De Alejandro Horowicz, ensayista, analista político, profesor universitario, escritor, autor del libro Los cuatro peronismos
Evita ocupa un lugar único en la historia política argentina.
Hipólito Yrigoyen
no tuvo mujer, o la tuvo en el sentido más doméstico del término. Y la
lista de jefes populares - al menos por la composición social de sus
seguidores - sólo tiene dos integrantes: Yrigoyen, Perón. Olvidemos
entonces a los jefes populares: confeccionemos la lista tan amplia, tan
desprejuiciadamente como se quiera, con famosos de toda especie y
cualquier origen. Aun así Evita sigue siendo única. Esta unicidad - esta
soledad, si se quiere - constituye su rasgo saliente. Sola también ( la
única mujer ) integra la galería de los mitos políticos del siglo XX,
internacionalmente socializados por América Latina.
La historia
personal de Evita, que alguna importancia tiene, remite a la soledad
rabiosa, a la marginalidad, a la impotencia y al miedo.
Hija irreconocida
de un matrimonio indocumentado, niña sometida al murmullo moralizante
de un pueblo de provincia, adolescente sin destino, parquitina, actriz
sin cartel, personaje radial, amante del coronel, esposa del general,
compañera del presidente, abanderada de los humildes y bandera de
combate constituyen los peldaños de una carrera poco habitual y muy
deseada.
A escala
gigantesca, la historia de la Cenicienta rubia pareciera repetirse, y
pocos ignoran que cuando cambia la escala, cambia la historia misma.
Evita es una
táctica y un recorrido: es la táctica de doblarse tantas veces como sea
preciso; es el recorrido de organizarse primariamente, sabiendo que la
organización y la lucha importan, pero más - mucho más - importa el
coronel - padre que finalmente se aviene a reconocer - a reconocerla -
y, al hacerlo, se constituye en un elemento indispensable, decisivo, de
su autorreconocimiento. El coronel la fija, se vuelve referencia
obligada, indispensable, de su propia identidad. Su relación con todos
los otros está mediada por él: él es el eslabón central de una relación
radial, y casarse con la mediación es como casarse con el padre ( Perón
tenía 49 años, Evita 24 ): es decir, incestuoso y conveniente, deseado y
terrible.
Evita es la
determinación de ocupar un lugar inexistente que se crea con la misma
ocupación; un lugar que el otro - burgués niega y a quien Evita, sin
desplazarlo, sin liquidar su poder, sin vincularse a él directamente
sino a través de Perón, intenta convencer. Convencerlo tiene, para ella,
un término preciso: imponer su presencia.
Dicho con el
máximo rigor: ocupa un sitio que sólo se abandona revolucionariamente,
en compañía de la clase obrera. Por eso la victoria de Evita no se
constituye en derrota - del - otro - burgués sino en forma simbólica:
es, en realidad, la victoria - del - otro - derrotado. Evita es la
pedagogía del oprimido desde la perspectiva del opresor, puesto que no
supera su horizonte: a la oligarquía se la vence electoralmente y los
problemas de la sociedad argentina se resuelven con generosidad, con la
Fundación Eva Perón.
La mirada con que
Evita se mira, con que mira al oprimido que en ella se oculta, no es
autónoma: está teñida de una secreta y confesada admiración por el
opresor. Si la beneficencia es un postulado cristiano sin verificación
social, Evita construye esta verificación con una práctica de corte
militante. Si la belleza femenina es un patrón de verdad, ella es bella.
Si el cuerpo de una burguesa sirve para lucir los objetos en que se
reconoce como burguesa ( joyas, pieles, tocados ), también instrumenta
su cuerpo. Evita es, en suma, la versión que las clases dominantes
imponen como modelo y que paradigmáticamente rechazan cuando se la
enfrentan como producto. Es curioso: Evita respeta una a una las reglas
formales, pero su presencia viola toda regla. El motivo es simple: una
modelo ataviada con los atributos de la burguesía no es una burguesa
sino una representación que la burguesía constituye de sí misma. Pero
ninguna clase social confunde una imagen de sí con los integrantes de la
clase viva. Y si la modelo se vuelve modelo político social, la
burguesía grita " usurpadora ", es decir, prostituta; porque si así no
fuera, ¿ cómo ocuparía el lugar ?.
Evita registra el
rechazo y lo devuelve como odio visceral; es un odio dúplice,
recubierto de nerviosa envidia; es, en el fondo, el odio de un
proletariado marginal, de una empleada doméstica que sola enfrenta el
poder y la riqueza de su patrón. Este odio carece de instrumentos; ya no
se trata de golpear las puertas de la historia con el sello rojo del
camino obrero, es posible luchar sin que la muerte amenace a los
antagonistas, sin que la victoria obrera enloquezca de terror a las
clases dominantes.
El recorrido de
Evita, el de la clase obrera argentina, sigue una misma línea genética.
Ambos llegan desde afuera ( fuera del país, fuera del mundo urbano )
para escapar del hambre y la abyección, ambos son " extranjeros " en la
múltiple significación del término. Extranjero es aquel que vive fuera
de las fronteras de imperio de las normas, impuestas por el imperio para
sus ciudadanos. Los extranjeros son bárbaros; el bárbaro es el que vive
fuera del imperio, los " cabecitas " lo son por antonomasia, Evita es
una mujer fuera de las normas, es una bárbara.
En Evita, como en
todos los trabajadores, es posible reconocer un antes y un después del
17 de octubre. Antes del 17 de octubre, los sindicatos, la dirección
sindical, constituía un universo de activistas minoritarios. Un
trabajador elegía ser perseguido, maltratado y encarcelado por encabezar
los reclamos de sus compañeros. Este no era el caso de Evita.
Antes del 17 de
octubre, Evita batallaba en términos personales; políticamente no
existía. Innumerables testigos centrales de los acontecimientos de esa
fecha así lo confirman e, indirectamente, su propio comportamiento
quiebra el mito de la lucha de calles encabezada por ella. Evita era,
todavía, absolutamente igual a las mujeres de los obreros que
participaron en el 17 de octubre de 1945 a través de sus maridos; es
decir, a las mujeres de los obreros que no participaron sino
medianamente.
El salto lo pegó
desde el poder, o sea, desde Perón. Desde allí se ocupó de dos cosas: la
Fundación y las relaciones con el movimiento obrero. La rama femenina
del peronismo y el derecho al voto de la mujer fueron, si se quiere, una
suerte de antecedente político de la Fundación, porque no habían sido
el resultado del combate popular, sino de la existencia del gobierno
peronista. Dicho epigramáticamente: ella es la síntesis personal del
primer peronismo.
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