Las cuarenta mujeres más guapas de la historia de la pintura
25. Dánae (Gustav Klimt, 1907)
Dánae
es un personaje de la mitología griega, símbolo del amor divino. Dánae
ha sido representada decenas de veces por artistas de todas las épocas y
estilos. Entre ellos Rembrandt, Tiziano y Chantron. Pero mi preferida es la Dánae de Gustav Klimt.
Dice
el mito que tras ser encerrada por su padre en una torre de bronce,
Dánae fue visitada por Zeus. En el cuadro de Klimt, Zeus es el chorro
dorado que fluye entre sus piernas. La cara de Dánae y el gesto de su
mano derecha parecen indicar que agradece, con entusiasmo, la visita.
El fuerte de Klimt no era desde luego la sutileza.
24. La bella Betty (Albert Lynch, fecha desconocida)
Albert Lynch,
pintor de origen peruano afincado en Francia desde los veintisiete
años, es una figura de segunda fila (y soy generoso) de la historia del
arte de principios del siglo XX. Lynch fue un artista arquetípico de la
Belle Époque y no existen razones de peso para dedicarle poco más que
una nota a pie de página en los libros dedicados al modernismo. Pero la
tal Betty se marca un aire a la Ygritte de Juego de tronos y eso es más que suficiente para incluirla en esta lista.
[Yo
diría que Betty es la misma modelo que aparece en otros de los
relamidos cuadros de Lynch, pero la información sobre él escasea y sobre
sus modelos ya ni les cuento. Así que piensen lo que quieran].
23. Autorretrato (Leonora Carrington, 1937-38)
El
surrealismo me repele y solo lo soporto en pequeñas dosis y en el
contexto de una narrativa sólidamente asentada en la realidad. Ya saben:
como una minúscula pirámide de sal Maldon sobre un solomillo de
proporciones generosas. Pero este autorretrato de la pintora mejicana de
origen británico Leonora Carrington me obsesiona.
Ella, por cierto, era una mujer de una extraña belleza. Un gusto adquirido, si lo prefieren. Aún ando decidiendo, como me ocurre con el surrealismo, si la belleza carringtoniana me atrae o me desagrada.
22. Brujas yendo al Sabbath (Luis Ricardo Falero, 1878)
Una
lista de bellezas femeninas sin brujas ni es lista ni es nada. Además,
algún pintor español había que meter. Ha costado lo suyo: el hedonismo
bien entendido (el botellón y la jarana son otra cosa) no forma parte
precisamente del recio carácter español. Por desgracia para nuestras
mujeres, que se han visto obligadas a casarse e incluso a procrear con
una raza de cabreros, horteras y pitofloros a los que todo aquello
ligeramente más sofisticado que un cencerro les suena a sospechoso
amaneramiento. Que un español se pone cosmopolita y se mete en un
restaurante de cocina molecular a comer espuma de humo de éter al vacío
de ausencia, señores. ¡Y luego le escribe una glosa! A fin de cuentas,
el tenebrismo no lo inventamos nosotros por casualidad (con el permiso
de Caravaggio). De la quema se salva Zurbarán y poca cosa más.
Por
otro lado, buscar una sola belleza en una tradición pictórica
abarrotada de reinas e infantas es, bueno… un martirio que no se paga
con dinero. Digamos tan solo que la endogamia ha hecho estragos por
estos lares.
21. Oh, Jeff… I Love You, Too… But… (Roy Lichtenstein, 1964)
Roy Lichtenstein era un jeta. Todas sus obras son copias de viñetas dibujadas por artistas del cómic como Gil Kane, Joe Kubert o Jack Kirby.
Ninguno de los dibujantes a los que Lichtenstein copió recibió ni un
solo dólar de las decenas de millones que ganó con sus obras. En los
años sesenta no existía internet y la mayoría de los que contemplaban
sus cuadros desconocía que las imágenes originales habían sido dibujadas
por otros artistas a los que Lichtenstein, sistemáticamente, olvidaba
acreditar. Se han escrito decenas de ensayos y de artículos para
justificar el expolio de Lichtenstein, pero son solo cháchara barata, y
generalmente muy mal escrita, de licenciado en Bellas Artes. Pero no
estamos hablando de honradez sino de belleza. Así que ahí lo tienen: la
rubia americana arquetípica en todo su esplendor.
El autor de la imagen original copiada por Lichtenstein es Tony Abruzzo.
20. La joven de la perla/Muchacha con turbante (Johannes Vermeer, 1665)
La joven de la perla es un tronie,
un tipo de retrato típico del barroco holandés protagonizado casi
siempre por el busto de personajes con expresiones faciales exageradas o
vestimentas peculiares. Los tronie
eran, más que una pintura al uso, un ejercicio de virtuosismo con el
que los artistas demostraban a los clientes su habilidad con los
pinceles.
La joven de la perla
no es una mujer especialmente guapa, y menos desde que resulta
imposible ver el cuadro sin que te venga a la cabeza de inmediato la
choni de Scarlett Johansson. Pero si esta es una lista de bellezas pictóricas emblemáticas, es justo que figure en ella. Gustos personales aparte.
19. Wendy (Anthony Devas, 1950)
Entre
los años 1950 y 1957, la empresa británica de chocolatinas y golosinas
Rowntree (absorbida por Nestlé en 1988) compró veinte retratos de
mujeres jóvenes pintados por artistas como Anthony Devas, Norman Hepple o Henry Marvell Carr.
Las pinturas fueron utilizadas para ilustrar anuncios de la marca de
chocolatinas Aero (y de ahí que las veinte modelos fueran rebautizadas
como las Aero Girls). Wendy era una de las veinte.
18. Nighthawks (Edward Hopper, 1942)
Las especulaciones sobre el simbolismo oculto del cuadro más famoso de Hopper abundan. Hopper
solía negarlas todas y a lo máximo que llegaba era a conceder que
«quizá», solo «quizá», había retratado «inconscientemente» la soledad de
la vida urbana. Así que mejor nos olvidamos de las teorías que dicen
que la mujer es una prostituta o que el bar no tiene puerta de salida.
Lo que sí es seguro es que la modelo para la mujer de la blusa roja fue
la propia esposa del artista, Josephine Hopper.
Cualquier parecido de la mujer del cuadro con la Josephine real es pura
coincidencia, pero a fin de cuentas la belleza está en el ojo del que
mira.
17. La convaleciente (Gwen John, 1923-24)
Gwen John fue una pintora galesa eclipsada por la popularidad de su hermano Augustus John, también pintor. De hecho, se suele hablar más de Gwen John como la obsesiva amante de Rodin (y modelo de algunas de sus más famosas esculturas) que como pintora con todas las de la ley.
De La convaleciente,
uno de sus cuadros más conocidos, existen diez versiones, todas ellas
ligeramente diferentes. Mi preferida es esta. Me gustan la taza rosa, la
silla de mimbre y el vestido azul de la guapísima protagonista del
cuadro. Dan ganas de prepararle una taza de caldo de pollo para que se
recupere pronto.
16. Lady Maria Conyngham (Sir Thomas Lawrence, 1824)
Lady Maria era la hija del marqués de Conyngham y de Elizabeth Conyngham, que a su vez era una de las amantes del muy extravagante rey británico Jorge IV. Entre 1823 y 1826, Elizabeth y sus tres hijos posaron para Sir Thomas Lawrence,
el retratista oficial de la aristocracia de la época. Lady Maria era la
preferida de Jorge IV, y de ahí que su retrato fuera colgado en las
paredes del dormitorio del rey en el palacio de St. James.
De
Elizabeth se dice que era una mujer vulgar y excesivamente voluptuosa.
Su hija Maria no heredó, por suerte para ella, su chabacanería.
15. Muchacha dormida (Balthus, 1943)
De Balthus
me gusta su antimodernidad, aunque como a todo hijo de vecino me
incomoda su fijación con las niñas. Fijación teóricamente platónica,
aunque vayan ustedes a saber, que yo sigo viendo diferencias evidentes
entre el punto de vista de las fotografías de Sally Mann,
que a fin de cuentas está retratando a sus hijos, de la mucho más
dudosa obsesión de Balthus. Por algo se dice en las novelas de Thomas Harris que Hannibal Lecter es primo lejano de Balthus.
Así que puestos a escoger una de sus obras, me quedo con esta Muchacha dormida, que no es una niña sino una mujer joven que duerme (o que finge dormir) en una postura calculadamente ambigua.
Y vamos a dejarlo aquí que Balthus es un puto campo de minas y el voyeurismo tampoco es mi perversión favorita.
14. Almuerzo de remeros (Pierre-Auguste Renoir, 1881)
Dice Jean Renoir en su libro Pierre-Auguste Renoir, mon père que su padre ya pintaba una y otra vez el retrato de Aline Charigot, su futura esposa, treinta años antes de conocerla. En Almuerzo de remeros, Aline es la figura sentada de la izquierda, la que sujeta a un pequeño Yorkshire terrier.
Y
añade Renoir hijo: «La figura de Venus del jarrón que desapareció de mi
casa durante la ocupación nazi es una materialización de mi madre diez
años antes de que ella naciera. Y el perfil de María Antonieta,
que mi padre pintó tantas veces en su taller de la fábrica de
porcelana, ¡tenía una nariz pequeña! (…) Nadie sabe si él escogía
deliberadamente a sus modelos o si era su imaginación la que guiaba su
mano».
La predestinación romántica: qué interesante fantasía.
13. Las cuatro estaciones (Alfons Mucha, 1900)
Las cuatro estaciones de Mucha tuvieron tanto éxito en 1896 (fueron creadas para ser utilizadas como paneles decorativos) que Ferdinand Champenois,
el impresor de Mucha, le encargó dos versiones más sobre el mismo tema.
El artista checo realizó la segunda versión en 1897 y la tercera, mucho
más contenida y en la que las cuatro mujeres aparecen con el pelo
recogido, en 1900. Mi favorita es esta última, quizá porque es la menos
facilona de todas.
12. Marguerite Kelsey (Meredith Frampton, 1928)
Tras
la I Guerra Mundial, un pequeño sector del mundo del arte europeo dijo
«basta de tanta gilipollez», repudió las vanguardias y abogó por una
vuelta al realismo y el clasicismo. El nombre del movimiento lo dice
todo: Return to order (retorno al orden). El pintor Meredith Frampton fue uno de sus principales abanderados en Inglaterra.
La Marguerite Kelsey
del cuadro es una modelo profesional de la época conocida por su
capacidad para mantener la misma pose durante largos periodos de tiempo.
Me gusta la elegancia artificiosa de su postura, su rigidez, su
solemnidad, sus zapatos rojos (escogidos por el mismo Frampton) y su
corte de pelo estilo garçon, popularizado en la década de los veinte por Coco Chanel.
11. Los felices azares del columpio (Jean-Honoré Fragonard, 1767)
Los felices azares del columpio es
la pintura más conocida, y también la más representativa, del estilo
rococó. En un primer momento, el cuadro fue encargado por un barón de la
corte francesa al pintor Gabriel François Doyen.
Doyen rechazó el pedido al considerarlo demasiado desvergonzado incluso
en el contexto de la frivolidad habitual de la época. La pintura debía
representar a una mujer joven (probablemente la amante del barón) que se
columpia empujada por un anciano (probablemente su marido) mientras
permite que un joven (el barón) mire bajo su falda.
El columpio
rebosa picardía: el hecho de que el anciano permanezca en la sombra, el
zapato que la joven lanza en dirección a la estatua de Cupido de la
izquierda del cuadro o su sombrero de pastorcilla (en el siglo XVIII las
pastoras eran consideradas un símbolo de inocencia y virtud).
Pero
sobre todo me gusta la irónica metáfora del cuadro: ese columpio que
lleva a la mujer desde su decrépito marido hasta su amante para
devolverla de nuevo al anciano, que la vuelve a empujar hacia el joven
una y otra vez.
10. Las mujeres de Anfisa (Sir Lawrence Alma-Tadema, 1887)
Lawrence Alma-Tadema
fue un tipo peculiar, capaz de pintar con el más exquisito detalle las
más suntuosas escenas ambientadas en la Roma y la Grecia antiguas, de
retozar como gorrino en charca en bacanales muy similares a aquellas que
dibujaba en sus cuadros, y de dejar de pintar temporalmente en 1883
porque su obsesión por la decoración de su nueva vivienda no le dejaba
tiempo para nada más. Alma-Tadema ganó más dinero con sus cuadros del
que se puede gastar en toda una vida y recibió a cambio el desprecio de
buena parte de la crítica. Y es que los tiempos estaban maduros para que
las vanguardias embistieran con sus cuernos de roña y feísmo todo
atisbo de belleza que encontraran en su camino.
Y sí: quizá Alma-Tadema fuera un poco excesivo y si me aprietan incluso un poco fallero, pero al menos era un bon vivant y no tenía un palo de escoba metido en el culo como buena parte de los soplapollas de los vanguardistas.
La modelo para buena parte de las figuras de Las mujeres de Anfisa fue Laura Theresa Epps,
a la que conoció cuando ella tenía diecisiete años y él treinta y
cuatro, y con la que se casó dos años después, tras superar la
resistencia de su futuro suegro.
9. Head of a Girl (John William Godward, 1896)
Godward
fue si no el último sí el penúltimo de los grandes pintores clásicos
antes de la llegada de las vanguardias. Se dice que la nota de su
suicidio, a los sesenta y un años de edad, rezaba «el mundo no es lo
suficientemente grande para mí y para Picasso».
Probablemente la anécdota sea falsa, pero describe a la perfección la
frustración a la que se enfrentó Godward durante toda su vida: ser uno
de los mejores pintores de su generación… en un estilo que estaba a
punto de morir. Cualquiera de sus cuadros podría estar en esta lista
pero había que escoger uno y ha sido este.
8. Desenredo del cabello (Andrey Remnev, 1997)
Todo un descubrimiento, el del pintor ruso Andrey Remnev. Por supuesto, el hombre no puede estar más demodé,
pero deduzco que a él le importa un soberano rábano y que ya le pueden
ir dando a la modernidad (y a Occidente: el tipo se resiste a irse de
Rusia) mientras a él le queden iconos religiosos medievales en los que
inspirarse.
7. Sol ardiente de junio (Frederic Leighton, 1895)
La obra maestra de Frederic Leighton se encuentra en el Museo de Arte de Ponce, en Puerto Rico. Posiblemente fue allí donde Luis Miguel
vio por primera vez el cuadro y decidió dedicarle una de sus canciones.
A veces estas cosas pasan y no hay nada que se pueda hacer al respecto.
Se cree que la modelo del cuadro pudo ser la actriz Dorothy Dene o la también actriz Mary Lloyd. La primera fue la modelo de otras dos pinturas de Leighton (Crenaia, the Nymph of the Dargle y Cymon and Iphigenia). Aunque solo sea por descarte, yo voto por la segunda: la mujer del cuadro no se parece a Mary Lloyd pero mucho menos a Dene.
6. Hilas y las ninfas (John William Waterhouse, 1896)
Se sabe muy poco de las modelos de John William Waterhouse, si es que las tuvo. Quizá su hermana Jessie fuera una de ellas. Otra hermana, Mary, presumía de que un retrato suyo fue utilizado por el artista para la realización de La dama de Shalott. Pero quién sabe. No existe tampoco la más mínima pista de que su mujer Esther posara jamás para él.
Lo
que sí está claro es que Waterhouse solía pintar casi siempre a la
misma mujer. Y si no era la misma, se le parecía bastante. Tanto, en
realidad, que cualquier despistado podría reconocer de inmediato el modelo de belleza Waterhouse echándole un vistazo rápido a sus obras más conocidas. Y el ejemplo más claro de lo dicho son las siete (preciosas) ninfas de Hilas y las ninfas. Está claro que el pobre Hilas no tenía nada que hacer: el cuadro debería haberse titulado Date por follado, Hilas.
5. Godiva (John Collier, 1898)
Creo que estoy abusando de los prerrafaelistas, pero en esta lista no podía faltar la Godiva de Collier.
La Lady Godiva de la leyenda era la esposa de Leofric, señor de la
ciudad de Coventry a principios del siglo XI. Godiva le pidió a su
esposo que bajara los impuestos abusivos que les cobraba a sus vasallos,
a lo que él accedió siempre y cuando ella aceptara pasearse desnuda por
las calles de la ciudad. Leofric, obviamente, pensaba que su mujer no
pasaría jamás por el aro. Pero Lady Godiva accedió y se paseó por la
ciudad como Dios la trajo al mundo y a lomos de su caballo. En señal de
respeto, todos los ciudadanos de Coventry cerraron puertas y ventanas
(excepto uno, Peeping Tom, que la miró por la rendija de una puerta y
quedó ciego por ello).
4. Retrato de Millicent, duquesa de Sutherland (John Singer Sargent, 1904)
El cuadro más conocido y polémico de John Singer Sargent es Madame X,
que el artista tuvo que retocar tras el escándalo provocado por su
exhibición en el Salón de París de 1884 haciendo que uno de los tirantes
del vestido pareciera un poco más «ajustado» que en su versión original
(donde al parecer amenazaba con deslizarse peligrosamente por el hombro
de la modelo).
Pero
mi preferido es este retrato de la duquesa de Sutherland, a la que
Sargent tampoco le escatimó escote aprovechando la bien ganada fama de
«progresista» que ostentaba la dama. Reto a duelo a todo aquel que opine
que esta no es una de las mujeres más elegantes de la pintura del siglo
XX.
Aunque en realidad, muchos otros cuadros de John Singer Sargent podrían aparecer en esta lista. Entre ellos este.
3. Ofelia (John Everett Millais, 1851)
La modelo de la Ofelia de John Everett Millais fue la poeta y artista Elizabeth Siddal, que por aquel entonces tenía diecinueve años y que posó también para muchos otros artistas de la época, entre ellos su marido Dante Gabriel Rossetti. Elizabeth parece mucho más guapa en una de las pocas fotografías que se conservan de ella que en las pinturas que la retratan.
Millais
obligó a su modelo a posar durante horas en una bañera calentada con
velas. Un día de invierno especialmente frío, las velas se apagaron.
Pero Millais siguió pintando, ajeno al sufrimiento de Siddal. El
resfriado que pilló la chica, apoteósico incluso en el contexto de una
época en la que aún no se había descubierto el Frenadol, le costó a
Millais una reclamación del padre de la muchacha, que finalmente se
solventó con el pago de poco menos de cincuenta libras.
Elizabeth Siddal se suicidó con láudano en 1862, un año después de la muerte de su primer hijo durante el parto.
2. El nacimiento de Venus (Sandro Botticelli, 1484)
Cuenta la leyenda que Simonetta Cattaneo, La bella Simonetta, fue la mayor belleza de su época y la musa por excelencia del Renacimiento italiano. Simonetta fue la modelo de la Venus de El nacimiento de Venus y de muchas otras obras de Botticelli, entre ellas la Primavera. Piero di Cosimo
también la retrató, varios poetas de la época le dedicaron decenas de
sus poemas, y se dice que no hubo aristócrata florentino que no se
enamorara de ella. Entre ellos, Lorenzo y Giuliano de Médici.
Si la leyenda es cierta, Simonetta fue una de las mujeres más guapas
que han pisado este planeta y sin duda alguna una de las más influyentes
de la historia del arte.
Simonetta podía aparecer varias veces en el mismo cuadro. En El nacimiento de Venus, Simonetta es Venus pero también Primavera, la ninfa de su derecha. En Primavera, Simonetta es Flora pero también una de las tres Gracias de su izquierda.
Simonetta murió de tisis a los veintitrés años.
1. Jeanne Hébuterne (Amedeo Modigliani, 1919)
Para qué mentir: la Jeanne Hébuterne de Modigliani está la primera de mi lista porque me recuerda a alguien. Más en esta foto que en cualquiera de los retratos que Modigliani hizo de ella. Pero del cuadro también me podría enamorar.
Del final de Amedeo y Jeanne mejor no hablamos.
De la 25 a la 40:
26. Santa Casilda (Zurbarán, 1630-35)
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27. Vanidad (Frank Cadogan Cowper, 1907)
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28. El sueño (Henry Rousseau, 1910)
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29. Oberón, Titania y Puck bailando con las hadas (William Blake, 1786)
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30. Bailarina con ramo de flores (la estrella del ballet) (Edgar Degas, 1878)
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31. La dama de armiño/La dama de lince (Sofonisba Anguissola, 1580)
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32. Los amantes por interés (Quentin Massys, 1520-25)
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33. Madame de Pompadour (François Boucher, 1756)
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34. Las damiselas de Tongres (Paul Delvaux, 1962)
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35. La dama del armiño (Leonardo da Vinci, 1489-90)
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36. Descansando (Antonio Mancini, 1887)
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37. Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (Jan van Eyck, 1434)
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38. Autorretrato con sombrero de paja (Marie-Louise-Élisabeth-Vigée-Lebrun, 1782)
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39. Garland (Mark Demsteader)
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40. Paseo a orillas del mar (Joaquín Sorolla, 1909)
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