¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

lunes, diciembre 31, 2018

EL BITCOIN SIGUE VIVO Y EL DOLAR TIEMBLA


Y, como estaba anunciado, la burbuja del bitcoin pinchó...pero no ha muerto

La criptodivisa pierde en 2018 el 80% de su valor por la presión regulatoria y la huida de especuladores. Pese al bajón, esta tecnología tiene aún mucho futuro

Representación de la criptomoneda bitcoin.
Representación de la criptomoneda bitcoin.  AFP
Facebook trabaja para desarrollar una criptomoneda que permita hacer pagos a los usuarios de la aplicación de mensajería instantánea WhatsApp. La empresa que fundó Mark Zuckerberg busca desarrollar nuevos negocios gracias a la tecnología que permitió el nacimiento del bitcoin. Así, dos de las marcas más golpeadas en el año que ahora acaba se alían, según anunció hace pocos días la agencia Bloomberg. El fundador de Facebook pasó en 2018 por la humillación de pedir perdón en el Congreso de EE UU por el masivo robo de datos por parte de Cambridge Analytica. Y bitcoin, la divisa digital más conocida, ha perdido este año un 80% de su valor, volviendo a sus niveles de la primera mitad de 2017.

Pérdidas millonarias
Muchos factores explican el desplome del bitcoin en 2018. La tecnología que el año anterior había atraído a un sinfín de inversores no especializados al calor de unas expectativas de revalorización sin freno han huido precipitando el desplome de la cotización. La presión de los reguladores de medio mundo también ha contribuido a disminuir su valor ante el miedo a encontrar cada vez más trabas. Además del desplome del que muchos analistas llevaban tiempo avisando, este año será recordado por otros sucesos en el universo de las criptomonedas.
En 2017, el bitcoin alcanzó un valor que poco tiempo atrás parecería de ciencia ficción. El 17 de diciembre rozó los 20.000 dólares. El pasado viernes rondaba los 3.850. En 12 meses, su capitalización ha pasado de 300.000 millones de dólares a 67.000. Si este parece un gran desplome, otras criptodivisas ha experimentado uno aún mayor. A principios de diciembre, el ethereum —la segunda más extendida— había perdido un 94% de su valor. En las últimas semanas se ha recuperado algo, hasta los 129 dólares, pero sigue a una distancia sideral del máximo de 1.431 dólares del pasado enero. “La subida de 2017 no respondía a ninguna explicación racional asociada al valor real. Era solo una burbuja especulativa, lo que se confirma con la agresiva corrección de 2018, pues de nuevo no hay unas causas objetivas que la expliquen”, resume Juan Pedro Gravel, socio de Estrategia Tecnológica de Deloitte. Y aunque ahora esté en mínimos respecto a sus niveles récord, su valor es aún un 300% superior al de principios de 2017.
Y, como estaba anunciado, la burbuja del bitcoin pinchó

Avalancha reguladora

En febrero, la CNMV y el Banco de España lanzaron un comunicado conjunto. “Es esencial que quien decida comprar este tipo de activos digitales considere todos los riesgos asociados y valore si tiene la información suficiente. En este tipo de inversiones existe un alto riesgo de pérdida o fraude”, aseguraba. En mayo, las autoridades de EE UU iniciaron una investigación penal ante la posible manipulación de monedas virtuales. Los líderes del G 20 defendieron este año regular las criptomonedas para combatir el lavado de dinero. Y grandes instituciones como el FMI y el BIS han alertado de los elevados riesgos del fenómeno. “La nueva directiva de prevención del blanqueo de capitales, que entró en vigor este año, obliga por primera vez en la historia a un gran número de empresas europeas a investigar en secreto y denunciar movimientos extraños de criptomonedas”, añade Pablo Fernández Burgueño, del laboratorio blockchainNevTrace.

¿Qué pasa con los ‘mineros’?

El desplome del bitcoin está llevando a los mineros —los que fabrican nuevas criptomonedas a través de potentes computadoras que consumen ingentes cantidades de energía— a replantearse los beneficios de esta actividad. Según distintos cálculos, el minado empieza a ser rentable a partir de un bitcoin por encima de 4.000 o 5.000 dólares, franja que ha quedado atrás. A esto se le une que en 2020 la remuneración por minado se reducirá a la mitad. En ese momento, en función de cómo cotice el bitcoin, se verá si es rentable o no continuar con esta actividad que conlleva unos importantes costes, sobre todo por el altísimo consumo de electricidad.

Avances en la tecnología

La caída del bitcoin es importante, pero no está lejos de la experimentada en antiguas crisis de la moneda en las que también se le dio por muerta antes de tiempo. Como subraya Jorge Ordovás, cofundador de NevTrace, 2018 ha sido un año muy bueno desde el punto de vista de los avances técnicos. “Estamos muy cerca de minimizar los problemas de escalabilidad y rendimiento de las principales criptomonedas”, explica.

¿Y en 2019?

Es imposible anticipar si el desplome continuará o no. Pero parece claro que la tecnología blockchain, al margen de las oscilaciones del bitcoin, ha llegado para quedarse. “El panorama es optimista porque hemos tocado fondo. No sé de cuánto, pero habrá un repunte. Desde el punto de vista tecnológico, habrá mejoras técnicas relevantes”, continúa Alberto Toribio, también cofundador de NevTrace. “Las criptomonedas se convertirán en algo común en nuestras vidas. Blockchain dará soporte a transacciones financieras y no financieras en nuestro día a día en pocos años”, añade el socio de Deloitte. Lejos quedan las palabras de Nouriel Roubini. “La mayoría de inversores en bitcoin son analfabetos financieros. Millones de personas fueron embaucados de forma ilegal para comprar mierda”, dijo el economista y gurú en junio, cuando un bitcoin superaba los 6.000 dólares. Casi el doble que hoy.

FRANCISCO ECHA A DOS FACHAS

Dimiten los portavoces del Papa, el estadounidense Greg Burke y la española Paloma García Ovejero

Paloma García Ovejero y Greg Burke, con el Papa Francisco el día de su presentación oficial en 2016. REUTERS
Cambios repentinos en la comunicación del Vaticano a las puertas del nuevo año. Este mediodía, la Oficina de Prensa de la Santa Sede mandaba un comunicado informando de las dimisiones del portavoz del Pontífice, el americano Greg Burke y de la viceportavoz, la española Paloma García Ovejero. Según se informa en el propio documento el obispo de Roma ha "aceptado la renuncia" de ambos.
La portavocía del Papa es un área fundamental para el Vaticano y su comunicación, sin embargo por el momento no se tienen más detalles acerca de los motivos que han llevado a esta decisión por parte de Burke y Ovejero.
El estadounidense ha comentado la nueva situación en la red social Twitter, explicando que "en este momento de transición en la comunicación del Vaticano, Paloma y yo pensamos que lo mejor es que el Santo Padre sea completamente libre de construir un nuevo equipo".
Por su parte, Ovejero se ha limitado a agradecer su etapa en el mismo idioma de Francisco: "¡Gracias, Santo Padre, por estos dos años y medio! Gracias, Greg, por tu confianza, tu paciencia y tu ejemplo".
En sustitución de ambos viceportavoces entrará Alessandro Gisotti, quien hasta ahora fuera coordinador del departamento de redes sociales en el dicasterio de Comunicación de la Santa Sede: "Agradezco al Santo Padre la confianza en un momento tan delicado para la comunicación de la Santa Sede", son sus palabras publicadas mediante otro comunicado del propio dicasterio de Comunicación: "Trataré de realizar mis funciones en el cargo de la mejor forma posible, con el espíritu de servicio al Papa y a la Iglesia que he tenido el privilegio de aprender estando al lado del Padre Federico Lombardi durante casi 20 años". Y añade: «Sé perfectamente que mi cargo, aunque sea interino, requerirá mucho esfuerzo, pero lo encuentro reconfortante conociendo el gran valor de mis compañeros de la Oficina de Prensa que en tantas ocasiones he podido apreciar por su profesionalidad y dedicación".
Greg Burke arrancó su trabajo en Roma desde 1994, cuando fue nombrado corresponsal de la revista americana Time. Con el tiempo, trabajó también para la cadena estadounidense Fox News. Paloma García Ovejero llegó a Roma en 2012, como corresponsal para Vaticano e Italia de la Cadena COPE, emisora que hasta ese momento disfrutó durante casi 30 años de la voz de la célebre Paloma Gómez Borrero.
En lo que a la comunicación de la Santa Sede se refiere, las portavocías son cada vez menos duraderas si se sigue la tendencia actual. Tras los 22 años de actividad (1984-2006) del español Joaquín Navarro-Valls, hombre símbolo de la comunicación e imagen moderna de Juan Pablo II; Padre Federico Lombardi fue el director divulgativo del pontificado de Benedicto XVI durante una década. Ahora, tras dos años y medio, el Vaticano tendrá un nuevo portavoz.

CUANDO LA IZQUIERDA QUIERE SER DERECHA....GANA LA DERECHA

18 Brumario de Bolsonaro

(Foto: AFP)
Claramente, el título parafrasea una legendaria obra de Carlos Marx, siendo el 18 de Brumario del Año VII, la nominación del calendario que impulsaban los revolucionarios franceses. Esa fecha, es el momento en que se produjo el golpe de Estado que acabó con el Directorio y así con la Revolución Francesa, y Marx lo retoma para explicar el ascenso de Luis Bonaparte, el sobrino de Napoleón, a partir de diferentes alianzas de clases.
Pero además de parafrasearla, podemos utilizar la metodología de análisis para comprender las configuraciones de una estructura política, lo que se intentará con el Brasil de Jair Bolsonaro.
La llegada de Bolsonaro al gobierno pone fin a un proceso histórico que marcó el protagonismo de la alianza articulada por el Partido de los Trabajadores bajo el liderazgo de Lula da Silva, básicamente en un esquema desarrollista, centrado en el crecimiento y la distribución de renta con acceso a derechos. El nuevo gobierno es la cristalización de una reacción política abierta a partir del golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, que reconfigura los marcos de una nueva alianza de las clases dominantes, que aún no termina de estabilizarse.
Básicamente, el esquema de coalición del gobierno petista comenzó a resquebrajarse cuando se desbarató el sistema de retornos de la obra pública, especialmente relacionados con Petrobras en el caso Lava Jato, estructura de corrupción que el PT no pudo o no supo desarmar y que los mismos corruptos se encargaron de reorganizar a su favor, a partir de los bloques parlamentarios que decidieron poner fin al gobierno de Rousseff, momento en que toma visibilidad nacional Jair Bolsonaro al reivindicar al torturador de la ex mandataria.
En ese marco, los partidos tradicionales no lograron generar una coalición estable de gobierno, y Michel Temer no logró proyectarse como candidato y tampoco dejó posibilidades a su delfín, Henrique Meirelles. Tampoco el PSDB de Fernando Henrique Cardoso, uno de los promotores de la caída de Rousseff, logró instalar un presidenciable con posibilidades.
En ese río revuelto, frente al peso del liderazgo de Lula, que desde la cárcel podía ungir la candidatura de Fernando Haddad como aspirante a presidente, Bolsonaro fue la figura que rearticuló un bloque con los poderes fácticos y más recalcitrantes de la sociedad brasileña: las oligarquías terratenientes; los sectores evangélicos articulados en la Iglesia Universal; y las Fuerzas Armadas. Detrás quedaron sectores liberales de la burguesía industrial y financiera, junto con sectores medios, acompañando una propuesta contra el regreso del PT.
Si bien el PT sigue siendo el principal partido, tiene dificultades para sostener la reconstrucción de un proyecto. A su vez, es incierta la liberación de su principal líder, quien lograba articular con otros sectores de izquierda y centro. Surgen así interrogantes sobre quién podría suplir su liderazgo; o si es el PT el que debe articular la oposición o si es necesario un nuevo armado político; qué rol juegan las organizaciones de masas, como la CUT, el MST o la UNE, que deberán resistir una nueva embestida contra sus derechos. Se abre una nueva etapa en Brasil, que marca el volver a empezar para los sectores populares frente al 18 Brumario de Jair Bolsonaro. «

domingo, diciembre 30, 2018

feliz año viejisimo


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El 10 de junio de 1971 el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón y el general Francisco Franco atendieron a una celebración en Madrid. CreditDsk/Agence France-Presse — Getty Images
BARCELONA — Cuando murió, hace casi 43 años, el generalísimo Francisco Franco tenía a su lado la mano momificada de una monja. La monja —escritora y fundadora de conventos, mística exaltada— había muerto en 1582. Se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada; después se bautizó como Teresa de Jesús, y así siguieron llamándola cuando la declararon santa. En estos cuatro siglos su mano incorrupta y adorada soportó variadas peripecias; ninguna tan dura como su requisa por los republicanos durante la Guerra Civil española; ninguna tan celebrada como su recuperación por la “Cruzada Nacional”. Tanto que Franco, su jefe, se la quedó y, muchos años después, le pidió su protección para morirse. Su muerte fue el principio de la España actual; ahora, esta España discute su cadáver.
Hay culturas donde ciertos muertos siguen muy vivos: la variante católica de eso que llamamos Occidente, con sus santos y sus reliquias y sus iglesias construidas para conservarlas, es un ejemplo claro. El cadáver de Francisco Franco se ha pasado estas décadas en un templo monstruoso que su régimen obligó a construir a sus prisioneros de guerra: la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, en las afueras de Madrid, es una gran fosa común donde yacen más de 33.000 cuerpos, tan mezclados en la construcción que no hay forma —dicen— de individualizarlos.
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La tumba del dictador Francisco Franco está de momento en la basílica del Valle de los Caídos en el Escorial.CreditAndrea Comas/Associated Press
El cadáver de Franco no tuvo ese problema: lo hizo enterrar frente al altar su heredero, el entonces rey Juan Carlos, al día siguiente de su coronación, y ninguno de los presidentes democráticos osó o quiso moverlo. Hasta que, la semana pasada, este gobierno imprevisto del socialista Pedro Sánchez promulgó un decreto-ley para sacar sus restos de esa tumba de Estado. Y entonces la sombra del dictador volvió a ensañarse con España.
Su vida y su obra y sus asesinatos volvieron a la escena. Unos 700 militares —mayormente retirados— firmaron una carta defendiéndolo y un general Manuel Fernández-Monzón, exjefe de la policía municipal madrileña bajo el Partido Popular, recorrió las televisiones explicando que su sublevación de 1936 fue necesaria porque los rojos amenazaban con instalar el comunismo. Las asociaciones por la Memoria Histórica recordaron sus más de 100.000 víctimas. El Partido Popular dijo que “este asunto (la exhumación) no va con la España de 2018 ni con el Partido Popular”; el partido Ciudadanos, que “no es urgente”; la Iglesia católica, que “acatará el mandato legal”. Y Pedro Sánchez, este martes, en un avión entre Chile y Bolivia, que la cuestión está resultando “más compleja” que lo que había imaginado.
Se discute por qué el Partido Socialista (PSOE), tras gobernar España veinte años de los últimos cuarenta, se acuerda ahora de transplantar ese cadáver. Algunos dicen que quiere dar un golpe de efecto: que, con un apoyo parlamentario muy débil, no puede tomar medidas estructurales y debe intentar estas movidas. Otros suponen que está cumpliendo con un reclamo de otras fuerzas de izquierda, con las que ahora debe aliarse. No queda claro si, más allá del símbolo, tienen alguna intención de revisar lo simbolizado.
Los restos de Franco no son solo sus huesos en una tumba benedictina. Se ha hablado tanto de la transición hispana hacia la democracia como un éxito institucional modélico; se ha hablado muy poco del modelo económico y social que esa transición mantuvo y que fue el que Franco y los suyos organizaron durante sus cuarenta años de poder. Y muy poco, también, de la monarquía que Franco instaló para sucederlo. Un tuit que circula en estos días resulta, de puro impertinente, pertinente: sobre un retrato del rey actual, Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, con ceño adusto y uniforme militar, el título dice “Exclusiva: fotografía de los restos de Franco”.
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Pero la monarquía es un tabú: en todos estos años nadie se atrevió a debatirla. Últimamente se ha impuesto la política del avestruz: el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), encuestadora que depende de la Presidencia del Gobierno, lleva tres años sin hacer la pregunta con que medía la opinión de los ciudadanos sobre la monarquía y el monarca. Y los partidos evitan con esmero meterse con el tema.
Hasta que, hace unos días, la dirección de Unidos Podemos —el aliado que los socialistas necesitan para aprobar sus leyes en el Parlamento— hizo saber que pediría la comparecencia del “rey emérito” Juan Carlos para preguntarle por ciertos negocios oscuros que revelaron, antes del verano, unos audios de su “amiga especial”, la alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein.
Sería absolutamente inédito que el rey o exrey o todavía algo rey y sin dudas padre del rey tuviera que dar explicaciones como cualquier ciudadano. Y que sus actos y su condición puedan ser revisados: solo la corrupción podía conseguirlo.
Que un señor haya sido nombrado por un dictador para ser jefe de Estado inamovible y hereditario, que un señor tenga todo tipo de privilegios de cuna en una sociedad donde nadie debería tenerlos es materia opinable. Algunos pueden estar en contra, otros a favor. Y, con gran coherencia, los que están en contra prefieren no discutirlo para no ponerse en contra a los que están a favor. En cambio, si ese señor cobró sobornos de un país o una corporación para favorecerlos, su infracción sería indiscutible.
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El rey Felipe VI de España, junto a su padre, Juan Carlos, en febrero de 2018CreditEmilio Naranjo/European Pressphoto Agency
Para eso sirve, entre otras cosas, la corrupción: frente a la desorientación política contemporánea, ofrece líneas claras, límites precisos. Ya no se trata de debatir si es justo que alguien sea jefe de un Estado porque es hijo de su papá, o si un punto menos en el presupuesto de salud deja a millones sin atención médica, o quién debe aportar esos dineros; los hechos de corrupción son delitos tipificados por la ley, que no dependen de las opiniones de cada quien, que producen —se supone— un acuerdo inmediato e incuestionable. Y, así, están sirviendo para encauzar la política en la mayoría de nuestros países.
Así fue como el PSOE accedió al gobierno en España; así, como el Partido de los Trabajadores lo perdió en Brasil y el PRI en México; así, como el kirchnerismo quedó groggy en la Argentina. La corrupción se ha transformado en el actor político decisivo: se reduce el debate a una cuestión policial, se insiste en que “no es de izquierda ni de derecha” y que “no tiene ideología”, como si lanzarse a ganar mucho dinero haciendo trampas no fuera una decisión ideológica profunda.
Pero su fuerza tiene un flanco débil: en las crisis económicas como la que —casi siempre— sacude a la Argentina, por ejemplo, muchos ciudadanos dejan de pensar que la corrupción es lo peor. Allí, en medio de las revelaciones más espectaculares de la corruptela kirchnerista, una encuesta lo planteó en los términos más crudos: “¿Preferiría que termine la corrupción o que mejore la situación económica?”. El 51 por ciento eligió el fin de la corrupción; el 46, la mejora económica. En general, preferían la mejora económica los votantes más pobres —los más afectados por la crisis—. Con lo cual la pelea contra la corrupción se transformaría, en ciertos casos, en otro privilegio de los prósperos.
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Un grupo de protestantes marcharon en Buenos Aires el 21 de agosto contra la inmunidad a la senadora y expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. CreditMarcos Brindicci/Reuters
Es un problema. Para que la corrupción termine de ocupar el centro absoluto de la escena deben convencernos de que es la causa de esas dificultades económicas. Ya lo intentan. Empiezan a aparecer cifras, siempre muy hipotéticas, que tratan de mostrarlo. Y el presidente argentino, Mauricio Macri, lo dijo en Tucumán, con su oratoria escueta: “Toda la plata de la corrupción explica las cosas que nos faltan”. Si esa idea se impusiera, no solo podríamos prescindir de las opciones políticas; tampoco sería necesario discutir el orden económico, porque la corruptela también explicaría la pobreza y sus efectos.
A veces las causas más legítimas se usan para ocultar otras. A veces tratan de convencernos de que los restos de un dictador son solo un paquete de huesos. A veces, de que la razón del fracaso de un orden social son sus errores, sus excesos, sus delitos. En nuestras sociedades, injustas, desiguales, la corrupción es un problema grave; suponer que es el problema principal es la mejor manera de no solucionar los más estructurales.