A Alberto Garzón
¿Está seguro de dónde se mete?
Hay quien habla de una
segunda Transición. Para decidir si se está de acuerdo o no con esta
etiqueta, lo primero que habrá que aclarar es en qué consistió la
primera Transición. A mi modo de ver, la recuperación de la democracia,
tras la muerte del último dictador europeo, no era optativa: sucedería
de todas formas. El verdadero argumento de la Transición por tanto fue
el de elegir la forma de las instituciones democráticas o dicho más
claramente: en impedir ciertas formas.
En concreto, creo que la Transición tuvo tres pilares: impedir una
República, impedir el federalismo e impedir el protagonismo de la
izquierda, es decir, del PCE y otros partidos comunistas, que eran
quienes habían protagonizado la lucha antifranquista. Todo ello obedecía
a la voluntad de Franco, por supuesto, que ya había nombrado rey a Juan
Carlos, consideraba indisoluble la patria y había hecho del
anticomunismo su misión en la vida. Así se hizo y para apartar al PCE se
creó un partido socialdemócrata a cargo de Felipe González. Felipe
González y los demás cumplieron con su deber: OTAN, mercado laboral
flexible, protección a la Iglesia, etc. En este sentido se puede afirmar
que la Transición fue un éxito rotundo.
Sin embargo, con el paso del
tiempo y la crisis económica se hizo evidente que la izquierda se
resistía a desaparecer. En abril de 2013 el barómetro electoral que Metroscopia realizó para El País daba un resultado alarmante: en intención directa de voto, IU (con el 10,7%) ya superaba al PSOE (con el 8,8%).
Pocos meses después, en enero de 2014, aparece Podemos.
El resultado a la vista está, la segunda Transición tiene el mismo objetivo que la primera: la desaparición de la izquierda.
Es muy interesante recordar ahora aquel estudio de Metroscopia, puesto
que deja claro que el bipartidismo estaba ya mandado recoger. Frente al
clásico esquema de la democracia del 75/25 (el 75% de los votos
repartidos entre PSOE y PP, y el 25% para el resto), la tendencia
manifiesta ya era un reparto 50/50.
“O para ser más precisos, hacia una distribución en tres grupos
50/30/20: el 50 % correspondería a la suma de votos logrados por PP y
PSOE; el 30% a la suma de votos de IU y UPyD; y el 20 % restante a los
que corresponderían, en conjunto, a los partidos nacionalistas y
regionalistas”.
Interesante, ¿verdad? Parece claro que el bipartidismo ya estaba
desmoronándose, pero (de nuevo) no valía cualquier forma de romper el
bipartidismo. En concreto, no valía romperlo desde la izquierda. En
estimación del resultado electoral (que es diferente que la intención
directa de voto), Metroscopia le daba entonces a IU un 15,6%.
Hubo que crear (de nuevo) otro partido socialdemócrata. O mejor dicho:
otro partido que terminara instalándose en la socialdemocracia.
Pablo Iglesias ya ha advertido a IU que no va a ser su “balsa de salvamento”,
algo bastante innecesario (quizá muy cínico), porque más bien parece
haber sido su vía de agua bajo la línea de flotación. No la única, por
supuesto: la propia IU también es responsable de que su buque haga agua.
Así están las cosas y, a mi modo de ver, los mimbres desplegados para
un nuevo cesto de bipartidismo reformulado y por fin libre de la
izquierda.
Mi pregunta
para usted, señor Alberto Garzón, es muy sencilla: ¿usted ha pensado
bien lo que hace? ¿Ya no se acuerda de Izquierda Anticapitalista, a
cuyos hombros se subió Podemos? Pues pregúnteles cómo valoran aquella
experiencia ahora.
¿Cuál
es el horizonte que ve usted? Porque, tal y como yo lo veo sí es una
segunda Transición, es decir: con más trono, más unidad nacional y sin
izquierda.
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