¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

jueves, marzo 24, 2011

SOY EXILIADO AUN HOY


El Proceso y el exilio




He aquí una de las leyes más penosas de la condición del exiliado: su tiempo, aguijoneado por la ansiedad de hacerse un lugar bajo ese sol extraño, no es el mismo que el de los locales.

“La muerte rápida es castigo muy leve para los impíos. Morirás exilado, errante, lejos del suelo natal. Tal el salario que un impío merece”.
Eurípides

Muchas argentinas y muchos argentinos nos vimos obligados a tomar el camino del exilio. Con un muy exiguo capital partí al exilio en agosto de 1976 con mi entonces esposa, Susana, y nuestras hijas Camila, de ocho años, y Agustina, de seis. El destino fue Madrid porque providencialmente iba a publicarse mi novela Copsi en una editorial nueva que tuvo poca vida, Sedmay.
El ostracismo es siempre una experiencia traumática en la que el individuo es forzado a dar un paso no deseado que cambiará radicalmente su existencia. Cualquiera sea el país de destino o el bagaje profesional o laboral anterior con que lo enfrente es un quiebre en su proyecto de vida. Es la pérdida del espacio familiar, social y cultural en el que esta se desarrollaba; es la adaptación forzada a un medio desconocido y no elegido; el aprendizaje de un nuevo idioma, aunque se trate del castellano hablado en España, lo que implica la dramática pérdida de la sutileza en la expresión oral cuando comunicarse bien es tan necesario; el esforzarse por comprender y adaptarse a las minucias del nuevo entorno.
He aquí una de las leyes más penosas de la condición del exiliado: su tiempo, aguijoneado por la ansiedad de hacerse un lugar bajo ese sol extraño, no es el mismo que el de los locales. Es común que aquellas personas en las que se confía para dar los primeros pasos, quizás por recomendación de algún pariente o amigo, quizás alguien a quien se conoció circunstancialmente en la Argentina tiempo atrás, suelen evaporarse arrasadas por la ansiedad del demandante que desembarca no sólo con necesidad de ubicación sino también anhelante de un afecto que su patria le ha negado.
Lo más dramático fue la pérdida o, al menos, la licuación de la identidad. Porque esta se constituye especularmente en función de lo Otro. Así como el bebe reconoce su otredad, el sí mismo, en la mirada de la madre, en el exilio somos desestructurados en nuestra identidad por la falta de los ruidos, los olores, los hábitos, los sobreentendidos, todo aquello que nos constituye como personas correspondientes a un lugar y a un tiempo.
El intento de cicatrización de esos cortes y rupturas me transformó, como a la gran mayoría de quienes compartían mi condición, en un obsesivo escuchador de tangos, bebedor de mate, lector de autores nacionales, me hizo construir con otros desterrados un mundo cerrado en el que, por ejemplo, se sigue con indesmayable pasión el campeonato de fútbol argentino.
Una dificultad es la de tener siempre pendiente el regreso, la convicción de que el futuro transcurrirá en su lugar de origen, que el destierro es sólo provisorio.
Pero es este un tiempo fuera de control para el exiliado. ¿Cuándo se podrá volver? Mientras, estar siempre listo para el regreso (he conocido quienes nunca deshicieron sus valijas durante los años de destierro) descifrando los sonidos llegados desde el otro lado del mar. Interpretándolos muchas veces de acuerdo al deseo, como cuando Rafael Alberti, en 1959, 16 años antes de la muerte de Franco, se mentía en su “La arboleda perdida”que “vientos de libertad” soplaban en su España y que “pronto llegaría la hora del regreso”.
Son frecuentes los casos en que ante la cierta posibilidad de un logro en el lugar del exilio, lo que implicaría una promisoria posibilidad de arraigo, se ponen en marcha mecanismos inconscientes de saboteo (olvido de citas, comentarios inconvenientes) que hacen fracasar dicha oportunidad. Sobre eso escribió Ortega y Gasset, a raíz de su refugio en Buenos Aires de los horrores de la España franquista: “El desterrado siente su vida como suspendida, exul umbra, el desterrado es una sombra, decían los romanos. No puede intervenir ni en la política, ni en el dinamismo nacional, ni en las esperanzas, ni en los entusiasmos del país ajeno.”
Nunca olvidaré la mano solidaria que me tendieron algunos españoles, pero esencialmente la mayor fuerza que me nutrió surgía del grupo de exiliados argentinos en Madrid con los que nos hablábamos y nos juntábamos para darnos el calor que nos faltaba. También sosteníamos un ansioso y activo intercambio de noticias sobre lo que sucedía en nuestra sombría Argentina, en aquellos tiempos sin Internet y de comunicaciones internacionales onerosas. Casi todos dedicábamos parte de nuestro tiempo a concientizar a los europeos acerca de la tragedia que se vivía en la Argentina, lo mismo hacían los que habían ido a dar a México, Venezuela o Francia, y esa labor fue fundamental para que la opinión pública internacional se enervara en contra del ominoso Proceso de Reorganización Nacional.
Algunos pudimos sostener una intensa actividad formativa y ejecutiva que tenía por finalidad responder altivamente al intento de destrucción y castración que implica el destierro. Fue esa una forma de resistencia que hizo que años después, cuando regresamos a la Argentina, habíamos crecido en nuestras respectivas actividades, aprovechando el contacto con la cultura europea que, en circunstancias normales, no hubiéramos desarrollado.
Cuando regresé en 1980 no podía decir que volvía del exilio. La primera entrevista me la hicieron unos jóvenes valientes de la revista del Instituto Superior Mariano Moreno. Nos pusimos de acuerdo en que escribirían que yo volvía de una prolongada beca en Europa.
En cambio, no faltaron los que regresaron años más tarde, ya en democracia, alardeando de su condición de exiliados, lo que generó agrias y justificadas disputas con quienes habían soportado el Proceso en el exilio interior, acorralados por el miedo, la censura, las listas negras.
La cuenta todavía no hecha es cuántos, además de los 30 mil reales desaparecidos del Proceso, son los “desaparecidos” del camino que el destino les habría fijado.
Cuántos y cuántas no llegaron a ser lo que deberían haber sido. Cuántos talentos desperdiciados, cuántas vocaciones mutiladas, cuántos corajes malgastados. Quizás sea cierto que la mayoría de argentinas y argentinos somos sobrevivientes y que en eso se nos fue la mayor parte de nuestro capital humano. <

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