¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

jueves, octubre 28, 2010

Lo que Kirchner nos dejó a todos

No podrán tapar el sol con la mano




Despistados o malintencionados, harán hincapié en un estilo de conducción áspero, poco amable, sin recordar que fue el primer presidente argentino que gobernó sin apalear a su pueblo. Tal vez los escribas del futuro no reconocerán plenamente la entrega de un luchador porfiado, que dio la vida por sus ideas.

Tal vez no falten en el futuro quienes discutan el valor de la recuperación del Estado y del debate ideológico promovido por el ex presidente muerto. No es raro pensar que intentarán subvaluar su legado si con el cuerpo sin vida y aún caliente del ex presindente ya empujan para que Cristina gire a la derecha. Seguramente habrá quienes cuestionen la reestatización de Aerolíneas Argentinas, del Correo, del servicio de agua potable, la fábrica de aviones de Córdoba y el sistema previsional. O quienes critiquen que no hizo lo mismo con el petróleo. Aparecerán historiadores que discutan la eficacia del modelo productivo, que generó tasas de crecimiento inédito, acompañadas por mayor consumo. Quizá la historia no le asigne tampoco la importancia justa a la decisión de sostener a capa y espada los servicios públicos más baratos de América Latina, en un modo de transferencia de ingresos que no aparece nunca en las estadísticas.
Posiblemente algunos pondrán en duda que haya sido la política económica de Néstor Kirchner la que permitió recuperar 4 millones de empleos para pasar de una desocupación del 25 al 8% y dirán en cambio que sólo se debió al “viento de cola”. Algunos olvidarán en sus relatos –con intención o sin ella– que Kirchner fue el presidente de la Nación que repuso las archivadas paritarias, porque soñaba con el mítico reparto de la torta por mitades entre trabajadores y empresarios. Y no faltarán quienes no ponderen convenientemente la reducción del agobio de la deuda externa, lo cual permitió por ejemplo sortear una pavorosa crisis internacional con bajo costo social. Es posible que los historiadores desdeñen que todo esto se realizó con un récord de más de 50 mil millones de dólares en reservas.
Por supuesto que habrá además cronistas que destacarán más el rechazo de Kirchner a elevar el piso jubilatorio al 82% del salario mínimo antes que los sucesivos aumentos que mejoraron haberes miserables, congelados durante una década. Ni siquiera pondrán en la balanza que se incorporó al beneficio previsional a 2,5 millones de personas mayores que estaban en las cunetas sociales. Y algunos desconocerán la revalorización de los científicos y de sus salarios, despreciados por un neoliberalismo que los había mandado a lavar los platos. Es natural que historiadores conservadores consideren por ejemplo una herejía que Kirchner haya roto las relaciones carnales con los Estados Unidos para plantear una relación digna y decretar la muerte del ALCA. Recordarán con pesar que ese entierro fue escenificado en una histórica reunión de presidentes en Mar del Plata, de la cual un emperador del Norte se marchó humillado. Cuando la derecha describa al kirchnerismo, juzgará un error que se haya abrazado a otros presidentes latinoamericanos que luchan por mejorar la vida de sus pueblos, en lugar de hacer mejores migas con los poderosos. Posiblemente recalquen más la bronca del ex presidente con la Corte Suprema de Justicia por fallos adversos a sus ideas que su voluntad augural para promover un tribunal prestigioso y autónomo. Por supuesto que habrá interesados detractores de la transformadora Ley de Medios, tal vez uno de sus mayores legados a la democracia. Que los pobres puedan ver gratis los partidos de fútbol puede ser puesto en tela de juicio por escribas que aborden el asunto desde un costado economicista, o ser considerado por otros insensibles como un hecho anecdótico propio del populismo. Y cuando se recuerde el establecimiento de la Asignación Universal por Hijo, no pocos dirán seguramente que no tuvo nada que ver, porque gobernaba su esposa. Cuando el presidente era él, decían que la que mandaba era ella. Y cuando ella tomó el bastón, decían que en las sombras mandaba él. En realidad, la muerte pone ahora en blanco y negro que Kirchner era el jefe de una sociedad política en la que su compañera nunca fue un jarrón chino de adorno. Pero quienes quieran ocultar la historia para que no cunda el ejemplo, seguramente le restarán la importancia adecuada al hecho de que haya promovido, por ejemplo, un Presupuesto Nacional que invirtió los porcentajes destinados a deuda externa y educación: ahora se asigna el 2 % al pago externo y –por primera vez en la historia– el 6% a la educación. Los centenares de escuelas que se alzan en el país servirán para aguijonear la memoria de quienes se hacen los pavos.
Es probable que cuando se narren los hechos de hoy no se evalúe correctamente que Kirchner llegó a la Casa Rosada mucho antes de lo que él mismo deseaba, en medio de un gran desbarajuste y con un porcentaje de votos inferior al de la desocupación que asolaba al país. Posiblemente haya quienes no reconozcan que –en el país del travestismo político– el ex presidente planeaba volver al sillón de Rivadavia con las mismas convicciones que prometió no dejar en la puerta de la Casa Rosada cuando estaba por asumir. Algunos ni siquiera le reconocerán el rol protagónico que tuvo en la reivindicación de la política, ni en la promoción del debate de ideas, congelado por el pensamiento único. Despistados o malintencionados, harán hincapié probablemente en un estilo de conducción áspero, poco amable, sin recordar que fue el primer presidente argentino que gobernó sin apalear a su pueblo. Tal vez los escribas del futuro no reconocerán plenamente la entrega de un luchador porfiado, que dio la vida por sus ideas. Y desdeñarán el coraje que tuvo para afrontar lo que otros desearon y nunca se animaron a encarar. Para defender sus convicciones, se enfrentó a los EE UU, a la Iglesia católica, a los militares, al FMI, a la decadente oligarquía y a la derecha más recalcitrante. La sola enumeración de sus enemigos es un elogio a su vida política luego de ser presidente de la Nación. Pero si todo esto fuera minimizado, si no se reconociera que hay una Argentina antes de Kirchner y otra después, un solo acto de gobierno bastaría para que la historia nacional y la memoria popular lo ubiquen en una página central. Ocurrió el 24 de marzo de 2004, al conmemorarse el 28 aniversario del golpe militar que cambio el rumbo de la historia argentina. Fue cuando le ordenó al comandante del Ejército, Roberto Bendini, descolgar los retratos de los ex dictadores Videla y Bignone de una pared del Colegio Militar. Ese día abrió las compuertas para que los represores fueran al fin juzgados. Quienes lo olviden o no reconozcan el valor de su política de Derechos Humanos ya no serán escribas despistados sino operadores malintencionados. A más de tres décadas de reinstalada la democracia, los militares criminales están siendo encarcelados a partir de aquel puntapié inicial del ex presidente muerto. Si ese tozudo santacruceño al que le gustaba que lo llamasen Pingüino no hubiera trabajado para reparar en buena parte el daño de los ’90, su decisión de terminar con la impunidad le garantizaría igual un lugar central en la historia argentina del siglo XXI.

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