¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

viernes, julio 06, 2012

hombre rico=hijo de puta

LA DUDOSA RELACIÓN ENTRE DINERO Y MORALIDAD

"La mentalidad que tienen los ricos les hace aún más ricos"


"La mentalidad que tienen los ricos les hace aún más ricos"
Según Piff, los ricos lo son por guiarse por su propio interés. (Corbis)
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Si limitáis mi poder, os dejo y me marcho. Eso es lo que pareció pensar el príncipe Alois de Liechtenstein cuando amenazó con abandonar su papel de Jefe del Estado si el referéndum que se realizó hace tres días, y que finalmente se saldó a su favor, le retiraba su derecho a vetar todas las decisiones del parlamento de su país. La del hijo del rey Hans-Adam II es una de las grandes fortunas del mundo, con más de siete mil millones de dólares en su haber, y esta pataleta no es la primera protagonizada por la familia: su padre recordó a la población que vendería su castillo a Bill Gates después de recibir fuertes críticas por parte de sus súbditos, a los que recordó que sin su familia, no habría Liechtenstein. Es uno de los poco éticos comportamientos que el psicólogo social Paul Piff, de la Universidad de Berkeley, ha catalogado como propios de los ricos en sus célebres investigaciones.
En su portada de julio, el New York Magazine publica un artículo en el que se describen las últimas investigaciones realizadas por Piff, célebre desde el pasado mes de febrero por publicar un artículo científico en el PNAS (el diario de la Academia Nacional de Ciencia estadounidense) que defendía que cuanto más dinero posee una persona, más inmoral es su comportamiento.
El experimento descrito en las páginas del mensual neoyorquino rema en la misma dirección: dos estudiantes, descritos como “el rico” y “el pobre” se enfrentaban en una partida de Monopoly. Con una particularidad: las reglas no se aplicaban de la misma manera para los dos jugadores, sino que mientras que el rico comenzaba con 2.000 dólares y obtenía 200 más cada vez que pasaba por la casilla de salida, el pobre lo hacía con 1.000 y su bonificación se limitaba a 100 dólares. Justo la mitad. En consecuencia, según relata la periodista Lisa Miller, “no sólo le estaba ganando, sino que le estaba propinando una buena paliza”. Y describía cómo los gestos del “rico” pasaban del desconcierto inicial a una impertérrita y fría efectividad, acompañada por ademanes de suficiencia.
Los resultados son apolíticos, afirmaba Piff¿Pero puede dicho experimento servir para defender que, efectivamente, el dinero nos hace malos, como aseguraba el previo estudio de Piff? Según el mismo, los que disponían de un mayor bienestar estaban más inclinados a hacer trampas, a mentir conscientemente en una negociación, e incluso a robar un caramelo o a acelerar con su coche cuando veían a alguien de menor nivel. En definitiva, “el dinero fomentaba el interés personal y la falta de escrúpulos”, según el investigador. Una idea que contradecía aquella célebre de Émile Durkheim, que postulaba la necesidad de una regulación en toda sociedad porque “ya sea en los peldaños de arriba o de abajo de la escalera, la codicia se despierta por todas partes”. La tesis de Piff era que, precisamente, es la posesión de bienes materiales lo que provoca la aparición del egoísmo.
Una bibliografía creciente
La evidencia científica es cada vez mayor en ese sentido. No se trata tan sólo del caso de Piff, sino de otros compañeros de su departamento como Michael Kraus, que se encuentra en proceso de preparación de un artículo que describirá de qué manera la visión del mundo de los ricos provoca que lo sean aun más, y cómo la de los pobres los lleva a no ascender en la escala social. El propio Kraus defendía en un artículo publicado el pasado año en el Journal Of Personality and Social Psychology que un mayor poder social conllevaba una mayor facilidad para plantearse metas y alcanzarlas, y en otro anterior llamado Clase social, contexto y precisión de la empatía, que los pobres se preocupaban más por las consecuencias de sus actos en su entorno que las clases altas, otro estudio que levantó ampollas en su día.
En cierta forma, este tipo de investigaciones son una evolución de los descubrimientos de la primatología de Jane Goodall que describieron cómo la jerarquía social repercute en el comportamiento de los animales. Sin embargo, se ha considerado también como otro capítulo más de la batalla por la ciencia entre Republicanos y Demócratas, que después de las controversias sobre el evolucionismo o el cambio climático, parece estar comenzando a trasladarse a las Ciencias Sociales, donde aparentemente los resultados de un estudio pueden estar mucho más abiertos a la interpretación que en las así llamadas Ciencias Puras.
¿Una investigación dirigida?
Rápidamente, Paul Piff fue criticado por la metodología de su estudio, donde las variables se encontraban lo suficientemente situadas para demostrar una tesis prefijada de antemano. Piff se defendió recordando a Bloomberg que “los resultados son apolíticos. ¿Me habría entusiasmado menos si hubiésemos encontrado que la gente de un estatus mayor fuese más generosa?”, se preguntaba. “Pues sí, pero no es eso lo que encontramos”.
Entre las voces críticas del ámbito educativo que criticaban a Piff se encontraba Meredith McGinley, Profesora Asistente en la Universidad de Chatham de Pittsburgh, que atacaba directamente el experimento en el que los conductores de coches de lujo se comportaban peor, entre otras razones porque “tener un coche llamativo no significa necesariamente que el que lo conduce sea rico”. Algunos medios titularon sus piezas bajo el nombre de “Los conductores de automóviles de lujo son unos gilipollas”, una forma de ironizar sobre las generalizaciones que establecía el artículo.
Berkeley, una universidad pública, tiene una proporción de doce demócratas por cada republicanoUn sector de los críticos con Piff argumentaba que los encuestados no eran ricos, sino un grupo de voluntarios de los foros de Craigslist a los que simplemente se les daba dinero y se les pedía que se comportasen como millonarios. Además, se recordaba que el investigador ni siquiera ha alcanzado aún el grado de doctor, y que su estudio podría ser una forma de hacer que su nombre aparezca en los grandes medios de comunicación y sea motivo de debate en los círculos académicos, por equivocado que pueda resultar.
“Anda, un artículo realizado por la Universidad de Berkeley. A lo mejor puede ser un poco tendencioso”, recordaba otro comentarista de los foros del New York Times. Es otra crítica habitual: según la página web Students For Academic Freedom, gran parte de las investigaciones están condicionadas por la inclinación política de la institución en la que se elaboran. En concreto, Berkeley, una institución pública, responde a una proporción de doce demócratas por cada republicano, según un estudio realizado por Andrew Jones del Centro para el Estudio de la Cultura Popular. Cuya metodología, a su vez, también fue objeto de debate al no basarse en encuestas electorales sino en una comparación con las tendencias de voto de cada Estado y la filiación a partidos políticos de algunos profesores.
“La avaricia es buena”
Aunque muchos conozcan dicha frase (“greed is good”) por haber sido pronunciada por Gordon Gekko, el personaje interpretado por Michael Douglas en la película de Oliver Stone Wall Street (1987), en realidad pertenece a Ivan Boesky, uno de los agentes de bolsa más exitosos de todos los tiempos, y que definen, como señalaba Piff en un artículo de opinión del New York Times, la mentalidad que ha dado lugar a la desigualdad entre ricos y pobres en su país. “Después de siete estudios diferentes y 25 años después podemos afirmar todo lo contrario, que la avaricia no sólo no es buena, sino que socava el comportamiento moral”. En el mismo texto, Piff pedía un aplauso para Greg Smith, el directivo que abandonó Goldman Sachs al considerar que el banco estaba más preocupado en hacer dinero que en servir a sus clientes. El contrapunto perfecto a Gekko y a Boseky, afirmaba el investigador.
Resulta curioso que Michael Lewis emplease otro estudio de un compañero de Piff en la Universidad de Berkeley, Dacher Keltner, para recordarle a los recién graduados de Princeton que no tenían nada de especial. Se trataba del experimento del líder que se sentía impelido a coger el último donut de la bandeja por el mero hecho de haber sido elegido cabecilla del grupo por azar, sólo por saberse (momentáneamente) superior. Sin embargo, el objetivo del autor de El póquer del mentiroso (Ed. Alienta) no era tanto poner de manifiesto la maldad intrínseca de los ricos como de recordarle a estos la suerte que tenían por serlo. Es decir, volviendo al primer experimento descrito, lo que Lewis pretendía era recordar a su auditorio que estaban ganando 100 dólares más cada vez que pasaban por la casilla de salida.

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