¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

sábado, octubre 22, 2011

EL CORRALITO GAYEGO YA ESTÁ ACÁ

Paisaje de Barcelona en crisis

Por Eduardo Blaustein

Para la subjetiva mirada del sudaca, España vive la crisis y la inminencia de las elecciones con una suerte de pasividad panzona y entristecida, como si hubiera sido ablandada por tantos lustros de crecimiento y consumismo.

Ciudad bellísima, ciudad potente, ciudad ambigua que disimula, por ahora de modo un tanto silencioso, una crisis temible. Para los ojos del porteño, ese que si se maneja en transporte público aún comprueba cómo deambulan en los subterráneos de Buenos Aires los zombies estragados modelo 2001, Barcelona es todavía la urbe pujante transformada en 30 años de crecimiento, olimpíadas, meca del diseño y del turismo. Es a la vez capital de una región con un millón de pobres, la que no da abasto para dar de comer gratis –como en nuestros peores momentos– a decenas de miles de arruinados a través de un Banco de Alimentos en el que colaboran 555 entidades. Ya desde 2009 ese Banco necesitó aumentar sus entregas en un 25 por ciento y desde fin del 2010 se sabe también que la Cáritas local no da abasto. Lo peor de la crisis, sin embargo, está por venir: con técnicos del FMI –siempre corrigiendo sus propias previsiones– augurando que España entrará en recesión y que a lo sumo podrá crecer a un 2 por ciento hacia 2015, con un desempleo juvenil que pasa largamente el 40 por ciento, con noticias que se renuevan cada negro día en las portadas de los diarios acerca de ajustes estatales que a la hora de encarnarse son mucho más que el tecnicismo indoloro puesto en circulación por los medios globales. En Barcelona ya se están mutilando los salarios de médicos y enfermeros, se programó el cierre de quirófanos varias veces a la semana, se postergaron los plazos de intervenciones quirúrgicas, se anulan servicios en instalaciones casi flamantes, se amenaza con el cierre de centros de enseñanza. Hasta se dice que los programas alimentarios mismos serán recortados.

Lo que el socialismo de Zapatero inició poniendo cara de austeridad responsable, lo practica con mayor dureza la Generalitat catalana manejada por Convergencia i Unió, lo aplica con más dureza el Partido Popular en las regiones que administra y lo llevará al extremo ese partido de derecha pura y dura cuando gane las próximas elecciones (44 por ciento a favor contra 37 por ciento del Psoe, según las últimas encuestas). Todos esperan con resignado temor que se cumplan las peores profecías. Si hasta hace poco se hablaba de los “mileuristas” (gente cuyo ingreso no alcanza para satisfacer necesidades básicas), ahora los que emergen son los “setecientoseuristas”. Setecientos euros es lo que paga una familia modesta ya sea por un alquiler o por una hipoteca y ya hay profesionales jóvenes del sistema sanitario catalán que apenas arañan los ochocientos. Hay maestras que cuentan que llevan a los chicos comida proveniente de sus heladeras. Sólo en Cataluña la decisión de eliminar una suerte de aguinaldo de Navidad que cobra el personal del sistema sanitario afecta a 40 mil profesionales.

A principios de este mes se sabía que exclusivamente en esa región se acabarían las prestaciones por desempleo para nada menos que 170 mil personas; que unos 30 mil inmigrantes habían retornado a sus países de origen (ayudados, a veces, por el propio Estado español), que comenzará a discutirse un nuevo sistema de “copago” para que los ciudadanos se hagan cargo de una parte de lo que invierte el sistema de salud en caso de consulta o intervención. El modo oficial de presentar el copago es el siguiente: no se aspira a financiar el sistema a través de sus pacientes sino a “disuadir” a las personas a que abusen de las prestaciones de salud del Estado, costumbre medianamente extendida según admiten los propios profesionales.

Lo cierto es que, siempre para la subjetiva mirada del sudaca, España vive la crisis y la inminencia de las elecciones con una suerte de pasividad panzona y entristecida, como si hubiera sido ablandada por tantos lustros de crecimiento y consumismo. Las huellas del absurdo de una economía súper financiarizada se revelan en los cientos de miles de desahuciados que no pueden seguir viviendo en las propiedades que habían comprado a crédito (y no sólo que deben devolver su casa sino que deben pagar mucho dinero a los bancos), en la imposibilidad de vender un mísero metro cuadrado construido, en los miles de viviendas y complejos construidos a golpe de burbuja inmobiliaria en los que no vive ni el loro. España está cribada de flamantes edificios vacíos.

Aun así, para la mirada del porteño que todavía ve circular cartoneros con carros, mendigos medievales, fieritas estragadas por el paco, en Barcelona la crisis parece más de puertas adentro. Los que piden limosna son pocos y lo hacen con culpa e indecisión, los que revuelven la basura lo hacen con discreción y apenas con un bolso al hombro, en algunas iglesias del barrio gótico sí pueden verse estampas anacrónicas, viejitas vestidas de negro en las escalinatas, cochambrosos escapados del siglo de oro. Tampoco es visible la crisis en los términos ruidosos en que la conocimos acá: no hay agitación ni bronca estruendosa en las calles, los indignados tienen más dificultades que las que tuvieron nuestros asambleístas a la hora de persistir o construir algo, las manifestaciones son espasmódicas, puntuales, más bien invisibilizadas en los medios. Todos respetan códigos de corrección política que recuerdan al mundo feliz de Huxley. Si hasta las pegatinas de protesta se adhieren en algunos de los cuatro posibles containers callejeros en los que la gente deposita su basura (papel, plástico, vidrio, orgánicos), como con temor a molestar.

“El silencio es de miel, las mordazas son de seda.” Esta es una frase escrita por Manuel Vázquez Montalbán cuando España comenzaba a ser próspera, orgullosa de su europeidad, poco dada a la introspección y mucho menos a la menor radicalidad política. Apenas sí las izquierdas residuales mencionan la necesidad de otras políticas más audaces y ejemplifican con las políticas implementadas en países latinoamericanos como el nuestro. El Estado de Bienestar español trepó muy alto desde los ’80 y ahora cae con estrépito. Lo que dicen las izquierdas es que en lugar de desmantelarlo las cosas deberían funcionar como en los países escandinavos, con los ricos poniendo todo el dinero en impuestos que progresivamente dejaron de aportar al Estado desde hace demasiados años, sea por el conservadurismo del PP o la política timorata del socialismo.

Barcelona sigue bellísima, sólo emplomada por hordas de turistas que están salvando la economía. Es tal la densidad de la red de metro que se diría que hay un vagón por habitante o por plasma adquirido en los años de nuevorriquismo. Los autobuses son silenciosos, radiantes, limpitos. En barrios como Gracia, un camioncito de limpieza adaptado a la anchura de las calles es escoltado a cada lado por dos trabajadores que barren las veredas en dirección a ese mismo vehículo. Huellas que perduran de la ciudad próspera y el Estado ejemplar. Pero lo que viene es triste y apenas sí hay pancartas en algún hospital, alguna mesa de militantes un sábado por la mañana frente a la entrada de un metro, algún que otro cartel en una facultad. Si los argentinos nos pasamos de rosca al gritar nuestras broncas, aquí parecen excederse en mesura y delicadeza. Acaso sea ése el efecto de añares de dolce consumo y far niente política.

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