¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

miércoles, marzo 15, 2017

TODAS LAS TRAGEDIAS,LA TRAGEDIA

El padre de una tribu que lo da todo a cuentagotas



De acuerdo con Max Weber, el carisma se define como una cierta cualidad de una personalidad individual en virtud de la cual es considerada "aparte" de las personas ordinarias y tratada como dotada con poderes o cualidades sobrenaturales, sobrehumanas o al menos excepcionales para sus seguidores. Éstas no son accesibles a las personas ordinarias, y pueden verse como de origen divino o al menos ejemplares, y sobre la base de ellas el individuo en cuestión es tratado como un caudillo por sus adeptos.
Existe el líder carismático que lo es por la realidad de sus virtudes, tiene buena presencia, se expresa verbalmente con corrección, escucha o simula escuchar a quienes le hablan, sabe interpretar las necesidades ajenas y las profetiza o las satisface virtualmente, y ha logrado mostrarse creíble. Estos líderes los encontramos en el ámbito empresarial, deportivo y artístico, y generalmente son producto de entrenamientos dirigidos a aprovechar ciertas condiciones naturales y obtener y promover el éxito en la esfera de su actividad.
El caso del Indio Solari es otro. Lo que más impresiona de su recital en Olavarría, salvados muertos, desmanes e irresponsabilidades, es su enorme capacidad de convocatoria: 300.000 asistentes es una cifra que sólo se parece a la que juntaron todas las CGT, las CTA y los movimientos sociales, más los independientes que desearon expresar su oposición al Gobierno.
Pero la concentración del Indio respondió al llamado de una sola persona y los asistentes no tuvieron que desplazarse hasta la Plaza de Mayo sino hasta Olavarría, lugar distante para casi todos.
Su carisma es de otra cepa, raro, espontáneo, tremendamente eficaz. Podría llamarse "carisma proyectivo". Solari se ofrece, en forma no voluntaria, pues es imposible imaginarlo como estrategia, como pantalla para la proyección de aspectos deseados y amados de muchos. No hay envidia allí, sólo amor, admiración. Él es aquello otro que amo y que deseo en y para mí, pero que reconozco en aquel que asumo como modelo de identificación. Los que peregrinaron a Olavarría quieren ser como Solari, se sienten representados por él. Y la contagiosa comunión de saberse en una multitud confirma y acrecienta ese sentimiento. Es la tribu bajo el padre idealizado que tiene algo importante para dar y que lo da a cuentagotas, espaciadamente, por eso es que no hay que perder ninguno de sus recitales, a los que asisten cada vez más adeptos, sucedan donde sucedan. Y soportar dificultades, distancias y riesgos, porque sufrir es un eje del sentimiento religioso, es el tributo que se da a cambio de la bendición paterna. Pasión y padecer tienen el mismo origen etimológico: el latín passus.Resultado de imagen de INDIO SOLARI FOTOS
¿Qué es lo que ofrece Solari? Inconformismo. No lo es sólo porque lo enuncie en lo que puedan sugerir sus letras -son muchos los que cantan protesta social-, sino por lo poderoso y excepcional de sus actitudes. ¿Cuántos han visto o escuchado a Solari en una entrevista televisiva, contradiciendo a quienes sostienen que lo que no sale en televisión no existe? Es sabido que no asiste a fiestas de la farándula ni se fotografía con bellas mujeres ni devela públicamente aspectos de su vida privada. Todo lo contrario. Aquí reside una de las claves de su atractivo, de su carisma: el misterio. El vacío de lo que falta, el agujero negro necesario para succionar las proyecciones de los demás. Solari es un espejo en el que sus seguidores ven reflejado lo mejor que puede esperarse de la vida. Sin darse cuenta de que eso está en ellos, por algo se lo prestan. Para ello es necesario que su realidad no se imponga a su virtualidad, de allí esa reticencia a mostrarse, a "realizarse". De no ser así, si fuera un ser común, como los demás, sería muy difícil "inventarlo", hacer de él lo que cada uno de sus seguidores desea, necesita, que sea.
Es por ello que sus letras deben ser crípticas, de significado deslizante, de comprensión subjetiva. Como lo eran las frases de Chance, el personaje de Jerzy Kosinsky que hablaba con tal imprecisión que los demás escuchaban lo que querían escuchar. Eso lo llevó a ser un héroe nacional y ganarse fama de muy inteligente.
Solari, en 2011, publicó una carta a quienes no entienden sus letras. Comenzaba con una cita de Bertolt Brecht: "Quien quiere ver sólo lo que puede entender no tendría que ir al teatro, tendría que ir al baño". También escribió: "El efecto poético se produce por la capacidad de un texto de continuar generando lecturas diferentes sin ser consumido nunca por completo... En mi caso me interesan las partes del cerebro que se ponen a trabajar bajo condiciones de ambigüedad. Por eso he elegido escribir en libertad con cambios deliberados e irreverentes de sintaxis".
El caso Solari es excepcional a nivel mundial, quizás único, compitiendo en convocatoria con personajes sostenidos por costosísimas campañas en los medios masivos. Lo invisible, lo secreto, desafiando a la extrema visibilidad y exhibicionismo. Una asombrosa convocatoria que superó ampliamente las medidas de seguridad torpes, ineficientes e irresponsables de funcionarios y organizadores que desencadenaron la

tragedia en Olavarría.

Habladurías de ricota

En mis piernas aún queda barro, como un recuerdo, del predio La Colmena de Olavarría. Está endurecido, pero presente, como el dolor que queda por las familias de León y Bulacio, fallecidos durante el concierto del Indio. De Cromañón resta un recuerdo erosionado, una profunda desconfianza en el Estado y el eterno agradecimiento al médico que me trajo de vuelta de la muerte, tras un paro cardio-respiratorio y dieciséis días en coma. El concierto del sábado no fue Cromañón. Podrá trazarse algún paralelo forzado, pero no fue una experiencia comparable. En ningún momento sentí un vestigio de aquel 30 de diciembre, independientemente de lo fatídico para las familias de los fallecidos. 
Pienso en casos similares en los que estuve presente y recuerdo el fallecimiento de Melisa Latorre en un concierto de Las Pastillas del Abuelo en la cancha auxiliar de Ferro ante 15 mil personas. Había unas treinta veces menos público y la tragedia ocurrió igual. No fue la gente, ni fue el rock. No fueron las avalanchas que los medios inventaron o, al menos, magnificaron, ni el descontrol del pogo más grande del mundo. No sé que fue. Las familias León y Bulacio sí necesitan saber, como también necesitan responsables. Necesitan quien dé la cara por dejar ingresar a cualquiera, independientemente de tener o no entrada, aunque no creo que sea posible hacerlo cuando hablamos de tanta gente. Tampoco creo posible hacer varios conciertos más pequeños a los que la masa ricotera va a asistir de todas formas, a todos y cada uno, tenga o no entradas. Pero en definitiva, qué se yo. 
Hay, sí, un problema cultural del que soy parte activa: la intensidad con la que vivimos la búsqueda de sensaciones extremas. Donde el espacio individual cede ante un espacio de fusión común y masificado. No sé si es argentino o global. Pude ver a Jack White en un pequeño teatro de Londres y el pogo era tanto o más violento que el del Indio en Olavarría. No sé si es del rock o de la religión. Cientos mueren en peregrinaciones a La Meca. No sé, y me permito decir que no lo comprendo. El fenómeno Indio no es comprensible. Decenas de analistas de ocasión creen tener la respuesta. Famosos indignados alimentan el odio contra un artista cuyo mayor pecado en este lío fue ser inéditamente convocante. ¿Por qué? Porque el Indio no organizó, no controló y no habilitó. Es quizás un empresario del rock, como algunos artistas lo han calificado. Y viaja en avión privado, sí. También vive entre Parque Leloir y Nueva York. ¿Y? Algunos creen hallar en esto un espacio para denostar al personaje, pero allí entra ya una cuestión ideológica y de oportunismo político que hace inservible cualquier análisis. Aquí murió gente, sea el Indio kirchnerista o empresario, o el intendente Galli de Cambiemos. 
Los responsables políticos y empresariales deben dar respuesta a las familias, al mismo tiempo que los medios de comunicación tienen que dejar de agitar fantasmas preocupando a miles de familias por su ansia de rating y morbo. Mientras algunos canales repetían imágenes del único disturbio del domingo, ocurrido por la mañana en la terminal –a cincuenta metros de donde dormía junto a mi novia, mi hermano y amigos–,  nosotros comíamos asado junto al arroyo, con cientos de personas más. Olavarría no era territorio controlado por Estado Islámico, como hacían creer en Buenos Aires. Era un espacio colapsado por el triple de sus habitantes intentando volver a sus hogares. Era algo lógico que ocurriera y que en veinticuatro horas, en gran medida, se normalizó. 
Veamos algunas cuestiones de importancia para considerar lo que pasó. Indio contrató una productora (En Vivo S.A., a cargo de los hermanos Peuscovich) que debía encargarse de organizar un evento de características extraordinarias. Ciento ochenta mil personas lo habían visto un año atrás en Tandil y todo presagiaba que ese número no sólo se mantendría, sino que se multiplicaría. De acuerdo al convenio firmado entre la Municipalidad de Olavarría y la productora, el predio alquilado consta de 605 por 574 metros –donde podrían ingresar casi 350 mil personas, de acuerdo a la legislación vigente que exige un metro cuadrado per cápita–. Sin embargo, el espacio destinado al público fue de 500 por 270, sin contar el espacio ocupado por las quince torres de sonido. De ese modo, la sala estaba capacitada para albergar a 135.000 asistentes. Al ver las imágenes aéreas, puede conjeturarse que había el triple: unas cuatrocientas mil.
¿Es manejable una marea humana semejante? ¿Puede brindársele seguridad y control, cortarle entradas a cada uno, o pedirle a quien no la lleva que se retire? El experimento de igualación social que lleva a cabo el Indio en cada uno de sus conciertos hacen que un exjefe de Gabinete, el director del noticiero más visto del país, un plomero que vive en un barrio de emergencia, o un exconvicto, paguen lo mismo para ingresar a un espacio común a ver el show. Además, como Solari mismo dijo, su público no entiende la idea del sold out y asiste igual aún sin ticket de acceso. Todos son bienvenidos. Vigilar y controlar a esa masa es virtualmente imposible. ¿Hay algo en esta lógica que motiva a defenestrar la figura pública de Solari? 
El contrato firmado entre el intendente Galli y En Vivo S.A. es claro en su cuarto punto, en otorgar indemnidad de la Municipalidad ante uso indebido del predio, o actos que conlleven daños sobre las personas asistentes al evento. La productora asume total responsabilidad y mantiene indemne a la Municipalidad por todo daño material o moral que devenga en reclamos judiciales o extrajudiciales. En el punto siete, se deja a cargo de la productora el control y admisión de espectadores, y la seguridad en las instalaciones y en los puntos de acceso –que fueron totalmente desbordados, sin ningún tipo de control–. Sin embargo, el último punto constituye a la Municipalidad como fiadora de las obligaciones de la productora. Según el artículo 1574 del Código Civil y Comercial de la Nación se indica que “hay contrato de fianza cuando una persona se obliga accesoriamente por otra a satisfacer una prestación para el caso de incumplimiento”. Ahora bien, ¿aplica para un caso penal que pueda derivar de los dos fallecimientos, o opera como fiadora únicamente en las consecuencias civiles o comerciales que conlleven los incumplimientos de la productora? Quedará para la conveniente interpretación de los abogados y al arbitrio nunca imparcial de un juez. 
Dos familias están destrozadas y no tienen vuelta atrás. Miles, como la mía, vivieron el fantasma de Cromañón por un relato tan grande como inexacto. La justicia deberá responder a las primeras, mientras que los medios y los oportunistas políticos a las segundas. Todos tienen respuestas. Yo tengo más dudas que el desierto arena. Quizá esto sólo pueda solucionarse si el Indio Solari abandona los escenarios. O si ningún nuevo artista vuelve a convocar a tanta gente junta, o si las entradas valen el triple y reprimen a quien quiere ingresar sin ella. O si en lugar de público de “esa clase”, la masa es de un público “mejor” y más consciente. Creo que este nuevo circo de información nos hace perder la oportunidad que tenemos para callarnos las torpes certezas y reflexionar sobre nuestras propias miserias. 
* Sobreviviente de Cromañón.

  Claudia Rafael - Agencia Pelota de Trapo - Monday, Mar. 13, 2017 at 8:30 PM

Publicado: 13 Marzo 2017 | (APe).- Cada camión cargado de ricoteros es la imagen de “la bestia” (*). Unos sobre otros, amarrados a manijas oxidadas y trepados como sea a la caja del camión de la basura como los migrantes atiborrados al tren de la muerte y de los sueños. Había que sacar el excedente. El sobrante. El retrato que denuesta. Vamos, vamos, arriba. Que el camión se va. Vamos, apuren.
Ritual de música y m...
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Es la fotografía del final político cuando la masacre expone la suciedad eterna. La que es moneda corriente pero que sólo asoma ante la tragedia, la muerte o la hilacha suelta que algún desprevenido tironeó.

Todo quedó al desnudo como un rey sin ropajes ante las dos muertes. La transa económica para alquileres que nadie –NADIE- investigó y que ahora es tapa de diarios y devendrá causa judicial, pedidos de informes y hasta riesgo más que cierto de destitución del joven que tenía a su propio dios a diestra y siniestra hasta horas antes. Y que al momento de la conferencia de prensa parecía un niño lloroso flanqueado por su factotum político que le dijo al oído “terminala ya”. Entonces se levantó y se fue.

Pero los únicos que pierden son siempre los mismos. En La Colmena, en Kheyvis, en Cromañón, en Beara, en el Autódromo de La Plata, en Time Warp, en Punta Stage. Los dos muertos de Olavarría; los 17, del boliche de Olivos; los 194 más los 1500 heridos más los luego suicidados del boliche de Once; las dos chicas aplastadas en el boliche de Palermo; el pibe destrozado por la bengala en el recital de La Renga; los cinco chicos entre 20 y 25 años devorados por la muerte en Costa Salguero y los otros dos pibes en el boliche de Arroyo Seco.

Son los devorados por un sistema que masacra por igual y que simplemente opta por distintos mecanismos: aplastamientos, monóxido y fuego; bengala al aire; éxtasis más falta de agua; entrepisos que se caen, etcétera, etcétera, etcétera.

Hay un dios marionetero que mueve hilos para sí y que hace movimientos que le acercan rindes a su propio molino. Los 17 chicos que murieron en la fiesta de graduación del Colegio La Salle de Florida en el boliche de Olivos fueron asesinados por las coimas de inspectores, las connivencias de habilitadores, la codicia de propietarios, los billetes que suman y suman y suman cuando hay cada noche 600 jóvenes y no los 150 permitidos.

Los 17 crímenes de Kheyvis se multiplicaron por doce en su secuela, a metros de Plaza Miserere, otro diciembre de 11 años más tarde. Coimas de inspectores, connivencias de habilitadores, codicia de propietarios, billetes que suman y suman y suman. La avidez de los organizadores. Los bolsillos de los que creen que cantar es sólo cantar.

Empresarios, funcionarios públicos, policías. Habilitan, clink caja; miran para otro lado, clink caja; inspeccionan, clink caja; se derrumba el entrepiso del boliche Beara y aplasta a las dos pibas de 20 y 21 hace siete años; clink caja; no hay controles y vuela una bengala, clink caja; entran 350.000 sin controles, clink caja.

El mismo Estado (cambian los colores políticos pero los clink caja tienen el mismo sonido) y la misma productora que repite con La Renga y repitió ahora, en La Colmena. Y qué importa si se transa con la seguridad y qué, si hay bengalas, si total el aire es libre y quién se va a morir bajo el cielo que no tiene fronteras y Cromañón no existe, mi amor. Adelante, con todo que no hay riesgos. Porque la música salva. Como salvan el fútbol y la adrenalina que crece. Si total, después de todo, cada indiecito deberá saber cómo cuidar su propio culito, como decía el Indio mientras la policía torturaba y mataba a Walter Bulacio y vamos que la música sigue adelante. Y siempre habrá un nuevo clink caja que abra las puertas a la masacre grande o a la masacre pequeña. Qué importa si la muerte es muerte sean dos o 194.

Siempre habrá daños colaterales para el comercio estatal, paraestatal o privado. Que sólo se conocen cuando irrumpe la tragedia, como este fin de semana en Olavarría. De no haber reinado la muerte, el poder político del joven Galli se hubiera fortalecido. Esta vez salió mal y no tardarán en moverse las piezas políticas necesarias como para evitar que el daño sea definitivamente irreparable. Muerto el rey, que viva el rey. Lo que importa no es el joven Ezequiel sino el modelo.

Y una vez más, otros dos indiecitos que no se supieron cuidar su culito.

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