¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

miércoles, julio 01, 2015

El bronce y los sables aún guían al pueblo niño

Relecturas de la historia.  El gobierno nacional intervino de manera activa en el rediseño de la galería de próceres, desde los museos hasta las tiras infantiles: ¿hasta qué punto su crítica fue renovadora?

POR MIRTA VARELA

El monumento en homenaje a Juana Azurduy reemplazará el de Cristóbal Colón detrás de la Casa Rosada a partir del 12 de julio. Las críticas al traslado de la estatua de Colón desplazaron la posibilidad de un debate sobre los motivos y los sentidos de la incorporación de Azurduy en el “procerato”, como gusta llamar Felipe Pigna al canon del “liberalismo autoritario argentino”. Más importante aún es que obturó una oportunidad histórica: la de discutir si es realmente necesario contar con un panteón nacional en el siglo XXI. El cambio de figuritas distrae la atención sobre la permanencia de una idéntica concepción de la historia, centrada en políticos, militares y batallas que llevan a la vanguardia individuos excepcionales cuyo heroísmo se basa en la capacidad para empuñar las armas. Esa idea, moldeada por el Romanticismo a fines del siglo XVIII y que dio sustento cultural a las políticas que dieron origen a los Estados Nacionales, suele elegir la figura de un niño para representar al pueblo. Inocente y puro, débil e inmaduro, el pueblo necesita, en la literatura y la pintura románticas, un artista que lo interprete y un héroe que lo proteja y guíe. Dentro de esa tradición, en el programaEl asombroso mundo de Zamba , de la señal Paka-Paka, el pueblo adopta la forma de un niño –curioso y crédulo. Y en Tecnópolis se representa El asombroso musical de Zambacon Belgrano y Juana Azurduy.
La revolución huele a jazmín y sangre
Las figuras de Azurduy, Güemes, Belgrano y San Martín han recibido una especial atención por parte del revisionismo oficial. Películas, dramas, documentales, miniseries, dibujos animados y hasta espectáculos musicales los cuentan como protagonistas. Si el Bicentenario justificó la aparición de numerosas narraciones históricas, durante estos últimos meses tuvo lugar un resurgimiento que convierte el tramo final del gobierno de Cristina Fernández en el clímax de las celebraciones con contenido histórico y majestuosos eventos culturales. En ese contexto se inaugurará el monumento a Azurduy, cuya estatua fue realizada por Andrés Zerneri, autor de la que se emplazó en Rosario en homenaje al Che Guevara y a quien se le encomendó el Monumento a la Mujer Originaria que reemplazará en Diagonal Sur la de Julio Argentino Roca, general de la Campaña para su exterminio. En un acto de reparación simbólica, ya que no de reparación material con los actuales damnificados de las políticas de represión y exclusión, Zerneri se convertirá en uno de los principales artistas de esta nueva historia oficial. El origen colectivo y voluntario de los materiales de la estatua del Che y el Monumento a la Mujer Originaria –miles de llaves que se recolectaron en todo el país– fue reemplazado por una donación del Estado plurinacional de Bolivia en el caso de la estatua de Juana Azurduy.
Por si no fuera evidente, es explícita la voluntad de incorporar una mujer a un panteón eminentemente machista que no conforma ni a este revisionismo ni a otras formas de historia contemporánea. Pero ¿por qué Azurduy? Entre las Mujeres Argentinas que grabó Mercedes Sosa en 1969 con letra y música de Félix Luna y Ariel Ramírez –y cuya Juana Azurduy fue utilizada como tema musical para varios de los espectáculos aludidos– figuraban también una maestra, una poetisa y una inmigrante trabajadora y anónima. Sin embargo, el monumento que sustituirá al de Colón no llevará la estatua de Rosario Vera Peñaloza o Alfonsina Storni sino la de la Teniente Coronela Juana Azurduy, como tituló Pacho O’Donnell su libro de 1994, que lleva en la tapa una pintura que la muestra en uniforme militar y con el sable que le entregó Belgrano cruzándole el pecho. El subtítulo aclara que se trata de “La reveladora historia de la primera mujer que comandó tropas en el ejército argentino”. Dos siglos más tarde, Nilda Garré sería la primera mujer en ocupar el Ministerio de Defensa; en 2009 promovió el ascenso de Azurduy al grado máximo de Generala.
Azurduy participó asimismo de una contienda donde la guerrilla y los servicios de inteligencia fueron factores fundamentales y complementarios para la lucha de un ejército que no siempre salió victorioso en la guerra tradicional. En la novela de Elsa Drucaroff La patria de las mujeres , publicada por primera vez en 1999 y ahora reeditada, las mujeres tienen un rol fundamental en la conformación de una red de espionaje en Salta y en todo el Alto Perú, la cual contribuyó a las victorias de Güemes y Azurduy. Drucaroff construye personajes donde diferentes habilidades femeninas convergen con diversas necesidades político-militares. Algunas mujeres demuestran capacidad y coraje para enfrentar situaciones de gran exigencia física, sin por ello renunciar a la seducción amorosa o la ternura maternal. Otras demuestran inteligencia y audacia para la política. Todas sufren presiones y toman decisiones que ponen en tensión su vida pública y privada. En la versión de Paka-Paka, Azurduy cuenta con dos atributos que la identifican: la patada voladora y la canción de Félix Luna-Ariel Ramírez que introdujo esa discutible pero poderosa imagen de que “la revolución viene oliendo a jazmín”. El personaje dirigido a los niños es una joven estilizada que pelea a la par de los militares porque en Zamba la violencia es repudiada en palabras pero aplaudida en los hechos, siempre que concluya con el triunfo de los patriotas sobre los malvados españoles. A diferencia de las virtudes intelectuales, emotivas y sociales que Drucaroff atribuye a sus mujeres, las flores blancas y perfumadas son un atributo cosmético de lo femenino que en nada contribuyen a la conversión de Azurduy en prócer pero que dan brillo a su protagonismo en el musical.
El asombroso mundo de Zamba también incluye un sketch llamado “Quiero mi monumento”, donde los personajes históricos compiten en un concurso televisivo de preguntas y respuestas por una estatua ecuestre que los inmortalice, sin que nadie los haya prevenido de que los monumentos podrán ser algún día reemplazados por gobiernos iconoclastas. Los próceres también participan en el certamen de “Grandes éxitos musicales de la Patria Grande”, donde Bolívar demuestra ser el mejor bailarín pero San Martín obtiene un indiscutido primer puesto en el ranking donde Azurduy queda cómodamente tercera. La tan mentada tinellización de la política es así completada con la tinellización de la historia sin que el ejército deje de ocupar los primeros puestos en el ranking ni las mujeres puedan atravesar el invisible techo de cristal.
Contra cualquier sospecha de simplificación o esquematismo, es necesario destacar que en los dibujos animados las fuerzas armadas no carecen de matices. Las figuras de Güemes y Azurduy aportan modelos para un ejército “bueno”, de raigambre federal y popular. Por el contrario, Castelli y Balcarce son caricaturizados por su necedad y soberbia, propias de un ejército “malo” de origen porteño y letrado. En el mismo sentido, Martín Miguel de Güemes, incluido en Caudillos, emitida por Canal Encuentro, exhibe un Güemes político y militar, hijo del paisaje salteño, al igual que Juan Manuel Urtubey, cuyo gobierno financió la miniserie. Como en Güemes, la tierra en armas, la película de Leopoldo Torre Nilsson estrenada durante el gobierno de facto de Alejandro Lanusse, las acciones de los grandes hombres emergen directamente de la tierra donde nacieron, y responden por lo tanto a los impulsos populares. En ambas versiones, Güemes y Azurduy representan un ejército genuinamente nacional y popular. En 1971, el filme de Torre Nilsson legitimaba el uso de las armas y las virtudes tácticas de las montoneras. Alfredo Alcón interpretó simultáneamente a Güemes y San Martín en la misma película y mediante ese procedimiento sencillo, Torre Nilsson superpuso dos corrientes diferentes pero igualmente “buenas” del ejército. También completó la glorificación del personaje al presentarlo en su lecho de muerte, a imagen y semejanza de la célebre fotografía del Che, muerto tres años antes en Bolivia. Si en la película de Torre Nilsson la figura política de Macacha Güemes, interpretada por Norma Aleandro, desplazaba en protagonismo a Azurduy, representada por Mercedes Sosa, en las versiones contemporáneas prevalece la de Azurduy, que se incorpora al ejército acompañando a su marido pero continúa al mando de la tropa cuando enviuda en batalla.
Historia sin héroes, ciudad sin monumentos
¿Es imposible una historia sin héroes y una ciudad sin monumentos? ¿Es imposible una revolución sin batallas y una mujer memorable que no empuñe un sable o luche por su propia estatua? ¿Es necesario reemplazar un panteón por otro? La historia social, que reivindica el valor de los procesos lentos que acompañan cambios culturales de largo alcance protagonizados por multitudes anónimas, es desechada de un sablazo por la política oficial. No resulta adecuada para explicar una revolución como la que encabezaron los viejos y los nuevos héroes, esos que luchan por un monumento que certifique su condición de próceres, campeones, estrellas, divas o protagonistas... Lo dejó en claro Javier Mascherano que, por ser el capitán, pudo ungir a Sergio Romero: “Hoy te convertís en héroe”.
Héroes se llamó el filme sobre el Mundial que consagró a Maradona campeón de fútbol y miembro del panteón nacional. No se trata de figuras de consenso; es evidente que Maradona no lo genera ni lo necesita porque “Maradona es dios”. Y como los dioses, está más allá del juicio de los hombres, pobres mortales que nunca podremos emularlos.
Próceres es el título de un programa producido por la Untref dedicado a los ídolos del rock nacional… Nuestra cultura está impregnada de un heroísmo que se prueba por igual en batallas y campeonatos, que abunda en uniformes y camisetas, banderas y banderines. Por eso se siguen construyendo monumentos que congelan una versión de la historia y se elevan sobre pedestales de barro o de barra brava cuando se trata de campeones. A diferencia de los héroes futbolísticos, las estrellas de los musicales o los modelos construidos por la industria cultural que buscan ser imitados, los héroes de los monumentos se muestran inalcanzables. Paralizan e incitan a la reverencia antes que a continuar un camino lleno de sacrificios, actos de generosidad y coraje que no pocas veces conducen a la pobreza y la falta de reconocimiento inmediato, como fue el caso de Azurduy que perdió sus propiedades, cuatro hijos y el reconocimiento material y simbólico de sus contemporáneos. Como mostró hábilmente Nicolás Prividera en Tierra de los padres , filmada entre las tumbas de la Recoleta, los monumentos son celebraciones de los muertos. Son fragmentos materiales de una historia que muchas veces es cruel con los vivos y cuyo entramado coincide con el de un cementerio. Hay otra historia, por supuesto, que transcurre por fuera de los límites de esa tierra funeraria que les fue negada a los desaparecidos. Es el lugar –en su película es el agua del Río de la Plata donde han sido arrojados sus cuerpos– donde yacen los que no encuentran espacio en la historia oficial.
En una escena de El asombroso mundo de Zamba , Juana Azurduy y su marido Manuel Padilla están de espaldas, parados frente a un cuadro con el mapa de América del Sur. La escena no deja lugar a ambigüedades: se trata de una pareja que gobierna, frente a un cuadro levemente torcido. A diferencia de la que protagonizó Néstor Kirchner, ésta incorpora a marido y mujer, quienes no ordenan descolgar el cuadro. Por el contrario, lo enderezan y lo reacomodan en su lugar. Mientras tanto, Gladys, la bomba tucumana reemplaza a Mercedes Sosa –ambas tucumanas al fin– en la interpretación de la canción de Azurduy para Paka-Paka. “Después de años de tanto buscar una América libre y en paz, puedes sentir felicidad al oír a este pueblo cantar” es el verso que no estaba en la letra original pero se volvía indispensable para celebrar el fin de la historia. La reconciliación con el ejército, que finalmente admite en una mujer los méritos para ser ascendida a Generala, parece ser un paso necesario para alcanzar ese momento en que el pueblo canta la restauración y el reconocimiento de los héroes olvidados. Y eleva monumentos a sus próceres –hombres o mujeres, militares por igual–, sobre la tierra que ha sido testigo de los sufrimientos y exterminios que las estatuas vienen a ocultar.
La estatua de Azurduy se presenta como el reverso de la historia colonial y patriarcal. La idea de que el “Conquistador” Colón debe ser reemplazado por la “patriota americana” Azurduy no ofrece gran resistencia. Sin embargo, el razonamiento de que un héroe debe ser reemplazado por otro no difiere del planteo de que el vacío dejado por el retrato de Videla debe ser llenado por Milani y si la afirmación impresiona como una extrapolación abusiva, es bueno considerar que la estatua de Azurduy no brota espontáneamente de la tierra salteña o boliviana: fue esculpida en la ex ESMA. Hacer un ejercicio de crítica de la historia tiene como consecuencia la aparición de un vacío que puede resultar una oportunidad para imaginar algo nuevo o, por el contrario, un motivo de ansiedad ante el hueco que deja el monumento derribado. El rechazo a “la historia completa”que Cristina Fernández –utilizando la misma fórmula que Cecilia Pando– pregonó en discursos recientes no es una cuestión de matices y por eso no puede ser objeto de negociación. No parece saludable “completar” un vacío dejado por la muerte, como tampoco lo es “completar” los huecos de una historia patriarcal con mujeres que representan los mismos valores porque empuñaron los mismos sables del ejército. Los personajes históricos convertidos en héroes, los cantantes y figuras del espectáculo convertidos en ídolos, los futbolistas convertidos en dioses, los dirigentes políticos convertidos en líderes coinciden en elevarse por sobre la humanidad. Esa forma exclusiva y exquisita de deshumanización por elevación es la contrapartida necesaria de la forma masiva de deshumanización por humillación que sufren en el trabajo, el transporte, la vivienda, los hospitales y las ciudades las mayorías ciudadanas a diario. Los próceres alzados sobre sus pedestales, los ídolos de la industria cultural encumbrados sobre sus escenarios, los líderes inalcanzables y a salvo de las sentencias de los jueces, contradicen la tan mentada igualdad republicana. Y nos dejan en posición de niños, como si necesitáramos de su protección. Lo cual por momentos parece cierto porque ellos mismos nos conducen a los recitales, las canchas de fútbol y las plazas, donde tienen lugar, en su nombre, tanto imponentes rituales como brutales masacres.
Mirta Varela es investigadora del Conicet y autora de “La televisión criolla” (Edhasa).

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