¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

miércoles, enero 25, 2012


Los argentinos somos mestizos, Neilson, y no colonos blancos

Néstor Gorojovsky

En su edición del lunes 23 de enero de 2012, el Buenos Aires Herald le brinda tribuna a su antiguo director James Neilson para que emita su opinión sobre el diferendo entre Argentina y el Reino Unido por las islas Malvinas.
En su artículo, este inglés nacido en Sussex en 1940 responde con rabia mal disimulada a la indignación argentina ante la acusación de “colonialismo” que el torpe tory Cameron nos lanzó desde la Cámara de los Comunes. Nos dice que somos tan “colonos blancos” como los cachiyuyeros (“kelpers”) de Malvinas, y con burda ironía nos recomienda revisar nuestra propia historia y percibir que hemos sido, como mínimo, tan ladrones y criminales como los imperialistas británicos, por más que queramos negarlo: una banda de recién venidos de Europa, malagradecidos beneficiarios de la “expansión europea” que padecemos de un conflicto sicológico de autoflagelación.

Malagradecidos, sí, porque según Neilson la mayoría de los argentinos está viviendo aquí gracias a esa “expansión mundial” de Europa.

¡Nosotros, que tan solo tenemos tres o cuatro generaciones en estas tierras (menos, dice con sorna mal dirigida, que los cachiyuyeros), hablamos como si hubiéramos sido víctimas de una potencia colonial criminal en lugar de darnos cuenta de que todo lo que somos lo debemos justamente a esas potencias coloniales!

A Neilson le indigna que los descendientes de los inmigrantes (que, intencionadamente, Neilson dice que somos todos los argentinos, ninguneando al mejor estilo mitrista a la población criolla) no nos conformemos, meros cuarenta millones de personas como somos, con un territorio de un tamaño similar al de la India donde viven mil millones. Y encima, le indigna que le exijamos al Estado británico que se retire de unos islotes que, si le vamos a creer a Neilson, solo le interesan a Inglaterra porque viven allí tres mil personas que quieren seguir siendo británicos.

Pero este punto de partida es completamente falso.

La verdad es que aquí, somos mestizos hasta los europeos por los cuatro costados, incluso aquellos que odian esa condición porque los Neilson de hoy y de ayer los han convencido de que son “colonos blancos”. Y eso es así porque los argentinos no hemos limitado el cruzamiento a lo biológico –que lo hicimos, lo hacemos y seguiremos haciendo con profusa alegría–, sino que además ejercimos una fogosa sexualidad cultural, política y social, interfértil, abierta y sin racismos.

Es por eso que nuestra sociología, nuestras luchas políticas, no empiezan con la llegada de los inmigrantes al país. Como se demostró en la marea humana que celebró el Bicentenario en Buenos Aires, todos los argentinos nos hicimos cargo de todo nuestro pasado: incluso los hijos, nietos y biznietos de inmigrantes venimos de muy atrás, de mucho más atrás, por cierto, que los cachiyuyos que Londres (y Neilson) afectan defender cuando lo único que defienden es la presencia de la Union Jack en tierra ajena.

Los mestizos argentinos, a diferencia de los “colonos blancos” con quienes nos quiere igualar Neilson, nos celebramos en la mezcla y la fusión. A partir de 2003, estos mestizos profundizamos nuestra impronta más americana y hacemos punta en un esfuerzo colectivo de creación de una gran nación latinoamericana, con lugar y oportunidades para todos. Si los cachiyuyeros, en vez de adherirse a los últimos restos de un imperio en decadencia ineluctable, se sumaran a esta gran tarea en que nos hemos metido los argentinos a partir de 2003, tendríamos los brazos abiertos, como siempre tuvimos, para mestizarnos con ellos también.

La “expansión europea” a la que Neilson quiere atarnos fue, sin duda, el proyecto del mitrismo y del imperialismo británico. Un proyecto racista. Y lo que más enerva a los racistas (de cualquier tipo, judeófobos, antinegros, antiindios, antiárabes, antiblancos, en fin, a cualquier racista) no es el ser humano de otra raza, sino su mezcla con el de otras. Más que del negro abominan del mulato, más que del indio, abominan del criollo.

Pero en la Argentina nos venimos mestizando desde antes de la emancipación. ¿Qué es la inmensa masa de argentinos que Jorge Luis Borges despreciaba diciendo que eran de “humilde color”? ¿Qué eran los Castelli, los Alberti, los Belgrano, o los Brown, sino mestizos culturales? Y lo seguiremos haciendo. Sin apartheids abiertos o implícitos, raciales o culturales, Mr. Neilson. Todos bajo una generosa bandera común, la bandera argentina.

Un Randazzo o una Kirchner, un Timerman o una Woodbine Parish (que la hay, dicho sea de paso), valen tanto como un Gatica, un Gauna, un Jerez o un Vera, todos estos típicos apellidos populares argentinos que se pierden en el origen colonial más lejano. En la Argentina, aún los que no se mestizaron físicamente lo hicieron cultural y políticamente a través del tango, del folklore, y de los tres grandes movimientos políticos que dominaron el país desde 1880 hasta la actualidad: el roquismo, que con la ley 1420 puso las bases de la escuela pública igualadora, el radicalismo, que integró a las generaciones de hijos de inmigrantes con las de los hijos de criollos en la lucha por la plena vigencia de los derechos constitucionales, y el peronismo, que a partir de la existencia de una clase trabajadora nueva y mestiza en todo sentido (porque también lo fue cultural y organizativamente) puso en marcha la gran tarea, aún irresuelta, de hacer de la Argentina un gran país industrial y autocentrado, integrado a una América Latina en reunificación, y con una digna presencia soberana en todo el territorio que reclama para sí.

O sea: los argentinos hemos decidido ser, simplemente, argentinos, y no “colonos blancos” asociados al crimen ilevantable de la “expansión europea” sobre los pueblos y países oprimidos.

A Neilson le interesa la Union Jack, no los cachiyuyeros. A nosotros nos interesan los cachiyuyeros, no la Union Jack. Ésa es la humillación que, en su arrogancia colonialista, los Neilson no soportan. Que los mestizos venzamos en la batalla moral.

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