¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

jueves, enero 29, 2015

ESTO SOLO LO ESCRIBE QUIEN NOS AMA

Argentina, un país donde siempre habitó el miedo

Por Antonio García Maldonado,.
El obelisco de Buenos Aires. Foto: Jesús Alexander Reyes Sánchez / Flickr Creative Commons.
El obelisco de Buenos Aires. Foto: Jesús Alexander Reyes Sánchez / Flickr Creative Commons.
A raíz del disparo en la sien que mató al fiscal Nisman el 18 de enero, un repaso a grandes libros de periodismo de investigación en torno al ambiente enrarecido de miedos, ruindad política y traiciones que acorrala a un gran país, Argentina, que se merecería volar mucho más alto, libre y confiado. Pero ya saben cuál era uno de los lemas de la dictadura de Videla: “El silencio es salud”.
Estaba cenando en Buenos Aires con un amigo, veterano (frisaba, entonces, los 70 años) consultor de seguros a quien había conocido en una conferencia del historiador Felipe Pigna, cuando me dijo (para mi sorpresa), mirando hacia la Casa Rosada, a apenas 200 metros:
-Aún recuerdo una reunión allá, en los 60. Era de la CGT (único sindicato del país) y yo era el infiltrado del SIDE [Servicio de Inteligencia del Estado]. Lo pasé realmente mal, pues lo primero que dijo el líder del sindicato fue que entre los allá sentados había un infiltrado, y que mejor le resultaría entregarse.
Me contó que poco después dejó el servicio, asustado, y se pasó, en un giro nada paradójico, a los seguros. Nunca más me contó ninguna batallita de sus años como agente, por más que yo insistiera durante los frecuentes encuentros que mantuvimos durante el año y medio que viví en Argentina. Era un hombre extremadamente culto y elegante, con una pose de gentleman muy porteña, pero a la vez muy ajena a la realidad argentina. Esta apreciación es una de las grandes falacias argentinas, pues no es la Capital representativa de lo que es el país, sino el anillo de ciudades empobrecidas y violentas que la rodea, y que allí se conoce como Conurbano: fuente principal del clientelismo y los votos del peronismo más primario.
Le interesaba el debate político teórico, pero no bajaba al barro argentino, y me dio una razón que no dejo de recordar cada vez que leo alguna noticia sobre el asesinato del fiscal Nisman, un día antes de que acudiera al Congreso argentino para denunciar un supuesto pacto secreto entre la presidenta Cristina Fernández y el Gobierno iraní para tapar, a cambio de petróleo, la implicación persa en el atentado contra la AMIA en 1994, donde murieron 85 personas. El mayor ataque terrorista de la historia del país.
-Fijate cómo de sucio debe estar allá abajo si lo que está en la superficie ya es la cloaca.
Y ciertamente lo era, y me temo que sigue siéndolo. Un país con una democracia formal, pero donde sólo alguna de las ramas del peronismo puede terminar sus mandatos (no lo hicieron los radicales Alfonsín ni De la Rúa). Las marchas de peronistas pagadas con un choripán y una cerveza eran constantes, y recuerdo una en la que dos chavales, de no más de 15 años y con ninguna pinta de venir de leer a Borges en el Café Tortoni, me increparon cuando estaba dentro de un taxi, pegando patadas en la puerta. La razón: el peronismo no las necesita.
Desde entonces, las veces que me he quedado con su cafés, sus escritores, sus librerías, los amigos, y he intentado obviar una política preñada de reflejos demagógicos de Evita, de una virulencia espasmódica que más recuerda a los barrabrava de sus estadios que a una democracia liberal al uso. Por suerte, es un país contradictorio y si de lo malo tiene lo peor en el entorno latinoamericano, en lo bueno tienen lo mejor. No hace falta acudir al refrito popular de los no lectores y hablar de Cortázar y, en menor medida, Borges o Bioy (estos dos, con lectores más a la altura de su legado que el primero).
Porque Argentina es fecunda en periodismo narrativo, y ha producido algunos libros muy recomendables para leer tras la muerte del fiscal Nisman. No anticipan, pero sí contextualizan. Y en esencia resumen una realidad violenta en un país donde gustan más de mirarse en el espejo europeo.
Sin duda, hay que empezar por el periodista y escritor Rodolfo Walsh (1927-1977), asesinado por el Ejército por su pertenencia al grupo guerrillero de los Montoneros. Entre otras, tiene dos obras fundamentales para conocer los bajos fondos argentinos. De 1968 es ¿Quién mató a Rosendo? (451 Editores), una investigación periodística sobre la extraña desaparición de un obrero metalúrgico y sindicalista. Y de unos años antes (1957) es Operación masacre, que adelanta diez años a A sangre fría en muchas de las técnicas que posteriormente Truman Capote utilizaría para escribir su obra maestra. Hay aquí conspiraciones militares y políticas, silencios y muertes. Cambian los años, la triste esencia continúa. Letanía digna de cualquier tango o milonga.
La huida del periodista
No obstante, un suceso derivado de la extraña muerte del fiscal me hace recordar el que es para mí uno de los grandes libros de testimonio, Memoria del miedo (Libros del Asteroide, 2006), del periodista angloargentino Alexander Graham-Yooll, que trabajaba en los 1970 como redactor del Buenos Aires Herald. Precisamente el diario en el que trabajaba hasta ayer Damián Pachter, primero en dar la noticia por Twitter de la muerte del fiscal, y que ha decidido exiliarse en Tel Aviv aduciendo seguimientos y coacciones por su temprana revelación.
El libro de Graham-Yooll describe otra época (los 70 y principios de los 80 del pasado siglo), pero narra el mismo miedo: la desconfianza rutinaria en la policía como síntoma puntual de la sospecha generalizada de los argentinos con todas sus instituciones. Y entre amigos (“El silencio es salud”, era uno de los lemas de la dictadura de Videla, impuesta en 1976). Entonces gobernaba la segunda esposa de Juan Domingo Perón, María Estela de Perón. Su incompetencia se acrecentaba con el particular Rasputín austral, José López Rega. A su lado creó la organización terrorista paramilitar Triple A, que regó de cadáveres los campos húmedos que rodean la megaurbe. Todo era cloaca, y el miedo pudo con Graham-Yooll, que acabaría abandonando el país hasta el regreso de la democracia.
Sobre el sangriento último estertor de la dictadura que fue la Guerra de las Malvinas (1982), y que fueron ganando implacablemente hasta la derrota final, Fogwill escribió un libro claustrofóbico, una pequeña obra maestra sobre las consecuencias de la guerra, Los Pichiciegos (Periférica, nueva edición de 2010). En la película Iluminados por el fuego (Tristan Bauer, 2005), se narra bien la crueldad del conflicto absurdo. Guerra breve que deja, no obstante, un saldo de varios excombatientes suicidas al año.
Este particular ambiente enrarecido de miedos, ruindad política y traiciones tuvo su eco en la adaptación cinematográfica del libro El secreto de sus ojos (Juan José Campanella, 2009), donde Ricardo Darín y Guillermo Francella dan vida a dos oficiales de juzgado que, junto a la secretaria (Soledad Villamil), tratan de resolver un crimen cometido en esa época infame. Perfecto resumen de 30 años de ambiente insano en una sociedad carcomida por un peronismo abrasador, unos militares golpistas y una sociedad civil brillante pero incapaz de oponer una alternativa civil eficaz a la colección de despropósitos en que lleva convertida Argentina desde hace más de medio siglo, cuando era la cuarta potencia mundial.
En este contexto adquiere sentido la divertida sátira de Les Luthiers en su número El regreso de Carlitos, donde lo que creemos son dos bonaerenses de vuelta a la capital federal, cantan un tango sobre su regreso “a la ciudad de la que nunca deberían haber partido, donde siempre fui feliz, vueeelvo, vueeelvo, estoy volviendo a París…”.
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