Llanto
El mendigo se dirigió a la señora para decirle que no le diera vergüenza mirarle, pues él podía soportarlo

La señora se agachó a recoger la caca del perro y al incorporarse estaba llorando. Usted lo puede soportar, dijo, pero yo no. Incongruentemente, añadió que era profesora de Historia. El mendigo sacó de la mochila, para mostrársela, una Historia del mundo contemporáneo: un viejo libro de bolsillo con las hojas hinchadas, como los tobillos de alguien que sufre hidropesía. Es lo único que he leído en mi vida, explicó, leer es muy instructivo. Mucho, asintió ella haciendo un nudo en la bolsa de la caca del animal, mientras se sorbía los mocos provocados por el ataque de llanto. Si quiere, se ofreció, mañana le traigo otro libro. Tráigame uno sobre el mundo antiguo, por contrastar, dijo el hombre. La mujer anduvo ocho o nueve pasos y regresó para dejarle unas monedas. No haberse molestado, manifestó él. No es molestia, aseguró ella. Déjeme la caca del perro, sugirió él entonces, también tengo que deshacerme de una mía. Ella, tras resistirse un poco, se la entregó. Luego comenzó a andar hacia Callao, tirando del perro, que se resistía a alejarse de su mierda.
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