Se
acaba de editar en castellano el libro de cuentos lésbicos Amora, de la
escritora brasileña Natalia Borges Polesso. Por fuera del clisé y en
primerísimo plano, la experiencia de ser mujeres entre mujeres en un
mundo de hombres y de familias tradicionales a lo largo de 33 relatos.
La autora visita Buenos Aires para presentar su libro.
Imagen: Eduardo Martins
En el cuento “Flor, flores de hierro retorcido” (uno de los más hermosos), el estigma de la marimacho (“machorra” en portugués) como enferma, pasa por el tamiz de los ojos de una nena. Al escuchar esto de la enfermedad en referencia a una vecina, la niña –personaje inspirado en vivencias de la propia autora– opta por llevarle flores, porque imagina que por trabajar con hierros en un taller lo que tiene es tétanos. Haber equiparado en la mente infantil del personaje el lesbianismo con el tétanos, es una buena maniobra para hablar del proceso mortífero que esta opción sexual simboliza para esa madre y esa cultura. ¿Quién no recuerda el dolor de haber sido invisibilizada e invisibilizar alguna vez? De estas dos cuestiones se nutren los cuentos. Personajas deseantes, mansas, revoltosas, aplomadas, inexpertas, jóvenes, ancianas, ansiosas, habladas en discursos coloquiales, literarios o epistolares, en primera, segunda o tercera persona, todas distintas e igualmente reconocibles por su pertenencia a la voz de una autora que logra hacer equilibrio en una zona difícil: una línea donde política y poética pueden encontrarse sin repelerse. “Mi idea era hacer un libro, una recopilación de cuentos en que las mujeres fueran protagonistas de las historias, mujeres lesbianas –cuenta Natalia–. Mi propuesta era un poco deshacer esas representaciones más cliché de la identidad lésbica y de las propias relaciones entre mujeres. Fui pensando en una especie de panel, de panorama de tipos que quería representar. Pero eso no funcionó como proyecto porque los personajes que fui creando empezaron a tener más importancia que cumplir una función como si fuese un bingo de ciertos tipos. Se volvieron más importantes para mí que el trabajo. Y ahí sí me parece que Amora termina siendo un libro político, social, porque los personajes son pensados con esa identidad porque es la forma como ellos están en el mundo”.
Fue muy buena la recepción sobre todo de la colectividad lésbica…
–Amora viene a suplir una laguna y eso lo percibí con la recepción del libro. Una tiene una idea de lo que quiere hacer, pero nunca sabe cómo las personas van a recibir ese trabajo y cuando empecé a tener respuestas de las lectoras, hablando de cómo se sentían representadas al leer y que nunca habían pensado que una historia de esas podría estar en la literatura, me di cuenta de que sí tiene una función política, y me terminó dando la oportunidad de crear una red, de conocer gente que está escribiendo sobre cuestiones de género en literatura.
¿Cómo ves el panorama de la literatura en Brasil? ¿Cómo ingresa el tópico lésbico, considerado tantas veces como tema aparte dentro de la gran literatura?
–Hablar de literatura brasileña contemporánea hoy es un desafío. Gracias al trabajo de Regina Dalcastagnè en la Universidad de Brasilia y a sus grupos de investigación, la literatura brasileña amplió su mirada. Ellos trabajan para deconstruir al autor brasileño hoy que es un hombre blanco de cincuenta años que vive entre Río de Janeiro y San Pablo. Es un gran momento de la literatura brasileña. Nunca se había producido tanta poesía. La editorial Patuá publicó 350 libros de poesía de género el año pasado, con tiradas mínimas, de 100 a 300 libros, que están figurando en los grandes premios de literatura del país.
Amora justamente encaja en esa pluralidad...
–Sí. Y hay un trabajo enorme de esos investigadores y de la crítica (que es muy académica) de traer esas literaturas más marginales para los grandes centros de discusión. Esas voces hoy están ahí, tenemos literatura de autoría femenina, negra, de encuentros culturales de periferia, y ya era hora de que la autoría lésbica se pronunciara; algunos escritores incluían personajes homosexuales en sus libros, pero no con protagonismo ni autoral ni de personajes, sino con personajes secundarios. Amora se inserta en ese camino, en ese escenario de deconstrucción de la hegemonía de autoría masculina y blanca.
¿Pensás que existe una literatura de género como género literario en sí mismo?
–Sí y no. No, porque literatura es literatura y necesita circular y ser libre y consumida por todos, que no quede restringida a siglas o rótulos, sin embargo, los rótulos todavía son necesarios en momentos en que se precisa una lucha contra el sistema o para tener representación tanto en términos de autoría como de temática. Es una respuesta doble. Existe como posicionamiento político.
En el cuento “Abuelita, ¿usted es lesbiana?” el tabú familiar impide que las mujeres lesbianas puedan hablar de eso entre ellas.
–Era un tema que necesitaba contar en el libro y es algo que atraviesa generaciones. El primer conflicto que yo tuve, que las personas tienen con su sexualidad, es en la familia, que es el ambiente más cercano. La aceptación de la familia es algo muy importante, porque te ayuda después a pasar con más confianza por las otras aceptaciones. Todavía es un gran tabú familiar hablar de eso.
El título “Amora”, ¿tiene relación con el libro de la autora mexicana Rosa María Roffiel?
–Primero Amora se iba a llamar “Amor a”, pero me preocupaba cómo las personas iban a leer eso, y decidí dejar Amora, como un juego de amor en femenino. Investigué si había otro libro llamado así y en ese momento no encontré nada que me llamara la atención. Tiempo después descubrí el libro de Rosa y lo dejé para investigar más adelante y terminé olvidándome. En la PUC (Universidad de Porto Alegre), una persona me lo recordó, me habló del libro y me lo prestó. Fue una coincidencia muy feliz. l
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