¿HÉROE O VILLANO?

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domingo, junio 02, 2013

¡¡¡¡STOP ESPAÑOLES!!!!!,EN LA ARGENTINA NO HAY TRABAJO,NO VENGAN

Historias de vida: las nuevas caras de la desocupación en el país

Por Gisele Sousa Dias

Según admitió el INDEC, el desempleo subió en el último trimestre. En ciudades del interior supera el 10%. Ya afecta a 1.300.000 personas. Acá, algunos de los que perdieron su trabajo y les cuesta recuperarlo.
Ahí, en su casa de Parque Patricios, esperando que el teléfono suene, hay un hombre que 7 meses atrás era otro hombre: que trabajaba en un banco, que ascendía, que se iba de vacaciones. Por ahí, caminando por la Ciudad con un currículum encarpetado en el maletín, hay un hombre que 19 meses atrás era otro hombre: un licenciado de la UBA que había pasado los últimos 33 años en el mismo trabajo, que había crecido, que había adoptado dos hijas seguro de poder mantenerlas. Y más allá, cruzando la General Paz, viviendo de prestado, hay una mujer que 5 meses atrás ya sabía lo que le esperaba: tenía trabajo, sí, pero ganaba 2.500 pesos por trabajar hasta 12 horas diarias. Hasta que dijo basta y fue basta: y ya no le queda ni para pagar su celular. Lo dicen las cifras que el propio INDEC divulgó hace dos semanas: el desempleo subió y ya llegó a 1.300.000 personas. Estas son las caras, las historias y la tristeza detrás de esos números.
Oscar Gavira tiene 49 años y trabajó la mitad de su vida en el Banco Itaú de Barracas. Escaló, fue cajero y llegó a ser tesorero, le puso la cara a la furia ajena durante la crisis del 2001 y era suya la cabeza a la que apuntó un ladrón que entró para asaltarlos. Pero un día cualquiera, hace 7 meses, Oscar llegó al banco y el gerente estaba esperándolo. La orden venía de arriba: estaba “desvinculado”. “Entré en un pozo depresivo tan grande que se lo oculté a mi familia durante un mes”, dice él, padre de dos hijos. “Creía que por mi experiencia podía volver a conseguir trabajo en poco tiempo. Pero los días pasaron. Y el celular nunca sonó”. Harto de esperar, decidió empezar a manejar un taxi pero lo que queda, dice, es la frustración: “Siento que me robaron los mejores años de mi vida”.
Javier Villarroel tiene 27 años y es una de las 255.000 personas que, según el INDEC, perdieron el empleo en el primer trimestre del año. Trabajaba como repositor y cuando lo despidieron salió a ofrecerse como ayudante de albañilería o pintor, los rubros más castigados por la caída de la construcción. Y nada. “Me está manteniendo mi mamá y me da vergüenza. Ya vendí hasta mi ropa para poder salir a buscar trabajo: llamar a las agencias, ponerle crédito al teléfono, comprar los clasificados, imprimir el currículum, cargar la SUBE. Estoy podrido y ya me está entrando la desesperación”, se queja.
Jorge Gómez empezó a trabajar a los 13 años mientras vivía con su mamá en una casa de maderas y chapas, sin agua ni baño. “Me levantaba a las 4 de la mañana y en el bolsillo tenía plata sólo para el pasaje de ida y de vuelta”, cuenta él. Pero Jorge creció, entró a la Universidad de Buenos Aires y salió sólo cuando logró el título: Licenciado en Relaciones del Trabajo. Lo esperaban 33 años en una cámara empresarial y un despido impensado. “Ya envié más de 500 currículums y fui a más de 25 entrevistas, ofrecí ganar la mitad de lo estipulado para mi profesión y nada”, dice. Pero lo que lo hace llorar es otra pregunta: qué siente. “El desempleo te quita el autoestima, te hace sentir un fracasado, tener vergüenza delante de tu familia. Te trastoca todo tu proyecto de vida”. Su proyecto de vida no estaba librado al azar: Jorge tiene dos hijas adoptivas de 16 y de 9 años y una promesa que juró no romper: son nenas y no van a repetir su historia.
Jacqueline Cáceres creyó que a los 36 años iba a estar encaminada. “Y estoy sin nada, me comí los ahorros y vivo de prestado en lo de mi hermana”. Su historia es una muestra de lo perverso que puede ser el circuito. Jacqueline trabajaba en una productora de televisión, cobraba 2.500 pesos mensuales y no quería renunciar para que no dejaran de llamarla por no conocerla. Renunció igual sabiendo que merecía algo mejor. Pero ese “algo mejor” no llega desde diciembre. “Mando 30 currículums por día y es muy triste, siento que retrocedo todo el tiempo. Tengo 36 años y me siento una inválida”.
Gabriel Gerez, estudió Organización de eventos, tiene la misma edad y vive en el conurbano, la zona más castigada por el desempleo. Hay allí, según el INDEC, 192.000 desempleados más que a fines del año pasado. Gabriel es uno de ellos. “Después de un año de búsqueda conseguí trabajo en un cotillón en Morón. Me echaron tres días antes de cumplirse el período de prueba. La metodología es esa: te toman por tres meses y no quedás nunca”, dice. Probó de todo y hace un tiempo empezó a vender ropa por catálogo. “La sensación es de desamparo. Siento que el país no me da una mano ni para tener un emprendimiento propio ni para resignarme a trabajar de otra cosa. Hoy para mi una obra social es un lujo que no puedo darme. ¿Qué querés que te diga? Yo sí tengo ganas de ir a probar a otro país”.
Nadia Simbron, 22 años, trabajaba en una veterinaria en Córdoba, donde la tasa de desocupación llegó al 10,8%. Pero a principio de año, quedó desocupada y sus primeros planes se derrumbaron. “Quería irme a vivir sola pero no puedo. Una, siendo joven, siempre piensa en independizarse y en poder autoabastecerse. Pero hace cuatro meses que no consigo nada”. Nadia había dejado la carrera de Administración de Empresas para trabajar. Ahora se quedó sin trabajo y sin estudios.
Francisco Oliveti es gestor, tiene 44 años y el mismo problema: “Era encargado en un supermercado pero tuve un infarto y me hicieron un triple by pass. Cuando me reincorporé, me echaron”. Desesperado –tiene dos hijos menores– salió a buscar changas. “En la construcción, plomería, gas, reparaciones, pero todas van en contra de mi salud. El médico ya me lo dijo: si me sigo haciendo malasangre voy camino al trasplante. Lo que me angustia es sentir que ya no sirvo: no puedo cargar bolsas pero puedo trabajar con la cabeza”, dice. Francisco vive en San Martín de los Andes y ya no sabe en qué recortar. “La carne roja ya no la vemos, el pescado ni hablar”.
Están ellos y está Rodrigo Moloney, 34 años. Habla inglés perfecto y lo mejor que consiguió es trabajar en un call center bilingüe. “Hice una búsqueda frenética, todos los días, hasta que me agarró la depresión. Empecé a sentir que por más que tuviera todas las calificaciones, el sistema ya no me necesitaba. Estudié cine, hice cortos, gané premios y me veo buscando trabajo hasta de vigilancia para una farmacia. Es muy frustrante. A veces voy caminando, paro en la puerta del Mc Donald’s con el currículum en la mano y pienso ¿qué hago? ¿entro?”.



Viviendo en Spanien,la colonia del sur de Alemania,las cifras y las quejas llaman la atencion.
Aqui la desocupacion,paro o la falta de trabajo llega oficialmente al 27 %.
Entre los jovenes menores de 35 años al 50 %!!!!! 

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