Thomas Piketty: "Estamos al borde del abismo de una crisis política, económica y financiera"
El economista galo, autor del influyente libro El capital en el siglo XXI, reflexiona sobre el auge de la extrema derecha en su país
"Francia y Alemania han demostrado ser egoístamente miopes con respecto a España e Italia al renunciar a compartir sus tipos de interés"
"Hay que acostumbrarse a vivir con un crecimiento débil"
"La idea según la cual hay que insistir en purgar los presupuestos a base de más austeridad para curar al enfermo me parece completamente insensata"
"Francia y Alemania han demostrado ser egoístamente miopes con respecto a España e Italia al renunciar a compartir sus tipos de interés"
"Hay que acostumbrarse a vivir con un crecimiento débil"
"La idea según la cual hay que insistir en purgar los presupuestos a base de más austeridad para curar al enfermo me parece completamente insensata"
Thomas Piketty, en una conferencia en Barcelona el pasado 15 de octubre. Foto: cc Universidad Pompeu Fabra
Thomas Piketty (Clichy, Francia, 1971), economista
de la Paris School of Economics, es especialista en el estudio de las
desigualdades económicas desde una perspectiva histórica comparada. Es
autor de El capital en el siglo XXI, del que se ha
vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo y que, recién
editado en castellano, le ha convertido en uno de los economistas más
influyentes de la actualidad.
La Paris School of
Economics, de reciente creación, tiene su sede en los locales de la
École Normale Supérieure (13 premios Nobel y 10 medallas Fields a sus
espaldas), en el boulevard Jourdan. No es uno de esos colosales
edificios del siglo XIX, en piedra tallada, donde todavía conservan sus
sedes históricas otras instituciones académicas como la Sorbona o la
facultad de Derecho de Panthéon-Assas. Se trata de un conjunto de
edificios relativamente moderno pero avejentado. El vinílico desgastado
del suelo y el color amarillento de algunas paredes revelan que, si
hablamos de capital, no es físico sino humano.
Tres
chinchetas en la puerta del despacho de Piketty sujetan una hoja de
papel con su nombre. De la cuarta sólo queda un agujero. Su despacho
mide unos 15 metros cuadrados, veinte como mucho, y está forrado de
estanterías repletas de libros. No tiene asistente personal. No viste
traje ni corbata, tampoco chaqueta. Desde el primer momento se muestra
amable, sonriente y natural. Un punto tímido. Aunque da la sensación de
no haber roto un plato en su vida, se expresa sin titubeos y, por
momentos, incluso con vehemencia.
Hay quien ve en el título de El capital en el siglo XXI un guiño a la obra de Karl Marx El capital. ¿Considera usted que la confrontación ideológica entre capitalismo y marxismo sigue vigente?
La disyuntiva no es capitalismo o marxismo. Hay diferentes maneras de
organizar el capitalismo y hay diferentes maneras de superarlo. Lo que
mi libro intenta es contribuir a este debate. En cuanto al marxismo, yo
formo parte de la primera generación posterior a la guerra fría, la
primera generación postmarxista… Cumplí 18 años con la caída del Muro de
Berlín [el día de la entrevista se cumplían exactamente 25 años]. He
leído a Marx y hay ideas interesantes en él, contribuciones notorias,
pero El capital se escribió en 1867 y estamos en
2014. Lo que yo intento es introducir en el siglo XXI la cuestión del
capital, su estudio, esto es lo que significa para mí el título del
libro.
No hay que olvidar que este trabajo habría
sido imposible sin las tecnologías de la información, que permiten
reunir y tratar datos históricos en una escala imposible para Marx o
incluso Kuznets. Es fácil criticar a los economistas del pasado, pero
ellos trabajaban a mano. No contaban con las herramientas de las que
nosotros disponemos y, sobre todo, no tenían la perspectiva histórica
que hoy sí tenemos y que nos permite contar la historia del capital y de
las desigualdades. Esto es lo que mi libro intenta. No pretende
anunciar una revolución, solamente intenta poner a disposición de los
lectores las investigaciones históricas que hemos podido reunir sobre
más de veinte países y que abarcan tres siglos. El libro es, ante todo,
una historia del capital.

Thomas Piketty. Foto: cc Universidad Pompeu Fabra
Su libro estudia de manera
empírica, entre otras cosas, la relación entre distribución de la renta y
crecimiento. ¿Se puede hablar de causalidad directa en el sentido de
que una mejor distribución de la renta tiene por efecto una mayor tasa
de crecimiento?
La correlación y la
causalidad son ambas muy complejas y no van en un solo sentido. La
desigualdad puede ayudar al crecimiento hasta cierto punto, pero más
allá de un determinado nivel de desigualdad se obtiene, sobre todo, un
efecto negativo que reduce la movilidad en la sociedad y conduce a la
perpetuación en el tiempo de la estratificación social. Esto tiene un
impacto negativo sobre el crecimiento. El otro efecto negativo se
produce a través de las instituciones políticas: una desigualdad muy
fuerte puede conducir a la captura de las instituciones democráticas por
parte de una pequeña élite que no va necesariamente a invertir en la
sociedad pensando en el conjunto de la población. Por eso el crecimiento
en el siglo XXI va a depender en gran medida de la inversión en
educación y en formación, de que ésta no sea únicamente para una pequeña
élite sino para la inmensa mayoría de la población.
Más allá de las previsiones de coyuntura económica, ¿qué se puede
esperar del crecimiento en los próximos años? ¿Qué le sugieren las
palabras desarrollo sostenible y decrecimiento?
Creo que tenemos que acostumbrarnos a vivir de manera sostenible con un
crecimiento débil. El problema es que, tanto en Francia como en otros
países europeos, seguimos teniendo en mente esa especie de fantasía de
“los treinta gloriosos” [expresión que hace referencia a las tres
décadas transcurridas entre la Segunda Guerra Mundial y la crisis del
petróleo de 1973] según la cual necesitamos por lo menos un tres, un
cuatro o un cinco por ciento de crecimiento para ser felices. Esto no
tiene ningún sentido. Solamente en las fases correctivas en las que unos
países recuperan el retraso con respecto a otros, o bien en fases de
reconstrucción, se dan tasas de crecimiento tan elevadas.
Hay que meterse en la cabeza que una tasa de 1% o 1,5% anual es, en
realidad, un crecimiento muy rápido si se prolonga en el tiempo. Con
tasas de crecimiento así durante un periodo de treinta años, que es el
equivalente a una generación, se obtiene un incremento de renta que
equivale a un tercio o incluso la mitad del PIB.
Por
otra parte, que haya que vivir de manera sostenible no es un argumento
para defender un crecimiento nulo. Un tasa de crecimiento entre 1% y
1,5% anual en el largo plazo es fuente de progreso y no es un objetivo
imposible. Ahora bien, para alcanzar un ritmo de crecimiento así hay que
abandonar la actual política de austeridad. Eso en primer lugar. Y
sobre todo hay que invertir en educación superior, en innovación y en
medio ambiente... Hablo de invertir en medio ambiente porque es evidente
que habrá que encontrar nuevas fuentes de energía renovable, visto que
con las fuentes actuales no vamos a poder mantener una tasa de
crecimiento del 1% o 1,5% anual indefinidamente.
Thomas Piketty. Foto: cc Universidad Pompeu Fabra
A la vista de las últimas
previsiones de la Comisión Europea, no parece que estemos cerca de
alcanzar esa velocidad de crucero. ¿Cree usted que la austeridad es una
purga necesaria para recuperar la senda de crecimiento?
La realidad es que vamos camino de una década inmersos en un clima de
recesión y de austeridad. Digo esto porque el PIB por habitante estimado
para Francia en 2014 o 2015 es inferior al de 2006 o 2007. Esta es la
situación. Llevamos casi diez años de completo estancamiento de la renta
per cápita, de la riqueza del país, del poder adquisitivo… A partir de
aquí podemos discutir todo lo que queramos sobre cuál tiene que ser la
recaudación del Estado, cuánto el gasto público o cuánto el peso del
sector privado en la economía, pero el hecho es que la riqueza total
disponible es inferior a la que había en 2007. No hemos recuperado el
nivel anterior a la crisis. Es normal que, en una situación como ésta,
el ambiente sea depresivo.
La idea según la cual hay
que insistir en purgar los presupuestos a base de más austeridad para
curar al enfermo me parece completamente insensata. Digo esto pensando
en Francia, pero lo mismo vale para Italia, con tasas de crecimiento
negativas en 2013 y en 2014. Es verdad que el crecimiento en España es
un poco mejor ahora, pero no olvidemos que todavía sufre un retraso
considerable en términos de renta per cápita con respecto a las demás
grandes economías europeas.
El resultado global de
las políticas de austeridad en los últimos cuatro o cinco años es, de
manera objetiva, muy malo. Estados Unidos tenía una tasa de paro muy
similar a la zona euro hace unos años y hoy en día la diferencia es
enorme. El paro disminuyó allí, a pesar de que el nivel de deuda de
ambas economías era muy similar en la situación de partida. No hay duda
sobre quién ha elegido la estrategia adecuada.
¿Qué otra estrategia tendría que haber seguido la zona euro para salir de la crisis?
Creo que es necesario poner en común las deudas públicas y los tipos de
interés (de la deuda pública). Francia y Alemania han sido
extremadamente egoístas. Han demostrado ser egoístamente miopes con
respecto a España e Italia al renunciar a compartir sus tipos de
interés. Una moneda única con 18 deudas públicas y 18 tipos de interés
asociados a esa deuda no funciona. Los actores financieros no tienen
confianza en este sistema. Sólo podremos salir de esta crisis si creamos
un fondo común de deuda pública con un sólo tipo de interés. El Banco
Central Europeo podrá entonces estabilizar ese tipo de interés con menor
dificultad de la que tiene actualmente con 18 diferentes.
Ahora bien, si queremos gestionar la deuda de manera común necesitamos
también un Parlamento de la zona euro que tome decisiones a este
respecto, entre otras cosas sobre el nivel de déficit común. Esto es lo
que ha faltado hasta ahora en las proposiciones de reorientación de la
construcción europea que Hollande ha esbozado en Francia, y de lo que
también se ha hablado en España e Italia. Finalmente no se han traducido
en una propuesta concreta de unión política y, al mismo tiempo,
presupuestaria. Ambas cosas son necesarias.
Habla usted de reformar el diseño institucional de la zona euro. ¿Qué
diferencias habría entre el actual Parlamento Europeo y ese Parlamento
presupuestario al que usted hace referencia en la última parte de su
libro?
Hoy en día tenemos un Parlamento
Europeo en el que están representados 28 países y, por otra parte, el
Consejo Europeo de Jefes de Estado o de Gobierno y el Consejo de Asuntos
Económicos y Financieros (integrado por los ministros de Economía y
Finanzas). Son varios los problemas de esta arquitectura democrática. El
primero es que no todos los 28 países representados en el Parlamento
Europeo quieren avanzar hacia una mayor integración política, fiscal y
presupuestaria. El segundo, que el Parlamento Europeo no representa en
absoluto a las instituciones de los Estados-nación y, en concreto, a los
Parlamentos nacionales.
Thomas Piketty. Foto: cc Universidad Pompeu Fabra
Por eso creo que hace falta, en paralelo al actual
Parlamento Europeo, una Cámara parlamentaria de la zona euro o, en todo
caso, una Cámara formada por los países de la zona euro que quieran
avanzar hacia una unión política, presupuestaria y fiscal, y que tendría
que construirse a partir de los diferentes Parlamentos nacionales. Cada
país estaría representado en proporción a su población, ni más ni
menos, lo mismo Alemania y Francia que los demás. El cometido de esta
nueva Cámara consistiría en votar cuestiones tales como un impuesto
común sobre sociedades o el nivel de déficit comunitario.
No son pocos los que piensan que, en lugar de más integración, lo razonable sería retornar a las monedas nacionales.
No, para mí no es la buena solución. Ahora bien, si no se proponen
alternativas rápidamente creo que el retorno a las monedas nacionales
será un escenario cada vez más difícil de descartar. Concretamente, la
única respuesta que se ha dado en Francia a aquellos que quieren salir
del euro consiste en decirles que es imposible, que está prohibido, que
ahora que hemos entrado ya no se puede dar marcha atrás… Esta respuesta
es extraordinariamente débil y no va a aguantar mucho tiempo más.
La salida a la crisis radica en avanzar en la unión de los países de la
zona euro. En cierto modo, la peor de las situaciones es la actual
porque hemos perdido la posibilidad de devaluar la moneda, hemos perdido
soberanía monetaria nacional y a cambio tendríamos que haber ganado
nuevas formas de soberanía fiscal y presupuestaria, mayor capacidad para
recaudar impuestos de manera más justa, mayor capacidad de resistencia
para protegernos frente al riesgo de especulación sobre los tipos de
interés de la deuda pública. Hasta ahora Francia y Alemania han ganado
en este juego, pero la única alternativa a la salida del euro es una
unión de la deuda, una unión fiscal. Si no nos damos prisa, creo que las
fuerzas políticas en favor de la salida del euro terminarán por ganar
la partida.
¿Qué se puede
esperar de Francia en la construcción de esta nueva arquitectura
institucional europea precisamente ahora que la extrema derecha encabeza
los sondeos? ¿Europa debe preocuparse?
Hay
que preocuparse, absolutamente. No creo que el Frente Nacional vaya a
llegar al poder en el Elíseo, a la presidencia de la República, pero sí
puede conseguir la presidencia de varias regiones. El próximo año hay
elecciones regionales y, dado el modo de escrutinio, es perfectamente
posible que dos o tres regiones, incluso más, caigan del lado del Frente
Nacional.
En un sistema electoral como el de las
elecciones presidenciales estamos acostumbrados a que el Frente Nacional
pierda, incluso si es el partido más votado en primera vuelta. Sin
embargo, en las regionales el partido más votado obtiene una prima
equivalente a la cuarta parte de los escaños (el resto se reparte de
manera proporcional). Si el Frente Nacional consigue el 30% o el 35% de
los votos en una región, la derecha el 25% y la izquierda el 20%, por
ejemplo, la prima al partido más votado hace que el Frente Nacional
aspire a tener la mayoría absoluta en esa región.
Va a
ser un shock enorme en Europa. Hasta ahora el Frente Nacional solamente
ha ganado en algunas ciudades pequeñas, pero si regiones enteras pasan a
ser gobernadas por la extrema derecha entonces la historia será otra.
No va a ser una broma. Se van a crear tensiones en algunas zonas del
país y el resultado puede ser extremadamente violento.
¿Hasta ese punto?
Estamos realmente al borde del abismo de una crisis política, económica
y financiera. De acuerdo en que la crisis es responsabilidad de todos
lo países, pero no entiendo que Alemania siga pensando que tiene interés
en mantener esta visión tan rígida de la austeridad… a fin de cuentas,
ni siquiera allí el crecimiento es elevado. Que conste que la
responsabilidad también es de Francia, por no hacer verdaderas
propuestas progresistas y de refundación democrática de Europa. Y
seguimos esperando propuestas de España y de Italia. En cualquier caso,
creo que la situación es grave y que las elecciones regionales en
Francia el próximo año van a ser un shock.
Thomas Piketty. Foto: cc Universidad Pompeu Fabra
Muchos lectores se inquietan porque
interpretan su libro como la evidencia de un futuro con menor
crecimiento y peor distribución de la riqueza. ¿Hay argumentos para el
optimismo?
Por supuesto que sí. Esa es mi
manera de ser. ¡Ya lo siento si algunos llegan a conclusiones pesimistas
tras la lectura del libro! Yo creo en el progreso social, económico y
democrático. Y en el crecimiento. Pero hay que acostumbrarse a vivir con
un crecimiento débil. Insisto en que un crecimiento débil que se
mantiene en el tiempo es compatible con el progreso. Hace treinta años
no disponíamos de las actuales tecnologías de la información, por
ejemplo. Si se organizan bien, si nos dotamos de las instituciones
adecuadas para que todo el mundo se pueda beneficiar, estas tecnologías
constituyen una enorme fuente de riqueza.
Creo en el
progreso técnico y en la mundialización, y el libro no es pesimista con
respecto al futuro. Simplemente, para que estas cosas beneficien a
todos, hacen falta instituciones democráticas, sociales, educativas,
fiscales y financieras que funcionen correctamente. El problema es que,
después de la caída del Muro de Berlín, nos imaginamos por un momento
que era suficiente con basarse en las fuerzas naturales del mercado para
que el proceso de mundialización y de competencia beneficiase a todos.
Creo que ahí está el error. Hay que repensar los límites del mercado,
los limites del capitalismo, y repensar también las instituciones
democráticas.
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