Dos investigadores sociales trabajan en los diarios personales del ex provicario castrense
La confesión del cura Bonamín
Los textos, salvados de la incineración, revelan que la Iglesia aportó 400 capellanes para acompañar la lucha antisubversiva. Tiempo accedió a ellos en exclusiva.

Investigadores
- Lucas Bilbao y Ariel Lede llevan seis años desmenuzando el contenido
de los diarios personales de Victorio Bonamín - Foto: mariano vega
En sus 750 páginas, el diario personal refleja todos "los encuentros, sensaciones, tareas, compromisos y reuniones que tuvo Bonamín", explican los investigadores a Tiempo Argentino luego de haber concluido el trabajo sobre la primera documentación escrita en primera persona que refleja la estrechísima relación entre la Iglesia y las Fuerzas Armadas antes y durante el golpe. Los originales ahora están atesorados en la Comisión Provincial de la Memoria de Buenos Aires, pero cada uno de sus párrafos fueron minuciosamente leídos y entrecruzados por ambos jóvenes para construir el primer estudio sistemático sobre el vicariato castrense en la Argentina.
"Bonamín se reunió con más de 700 miembros de las tres Fuerzas Armadas en esos dos años y, entre ellos, con diez integrantes de la SIDE y otros diez de la inteligencia militar", cuenta Lede para graficar que el provicario no sólo hablaba con los capellanes, sino que tenía un trato directo con buena parte de los oficiales y suboficiales que luego se encargarían de administrar los centros clandestinos de detención que el vicariato castrense acompañaría con una gran cantidad de capellanes. Los caminos para esos hallazgos fueron abiertos a partir del diario personal del pro vicario. Gracias a su lectura y al entrecruzamiento con distintas fuentes oficiales que hicieron Lede y Bilbao, ahora se puede saber que la Iglesia Católica aportó 400 capellanes entre 1975 y 1983 para acompañar "la lucha antisubversiva" que implementó la Junta Militar durante su gobierno. La cifra es mucho mayor a los números conocidos.
"Hasta ahora no había un registro sintetizado y completo, pero cruzamos listados oficiales, del Ministerio de Defensa, los boletines del vicariato y los 60 que había en los registros y hemos podido demostrar que el vicariato castrense nunca fue una institución separada de toda la Iglesia", explica Bilbao. La prueba, agrega Lede, radica en que el vicariato "se componía de capellanes castrenses y auxiliares. Los castrenses tenían trabajo exclusivo y los auxiliares tenían su tarea en la parroquia y colaboraban con el vicariato. Para que esos capellanes auxiliares integraran el vicariato necesitaban la autorización del obispo diocesano, y a partir del entrecruzamiento que hicimos, hemos podido concluir que los capellanes auxiliares conformaron, entre los años '75 y '83, el 75% del personal del vicariato, con lo cual comprobamos que se trataba de la institución eclesiástica y militar que físicamente dependía de la autoridad de la Iglesia en general, que le brindaba sacerdotes para que funcionaran como capellanes. De otro modo el vicariato no habría tenido la presencia que tuvo en todo el territorio nacional y eso fue volcado en toda la zonificación militar, con un despliegue que cubrió no solamente los comandos de zona, sino cada uno de los batallones, grupos y regimientos que son los que estaban a cargo de la represión directa y de los centros clandestinos. A tal punto que era así, que hemos descubierto que hubo alrededor de 100 capellanes, mucho más que los 30 que se tenían hasta ahora por denuncias, y que tuvieron relación con unidades militares que alojaron centros clandestinos o bien que administraban centros militares en otras unidades dependientes", detalla el joven.
De ese total de auxiliares "el 30% dependía de las órdenes y congregaciones, no del clero secular", acota Bilbao y resume que "la orden de los salesianos aportó 40 capellanes del total de 400, los franciscanos otros 20 y los jesuitas están en el tercer puesto de órdenes aportantes con siete sacerdotes".
INTIMIDADES DEL GOLPE. Entre la dedicación exclusiva al vicariato de Bonamín y la función mixta que ejercía Tortolo, como vicario y arzobispo, radica la confirmación del papel central que jugó el provicario castrense. El detalle está en su agenda personal, donde Lede y Bilbao descubrieron su desempeño para "contener las internas militares para la guerra antisubversiva y abogar por la unidad de los militares. Se lo puede ver a Bonamín en todos sus actos y alocuciones abogando por esa unidad para enfrentar al enemigo. Y eso también aparece en sus diarios, donde Bonamín se destaca no sólo porque en su ideario lo teológico y lo militar está muy sintetizado, casi mejor que ningún otro obispo en el país, sino porque además era uno de los jefes de la institución que articulaba las relaciones entre las FF AA y la Iglesia, pero también entraba al gobierno como interlocutor".
Con semejantes funciones a su favor, Bonamín refleja en sus diarios personales la importancia que tuvo el Operativo Independencia, la ofensiva militar promovida por las Fuerzas Armadas que lanzó el gobierno de Isabel Perón en 1975 para "combatir a la guerrilla". A partir de esa intervención militar antes del golpe, comienzan a llegar los "problemas de conciencia" por la utilización de la tortura y la violación de prisioneros. "A fines del 75 comienza a aparecer la muerte y la tortura en sus anotaciones. Sobre todo porque vienen los capellanes a contarle que hay intranquilidad de conciencia en la tropa o porque el mismo asiste a algunas unidades militares y los directores le piden que les dé una conferencia para abordar este problema. Así empiezan a aparecer en su diario los títulos de conferencias de adoctrinamiento que funcionaron como instancias de formación y también de legitimación religiosa de la violencia: "Religión y combate", "Matar en combate", "Visión teológica militar", "Criterios sobrenaturales al accionar de los militares" y "Administradores de la fuerza"", detallan los investigadores.
Los adoctrinamientos oficiales de la Iglesia en Tucumán para 1975, que surgen del diario personal de Bonamín, luego se extenderían al resto del país durante el golpe. "En un momento entiende que tienen que "aunar criterios los capellanes" y entonces organiza reuniones de los capellanes con Tortolo, para fomentar la justificación teológica para que se muevan con la misma línea discursiva", cuenta Lede sobre los diarios, donde Bonamín escribió las quejas de algunos capellanes, especialmente uno de Córdoba, que le advirtió que "están actuando por mano izquierda" en referencia a las violaciones y torturas atroces.
Antes del derrocamiento de Isabel Perón, Bonamín tejía el golpe en sendas reuniones. En cada una de ellas, según su propio puño y letra, hablaba de "la situación", como una forma de cifrar en silencio la marcha del golpe que, en algunas páginas vaticina para el 3 de marzo y otras para algunos días después. Página por página, Bonamín anota los detalles de sus aportes para la conspiración. El 17 de noviembre de 1976 escribió: "promuevo una reunión de comandos militares y el secretario general para el problema "seguridad en la casa fría estirada" luego invitamos a monseñor Graselli por el problema que nos crean los que acuden a él por presos políticos, etcétera", en directa referencia al Operativo Independencia, su aplicación, y a monseñor Emilio Grasselli, ex secretario de la vicaría castrense y capellán militar, cuya indagatoria fue solicitada a la justicia acusado de desorientar "dolosamente" a familiares de desaparecidos.
En otra oportunidad, Bonamín refleja que las visitas a las unidades militares tenían un cometido amplio. "En la Escuela de Infantería Campo de Mayo, invitado por el director coronel García. Debía ir para cenar y luego entretenerme 15 minutos con la Compañía 'General Paiva' que se está entrenando tipo comando para la lucha anti guerrilla, aguerridísima! Pero me encontré con que toda la escuela estaba esperándome para una conferencia en el salón. Improvisé sobre religión y combate. Después sí, cena y 'buenas noches' (tema pedido: matar en combate) (Hay intranquilidades de conciencia) De regreso salimos cerca de las 23."
Otros tramos reflejan el poder de la vicaría castrense. El 6 de febrero de 1976, 45 días antes del golpe, registra: "Gral. Buasso, vino a saludar a Monseñor Tortolo, de paso quiso conversar conmigo 'sobre lo que va a pasar'. Conveniencia seria de prevenir a la Santa Sede por si son detenidos algunos sacerdotes." La referencia confirma la estrecha comunicación con el Vaticano, incluso para advertir la detención de sacerdotes. O de otras personas, como el ex ministro de Isabel, Antonio Cafiero, que había sido nombrado embajador ante el Vaticano un día antes del golpe. El 14 de abril, entre otras reuniones, Bonamín recuerda que "Nunciatura pide transmitir al Almirante Massera no encarcelar al ex ministro Cafiero."
"Después comprobamos que ese mismo día detuvieron a Cafiero según se desprende de su autobiografía", cuenta Bilbao para mostrar la profundidad del entrecruzamiento que hicieron a partir del propio trazo de Bonamín, una prueba irrefutable, y en primera persona, de una relación casi promiscua entre la Iglesia y las Fuerzas Armadas que deja en evidencia el enorme silencio que todavía guarda su episcopado, especialmente "porque muchos de esos 400 capellanes siguen vivos y sin decir una palabra", recuerdan los investigadores mientras muestran orgullosos el espejo más incómodo que tiene la Iglesia sobre su relación con la dictadura. .
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