¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

domingo, septiembre 30, 2018

ESTO VA PARA LARGO...CONFESO CAPUTO ANTES DE IRSE...Y TERMINO DICIENDO QUE EL NO PAGA LOS SAQUEOS QUE VIENEN


Crisis en Argentina

Economista: recesión de Argentina durará más de un año en el mejor de los casos

© REUTERS / Marcos Brindicci

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BUENOS AIRES (Sputnik) — La recesión que atraviesa Argentina se prolongará por más de un año a raíz de las medidas económicas implementadas por el Gobierno de Mauricio Macri, afirmó a Sputnik la doctora en economía Mercedes D'Alessandro.
"El escenario más optimista es una recesión superior a un año", sostuvo la experta, fundadora del portal Economía Femini(s)ta y autora de un libro del mismo nombre.
Se pueden distinguir tres políticas económicas: la fiscal, la monetaria y la cambiaria, ilustró D'Alessandro.
En cuanto a la fiscal, el Gobierno "está atado de manos porque se comprometió a tener déficit cero para 2019", recordó.
La inflación acumula un 24,3% en lo que va de año, por lo que el Ejecutivo recaudará más vía impuestos mientras que reducirá gastos al congelar las partidas presupuestarias y eliminar algunos subsidios.
Tampoco se impulsará ninguna política monetaria dado que no habrá emisión de dinero hasta junio de 2019, de acuerdo a lo anunciado por el nuevo presidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), Guido Sandleris.
"Esa decisión en el contexto actual va a generar una recesión más profunda de la que esperábamos", manifestó la economista.
En el escenario más optimista, "producto de la recesión por esta sequía de la oferta monetaria, no habrá dinero circulando, no habrá presiones de los precios, y no tendremos tanta inflación", explicó.
Pero no debe olvidarse que la restricción monetaria provoca el aumento de la tasa de interés, la cual ya supera en algunos casos el 65%, por lo que "la inversión privada no ofrecerá una gran salida interna".
Al mismo tiempo, se verá perjudicada el 95% de la estructura empresarial del país, compuesta por pequeñas y medianas empresas que tendrán menos capacidad de compra, de modo que también se afecta la actividad productiva, de acuerdo a D'Alessandro.

Política cambiaria

En cuanto a la política cambiaria, el Banco Central estableció un margen de flotación del dólar que se situará entre los 34 y los 44 pesos.
Manifestación contra el FMI en Argentina (Archivo)
© REUTERS / MARTIN ACOSTA
La entidad sólo intervendrá en el mercado cambiario si el dólar sale de esos márgenes.
Si supera los 44, la autoridad monetaria informó que podrá utilizar 150 millones de dólares diarios para contener el dólar.
"Este es otro problema, porque están haciendo que el mercado decida hasta dónde puede sostenerse el tipo de cambio", comentó D'Alessandro.
En resumen, "el equipo económico del Gobierno no hará nada y esperarán a que los mercados sean amigos", resumió la especialista.

Sin aciertos en tres años

En este contexto, el Gobierno considera "que el enemigo principal es la inflación, y que esa causa era la emisión monetaria, pero hace tres años que vienen diciendo que la inflación es un fenómeno monetario, y sin embargo no han conseguido ningún resultado", contextualizó.
"Ellos actúan pensando en que la realidad es un manual de texto de una clase macroeconómica, pero a lo largo de su historia, Argentina muestra que no sigue la lógica de los modelos con los que analizan la realidad", consideró.
El propio titular del BCRA habló esta semana de "un ancla nominal" con la esperanza de que adelantar todas las medidas que pueda tomar el Gobierno "dé certidumbre a los mercados y los hagan reaccionar de tal manera", observó la economista.
"En Argentina hay bastante trauma con el dólar en una sociedad que tiene muy dolarizado su pensamiento a raíz de la hiperinflación que atravesó en 1989 y el corralito de 2001, por lo que tiende a no confiar en los que lo gobiernan y refugiarse en dólar" razonó.
Hay ciertos indicadores que podrían ser positivos, como una mejor cosecha que reanime el complejo agroexportador (después de una enorme sequía que afectó la producción este año), una mejora en los números económicos de Brasil, principal socio comercial de Argentina, y una estabilidad en el mercado propiciada por los fondos de inversión.
"Con eso la parte financiera podría estar cubierta, pero en todo caso, estamos hablando de una restricción económica muy grande con un Gobierno que falló todos sus pronósticos", concluyó D'Alessandro.
Mientras la deuda externa creció un 27,4% en el último año, la pobreza también aumentó hasta alcanzar al 27,3% de la población, lo que equivale a que casi 749.000 personas no tienen las condiciones necesarias para vivir de manera digna en un país de 44 millones de habitantes. 

Un Brasil harto de sí mismo

El país que crecía más del 7,5% y nadaba en el optimismo se enfrenta a una crisis económica, política e institucional sin precedenteOtros

A la derecha, Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, durante la celebración del Mundial de Fútbol en Río en 2014.
A la derecha, Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, durante la celebración del Mundial de Fútbol en Río en 2014. APF / GETTY IMAGES
Rodrigo Alexandre da Silva bajó esa tarde lluviosa, la del 17 de septiembre, a esperar a su mujer y sus dos hijos pequeños a la parada del autobús en una favela de Río de Janeiro. Llevaba un móvil, una mochilita para cargar a uno de los niños y un paraguas negro enrollado. Mientras estaba allí, dicen los vecinos, un policía que confundió el paraguas con un fusil lo mató de una ráfaga de ametralladora. La noticia conmocionó a una nación atragantada ya de malas noticias, harta de sí misma.
Quince días antes, también en Río, había ardido el Museo Nacional, convirtiendo en cenizas el pasado de un país que algún optimista llamó alguna vez el del futuro. Contemplando las llamas devorar el palacio con su descomunal poder simbólico, era imposible no pensar que aquello no constituía una metáfora o un espejo.
El favorito en las encuestas para las próximas elecciones generales es un exmilitar fascista llamado Jair Bolsonaro que ampara la tortura y que en una entrevista a este periódico declaró sin que se le moviera el flequillo que los homosexuales son fruto del consumo de drogas. Desde que el 6 de septiembre recibiera una puñalada en el costado propinada por un desequilibrado, hace campaña en el hospital, lo que le favorece porque no tiene que comparecer en los debates de la televisión. Paralelamente, quien llegó a ser el presidente más querido de la historia de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, languidece en una celda acusado de aprovecharse de su influencia para disfrutar de un apartamento de tres pisos en la playa, pagado por una constructora corrupta.
El PIB no crece. El paro lleva subiendo desde 2013. La violencia en los barrios escala. Enfrentado a una crisis política e institucional que roe todo el Estado, Brasil no recuerda en nada a aquel país que más de una década atrás crecía al 7,5%, arrebataba a Madrid y París la candidatura de los Juegos Olímpicos, y pedía paso —­con Lula como artífice y estandarte— en los salones internacionales. Cuando la selección alemana le zurró a la brasileña 7 a 1 en la semifinal del Mundial de 2014, los brasileños vieron la paliza como otra imagen en el espejo y no como un partido de fútbol.
Los politólogos Renato Meirelles y Rosana Pinheiro-Machado coinciden con otros muchos expertos en situar el origen de esta cuesta abajo —de la que aún no se ve el final— en junio de 2013, cuando una oleada de manifestaciones, alimentadas sobre todo por clases medias urbanas, tomaron las calles para protestar por la falta de servicios públicos y la corrupción. Ya entonces gobernaba Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), elegida en 2011. Aquello fue la primera señal de que algo empezaba a no ir bien.
El crecimiento económico de los dos mandatos precedentes (2003-2011) de Lula, también del PT, se basó principalmente en dos factores: un venturoso ciclo de las exportaciones de materias primas, sobre todo a China, y un aumento del consumo interior incentivado desde el Estado. La rueda giraba y giraba y beneficiaba tanto a ricos como a pobres. Lula consiguió que más de 30 millones de brasileños salieran de la pobreza, cotizaran, pagaran impuestos, tuvieran vacaciones, y disfrutaran de un seguro de desempleo.
Fue un logro enorme e inédito en un país de 208 millones de habitantes lastrado por una desigualdad endémica que se percibe cada día: en la ciudad de São Paulo hay quien tarda en llegar al trabajo tres horas, tras cambiar varias veces de autobús, y quien salva los atascos yendo de un lado a otro en helicóptero privado.
Las protestas de 2013 comenzaron a polarizar el país y debilitaron a Rousseff. En las elecciones del año siguiente consiguió ser reelegida, pero por un puñado de papeletas, en la votación presidencial más reñida de la historia del país, un 51,6% contra un 48,4%. Así, la mitad de la población menos uno se desilusionó, hastiada de los 14 años del PT. La otra mitad quedó a la expectativa, cada vez con más miedo a la crisis que se avecinaba.
El declive se aceleró cuando esa crisis económica alcanzó de lleno al país, con un frenazo brusco de las exportaciones y un parón en el consumo. En 2015 la economía se contrajo un 3,8%. En 2016, un 3,6%. Los años en que los barrios de las afueras se llenaban de lavadoras y televisores acabaron. Los ricos dejaron de ganar tanto. Los pobres perdieron todo. El paro comenzó a subir año a año. En 2014, del 6,8%; en 2015, del 8,5%; en 2016, del 11,5%; en 2017, del 12,7%. Rousseff no encontró la tecla, atrapada entre un ministro de Economía liberal, Joaquim Levy, que le aconsejaba tirar de recortes y ortodoxia, y un partido que le pedía que forzara la atascada rueda mágica para que volviera a girar. Al tiempo, una macrooperación policial que arrancó al espiar a un timador de poca monta que lavaba dólares y frecuentaba una gasolinera de Curitiba, acabó destapando el mayor caso de corrupción de América Latina: una red de sobornos de la compañía pública Petrobras, que afectó a los mayores empresarios del país, a cientos de diputados y senadores (de casi todos los partidos) y a decenas de ministros y exministros. Desfilaban tantos corruptos por la televisión que se hizo famoso el policía que los escoltaba, un tal Newton Ishii, conocido como El Japonés de la Policía Federal. Al final, en una nueva metáfora, el mismo Ishii fue detenido por integrar una pequeña red de contrabando con Paraguay. La gente ya desconfiaba de todo.
La gripada economía se desplomaba, empujada al abismo por una situación política plagada de corrupción. Y el hundimiento político arrastraba a la economía, en un círculo vicioso irrompible. Rousseff se vio cada vez más sola: las élites nunca la soportaron, las clases medias protestaban en la calle, la decisiva prensa de São Paulo la desahució y sus aliados se apartaron en cuanto empezó a oler a cadáver político. El dólar subía y el real brasileño bajaba cuando se hablaba de destituir a la presidenta: una manera inequívoca de los mercados de apuntar el pulgar hacia abajo y dictar sentencia,
Los días de Rousseff estaban contados. Solo su partido la apoyaba, y a regañadientes. Un pretexto nimio (del que ya nadie se acuerda), hacer trampas en el presupuesto y retardar pagos para el año siguiente, sirvió como prueba de cargo para un impeachment, que culminó el 31 de agosto de 2016. Otra paradoja: la presidenta a la que nadie ha pillado jamás metiendo la mano en la caja salía por la puerta de atrás de la historia por una minucia contable, forzada a dejar el puesto por un Congreso en el que el 50% de sus componentes tenía cuentas pendientes con la justicia.
Le sucedió Michel Temer, que alcanzó el récord de impopularidad de un presidente en Brasil: 90% de rechazo. Fue acusado por un alto cargo de Petrobras de aceptar 10 millones de reales (más de 3 millones de euros) de su propia mano en una cena para engrasar su campaña electoral.
Hastiada y desconcertada, parte de la población buscó en cualquier lado y encontró preparado a Bolsonaro. “Es el voto de la desesperación de gente cuya vida ha empeorado mucho”, explica Pinheiro-Machado. El PT, con su líder en la cárcel, ha elegido a un candidato extraño para los acostumbrados a Lula. Se trata de un socialdemócrata urbanita, soso, universitario y con experiencia de gestión que bien podría haber salido de un partido socialista español o sueco: Fernando Haddad.
¿Y ahora? Nadie se atreve a augurar nada. “El analista que diga que sabe lo que va a pasar es que está mal informado”, resume Meirelles.
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James Petras
Introducción
A pesar de tener el presupuesto militar más grande en el mundo, cinco veces más grande que los siguientes seis países, la mayor cantidad de bases militares -más de 180- en el mundo y el complejo industrial militar más costoso, EE. UU. no ha ganado una sola guerra en el siglo XXI.
En este documento enumeraremos las guerras y procederemos a analizar por qué, a pesar de la poderosa base material para la guerra, solo ha llevado a fracasos.
Las guerras perdidas
Los EE.UU. han participado en varias guerras y golpes de estado desde el comienzo delsiglo XXI. Estas incluyen Afganistán, Irak, Libia, Siria, Somalia, Palestina, Venezuela y Ucrania. Además, las agencias de inteligencia secreta de Washington, han financiado cinco grupos terroristas en Pakistán, China, Rusia, Serbia y Nicaragua.
Estados Unidos invadió países, declaró victorias y posteriormente se enfrentó a la resistencia y la guerra prolongada que requirió una gran presencia militar de los EE. UU. para proteger meramente los puestos de avanzada de la guarnición.
Estados Unidos ha sufrido cientos de miles de bajas: soldados muertos, mutilados y trastornados. Cuanto más gasta el Pentágono, mayores son las pérdidas posteriores.
Mientras más numerosos sean los regímenes vasallos, mayor será la corrupción y la incompetencia.
Todos los regímenes sujetos a la tutela de los EE. UU. no han logrado los objetivos diseñados por sus asesores militares estadounidenses.
Cuanto más se gaste en reclutar ejércitos mercenarios, mayor será la tasa de deserción y la transferencia de armas a los adversarios de EE. UU.
Éxito en comenzar guerras y fracasos en terminarlss
Estados Unidos invadió Afganistán, capturó la capital (Kabul) derrotó al ejército afgano ... y luego pasó las siguientes dos décadas comprometidos en perder la guerra irregular.
Las victorias iniciales sentaron las bases para futuras derrotas. Los bombardeos llevaron a millones de campesinos y agricultores, tenderos y artesanos a la milicia local. Los invasores fueron derrotados por las fuerzas del nacionalismo y la religión vinculadas a familias y comunidades. Los insurgentes indígenas guardaron armas y dólares en muchos pueblos, ciudades y provincias.
Resultados similares se repitieron en Iraq y Libia. Estados Unidos invadió, derrotó a los ejércitos regulares, ocupó la capital e impuso a sus títeres, lo que estableció el terreno para la guerra a gran escala a largo plazo por parte de los ejércitos insurgentes locales.
Cuanto más frecuentes son los bombardeos occidentales, mayor es la oposición que obliga a la retirada del ejército.
Somalia ha sido bombardeada con frecuencia. Las Fuerzas Especiales reclutaron, entrenaron y armaron a los soldados títeres locales, sostenidos por mercenarios ejércitos africanos, pero se han mantenido encerrados en la capital, Mogadiscio, rodeados y atacados por insurgentes islámicos mal armados pero muy motivados y disciplinados.
Siria es blanco de un ejército mercenario armado y financiado por los Estados Unidos. Al principio avanzaron, desarraigaron a millones de personas, destruyeron ciudades y hogares y se apoderaron del territorio. Todo lo cual impresionó a los señores de la guerra de EE. UU. y la UE. Una vez que el ejército sirio unió al pueblo, con sus aliados rusos, libaneses (Hezbollah) e iraníes, Damasco derrotó a los mercenarios.
Después de una década, los separatistas kurdos, junto con los terroristas islámicos y otros sustitutos occidentales, se retiraron y se atrincheraron en una última zona a lo largo de las fronteras septentrionales: los bastiones restantes de los vasallos occidentales.
El golpe de Ucrania de 2014 fue financiado y dirigido por los EE. UU. y la UE. Se apoderaron de la capital (Kiev) pero no lograron conquistar el este de Ucrania y Crimea. La corrupción entre los cleptócratas gobernantes de EE. UU. devastó el país: más de tres millones huyeron al extranjero, a Polonia, Rusia y otros lugares en busca de un medio de vida. La guerra continúa, los corruptos clientes estadounidenses están desacreditados y sufrirán una derrota electoral a menos que falsifiquen las elecciones.
Los levantamientos en Venezuela y Nicaragua fueron financiados por la Fundación Nacional para la Democracia (NED) de los Estados Unidos. Arruinaron las economías pero perdieron las guerras callejeras.
Conclusión
Las guerras no se ganan solo con las armas. De hecho, los bombardeos intensos y las ocupaciones militares extendidas aseguran una resistencia popular prolongada, retiradas y derrotas definitivas.
Las guerras grandes y pequeñasdel siglo XXI estadounidenses no han incorporado a determinados países al imperio.
Las ocupaciones imperiales no son victorias militares. Simplemente cambian la naturaleza de la guerra, los protagonistas de la resistencia, el alcance y la profundidad de la lucha nacional.
Estados Unidos ha tenido éxito en derrotar ejércitos regulares como fue el caso en Libia, Irak, Afganistán, Somalia y Ucrania. Sin embargo, la conquista fue limitada en tiempo y espacio. Nuevos movimientos armados de resistencia liderados por ex oficiales, activistas religiosos y activistas populares se hicieron cargo de la resistencia...
Las guerras imperiales asesinaron a millones de personas, atacaron las relaciones tradicionales de la familia, el lugar de trabajo y el vecindario y pusieron en marcha una nueva constelación de líderes antiimperialistas y milicianos.
Las fuerzas imperiales decapitaron a los líderes establecidos y diezmaron a sus seguidores. Asaltaron y saquearon tesoros antiguos. La resistencia siguió al reclutamiento de miles de voluntarios desarraigados que sirvieron como bombas humanas, desafiando misiles y drones.
Las fuerzas imperiales de los EE. UU. carecen de lazos con la tierra y la gente ocupada. Son como 'extraterrestres'; buscan sobrevivir, aseguran promociones y salen con una bonificación y una imagen honorable.
Por el contrario, los luchadores de la resistencia están ahí y avanzan, apuntan y derriban a los sustitutos y mercenarios imperiales. Amenazan a los gobernantes títeres corruptos que mantienen a las personas sujetas a condiciones lamentables de existencia: empleo, agua potable, electricidad, etc.
Los vasallos imperiales no están presentes en bodas, fiestas sagradas o funerales, a diferencia de los luchadores de la resistencia. La presencia de esta última señala una promesa de lealtad hasta la muerte. La resistencia circula libremente en ciudades, pueblos y aldeas con la protección de la población local; y por la noche controlan el territorio enemigo, al amparo de su propia gente, que comparten inteligencia y logística.
Inspiración, solidaridad y armas ligeras son más que los drones, misiles y helicópteros artillados.
Incluso los soldados mercenarios, entrenados por las Fuerzas Especiales, desertan y traicionan a sus amos imperiales. Los avances imperiales temporales solo sirven para permitir que las fuerzas de resistencia se reagrupen y contraataquen. Ven la rendición como una traición a su forma de vida tradicional, la sumisión al arranque de las fuerzas de ocupación occidentales y sus funcionarios corruptos.
Afganistán es un excelente ejemplo de una "guerra imperial perdida". Después de dos décadas de guerra y un billón de dólares en gastos militares, decenas de miles de bajas, los talibanes controlan la mayor parte del campo y las ciudades; entra y toma las capitales de provincia y bombardea Kabul. Tomarán el control total el día después de que los Estados Unidos se vayan.
Las derrotas militares de los EE. UU. son producto de un defecto fatal: los planificadores imperiales no pueden reemplazar con éxito a los pueblos indígenas con gobernantes coloniales y sus semejantes locales.
Las guerras no se ganan con armas de alta tecnología dirigidas por funcionarios ausentes divorciados de la gente: no comparten su sentido de paz y justicia.
Las personas explotadas, informadas por un espíritu de resistencia comunal y autosacrificio, han demostrado una mayor cohesión y luego han derrotado a soldados deseosos de regresar a sus hogares y a los soldados mercenarios con signos del dólar en sus ojos.
Las lecciones de las guerras perdidas no han sido aprendidas por aquellos que predican el poder del complejo militar -industrial- que produce, vende y se beneficia de las armas, pero que son impotentesante unas masas con armas pequeñas pero con gran convicción que han demostrado su capacidad de derrotar ejércitos imperiales.
Las Barras y las Estrellas vuelan en Washington pero permanecen plegadas en las oficinas de la embajada en Kabul, Trípoli, Damasco y en otros campos de batalla perdidos.

sábado, septiembre 29, 2018

viernes, septiembre 28, 2018






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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, durante una conferencia de prensa el 26 de septiembre de 2018 CreditCarlos Barria/Reuters
BARCELONA — Es difícil predecir cómo verán el mundo actual los historiadores dentro de cien años. Pero —si es que hay historiadores, si es que hay mundo— seguramente se divertirán leyendo a esos idiotas que tratábamos de imaginar cómo verán el mundo actual los historiadores dentro de cien años.
Así que para entretenerlos podríamos arriesgar, por ejemplo, que dirán que el final del ciclo americano —el “siglo americano”, tan largo, tan potente— empezó cuando un candidato presidencial inverosímil dijo que había que “volver a hacer grande a Estados Unidos” y, en lugar de reírse de su barbaridad, sus compatriotas lo votaron.
O sea: que ese fue el momento en que millones y millones de estadounidenses coincidieron en que su país ya no era grande. Y entonces ese presidente —demagogo al fin— lo asumió y gobernó para confirmarlo. A eso, en esos tiempos, dirán, llamaban populismo. Y que el hombre había entendido lo que sabe cualquier mago de cabaret: que para hacer el truco hay que lograr que el público mire otra cosa, y que entonces desviaba la atención general con sus gestos y desplantes; que la política, entonces, era eso que pasaba mientras el presidente decía tonterías. Y contarán que empezaron unos años raros: que millones de estadounidenses perdieron ese respeto que los unía a la institución presidencial, a su jefe supremo.
Es lo que está pasando: hasta ahora, la mayoría de los estadounidenses tenía un respeto casi reverencial por Mr. President, aunque fuera un truhan como aquel Nixon o un incompetente como algún Bush. Pero el señor Trump consiguió destruirlo, con el simple expediente de mostrarles que un presidente también puede pensar, hablar y actuar como un patán.
Al principio, su patanería tuvo un efecto útil para Estados Unidos: lo convirtió, retrospectivamente, en un país espléndido. Frente al presente humillante que producía el nuevo presidente, el pasado se veía tanto mejor que lo volvieron magnífico. Un articulista ignoto lo escribió en los primeros días de su gobierno: “Ahora el espejo roto del señor Trump hace que políticos, columnistas, actrices de Hollywood y otros opinadores despechados extrañen ese ‘ejemplo para el mundo’ —así lo llaman algunos— que solían ser los Estados Unidos de América”.
Y el plumilla citaba, para rebatir esa construcción, datos de aquel país a. T. —antes de Trump—: que en él la desigualdad crecía sin cesar, que un uno por ciento de las personas concentraba un tercio de las riquezas, que otro uno por ciento —o casi— estaba preso, que solo la administración Obama había deportado a tres millones de inmigrantes, que solo en 2016 había lanzado 26.000 explosivos sobre Asia, que la mitad de la población apoyaba la pena de muerte, que sus billetes decían “En Dios confiamos” y cuatro de cada diez adultos creían que un dios había creado al hombre en su forma actual hace menos de diez mil años, que habían decidido que los gobernara un multimillonario machista y racista y gritón. Ese era el país que el señor Trump consiguió hacer grande en la memoria.
Pero, una vez disipada esa primera ventaja, una vez difuminada la nostalgia por ese paraíso que nunca había sido, los estadounidenses se quedaron a solas con su presidente. Y entonces, de pronto, los atacó ese momento abominable en que uno entiende que eso que cree que solo les pasa a los otros les pasa a todos: que tú, que él, que yo también nos vamos a morir. Y que todos somos susceptibles de tener un bufón en el puesto de mando.
Fue horrible. La mayoría de los estadounidenses siempre se habían reído —o condolido— de esos países donde pasaban esas cosas. Siempre se habían reído —o condolido— de los políticos payasos del resto del mundo, subidos a ese banquito o superioridad moral que suponía que ellos no eran así, que no hacían esas cosas. Fue bruto golpe cuando tuvieron que aceptar que sí.
En el resto del mundo hubo, entonces, sonrisas de sorna. Y no fue por Schadenfreude, esa palabra solo alemana para decir el placer de ver cómo a otros les va mal. Fue, más bien, el gusto levemente vengativo de ver bajarse del púlpito o banquito a los que solían mirarnos desde arriba. Y la esperanza de que, menos soberbios, aprendan a ver el mundo de otro modo, más amable, más modesto, más empático: como si todos fuéramos un poco más iguales. En eso, por lo menos.

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Identificada la modelo del pubis más famoso de la historia del arte

El historiador francés Claude Schoop descubre "por casualidad" a la protagonista de un controvertido retrato del siglo XIX


Efe
Identificada la modelo del pubis más famoso de la historia del arte
EFE
"El origen del mundo", el polémico pubis pintado por el francés Gustave Courbet en 1866, encerraba un misterio que ha alimentado este tiempo su leyenda: la identidad de la modelo que posó para el pintor. El historiador francés Claude Schopp ha reunido las piezas de un rompecabezas que desvelan que se trata de Constance Quéniaux, una antigua bailarina convertida en cortesana, que amasó fortuna y que acabó sus días entregada a la filantropía.
Especialista en la vida y la obra de Alejandro Dumas, padre e hijo, Schopp se topó "por casualidad" con la pista que aclaraba el misterio y que, además, saca a la luz a un personaje digno de "El conde de Montecristo" o "La dama de las camelias". "A veces trabajas duro para encontrar algo y encuentras poco y, en este caso, encontré mucho por azar", explica el experto que, tras su hallazgo, dedicó "meses" a trazar la vida de Quéniaux.

Error en la transcripción

La resolución del enigma estaba escondida en un error en la transcripción de una misiva que en 1871 Dumas hijo envió a la escritora George Sand criticando a Courbet, firme defensor de la Comuna de París que los dos primeros consideraban una amenaza para sus bienes. Atormentado por la frase, que mal transcrita carecía de sentido, Schopp tiró del hilo, acudió a la Biblioteca Nacional de Francia (BNF) y en la embarullada caligrafía de Dumas hijo, que él tan bien conoce, vio la luz.
"Fue como una revelación", relata el historiador que, a sus 75 años, ve cómo una vida dedicada a los Dumas cobra vigor a causa del más popular cuadro de Courbet. "No se debe pintar el más delicado y el más sonoro 'interior' de la señorita Quéniaux", escribía el menor de los Dumas, una alusión que, para el estudioso, "sin duda hacía referencia al sexo femenino en ese contexto".
La modelo del cuadro 'El origen del mundo' 
A partir de esa pista, señala Schopp, el resto de los indicios fueron apuntalando su teoría hasta el punto de convertirla en "irrefutable", como sostienen la BNF y el Museo de Orsay.
Atrás quedan, a su juicio, "teorías muy hipotéticas", como la que insinuaba que se trataba de una amante irlandesa de Courbet, que se caía por su propio peso porque la dama era pelirroja, en clara contradicción con el color del vello púbico del cuadro.

Para un diplomático turco

El cuadro fue pintado por Courbet para un diplomático turco, adepto de la vida mundana, llamado Khalil Bey. Schopp asegura que Quéniaux fue amante de Bey, que poseyó el cuadro durante año y medio pero que por su osadía apenas lo enseñaba. Tampoco lo mostraron el resto de sus propietarios, que lo fueron escondiendo en un periplo que lo llevó a Constantinopla y lo salvó por los pelos de las garras nazis en Hungría, antes de regresar a París, ya entrado el siglo XX, de la mano del psicoanalista Jacques Lacan, su último dueño privado.
A mediados de los 90, el Gobierno francés aceptó este cuadro como liquidación del impuesto de sucesión por parte de sus herederos y desde 1995 cuelga de las paredes del Museo de Orsay.

Libro y exposición

Schopp publica la semana que viene un libro que traza, a partir de los datos históricos recolectados, la vida de la modelo que sirvió para pintarlo. Su rostro aparece en una quincena de fotografías que ha ido desvelando y que formarán parte de una exposición en la BNF. "Es una mujer con una vida masculina, una triunfadora como los personajes de los Dumas", asegura Schopp.
Nacida en 1832, hija de una madre soltera, trabajadora de la industria textil de Saint-Quentin, en el norte de Francia, Quéniaux entró en el cuerpo de bailarinas de la Ópera de París a los 14 años. En una época en la que las estrellas era italianas o rusas, la joven provinciana tuvo que conformarse con papeles de segunda fila, una "mediocre carrera" truncada por problemas de rodilla.

De bailarina a cortesana

"Estas jóvenes necesitaban protectores y, con frecuencia, se convertían en cortesanas", explica el escritor, que ha podido documentar como Quéniaux lo fue de Khalil Bey, que la consideraba "un amuleto que le daba suerte en el juego". El agradecimiento del turco, además del de otros protectores, le granjeó cierta fortuna, que la joven supo conservar y hacer fructificar.
"Acabó su vida como una dama respetable y acomodada", asegura Schopp, que la considera "un ejemplo de éxito, de alguien que supo romper el techo de cristal social de la época". "Sufrió a los hombres, pero vivió rodeado de mujeres", agrega el escritor, que cree que era lesbiana.
Entre las pertenencias que aparecen en su testamento, además de un palacete en París y una villa en Normandía, dejó un conjunto de obras sin valor artístico junto a un cuadro de Courbet. "No debía de tener buen gusto en pintura, pero conservó un cuadro del pintor", asegura el historiador que ve ahí otra prueba de su identidad.+Una buena copia que compro en el Louvre en Paris