¿HÉROE O VILLANO?

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lunes, septiembre 02, 2013

Brasil convoca al embajador de EE UU tras nuevas acusaciones de espionaje

Un programa de televisión acusa a la NSA de espiar a la presidenta Dilma Rousseff

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El Gobierno brasileño ha convocado al embajador de Estados Unidos en el país sudamericano, Thomas Shannon, para pedirle explicaciones por un nuevo escándalo de espionaje, este involucrando directamente a la presidenta Dilma Rousseff. En un reportaje televisado este domingo por el canal Globo, se sacó a la luz un supuesto informe de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (NSA, en sus siglas en inglés) en el que se indicaba como la inteligencia de EE UU espió a la presidenta Rousseff y al entonces candidato presidencial mexicano -hoy presidente- Enrique Peña Nieto. Ni el ministro de Exteriores, Luiz Alberto Figueiredo, ni el embajador estadounidense han querido hacer declaraciones.
Tras la entrevista, la presidenta Rousseff se ha reunido con Figueiredo y varios ministros más, entre ellos los de Defensa, Comunicaciones y Justicia, para discutir sobre el caso.
El reportaje, firmado entre otros por Glenn Greenwald, el periodista deThe Guardian residente en Brasil que desveló la identidad de Edward Snowden, denuncia la existencia de un supuesto informe de la NSA, titulado Filtrado inteligente de datos: los casos de México y Brasil. En ese informe, según el reportaje, se indica que la NSA posee un programa que permite encontrar, si fuese necesario, "una aguja en un pajar".
"Estos documentos dejan claro que el espionaje se ha hecho", afirma Greenwald en el reportaje. "No lo discuten como si fuese algo que estuvieran planeando. Están celebrando su éxito".




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Adiós a ‘Breaking Bad’

.La legión de admiradores de Breaking Bad está de enhorabuena. Pronto tendrán ocasión de conocer el desenlace, si los creadores de la serie cumplen su promesa de que la segunda parte de la quinta temporada será el definitivo punto y final.
Un seguidor declarado de la serie norteamericana es Lorenzo Silva, a juzgar por el hecho de que el brigada de la Guardia Civil Bevilacqua, protagonista de La marca del meridiano, ganadora del último Planeta, la ve junto a su hijo de 19 años, para relajarse tras una agotadora jornada persiguiendo a los asesinos de un excompañero en la Benemérita. Es más, compara a su protagonista, el profesor de Química Walter White, y a su compañero de fechorías, Jesse Pinkman, con Don Quijote y Sancho Panza. Tal vez se pasa un pelín, pero demuestra que le gusta el buen cine.
Nueve años separan Los Soprano, la mítica serie de David Chase que se comenzó a emitir en HBO en 1999, de Breaking Bad, creada por Vince Gilligan y que se estrenó en AMC en 2008. Durante este lapso de tiempo, y gracias a una espectacular concentración de talento, la pequeña pantalla ha ganado muchas batallas a la grande y se ha consolidado como soporte de cine con mayúsculas. El que destilan The wire, Mad men, Boardwalk Empire, Homeland, Black Mirror o The Booth at the End.
Lo que singulariza a Los Soprano y Breaking Bad es que los protagonistas de ambas series (Tony Soprano y Walter White) comparten un perfil psicológico que les deja compatibilizar su actividad criminal con una convencional –aunque trastornada- vida familiar. Su medio de vida es condenable -asesinatos, extorsión, narcotráfico…- y, con matices, se mantiene el principio de que no hay acción sin reacción, de que las consecuencias de ser malo escapan con frecuencia a todo control. Sin embargo, no se cae en el estereotipo de que el criminal nunca gana. Unas veces gana y otras pierde.
La principal diferencia es que la carrera criminal de Tony Soprano (interpretado por James Gandolfini) viene marcada por su nacimiento en el seno de una familia mafiosa, lo que no le deja demasiado margen para elegir, en tanto que la de Walter White (soberbio Bryan Cranston) es fruto de una opción personal. El primero no necesita motivos, solo dejarse llevar y prosperar hacia la cima de su profesión con un talento grabado a fuego en sus genes. Por el contrario, el segundo, un insignificante profesor de química al que nadie toma en serio, cambia de rumbo cuando se le diagnostica un cáncer de pésimo pronóstico y se plantea la necesidad de reunir una fortuna para pagar el tratamiento y para que su familia no pase apuros cuando él falte.
Sus conocimientos científicos convierten a White en el cocinero de la metanfetamina más pura del Suroeste de Estados Unidos, le relaciona con siniestros carteles de la droga y les mete a él y a los suyos en toda clase de líos. Eso le obliga a tomar decisiones casi por razones de supervivencia que revelan aspectos insospechados de su carácter, un lado oscuro que le transforma en alguien diferente de lo que él mismo creía ser, casi en una encarnación del mal.
Esta evolución de White es clave en la singularidad de Breaking Bad, justo la que le diferencia de Tony Soprano y de los protagonistas de otras dos series que, con razón, también han hecho historia, The Wire y Mad Men, con menos recovecos, más de una pieza. Gilligan convierte su idea en una obra maestra por algo tan sustancial como hacer evolucionar a sus personajes, lo que impide que el espectador afronte el mínimo riesgo de caer en el hastío por saber que no van a sorprenderle
Con el apoyo de un reparto de excepción, se asiste a la transformación, no solo White, sino también de su compinche Jesse Pinkman (Aaron Paul), su esposa Skyler (Anna Gunn), su cuñado y agente de la DEA Hank Schrader (Dean Norris), el picapleitos Saul Goodman (Bob Odenkirk) y el capo Gus Fring (Giancarlo Esposito). Tan solo el hijo de White, Walter Junior, sigue siendo él mismo a lo largo de las diversas temporadas de la serie. Por cierto, al igual que su personaje, el actor, R. J Mitte, sufre de parálisis cerebral.
La serie está llena de secundarios inolvidables, como los dos hermanos pistoleros de un cartel mexicano –fríos como el hielo y comprometidos hasta el límite con los lazos de sangre- que recuerdan al personaje de Javier Bardem en No es país para viejos; o como el ejecutor Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), que en alguna ocasión puede obnubilar la mente del espectador hasta convertir en simpático a un asesino implacable.
En Breaking Bad caben la crítica al sistema sanitario norteamericano (W. W. no habría cocinado la metanfetamina si su seguro médico hubiese cubierto el tratamiento del cáncer), la denuncia de los efectos de la drogadicción, las posibilidades de la química para sustituir materias primas tradicionales de los estupefacientes, la defensa de la célula social básica (“nunca te rindas ante la familia”, “lo que hacemos es por una buena causa, y no hay mejor causa que la familia”), el árido paisaje de Nuevo México. Y el fatalismo que lleva a White a afrontar casi con indiferencia mil peligros mientras libra una batalla sin tregua contra el cáncer, lo que le conduce a la reflexión de que “todas las vidas vienen con una condena a muerte”.

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