Francia muestra otra forma de gestionar las catástrofes
España sale malparada en la comparación
.
Un simple folio pegado en una pared por un anónimo
funcionario dividió a los familiares entre el improvisado tanatorio del
recinto ferial y los hospitales. Hacía casi doce horas que el MD-82 de
Spanair con destino a Gran Canaria se había estrellado en Barajas un par
de segundos después de iniciar el despegue. «Soledad. Frialdad. Nadie te decía nada», rememora al ser interpelada Pilar Varela, presidenta de la Asociación Víctimas JK5022. «Tiene que haber otra manera de tratar a las personas».
«Crees que el Estado te va a ayudar, pero se convierte en un monstruo. Me tuve que enterar por mi jefe de que mi hermano iba en el avión»,
dijo Curra Ripollés en plena lucha judicial por el esclarecimiento del
accidente aéreo del Yak-42 ocurrido en Turquía en el 2003 y cuya gestión
aún empeoró más al descubrirse una negligente identificación de los
restos de los 75 fallecidos.
El río de solidaridad que desbordó Angrois la noche
del patrón de Galicia de hace dos años mutó en desesperación a la
entrada del hospital ante las familias de las víctimas ávidas de conocer
la suerte de los suyos en el desastre ferroviario de Santiago.
Lo más oscuro de la gestión de una de las más duras catástrofes
ocurridas en Galicia llegaría después, cuando las promesas de los
políticos se esfumaron ante la reclamación de justicia por parte de
heridos y allegados de los fallecidos. «Fueron a echar lagrimitas de cocodrilo, pero no a ayudar a las víctimas», resume a modo de pesado recuerdo Teresa Gómez-Limón, viajera de aquel Alvia 04155 y portavoz de la plataforma de afectados.
El contraste de Francia
Gritos, ira e incredulidad de casi 300 familiares
acompañaron el miércoles el relato con el que el fiscal de Marsella,
Brice Robín, contó sin reservas ni medias tintas que el copiloto había
estrellado el Airbus a propósito cuando transitaba por los Alpes. «Se
enteraron al final», se aventuró incluso a decir para cuantificar el
tiempo de sufrimiento del pasaje. «La valentía que ha tenido de
enfrentarse a 300 familiares con la mente perturbada por el dolor, de
contestar absolutamente todo lo que se le preguntó, de dar información
con total transparencia», fue avalada por el gallego Juan Pardo, que
perdió a una hija, una nieta y su primera mujer por culpa de Andreas
Lubitz. «Es un hombre excepcional», añadió sobre el fiscal ante la
prensa ya en Castelldefels. En territorio francés el contacto con las
familias es imposible. Los fotógrafos tienen que utilizar sus objetivos
de mayor alcance para captar alguna imagen. Nadie se puede acercar a
ellos. Ayudarlos es la base de la gestión de las catástrofes según el
modelo francés.
Los agradecimientos de los familiares marcan la
diferencia con España, salvo en el apartado de la solidaridad, donde
ambos pueblos empatan en entrega. Si en Angrois los vecinos fueron los
primeros en echarse a la vía, o en Barajas los que propiciaron la
activación del plan de emergencia, en los Alpes los habitantes de Le
Vernet -con menos población que el pasaje del avión- abrieron sus casas
para ayudar a todo el dispositivo en acción.
Frente al ir y venir de políticos a Santiago tras el
accidente del Alvia, en el caso de Francia los representantes públicos
comunicaron el accidente a través de Hollande, casi antes que la prensa;
descartaron el atentado vía primer ministro; fueron al pie de la
montaña a mostrar su pesar, y dejaron todo el peso de la comunicación de
la catástrofe y sus novedades al fiscal.
La rapidez de actuación del ministerio público galo
también contrasta con los casos de los siniestros españoles, enmarañados
en sobresaltos y mayoritariamente en silencio judicial. Las
aportaciones de la prensa juegan por ello un papel crucial, como ha
ocurrido igualmente en el accidente de Germanwings con la filtración al
otro lado del Atlántico del contenido de la caja negra. Acertado o no,
ayer el fiscal incluso ya comunicó su calificación judicial del tipo de
homicidio protagonizado por el copiloto alemán. No deja espacio para la
especulación.
Tampoco lo hay para los abogados, los ambulance
chasers, como se denomina a los letrados que llegan a hospitales y
tanatorios detrás de la ambulancia y coches fúnebres a ofrecer sus
servicios en una desmedida estrategia comercial, que sí emergió tras el
siniestro de Spanair y del Alvia. Un bufete de Barcelona ya ha tenido
que explicar estos días su ofrecimiento comercial, aunque justo es
decirlo porque el nuevo Estatuto de la Víctima, que apenas se fija en
los de las catástrofes, impide a los letrados ofrecerse hasta un mes
después.
Claro que la transparencia esgrimida en Francia con
el caso de Germanwings no es aplaudida por todos. Las asociaciones de
pilotos del país denuncian la vulneración de las reglas de investigación
de accidentes aéreos, al desvelar sus avances. Las víctimas primero,
seguramente habrá pensado el fiscal Robín.
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