El sarmiento angustiado y el abuelo feliz
Los dos ex presidentes en activo han salido a la luz esta semana para ofrecer a los españoles su visión de la realidad política y pegar unos cuantos capones a sus sucesores. González y Aznar creen que el PSOE y el PP están dilapidando sus herencias. Sin embargo, esta coincidencia de fondo no se corresponde con la evolución física y emocional de cada uno. Mientras que Aznar es un hombre en tensión permanente, González aparece vitalmente relajado, como un abuelo joven que disfruta de la vida.
El ex presidente del PP aprieta los dientes y marca su mandíbula como si en lugar de estar peleado con Rajoy lo estuviera con el mundo entero. Es un hombre que sufre. Por España, por el PP, por el futuro. Los músculos de su cara y de su cuello nunca se relajan. En público al menos. ¿Cuándo fue la última vez que alguien le vio reír? Quizá sus nietos. Aznar es abuelo pero no lo parece, mientras que González lo es y lo parece.
Las manos rígidas y las muñecas apretadas del ex presidente del PP completan la angustia existencial de un hombre que no tiene ni un milímetro de grasa. Hasta se viste como para ir a un funeral. Todo en Aznar es músculo duro, como un sarmiento leñoso de la Castilla que tanto admira.
Frente al padecimiento de Aznar, González está relajado, moreno y feliz. Ni siquiera le importa que le llamen abuelo Cebolleta. Aunque es otra persona distinta a aquel Felipe que enamoró a media España, se ve que no le importa disfrutar de un poco de grasa. Su cara está rellenita y disfruta de una segunda vida familiar que al parecer le sienta muy bien. Sin corbata y sin ataduras, no le importa pegarle un puñetazo a la autoestima de su amigo Rubalcaba en vísperas de la Conferencia Política.
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