La
presidenta brasileña, Dilma Rousseff, afirmó hoy que "la voz de la
calle tiene que ser escuchada" y dijo que las multitudes que han salido a
protestar en demanda de mejores servicios han "enviado un mensaje
directo a los gobernantes".
Pese a episodios violentos aislados durante las manifestaciones,
Rousseff dijo que las protestas "demuestran el valor de la democracia" y
revelan que "los ciudadanos están a la búsqueda de sus derechos".
Este lunes unas 250.000 personas ocuparon las calles de una veintena
de ciudades para expresar su disconformidad con la política
gubernamental de aumentar el gasto público en pos de la organización de
la Copa Confederaciones y del Mundial de fútbol del año próximo.
Este lunes unas 250.000 personas ocuparon las calles de una veintena de ciudades
Las protestas multitudinarias sacuden a Brasil desde la semana
pasada, en una muestra de malestar social que se disparó a partir del
anuncio del aumento en las tarifas del transporte público en San Pablo y
arrastró otros problemas a nivel nacional.
Ayer, se reclamó también por la pésima calidad de los servicios, la
corrupción, la inflación, la violencia policial y un sinnúmero de
asuntos que desvelan un profundo malestar generalizado hasta ahora
contenido y expresado por multitudes ajenas a partidos políticos y sin
liderazgos visibles.
La masividad de las protestas del lunes – la más grande en la
historia de Río de Janeiro – sorprendió al Gobierno y a los analistas en
un país que en los últimos años ha sido considerado modelo de paz
social y de planes de erradicación de la miseria, distribución de renta y
políticas públicas volcadas a favorecer a los más pobres.
Sin embargo, esa concentración del esfuerzo oficial en los menos
favorecidos ha dejado de lado a las clases medias, que además se han
engrosado gracias a esas políticas de reducción de la pobreza.
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