El Presidente sonrió cuando la jefa del gobierno alemán Ángela Merkel dijo que con Mauricio Macri “las condiciones macro en la Argentina se han vuelto más fiables”. “Alemania puede ser un buen socio”, dijo Merkel. Se entusiasmó tanto Macri que hasta habló de coincidencias como “la lucha contra el cambio climático” y dijo que “los dos queremos defender el libre comercio”.
Merkel elogió la apertura económica de la Argentina. “Ahora hay transparencia en las licitaciones”, dijo la número uno del país sede de Siemens. Una decena de directivos de la multinacional fueron procesados por la Justicia argentina e irán a juicio oral por sobornos supuestamente pagados en 1998 en medio de un arreglo con el grupo Socma, encabezado entonces por Franco y Mauricio Macri.
El posible acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea estuvo presente tanto en los contactos privados como en la conferencia de prensa y en el discurso en el Centro Cultural Kirchner, durante la cena. Macri pidió directamente cerrar el acuerdo este mismo año.
Merkel prometió negociar y advirtió que “hay buenos motivos para llegar a un acuerdo” pero que “no se verán colmados todos los deseos de la Argentina sino que habrá que hacer concesiones”.
“Alemania no siempre es un socio fácil”, afirmó la canciller. Nada de metáforas. Berlín fue un socio tan duro de Grecia que hasta impidió la firma de un acuerdo por el que los griegos recibirían ayuda financiera china, según denunció el ex ministro de Finanzas Yanis Varoufakis.
Ajeno a este tablero mundial, frente a la canciller, como se llama en Alemania al puesto de primer ministro, Macri más bien se dedicó a esbozar diferencias respecto del presidente norteamericano. Donald Trump acaba de deshacer el compromiso de su antecesor Barack Obama con las metas de combate al calentamiento global. Anunció que abandonará el Acuerdo de París. El jefe de la Casa Blanca también viene renegociando o anulando los acuerdos de libre comercio impulsados desde los años de Bill Clinton, como el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.
La semana pasada Alemania, Francia e Italia criticaron el anuncio de Trump, que planteó una suspensión de cuatro años para reconstruir la industria de su país y renegociar luego un nuevo pacto. “Fui electo para representar a los ciudadanos de Pittsburg, no de París”, dijo Trump en alusión a la ciudad que en los ‘50 fue el corazón de las acerías.
Hasta ayer Macri no había hecho ningún comentario sobre el retiro estadounidense del Acuerdo de París. ¿Por qué frente a Merkel dijo lo que dijo? El futuro es indescifrable. Su declaración de ayer puede ser el comienzo de un giro. O puede ser una forma de concederle un triunfo a Merkel, que así sumó un presidente a su posición. Un presidente de un país ubicado, además, en lo que Washington llama “Hemisferio occidental”, es decir el área de influencia norteamericana.
Las diferencias entre los Estados Unidos y Europa probablemente se vean reflejadas en la próxima reunión del G-20, que se hará en Hamburgo el mes que viene. La Argentina será sede el año que viene de este grupo heterogéneo con un origen curioso. Se formó en 1999 después de la caída de Asia en 1997 y el desplome ruso de 1998. El núcleo es el G-8 de los Estados Unidos, Alemania, Japón, Rusia, el Reino Unido, Francia, Italia y Canadá. La Argentina, México y Brasil integran el G-20 porque fueron las tres economías emergentes que entraron en crisis profunda en la segunda mitad de la década del ‘90.
De aquí Merkel seguirá, justamente, a México. A Brasil no va. La canciller es conservadora, Alemania tiene fuertes lazos históricos con Brasil y Berlín no cuestionó el golpe de agosto último contra Dilma Rousseff. Pero el gobierno alemán no integra el pelotón de países con jefes de Estado que se chamuscan tomándose fotos junto al impopular Michel Temer. Macri lo hizo.
Igual que Obama cuando vino en viaje oficial el 24 de marzo de 2016, Merkel incluyó en su agenda la visita al Parque de la Memoria, que recuerda a las víctimas de la dictadura militar.
Al revés de cuando habló aquel día, el presidente argentino se privó de repetir comentarios como que las víctimas “pagaron con su vida estas intolerancias y divisiones entre los argentinos”. Ese papel cercano a la liviandad le tocó ayer al diputado y vocero habitual del PRO Eduardo Amadeo (ver página 5), que publicó el tuit más polémico del día: “La visita de Merkel a la sinagoga demuestra cómo es posible y esencial la reconciliación. El que quiere oír que oiga”.
Amadeo hizo referencia de ese modo al paso de Merkel por el templo judío de Libertad y Córdoba, en el centro de Buenos Aires. Alemania donó el dinero para restaurar el órgano Walker, de origen alemán, un instrumento imponente que llegó a Buenos Aires antes del ascenso de Adolf Hitler en 1933.
“Quiero agradecerles que hayan acogido a muchos alemanes aquí en su país, porque muchos vinieron huyendo de los nazis”, dijo Merkel en su discurso. La acompañaban el jefe del gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta, su embajador Bernhard Graf von Waldersee y el embajador de Israel Ilán Sztulman.
“Hay que luchar contra el antisemitismo donde se presente”, dijo.
Lejos de la reconciliación, la izquierda alemana a través de la diputada Christine Buchholz alertó el mes pasado contra el crecimiento de la extrema derecha en la cúpula militar. El propio Ministerio de Defensa investiga 275 casos de racismo, la mayoría de ellos con expedientes iniciados en el último año y medio. En 2015 Alemania recibió un millón de refugiados, que se agregaron a los 11 millones previos. Esos 12 millones son el 14 por ciento de la población total. El mayor porcentaje es de polacos y turcos, en ese orden. Los migrantes suelen ser la coartada preferida de la ultraderecha.
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