeronáutica Nacional, no sólo involucrada en delitos de contrabando.
La reestructuración de la cúpula de la Bonaerense realizada por Granados incluyó la vuelta de Juan Carlos Paggi, el jefe de la fuerza desplazado a finales de 2011 tras los desaguisados de la investigación del crimen de Candela Rodríguez. El autogobierno policial y su relación fluida con algunos intendentes responden a razones múltiples. No todos sospechados de corrupción. Lo que no puede obviarse es que la decisión final de quiénes integran las cúpulas de las distritales queda por cuenta del ministerio. Es sabido que muchos intendentes reclaman la falta de colaboración de los jefes policiales en su distrito. Tan sabido como que los problemas no son sólo la falta de personal o de patrulleros sino también los negocios ocultos, las llamadas cajas de recaudación ilegal. La extensión de los negocios del narco, y los recursos que manejan esas bandas hace imposible pensar que pueda avanzarse sin una intervención decidida en el control de las fuerzas de seguridad. Las recientes denuncias de vínculos del narco en Córdoba no hacen más que poner un alerta. El gran tema es lograr un abordaje complejo, al estilo de las políticas realizadas en Brasil en las favelas, que permitan mejorar los estándares sociales, la calidad de la justicia y los procedimientos de las fuerzas de seguridad.
Junto con todo esto, parece imprescindible avanzar en la radarización del norte argentino. El ministro de Defensa Agustín Rossi anunció que pronto se agregará un radar en Formosa, convirtiéndose en el cuarto que hay en las fronteras con Brasil, Paraguay y Bolivia. En ese sentido, en Bariloche, está en período de prueba en la empresa Invap el radar en cuestión. Y tan imprescindible como la disposición de medios técnicos y de un mayor control de la función policial, resulta dotar a las fiscalías y juzgados de mecanismos fuertes de alerta y denuncia de connivencia entre narcos y funcionarios de esas dependencias. La Unidad de Investigación Financiera es una herramienta de control de operaciones de lavado y va en la dirección de evitar el lavado. Pero, claro, en un país donde se habla de cifras escandalosas de dinero ilegal sin que los organismos del Estado informen ni los montos (se habla, genéricamente, de entre 170 mil y 400 mil millones de dólares) ni su origen (corrupción, subfacturación, evasión fiscal o narcotráfico) ni dónde se encuentran esas monstruosas sumas. El dinero del narco es mucho y su capacidad de mudar de territorios no es nueva.

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