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¿HÉROE O VILLANO?
domingo, agosto 27, 2017
Cádiz, al sol de septiembre
De
Sancti Petri a Chiclana, pasando por La Barrosa y las marismas de la
bahía gaditana. Ventas fuera de ruta para comer muy bien, bodegas,
viveros y paseos en canoa. Mucho más que sol y playa
Ampliar fotoChiringuito Vavá Playa, en La Barrosa (Cádiz).Gonzalo Azumendi
En esta orilla de la costa sur de Cádiz, que va desde el antiguo poblado pesquero de Sancti Petri y hoy puerto deportivo, pasando por el entorno de la playa de La Barrosa hasta Chiclana de la Frontera
(a cuyo municipio pertenece todo), se ha creado un gran centro de
turismo de amplio espectro. Una zona urbana y popular alrededor de las Tres Pistas
—las entradas históricas a la playa—, con el paseo marítimo,
urbanizaciones y villas que configuran lo más parecido a un núcleo
urbano en mitad de la playa, donde la rotonda de la venta El Pino
(con sus míticos desayunos con churros: los churros por estos lares son
cosa seria) hace la función de plaza del pueblo. Y una segunda zona que
se prolonga hasta la torre del Puerco y el final de La Barrosa
ya en el umbral de Conil —el Novo Sancti Petri—, con un trazado que,
gracias a la Ley de Costas de 1988, está pensado para preservar lo mejor
de esta naturaleza y con urbanizaciones para atraer a un turismo al que
no le falta de nada: un enorme campo de golf diseñado por Severiano
Ballesteros, avenidas con palmeras que parecen California, un centro
comercial, chiringuitos y hoteles de cinco estrellas con lobbies
para el copeteo. Este complejo supuso a partir de la década de los
noventa el gran impulso turístico de esta zona de la bahía de Cádiz
dominada por los siete kilómetros de una playa que lo tiene todo:
arenales, dunas y un entorno de marismas.
ampliar fotoExcursión en Kayak por las marismas de la bahía de Cádiz.Gonzalo Azumendi
1. Islotes, castillos y pescado fresco
El principio fue el poblado de Sancti Petri. Este
reducto, que milagrosamente se ha salvado de la especulación y sobre el
que pende un Plan Especial del Ayuntamiento de Chiclana, lleva siglos
aquí. Sus cuatro casas de pescadores, antiguos almacenes de salazones y
hasta capilla, impregnado todo con un toque fantasmal, es un buen sitio
para empezar y acabar el día con sus famosos atardeceres rojos. Allá
donde se mire guarda una sorpresa: las vistas al islote con su castillo, las marismas, San Fernando y a otra playa, Sancti Petri, valga la redundancia, separada por un pequeño acantilado de La Barrosa. Ahora, en lo que fue una de las almadrabas más importantes de Andalucía, está el puerto deportivo,
donde se enseña surf, vela y se alquilan embarcaciones privadas para
darse un garbeo o pescar; muy recomendable es la opción de alquilar una
canoa en el centro de turismo náutico Sancti Petri Kayak (no se requiere
ninguna habilidad especial y es válido para cualquier edad) y recorrer
el caño y las marismas aledañas; conviene, eso sí, pedir antes
información sobre las mareas y las corrientes. Para comer pescado bien
fresco o tomar algo desde la terraza con vistas al Caño, dos
restaurantes: Club Náutico (Calleja, 1), que pese al nombre no es nada lujoso, y al lado, el de la asociación de pescadores Caño Chanarro.
No muy lejos, siguiendo por la carretera de La Barrosa (CA-2134), a la altura de la urbanización Las Mogarizas, está el parque natural Bahía de Cádiz con las salinas de Carboneros.
Entrar aquí es perderse por un paisaje muy poco transitado de pinos,
senderos y marismas que sirven de refugio a numerosas especies del reino
animal y vegetal. Casi enfrente, el restaurante Popeye
(camino Carrajolilla, 1), que bien vale una parada y disfrutar de las
vistas a las marismas con un aliño chiclanero y unos langostinos
locales. Y de aquí, dirigirnos hacia La Barrosa. Playa con su inmensidad y buenos sitios para recalar: en el paseo marítimo, a la altura de la Pista 2, restaurante Zurga,
con unas sardinas sin competencia; y más adelante, en la carretera
paralela a la playa, a la altura de la calle de Róbalo, restaurante Manguita
(ojo que hay otros dos, uno en Chiclana pueblo y otro en el Novo),
visita obligada, un clásico chiclanero en el que todo está delicioso a
precios razonables. Cómo no, también están los chiringuitos: en el Novo
Sancti Petri, Vavá Playa, enfrente del hotel Vincit; Mojama Beach, a la altura de la calle del Rape, y Atenas, ya casi al final de La Barrosa y fin de un largo paseo por el borde del mar para quedarse como nuevo.
ampliar fotoLa playa y las dunas cercanas al poblado de Sancti Petri, en la costa de Cádiz.Gonzalo Azumendi
2. Catálogo de ventas
Chiclana es (o era, ahora en su mayoría ha sido sustituido por
rotondas y chalets) tierra de campo, así que las ventas —humildes
establecimientos de abastecimiento básico— son parte de la cultura
local. Las hay en abundancia, pero aquí citaremos algunas de las
auténticas, esas que suponen una buena inmersión en la Chiclana profunda
—turismo antropológico, vaya— y una alternativa al establecimiento
playero clásico. Son ideales para un desayuno contundente o para
degustar un vino acompañado de especialidades típicas. Muchas han
evolucionado paralelas al desarrollo urbanístico, y donde antes había
apenas un chamizo perdido entre carriles de tierra, hoy se alza un local
de obra decentemente acondicionado y rodeado de pavimento.
Javier Belloso
Es el caso de la Venta El Cotín
(camino del Sotillo, 52), que a primera hora de la mañana bulle de
gente — lo mismo en ropa de faena que con atuendo playero— que se afana
en untar sobre una variada oferta de panes (mollete, Viena, telera,
moreno) tostados los más diversos productos: mantequilla, margarina,
paté, sobrasada, zurrapa de lomo y la mítica manteca colorá,
con o sin asiento (restos derivados de la fritura especiada del cerdo);
una cucharada de esta anaranjada delicia bastaría para satisfacer las
necesidades de un regimiento. Aquí el café, como en toda la provincia,
se sirve fuerte y a temperatura magma o superior. Para la hora del fino o
la omnipresente Cruzcampo destacan la ensaladilla rusa y la carne al
toro.
Los desayunos de Venta El Cotín son famosos por sus molletes, por ejemplo, con manteca ‘colorá’
En el núcleo urbano chiclanero, en lo que antes eran las afueras, se encuentra la Venta La Capilla
(La Vid, 6), muy recomendable por su patio interior y por la calidad de
lo que sirven (ojo a las coquinas a la marinera y a la morena frita
adobada) a unos precios que para el habitante de la gran ciudad resultan
sorprendentes. Y en una de las áreas más camperas del pueblo destaca la
Venta Florentina (Pago del Humo, 5), especializada en guisos marineros, arroces de campo (pollo, conejo) y embutidos ibéricos.
Al borde de la antigua carretera general tenemos la Venta Espadita
(Los Cantaros, s/n), perteneciente a la modalidad de ventas de paso
(que en su génesis despachaban cerca de las paradas de coches), a la que
conviene ir, bien por la mañana (sus rebanadas de pan de campo son
gloriosas), bien por la noche (para degustar a la fresca en la gran
terraza algún pescado asado acompañado de piriñaca, el preceptivo
picadillo aliñado de la zona).
ampliar fotoComedor de Venta Melchor, en Chiclana de la Frontera.Gonzalo Azumendi
3. Los secretos de ‘El Colorao’
A unos 12 kilómetros de Chiclana — término municipal de Conil—, junto a las calas de Roche, está la pedanía de El Colorado (vulgo, El Colorao),
una suerte de poblado del Oeste moderno (dos hileras de casas bajas
flanqueando una avenida principal, en este caso la antigua carretera
general Cádiz-Algeciras) en el que, en términos gastronómicos, un nombre
destaca: Venta Melchor.
Se fundó en 1960 como venta canónica (de las de alivio básico para
viajeros y gente de campo y con un almacén en el que se despachaban
hasta piensos) y hoy es una de las glorias culinarias de la zona (y a
diferencia de otros reputados establecimientos de la provincia, como El Campero, en Barbate, o el Ventorrillo El Chato,
en Cádiz, aún se le puede colgar la etiqueta de “secreto mejor
guardado”). Trabajan con productos locales de temporada de primera
calidad (la huerta de Conil es celebrada en toda la comarca) para
elaborar una carta cambiante que incluye algún guiño moderno, pero en la
que destacan los platos de cuchara de toda la vida (guisos marineros,
potajes, berzas…), los arroces y el atún (su paté de morrillo se ha
llevado varios premios).
Planes sin salir de El Colorao: en la carnicería El Negro Palillo
elaboran una de las mejores morcillas del orbe; para los veraneantes
tempraneros, a primeros de junio se celebra la animada feria local; y
para los amantes de los cachivaches, las gangas y el regateo, un
estupendo mercadillo dominical.
Vivero Reyes, en Conil de la Frontera (Cádiz).Gonzalo Azumendi
4. Viveros para huir del mundo
Por la razón que sea (unos dicen que por la demanda cuando se
empezaron a construir las urbanizaciones, otros porque aquí siempre ha
habido venta ambulante de plantas), en no más de 20 kilómetros, desde
Chiclana pueblo hasta Conil, hay una curiosa concentración de viveros
que cuando uno entra ahí se cree que está en una selva. Y según a qué
horas, por la mañana pronto o después de comer hasta media tarde cuando
no hay casi nadie, son como remansos para escapar hasta de uno mismo. Viveros Chaves,
en Chiclana pueblo (avenida de la Diputación, 47), lo montó Juan Chaves
hace más de 30 años. Su madre, con puesto de verduras en el mercado, empezó a llevar alguna flor. La idea prosperó y el hijo ya tiene otro, Viveros Infraplant
(cruce de las carreteras Fuente Amarga con La Rana Verde). La variedad
de plantas es tanta que lanza una aproximación: ¿3.000-4.000? Las más
solicitadas son buganvillas, hibisco y dama de noche. Este mismo cruce
lleva a la carretera Cádiz-Málaga y en el kilómetro 17,4 está Viveros San Fiacre (barrio El Colorado), y un poco más adelante, Viveros Reyes
(kilómetro 19,3), el decano que lleva aquí más de 40 años. Pinos,
olivos, plataneras… se mezclan con grandes superficies repletas de
cerámica de todo tipo, maceteros, tinas… de tantos estilos (desde lo más
barroco hasta el minimalismo) que es difícil encontrar algo parecido.
Incluso, hay vestigios de artesanía local que merece ser salvada.
Objetos de mimbre o paja, que según cuenta Juan Reyes, hijo del fundador
del vivero, son del maestro artesano Antonio López, de Chiclana (cuna
también de cesteros). Apenas a unos metros, Viveros El Tejar
(kilómetro 19,8), que empezó siendo una alfarería y de ahí que también
junto con las plantas se mezclen objetos de cerámica de todo tipo. Aquí,
su mejor momento es con la caída del sol, porque a diferencia de otros
viveros que están en parte cubiertos por una red que los protege del
viento de Levante, que suele pegar fuerte cuando pega, todo está al aire
libre.
ampliar fotoEl bar de la Peña Emilio Oliva, en Chiclana de la Frontera (Cádiz).Gonzalo Azumendi
5. Tapeo exprés por Chiclana y sus bodegas
Aquí no hay playa. Chiclana, que más que un pueblo es una ciudad de
82.000 habitantes, es el centro de operaciones de la zona y un cambio de
aires muy aconsejable si se echa en falta el asfalto. En la céntrica
calle de La Vega (una de las más animadas por la mañana, y peatonal) hay
que parar sí o sí en la Peña Emilio Oliva
(número 16): prodigiosa la cantidad de tapas ricas que hace el jefe sin
cocina, apañándoselas con una planchita diminuta. Dos imprescindibles
son el montadito de filete y las papas aliñás (versión minimalista, pero certera). Muy cerca, Taberna el 22
(Alameda del Río, 17), con su ensaladilla picante que ha hecho las
delicias de varias generaciones (y en Chiclana, ojo, la ensaladilla rusa
es una religión y un arte).
El mercado de abastos es otra gloria chiclanera que merece la pena por ambiente y calidad del género. Y por el puesto de las especias
que lleva ahí desde 1964. Su última aportación gastronómica es un
molido de Tío Pepe que sustituye al vino para un guiso de altura.
También hay cantina, Santa Mónica (El Walla para enterados), con tapas del mismo pescado que venden en los puestos fritos con arte centenario.
ampliar fotoBodega Miguel Guerra, en Chiclana de la Frontera (Cádiz).Gonzalo Azumendi
A tiro de piedra están las Bodegas San Sebastián (Mendaro, 15) y Miguel Guerra
(Mendaro, 16), de los pocos vestigios que quedan de las decenas que
había en el pueblo y que lo hicieron famoso. Vino de Chiclana, poca
broma. Lugares para alucinar donde sirven en su punto ora fino, ora
oloroso con embutidos ricos como la butifarra local. En la esquina, Casa Adolfo
(plaza del Retortillo, 3), donde solían juntarse las élites locales (y
las élites no dan puntada sin hilo) con un jamón que obnubila.
Un poco más alejadas de este circuito céntrico, otras dos bodegas ilustres: cruzando el río, Bodega Sanatorio (Del Olivo, 1), con un patio emparrado auténtico, y la Bodega La Cooperativa
(polígono industrial El Torno), muy popular entre los nativos, con una
carta extensa de especialidades locales (chicharrones, salazones
atuneras, quesos como el Payoyo…) a precios más que asequibles; con
suerte, está el señor que vende cartuchitos de camarones.
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