A cinco años de la muerte de Néstor Kirchner y a diez años del No al Alca, una buena parte de la sociedad argentina se levantó feliz el lunes a la mañana por el triunfo de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y por la buena performance de Mauricio Macri en las elecciones del domingo. Hay que decirlo con todas las letras: con apenas dos puntos y medio por encima, Daniel Scioli tiene un desafío muy grande por delante como para lograr imponerse el próximo 22 de noviembre. Un Scioli que hizo un gran esfuerzo para mostrarse ante los kirchneristas como continuador de los gobiernos de Néstor y Cristina y que, a la vez, se mostró como el cambio necesario para los peronistas más tradicionales. Ese discurso abierto y ambiguo le había servido para lograr los ocho puntos y medio con los que superó a Macri en las PASO. Pero dos meses después, en el vértigo electoral, nadie imaginó que María Eugenia Vidal arañara los 40 puntos en el distrito bonaerense, donde el peronismo no pierde una elección desde 1987. Vidal superó por cinco puntos a Aníbal Fernández, pero también le sacó cinco puntos de ventaja a su propio líder –Macri– y tres puntos a Scioli.
El triunfo de Vidal no lo vieron siquiera los propios analistas de opinión pública que trabajan para el PRO, que cuando promediaba el domingo creían que había ganado Fernández. Vidal hizo una elección extraordinaria y se convirtió en la primera mujer en llegar a la gobernación del principal distrito electoral del país. Y, sin desmedro de su triunfo, deberá lidiar con la Bonaerense, con las cárceles, con los hospitales, con una justicia complicada, con muchos intendentes de manejos turbios que no se van a alinear con ella y hasta con una Legislatura en la que no tendrá mayoría. Pero quienes la votaron, incluso con un corte de boleta inusitado en esa provincia, están contentos.
Otra parte de la sociedad se sintió derrotada, confundida. A muchos seguidores del kirchnerismo se les empezaron a dibujar muchas más preguntas que respuestas respecto de cuánto de ganada tuvo la década. Ya sea porque apostaron a Daniel Scioli, como lo hicieron los del Movimiento Evita, cuyos referentes dijeron que lo apoyaban sin condicionamientos ni retaceos. Los del Evita no lograron siquiera que Scioli nombrara a Emilio Pérsico en el Gabinete que prometió. Y eso que uno de los primeros compromisos que asumió fue el de crear el Ministerio de la Economía Popular. Entre los globos y las gorritas naranjas del centro de campaña del domingo no se veían las banderas del Evita. Pero también se sienten confundidos los que recelaron de Scioli y dijeron que lo votaban con cara larga porque el candidato era el proyecto. Es el caso, entre otros, de la Cámpora y de Aníbal Fernández.
Pero hay muchos votantes que no conocen la intimidad de los políticos. Quizá el electorado que muda de preferencias no está al tanto de si Cristina tiene química con Scioli, pero para remontar este golpe en el balotaje, lo primero que deberían hacer los distintos líderes de ese espacio es ponerse de acuerdo en quién conduce, una palabra clave en el peronismo y, a estas horas, una utopía. La primera reacción de Fernández fue buscar el enemigo interno que le hizo perder votos, en vez de decir "lo importante es que el FPV gane el balotaje" y correrse él mismo a un segundo plano.
Números
Los cinco millones de votos de Sergio Massa pueden haber tenido origen en el peronismo e incluso muchos fueron parte del kirchnerismo. Pero eso, de cara al 22 de noviembre, es historia. Una segunda vuelta con apenas tres puntos arriba es un escenario muy complicado para Scioli y deberá encontrar una manera muy directa para dialogar con ese votante de Massa. No alcanza con hablar del desarrollo, de la fe y la esperanza. Macri eligió el camino de convocar al tigrense. La pregunta es si el propio Massa tiene control sobre sus votos o si, en esta ola amarilla, una mayoría se volcará hacia Macri. Por lo pronto, los analistas de opinión publicada no son los indicados para responder esto. Scioli, el mismo lunes por la mañana, adelantó que quiere un debate con Macri. La pregunta es: ¿y por qué no se sumó al debate de la primera vuelta donde sus propios asesores de comunicación participaron del armado previo? ¿Qué hace pensar que ahora Macri, que se siente ganador como se sentía Scioli hace unas semanas, va a querer ponerse cara a cara con él?
Macri logró en poco tiempo sacarse una foto con Hugo Moyano en la inauguración de un monumento a Juan Perón y muchos, incluyendo a este cronista, lo tomaron como una mueca, como una fantochada de campaña antes que como un acto genuino. Sin embargo, pocos días después, su fuerza política se impuso en la provincia de Buenos Aires. Una cosa y la otra no tienen nada que ver, pero lo cierto es que el kirchnerismo y el sciolismo no celebraron con un acto, único y masivo, el 17 de Octubre. Las diferencias entre sciolismo, massismo y macrismo no deben ser muchas. Los tres espacios usan las mismas estéticas de campaña, prefieren los espacios televisivos y se valen de mensajes no confrontativos. Pese a las semejanzas, hubo un cambio.
Scioli y su equipo creyeron que los ocho puntos y medio de diferencia obtenidos en las PASO eran un voto consolidado y que no era preciso hacer cambios. El gobierno nacional no lo apoyó con medidas que le sumaran votos y el domingo las urnas indicaron que el FPV retrocedió respecto de agosto. En los grandes centros urbanos, de modo contundente. Si se recorría el espinel de la agenda política, no hubo ningún dato que advirtiera el cambio. El dólar estaba planchado, no hubo ningún fiscal muerto, las denuncias de corrupción del gobierno nacional parecían en segundo plano y hasta el escándalo había sido el Niembrogate, los datos sobre inflación seguían siendo los de siempre y hasta hubo anuncios de aumento del empleo privado registrado. Pero una parte de la sociedad no estaba conforme ni mucho menos. Y saltaron muchos votos del FPV a Cambiemos. En porcentajes, el retroceso es marcado. En las PASO, Scioli sacó ocho puntos y medio más que Macri. El domingo, la diferencia a favor fue apenas de dos y medio. Como en realidad se agregaron dos millones y medio de votantes, en números, Scioli agregó 200 mil votos, pero Macri agregó 1.700.000. El propio Massa sumó medio millón, o sea más del doble que Scioli.
Interpretaciones
Se van a hacer mil lecturas de este cambio. Cada una con su subjetividad y sus datos aleccionadores. Hubo un movimiento pendular. Y por más que el ciudadano emita el voto por identidad, por reacción o simpatía emocional, el péndulo se movió a la derecha. Y esta elección estimula a los que quieren echar a Dilma Rousseff por vía del juicio político y los que quieren darle una paliza a Nicolás Maduro en las legislativas del 6 de diciembre. Diez años después del No al Alca algunos quieren organizar actos reivindicatorios pero ninguno puede decir, mal que nos pese, qué pasos se dieron para avanzar en la unidad latinoamericana y qué pasos se dieron para tener un Banco del Sur. Antes bien, América Latina reprimarizó su economía y aquellos países que tienen fuerte producción petrolera están pasando momentos difíciles por la caída del precio del crudo. El FMI hace su reunión en Lima y promueve ajustes. En ese contexto, el entusiasmo de las banderas de la Patria Grande no enamora como enamoraba hace unos años. Y muchos de los que llegaron a ocupar espacios de responsabilidad entusiasmados por sentirse parte de una épica colectiva son parte del aparato del Estado y hasta son vistos como personas privilegiadas y egoístas por buena parte de los electores. Electores que no siempre saben cuánto se hizo por la promoción de derechos, por impulsar la ciencia y la tecnología o por haber desendeudado el país. El macrismo tuvo la habilidad de sumarse a esa ola, de mimetizarse en tiempo electoral con los logros de estos años, de ponerle un tono fresco, ingenuo, a sus campañas y para prepararse ahora, con chances serias, de llegar al gobierno. No parece momento para pronósticos agoreros. Tampoco para surfear la realidad que dejó planteada la elección del domingo. «