¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

jueves, septiembre 29, 2011

de donde salimos todos,salvo con cesárea


El origen del mundo

Por Mario Goloboff *

Modelo reconocida de La Belle Irlandaise (La bella irlandesa) y de un retrato que con el título la identifica, y modelo supuesta de L’Origine du monde (El origen del mundo), la pelirroja Joanna Hiffernan era, a no dudarlo, realmente muy bella. Así lo atestiguan al menos aquellas obras y lo hace suponer y ver, en parte, la última. Aunque es ésta la que, indirectamente, ha llevado su nombre a la inmortalidad, y el de Gustave Courbet no diría a la fama, ya que ésta la tenía por cierto asegurada, pero sí a la intriga histórica, al enigma, a la polémica y a la duda, desmedros que cuentan entre las mayores y mejores formas de la consagración.

El detalle realista (una preocupación consecuente con tal estética para rendir sumisión extrema a la inmanencia de “lo real”) es llevado aquí a su máxima expresión, al punto de darlo vuelta como un guante: el sexo, en todo lo que de fulgurante pueda tener, en lo visual y lo factual y lo central de la vida misma; sin doblez, sin subterfugios, sin ocultamiento ninguno; sin figura ni desliz ni suposición ni sugerencia: la presencia viva.

El origen del mundo es, también por eso, una tela límite de Gustave Courbet. De un atrevimiento con el cuerpo que la pintura no habría de tener hasta las primeras presentaciones de los autores austríacos del expresionismo o, como lo catalogaron los nazis, “el arte degenerado”. No fue la única en su especie; pintó antes Les baigneuses (Las bañistas, 1853, y está en Montpellier), igualmente épatante, pero aquélla la rebasa en todo: en originalidad de la representación y, aun, en el logro de la forma y el color, si bien en la bañista de espaldas y marchando algunos críticos ven, ya, el reemplazo de la mujer hermosa y “objeto” de la tela por otro tipo de referente más avanzado, una imagen “fuerte y fea, desembarazada por fin de las convenciones de la enseñanza académica” (Michèle Haddad). En todo caso, no se sabe por qué lo oscuro de la pelirroja Joanna en El origen...; tal vez para no delatar a la dama y no crearle otros inconvenientes familiares, conyugales; acaso porque el pelirrojo, durante tantos siglos, había sido un color infamante y delictual: tiempos de persecución de los inquisidores a las pobres muchachas medievales, acusadas, por el color del pelo, de brujería, para poder llevarlas a la tortura y a la hoguera, en uno de esos tantos delirios que atravesó nuestra agitada historia humana en manos de los defensores de la fe. Haber puesto tal matiz en el cuadro habría duplicado inútilmente la transgresión y dado lugar a interpretaciones históricas y religiosas, es posible que muy alejadas de los propósitos de Courbet. A pesar de todo, esta tela no alcanza a constituir la mayor de las paradojas del autor. Quizá sí lo haga, acompañando a ella, su proclamada castidad de la que documentadamente se habla: “Amo cada vez más a las damas, pero sobre todo en la idea y la imaginación, como lo he hecho siempre”, escribió. Y, según su primer biógrafo, Théophile Silvestre, habría dicho, mientras proponía los bocetos de L’homme délivré de l’Amour par la Mort (El hombre liberado del amor por la muerte): “He resuelto hacer morir la mujer que era el tormento de mi imaginación”.

Empeñosamente, Courbet aprendió a pintar el paisaje y la naturaleza, lo que implica el acto de la salida del taller hacia el aire y el sol. Y en especial a los campesinos del Jura francés nativo (asimismo un poco suizo y un poco alemán), yendo en disciplinadas mañanas al Louvre a copiar los curas y monjes de Murillo y los ricos señores del versátil y prolongado Tiziano. Pero como suele suceder en arte, en buena medida y a su manera fue mucho más allá que ellos: saltó las barreras del clasicismo y fundió en alto grado la observación y el reflejo convirtiéndolos a un “realismo integral” e hizo entrar triunfante a éste, casi inexpugnable, hasta las primeras décadas del siglo XX. Porque su rigor mimético lo llevó a apuntar, ya, rasgos metonímicos de la modernidad: el fragmento, la parte por el todo, la alusión (que era también la ilusión). Courbet fue, probablemente, la mejor puerta de entrada al impresionismo con lo que éste anuncia de un camino hacia la abstracción, sin abandonar la intención de representar el objeto, pero en la impresión –descompuesta en miles de partículas de luz y de contrastes– que de él se recibe.

La obra L’Origine du monde es de 1866. Dos años más tarde, la adquiere un marchand; después, se le pierde toda traza. La recupera hacia la segunda década del siglo XX, cuando un barón húngaro, coleccionista y, se dice, igualmente pintor en sus ratos de ocio, Ferencz Hatvany, la compra y se la lleva a su residencia en Budapest hasta que el ejército alemán, durante la Segunda Guerra Mundial, se apodera de ella. Recobrada por los soviéticos y devuelta a su legítimo propietario que ya habita en París, la última adquisición que le concierne es de 1955 y el feliz comprador la posee hasta su muerte.

Se trata de un amateur no menos singular que la singular obra; un hombre que, a su modo y con su estilo personal y literario (una de las facultades que más se le alabó y controvirtió, a todas luces buena deudora del surrealismo), marcó el pasado siglo, de un gran intelectual que, es evidente, amó particularmente esta obra por sus muchos sentidos y por los que él, con su gusto e inteligencia, sin duda debe haberle aportado. Al punto que la tuvo en su estudio, en su gabinete, ornando durante años el recinto, su laboratorio de ideas, su sala máxima. Ornándolo, pero de una manera oculta, detrás de otra tela mucho más inocente. Quiere decir que la poseyó solo para su personal, secreta e íntima contemplación.

Extraño pudor y extraño gesto (otro más alrededor de esta magnífica y, por cierto y en diversos planos, excepcional obra): se trataba de uno de los mayores transformadores del siglo, relector y reescritor, de un polémico innovador y renovador, de un revolucionario en su particular esfera. Sin embargo, estableció límites a dicha situación y creó, voluntariamente, una censura, un ocultamiento. Tratándose de quien era, es difícil pensar que lo hizo por recato, por miedo, por egoísmo, por esnobismo o por una devoción perversa. El enigma, entonces, como muchos otros del mismo maestro, permanece abierto.

Ese hombre, ese fundador, se llamaba Jacques Lacan. A lo largo de ochenta años de una provechosa existencia construyó un verdadero “fenómeno” filosófico y cultural por medio de sus palabras, sus textos y sus comportamientos, desde el “Discurso de Roma” (1953) y la publicación de sus enriquecedores Écrits (1966) a la disolución de la Escuela Freudiana (1980) que había fundado quince años antes. Durante estos días está conmemorándose el trigésimo aniversario de su fallecimiento, acaecido en septiembre de 1981, y en aquella circunstancia sus herederos hicieron pago del impuesto a la sucesión con el cuadro, el que fue destinado por el Estado francés en 1995 al museo de la antigua estación ferroviaria de Orsay, donde desde entonces ocupa una sala pública a la que todo paseante por la ciudad luz puede visitar y acceder. El destino parece haber querido vincular, definitivamente, a dos grandes creadores, a dos grandes exploradores del origen del mundo.

* Escritor, docente universitario.

EL REMEDIO ES PEOR QUE EL.....COCHE

Drogas recetas EEUUMientras que una mejor reglamentación y normas de seguridad han producido cada vez menos muertes relacionadas con los automóviles en Estados Unidos, las muertes inducidas por drogas siguen aumentando, y ahora constituyen “el asesino más grande” de estadounidenses.


Un análisis realizado por el diario Los Angeles Times descubrió que la droga mató a 37.485 personas a nivel nacional en 2009. Muertes con autos ese mismo año ascendió a 36.284. Por primera vez este año, los coches eran el problema menos fatal de los dos.

El abuso de productos farnaceuticos ha sido el factor principal en el aumento de muertes por drogas, que se han duplicado en los últimos diez años y alcanza ahora un promedio de una cada 14 minutos. Agresivas campañas de marketing de las compañías farmacéuticas y las normas relajadas para los médicos en la prescripción de medicamentos han contribuido a su propagación.

Los medicamentos de los cuals se abusa más comúnmente son ​​OxyContin, Vicodin, Xanax, Soma y fentanilo. De hecho, las sobredosis de prescripción son más numerosas que las muertes causadas por la heroína y la cocaína juntas.


Fuente: Noel Brinkerhoff / AllGov News

martes, septiembre 27, 2011

COLEGIO PARTICULAR - Es una institución financiera que vende diplomas; el alumno es el interesado en comprar y el docente es el que quiere cerrar las negociaciones.

lunes, septiembre 26, 2011

ARGENTINA ES UN MISTERIO



Historia de una pasión extranjera

Desde el panegírico del escritor español Vicente Blasco Ibáñez a la Argentina del Centenario hasta las ácidas consideraciones del filósofo Ortega y Gasset o la mirada más bien desconcertada de Rabindranath Tagore, la visión del extranjero sobre la Argentina pertenece por derecho propio a la literatura argentina. Hudson, el conde de Keyserling, Waldo Frank, entre otros, dejaron caer su lupa sobre la pampa tan despejada y llana que se les volvía misteriosa o incomprensible. Aquí, un recorrido por los viajes de Tagore y Ortega y las anécdotas y equívocos provocados por esos viajeros que oscilaron entre la indulgencia y la burla sobre el pretendido ser nacional.

Por Maria Rosa Lojo

[Imagen: Ortega y Gasset, un visitante adusto. Tagore, un viajero desconcertado. Hudson, nacido en Quilmes y pionero en mirar la Argentina como extranjero]

En uno de sus más perceptivos artículos, “Quiromancia de la Pampa” (1929), Victoria Ocampo comparaba la actitud de la Argentina hacia sus ilustres visitantes con la de una muchacha ansiosa que tendía la palma al adivino para que le develara los secretos de una elusiva identidad y de un futuro misterioso (con la esperanza, claro, de que éste fuera extraordinario). Ella misma lo había hecho y sabía de lo que hablaba. Esa actitud de sus compatriotas con inquietudes culturales hacia los viajeros famosos que venían a dictar cátedra es la que describe, también, Arturo Cancela en una deliciosa novela paródica, Historia funambulesca del profesor Landormy (1944). Allí la propia Victoria aparece bajo la figura de doña Ayohuma Castro Allende de Orzábal Martínez, presidenta de la Asociación Amigos de Lutecia.

Convocadas por diversas instituciones argentinas, o traídas por sus embajadas, las celebridades extranjeras transitaban asiduamente nuestro país desde los festejos del Primer Centenario. Algunos dibujaron halagadores retratos, como el panegírico de Vicente Blasco Ibáñez, Argentina y sus grandezas(1910), una obra de encargo, financiada por el gobierno nacional, aunque el novelista valenciano, promotor de la inmigración de este origen en Río Negro, creía sinceramente en las magníficas perspectivas de nuestra república. Pero no todos estaban dispuestos a decir lo que el “gran pueblo argentino” hubiese querido escuchar.
Mirá al río

La escritura de Las libres del Sur (una novela sobre la mayor de las Ocampo, las mujeres intelectuales y los viajeros ídem de la década del ’20) me llevó a indagar en las complejidades y las “internas” de estas expediciones que “(re) descubrían” la Argentina para los argentinos, no siempre bajo los términos más amables. Uno de estos casos fue la estadía, hasta cierto punto involuntaria, del Premio Nobel de Literatura Rabindranath Tagore, en 1924. El destino original de Tagore era, en realidad, Perú. Pero una gripe lo forzó a quedarse en Buenos Aires y a desistir de continuar el viaje, ya que el cruce de los Andes podía resultar fatal (según dictaminaron los médicos) para su delicada condición cardíaca. Victoria Ocampo, admiradora del poeta indio desde hacía mucho tiempo, vio el cielo abierto. Como sus padres (que intentaban a toda costa distanciar a su hija del peligroso mundo artístico) se habían negado a hospedar al Nobel en Villa Ocampo, decidió vender una valiosa joya personal para pagar el alojamiento del poeta y su secretario inglés en otra quinta sanisidrense, llamada “Miralrío”, durante todo el tiempo que quisieran permanecer allí.

Entre nosotros, Tagore es recibido con gran expectativa. Tiene muchos lectores (cosa que no deja de asombrarlo), a través de las traducciones francesas e inglesas que preferían las clases altas, y de las traducciones españolas debidas a Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, en un público más extenso. Su barba blanca, su aspecto de santón, su belleza física combinada con un porte dulce y venerable (las mismas crónicas de los diarios, no sólo los recuerdos de Victoria, la resaltan) revisten todas las seducciones de la lejanía: lo exótico y también lo trascendente. Así, la modista francesa a la que Ocampo le encarga túnicas para renovar el magro y raído vestuario del Maestro se empeña en probárselas personalmente para poder tocarle la barba, similar a la imagen de Dieu le père; o una señora, concurrente como otros muchos “peregrinos” a Miralrío, le pide que interprete un sueño suyo de la noche anterior. Tagore, que no habla ni entiende el castellano, no percibe muchos de estos equívocos. Y otros los toma con paciencia y bonhomía. Quizá porque no menos exótica le resulta a él la Argentina misma, además de inesperada. Si algo ha imaginado antes de arribar al Río de la Plata, es el país decimonónico y pastoril de William Henry Hudson, cuyos libros ha leído con placer e interés. La ciudad populosa y suntuosa por sectores, con automóviles, edificios altos y una creciente pretensión de modernidad no se parece a la “gran aldea”, que en la época evocada por Hudson (el gobierno rosista) todavía duerme la siesta colonial y criolla.

No es mucho lo que Tagore llega a conocer de Buenos Aires. En la Capital, la zona palaciega y arbolada de Plaza San Martín; los jardines de Palermo, por donde lo pasean; las casas elegantes que rivalizan entre sí por tenerlo de comensal. En las afueras, las quintas de San Isidro; el jardín florido de la primavera en Miralrío, la inmensa corriente leonada del Plata que ve continuamente desde su balcón; los pájaros, cuyo vuelo sigue, munido de binoculares. Lo que tiene a su disposición, sin embargo, no concuerda con sus más profundos intereses y, en ese terreno, Victoria y él irán de disenso en disenso.

Tagore volverá a Europa sin poder llevarse memoria alguna de lo que ha venido a buscar en América del Sur: el pasado precolombino (por eso se había entusiasmado con el viaje a Perú), lo específico hispanoamericano. “Lo argentino” se le escapa, le parece una impostación, una mistificación, una copia. La gran ciudad traiciona su pasado, está vaciada de memoria histórica. Y en el campo, a donde finalmente lo transportan después de mucha insistencia por su parte, llega al colmo del desencanto. No va a encontrar ni la “tapera” de Martín Fierro, ni araucanas descalzas con cascabeles de plata en las trenzas, ni ranchos de adobe perdidos en la inmensidad pampeana. Victoria, siempre preocupada por procurarle todas las comodidades, lo lleva a la estancia de unos amigos, los Martínez de Hoz. Era una construcción de estilo inglés, amueblada también a la inglesa, con piezas de época, auténticas, que provocó la sorpresa de Tagore y un disgusto que se limitó a expresar con sobriedad. Pero si en aquel momento dijo sólo: “This house is full of unmeaning things” (Esta casa está llena de cosas sin sentido), ampliaría su dictamen negativo en conversaciones con Romain Rolland, publicadas más tarde, y que afligirían retroactivamente a su anfitriona argentina: “La gente se ha enriquecido de repente, y no ha tenido tiempo de descubrir su alma. Es lastimoso ver su absoluta dependencia de Europa para sus pensamientos, que deben llegarles totalmente hechos. No les avergüenza enorgullecerse de cualquier moda que copian, o de la cultura que compran a aquel continente”.

La estadía en la mansión Martínez de Hoz incluye otros desencuentros: entre ellos, la traducción de un poema que Tagore ha escrito en la casa, sobre un motivo pampeano. Victoria comprueba que la versión oral –traducción directa al inglés recitada in situ por Tagore– es muy superior a su versión final escrita, simplificada para occidentales, a los que el poeta aparentemente no juzga capaces de comprender ciertas sutilezas... Las heridas en su amor propio se profundizarán más tarde, en Miralrío, con la lectura de los apuntes del secretario de Tagore, Leonard K. Elmhirst, tomados durante la jornada de Navidad (ese día Ocampo no está presente, porque pasa la fiesta con sus padres, que no han juzgado oportuno invitar al poeta). Conocemos esta homilía del escritor indio, registrada por Elmhirst, gracias al libro In your Blossoming Flower Garden, de Ketaki Kushari Dyson, que tuvo acceso no sólo a las fuentes de información argentinas, sino al archivo de Tagore en Santiniketan, donde se describe la estadía porteña en sus mínimos detalles.

Las críticas de Tagore del día 25 no alcanzan sólo a los occidentales en sentido amplio, sino muy concretamente a lo que ha visto en la Argentina: un país cuya clase alta, orgullosa de su riqueza y de su supuesta civilización, se entrega a gozos superficiales y vive dentro de una “prisión mental”, sin verdadera libertad de espíritu. La embestida había comenzado ya el 24 de diciembre (y esta vez Tagore se dirigió, en persona, a Victoria). El poeta, que era también un educador y a esa tarea dedicaba, en Santiniketan, buena parte de sus afanes, le hace una serie de observaciones notablemente lúcidas acerca de la crianza de los niños de las clases dirigentes, y que sólo el libro de Kushari Dyson ha recogido. ¿Cómo podrán esos niños sentirse argentinos –se pregunta– si se los educa fuera del país y se los atiborra de libros? Tienen que conocer, ante todo, su propia tierra y para eso hay que enviarlos, ya adolescentes, a viajar por ella con mínimos medios materiales, para que, como nuevos Robinsones, aprendan a sobrevivir en la naturaleza y a amar su territorio. Todas estas objeciones puntuales al modo de vida de las elites no aparecen en un artículo alusivo de La Nación (27 de diciembre de 1925) donde se da, de un modo impersonal, una versión muy suavizada y maquillada de los apuntes de Elmhirst. Tampoco se rescatan en un texto de Victoria Ocampo: “La Navidad de Tagore en Punta Chica”, de 1961. Pero Victoria, que años más tarde mostraría su patria al mundo a través de Sur, tanto en la geografía como en las creaciones estéticas, no fue del todo indiferente a las palabras del poeta al que volvió a ver sólo una vez, en París, pero con quien siguió en contacto hasta la muerte de Tagore, en 1941.
Las promesas de la pampa

Otro viajero notorio de la década del ‘20, aunque aún lejos de la celebridad mundial del escritor indio, fue el filósofo José Ortega y Gasset, que ya había viajado a la Argentina en la década anterior (1916), junto con su padre, el periodista y novelista Ortega Munilla, invitado por la Institución Cultural Española; en la segunda oportunidad (1928), por la Asociación Amigos del Arte, con la colaboración de la Cultural Española; por fin, en 1939, llega empujado por la guerra y el exilio, y es acogido nuevamente por la Cultural, en celebración de sus 25 años, y por Amigos del Arte, aunque por diversos motivos no le será posible establecerse en el país.

Cuando pisa por primera vez tierra argentina, Ortega –nos dice– ya ha estado imaginándola antes, buscando su clave sentimental, su inminente tesoro de experiencias; ha proyectado sobre ella toda suerte de ilusiones y “esperanzas vagabundas”, en pos del futuro que le niega una España detenida, donde el hoy se limita a repetir los gestos del ayer: “¡La Pampa, Buenos Aires! Del fondo del ánimo toman su vuelo bandadas de esperanzas confusas que van rectas a clavarse en un horizonte infinito (...) La vida de un español que ha pulido sus sensaciones es tan áspera, sórdida, miserable, que casi en él viven sólo esperanzas, esperanzas que no tienen donde alimentarse, esperanzas escuálidas y vagabundas, esperanzas desesperadas. Y cuando en la periferia del alma se abre un poro de claror a él acuden en tropel las pobres esperanzas sedientas y se ponen a beber afanosas en el rayo de luz. ¿Qué será la Pampa vista desde la cima sensitiva de mi corazón?”.

Sin embargo, al desembarcar en 1916, Ortega impresiona a la prensa como un hombre parco, más cerca de un grave “profesor alemán” que de cualquier exuberancia latina y emotiva. Sometido a los rituales inexorables de una cortesía que tiende a convertirse en “captura” del visitante ilustre, como bien lo parodiara Arturo Cancela en su mencionada novela, no escapa al interrogatorio de rigor: “¿Qué les parece a ustedes la ciudad?”, pregunta la revista P.B.T. a los dos Ortega, padre e hijo. El padre, cordial, halla en seguida una respuesta halagadora: “Esto me parece hermoso, algo nuevo”, “otra cosa”. El hijo, que prefiere ser sólo veraz, resulta reticente: “Yo todavía no me hallo: necesito estar algún tiempo en una ciudad para coordinar impresiones”. Con la misma actitud, reconcentrada, intransigente ante las fórmulas habituales, inicia días más tarde su primera conferencia en la Universidad de Buenos Aires, el 7 de agosto de 1916: “Acaso es uso de los europeos que os visitan apresurarse recién llegados a tributaros largas alabanzas. Permitid que por un momento quede rota esta usanza. El tiempo que entre vosotros llevo sólo me ha permitido ver vuestras avenidas y vuestras plazas y vuestros edificios, toda esa opulencia de vuestra vida exterior que no ha acertado a conmoverme, que casi me enfada porque me parece estorbar el afán que me ha traído entre vosotros de buscar la intimidad argentina, penetrar en su morada interior, descubrir vuestro modo genuino de temblar ante la vida, inclinándome respetuoso sobre vuestra alma y hundiendo en ella una mirada leal y fraterna”.

Autocalificado contemplador de almas, no de arquitecturas urbanas, en tal calidad se despliegan sus meditaciones argentinas. No obstante, encuentra en esas almas una acusada dimensión espacial: la dimensión horizontal, infinitamente abierta, de la Pampa, clave ya anticipada en el ensueño previo a la partida, desde la que Ortega se pone a “leer” el país y sus habitantes, sin reparar demasiado en la espectacular escenografía de la ciudad. El fantasma (el terror) del espacio vacío, la peligrosa voracidad de lo ilimitado están presentes en el imaginario local desde el libro fundador de Sarmiento, Facundo. Ortega invocará estos conceptos varias veces. Por un lado, recuerda la filosofía hegeliana sobre América, que asocia al fin del vacío la posibilidad de la Historia, y la constitución del Estado; de ahí –apunta Ortega– el retroceso del europeo colonizador transportado a la caudalosa libertad geográfica: trae una tecnología superior, y también formas jurídicas desconocidas por las sociedades primitivas, pero retrocede inexorablemente hacia un pasado prehistórico en la medida en que se abandona al espacio abierto. Por cierto, la Pampa donde se levanta Buenos Aires representa esa apertura en una dimensión exacerbada: demuele y tritura las formas que pierden toda relevancia, todo significado, en un paisaje donde lo único importante es el inalcanzable confín. Ese horizonte polariza todas las miradas, todos los deseos, todas las voluntades, de manera que la vida se vuelve “constante y omnímoda promesa”, a tal punto que se vive, no en lo que se es, sino en lo que se espera ser, siempre por delante de uno mismo (“La Pampa... promesas”). Esta sensación de correr detrás de una promesa incumplida genera en la mujer argentina (la criolla) un “divino descontento”, una actitud positiva, demandante de una realización superior.

No pasa lo mismo con el varón argentino, al que Ortega dedica otro ensayo “El hombre a la defensiva”. Distante, narcisista, vive en guardia, pendiente de su posición social. La actitud se justifica en parte por la continua competencia, y también por la íntima inseguridad que el argentino siente acerca de sus méritos. En un país nuevo, donde hay más necesidades que capacidades, más improvisación que estudio, no todos están preparados para ocupar el puesto que ocupan. El argentino oculta tras la máscara arrogante su vacuidad interior. Cree ser ya, el que imagina ser, entregado a su futuro yo prometido y esto lo paraliza. La hoy legendaria exhortación: “¡Argentinos, a las cosas!” aparecerá justamente en su Meditación del pueblo joven (1939) asociada a la perentoria necesidad de abandonar suspicacias y narcisismos. La sociedad entera, dice, disimula su inestabilidad interna, sus precariedades constitutivas, con la afirmación, a menudo prepotente, de un destino grandioso y con la hipertrofia de la actividad económica colocada por encima de cualquiera otra meta. A pesar de la gran maquinaria de su Estado regulador, casi autoritario, el país corre el riesgo de parecerse a una factoría aún más que las vecinas naciones sudamericanas, riesgo que encuentra, potenciado, en su segundo viaje.

Las observaciones de Ortega promovieron respuestas en varios frentes intelectuales. Tanto, que el filósofo se sintió obligado a escribir una justificación: “Por qué he escrito ‘El hombre a la defensiva’”. Más allá de asumir el contenido de su tesis, Ortega afirma en ella su actitud crítica como pago de una deuda: la gran deuda de quien reconoce deber a la Argentina “una parte sustancial de mí mismo”, los “capítulos centrales” de una posible biografía virtual. En Buenos Aires, “ciudad tan áspera” que “por bien o por mal, pone en carne viva, desuella nuestra persona, la hiperestesia”, ha sentido estremecerse “una raíz de mí mismo, ignorada por mí... una ideal raíz de que brotase no sé bien qué posible vida criolla, no vivida, claro está, por mí”. Ese juego sutil de estar y no estar, de ser y no ser, de mirar desde dentro y desde fuera, define siempre su posición: por un lado se dice “argentino imaginario” o “argentino de afición”. Por otro lado, es el extranjero, el que llega y se va, “que suscita emociones casi religiosas y que parece un poco divino”. No ya el individuo Ortega, sino la “institución extranjero”, una forma susceptible de ser llenada por sucesivos huéspedes y adornada por la fantasía con “todas las virtudes y todas las gracias”. La condición de extranjería le concede un pasaporte de invulnerabilidad (y veracidad) transitorias; la ciudadanía imaginaria, una identificación simpática. Ortega es capaz de sentir como un argentino (el que hubiera podido o hubiera deseado ser): “Digan ustedes de mí lo que quieran, menos que no los siento, que no los siento con todo mi ser”, pero también es capaz de ver más allá de ese sentimiento, y mirarlo, comprenderlo, como si fuera el de otro. Esta doble mirada, este sincero artificio, le permite mostrar a los locales otra perspectiva de la verdad de sí mismos. Parte de esa verdad es lo que los pueblos parecen al viajero. Es su figura imaginaria en la apreciación ajena, no tan sólo lo que ellos creen ser. De ahí que Ortega reivindique, como máxima de conocimiento, una paradoja: “La verdad del viajero está en su error”.

Los “divinos extranjeros” se probarían imprescindibles para la construcción de una autoimagen nacional. Es difícil concebir obras como Historia de una pasión argentina, de Eduardo Mallea, o Radiografía de la Pampa, de Ezequiel Martínez Estrada, o textos de Leopoldo Marechal, de Ernesto Sabato, de Bernardo Canal Feijóo, de Victoria Ocampo, sin el antecedente –aunque los autores no siempre lo reconozcan en forma explícita– de éstos y otros viajeros aún más conflictivos, como el conde de Keyserling, autor de las polémicas Meditaciones suramericanas (1933). A favor o en contra de tales “oráculos”, se irían escribiendo los libros decisivos en los cuales los argentinos hemos intentado dar cuenta de nosotros mismos.

miércoles, septiembre 21, 2011

martes, septiembre 20, 2011


A la loba se le entiende todo
Esta loba con licencia
(ganada el último mayo)
hace de su capa un sayo
y suelta su confidencia
despreciando la existencia
de la Pública Enseñanza,
lo cual sirve de enseñanza
a quien la quiera escuchar,
para, llegado el votar,
no vote a los de Esperanza.

La Spinela

CON LAS TRIPAS DEL ULTIMO CURA....

Como decía Lichtenbergcuando los que manda pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto“. ¿Y si el que manda lo que pierde es la cabeza? Entonces, te puedes esperar cualquier cosa.


Castañas - Chiapas

En el año 1883, ante la terrible sequía que padeció el pueblo de Castañas, en el estado de Chiapas (México), el alcalde tuvo la “brillante” idea de publicar este bando:

Considerando que el Supremo Hacedor no se ha portado bien con este pueblo una vez que en todo el año anterior tan solo ha caído un aguacero y que en este invierno no ha llovido y, por consecuencia, se ha perdido la cosecha de castañas de la que depende el pueblo, decreto lo siguiente:


1º.- Que si dentro de ocho días no lloviese abundantemente nadie irá a misa ni rezará.


2º.- Si la sequía durase ocho días más serán quemadas las capillas y destruidos los misales y rosarios del pueblo.


3º.- Si tampoco lloviese la semana siguiente ni la posterior se procederá a la quema de frailes y monjas, y al apaleamiento de beatas y santurrones. En cuanto al presente, se concede licencia para cometer todas clase de pecados y para que así el Supremo Hacedor sepa y entienda de una vez con quién va a tener que vérselas en lo sucesivo.

Supongo que los vecinos de Castañas tenía más sensatez que su alcalde ya que no se tuvo noticia, en las semanas posteriores, de la quema de iglesias o curas… o quizás cayó el ansiado aguacero.

BRASIL SE AJUSTA EL CINTURON


Brasil ya devaluó 12% en el mes y preocupa a empresarios argentinos

El tipo de cambio expresa la decisión de Dilma de defender su sector productivo.


Con una devaluación de casi 12% en los últimos 20 días , el declive del real en relación al dólar adquirió ayer una dimensión “inesperada” tanto en Brasil como en Argentina. Los brasileños, especialmente los turistas acostumbrados al “dólar débil”, ayer sintieron el impacto de una divisa norteamericana que volvió a cotizarse a 1,77 reales ; valor que no se registraba desde hacía más de un año. En Buenos Aires no sólo las tiendas y hoteles comienzan a temer una baja del flujo turístico. Los empresarios de la UIA advirtieron que un avance en la corrosión de la moneda brasileña que la coloque en la franja de los 2 reales por dólar, “pondrá en apuros a la industria nacional”.

Claro que este proceso en Brasil es una mezcla. En parte obedece a una dinámica interna, es decir, una decisión del gobierno de Dilma Rousseff que busca acomodar el tipo de cambio para defender su sector productivo . La presidenta brasileña y su ministro de Hacienda Guido Mantega ya habían avisado que, ante la incertidumbre mundial, irían a introducir todos los retoques necesarios para proteger al empresariado local. Y en ese sentido hay una diferencia con la estrategia seguida por Lula da Silva durante la crisis de 2008/2009. Mientras el ex presidente prefirió estimular la demanda interna por la vía de subsidios a la producción manufacturera (por ejemplo, con fuertes exenciones impositivas como fue el caso de la venta de autos); esta vez, el “equipo” Dilma-Mantega prefiere medidas más estructurales: la baja de la tasa de interés doméstica (que provocó la salida de capital especulativo) y el aumento de la presión impositiva sobre las operaciones financieras que opera en la misma dirección.

Según algunos analistas, este debilitamiento del real puede ser “transitorio”; es decir, producto de un movimiento especulativo de muy corto plazo en todo el mundo. Pero la mayoría entiende que el nivel de 1,80 real por dólar puede ser el nuevo piso , sobre todo si como se presume el cuadro externo se deteriora todavía más. No es que haya algo esencialmente nuevo para explicar la debacle de ayer de las bolsas europeas: la causa fue la permanente amenaza del default griego. El titular del Banco Mundial Robert Zoellick podrá ser más, o menos, creíble. Pero hay que oír cuando dice que “la disminución de la confianza (del capital financiero) puede causar el derrape de inversiones en los países desarrollados y una retracción de la demanda de los consumidores (de esos grandes mercados)”. En ese contexto, nadie está a salvo. Ni Brasil ni Argentina, cuyas economías (gusten o no) dependen del dinamismo de la demanda mundial.

La presidenta Rousseff afirmó, el jueves pasado, que a diferencia del pasado “Brasil no volverá a quebrar” por causa de terremotos financieros con epicentros en lugares distantes de las costas sudamericanas. En esta oportunidad, el foco sigue en Grecia. Sostuvo que a imagen y semejanza de su antecesor, Lula da Silva, ella logrará repetir el éxito de políticas anti cíclicas que permitieron una rápida recuperación del país, después de una profunda caída operada entre fines de 2008 y principios de 2009. “En el pasado, cuando había cualquier temblor internacional como la crisis de Asia, de Rusia y de Argentina, Brasil quebraba” evaluó para enseguida agregar que “la mejor respuesta es continuar con el crecimiento, la distribución de ingresos y la ampliación de la capacidad productiva”.

lunes, septiembre 19, 2011

UN CRISTIANO RICO,GUAPO Y PELOTUDO



Fernando Madina, líder de Reincidentes, replica en público al futbolista del Real Madrid: “Yo no soy rico, ni guapo y ni siquiera toco demasiado bien”.
Carta abierta de un simple rockero a Cristiano Ronaldo



Las recientes declaraciones del jugador del Real Madrid, Cristiano Ronaldo, están dando mucho que hablar. El portugués, cuando le preguntaron por qué cree que le pita la gente en los partidos, respondió: “Será porque soy guapo, rico y un gran futbolista, porque me tienen envidia. No tengo otra explicación”. A Fernando Madina, líder y bajista de Reincidentes, le han molestado mucho tales palabras y acaba de escribir una carta abierta al jugador del Real Madrid que no tiene desperdicio. El grupo tiene nuevo disco, Tiempos de ira. Y la carta dice así:

Carta abierta de un simple rockero a Cristiano Ronaldo

Señor Cristiano Ronaldo. Me presento. Me llamo Fernando Madina, soy de nacionalidad española-venezolana, resido en Sevilla hace 35 años y vivo de la música. Soy el bajista y cantante de un grupo de rock que se llama Reincidentes (algún futbolista que otro sabe de nuestra existencia).

Me dirijo a usted con la presente, para expresarle mi profundo desagrado, por no llamarlo directamente asco, a propósito de sus declaraciones tras el partido de Champions League que enfrentó al Real Madrid en Zagreb contra uno de los equipos locales.

“Creo que la gente me pita porque soy rico, guapo y juego muy bien” “Por eso me tienen envidia” . Mire, señor Cristiano. Yo no dudo de que usted sea ni rico, ni guapo, ni juegue estupendamente al fútbol. Pero quiero plantearle varias cuestiones:

1.- Estamos viviendo un momento económico donde el hecho de ser rico, quizá no sea motivo simplemente de envidia, sino también de rabia, al darnos cuenta de que los simples trabajadores estamos pagando el precio de una gran crisis económica que no hemos generado, y viendo cómo gente que juega al fútbol, o invierte en bolsa, o simplemente explota al trabajador y elude sus compromisos con la Hacienda Pública, por no hablar de otras profesiones enriquecedoras y de dudosa honestidad (no es su caso), empiezan a derribar Estados enteros. Pero el hecho de que los futbolistas ganen cantidades desmesuradas de dinero, no hace más graves sus afirmaciones de lo que ya son. Aun así, pienso que son desmesuradas, aunque es cierto que ustedes producen también dinero.

2.- Lo de que es usted guapo, no lo pongo en duda, por supuesto, y que juegue muy bien al fútbol menos aún.

3.- Hay un punto en el que creo fundamental que usted reflexione: y se trata de la humildad. Le voy a poner un ejemplo. Cualquier ciudadano de este país y de muchos otros no podría creer que Andrés Iniesta, Xabi Hernández o Leonel Messi hubieran realizado este tipo de declaraciones. ¿Y sabe usted por qué? Porque son humildes. Porque no se creen el centro del universo deportivo, porque son jugadores de equipo, y porque antes de hablar piensan, que es algo muy importante (aunque dada la aparente capacidad intelectual de usted, permítame que dude de sus reflexiones).

4.- ¿No cree usted que quizá le piten en todas partes por su arrogancia, por su chulería, por su poca solidaridad con sus compañeros en momentos puntuales del juego, por sus declaraciones en prensa, radio y televisión? ¿Porque a usted sí, y a otros jugadores de fútbol de calidad más que contrastada no? ¿Nunca se lo ha preguntado?

En definitiva, señor Cristiano, a los buenos siempre les darán más patadas, pero usted ha demostrado con sus declaraciones que la gente le pita con razón, porque la gente sabe lo que usted piensa (no a nivel intelectual, lo cual permítame poner en duda). Y sepa usted que a la mayoría de la gente que seguimos el deporte, que lo amamos (el deporte), nos gustan los deportistas que hacen del deporte un ejemplo para los chicos que vienen detrás, con ilusión, y que con gente como usted y su actual entrenador, lo van a terminar de estropear todo: el compañerismo, el saber ganar, el saber perder, la solidaridad… los verdaderos valores de la competición.

Se despide de usted un rockero que no es ni rico, ni guapo y ni siquiera toca demasiado bien, la verdad…

Fernando Madina Pepper Bajista y vocalista del grupo de rock Reincidentes

domingo, septiembre 18, 2011

ASI QUISIERON ACABAR CON LA IZQUIERDA

"No puedo concebir una manera de salvar tu país a base de matar a medio millón de sus habitantes" -

Viernes.16 de septiembre de 2011

Marco Romero | Diario de León

Es uno de los grandes hispanistas británicos, quizá el último de esta influyente corriente de historia y literatura. Con el coste emocional de quien sufre el dolor ajeno, Preston desgrana en una entrevista exclusiva para Diario de León «el holocausto» que padeció España durante la Guerra Civil e inmediata posguerra, temas centrales de su último ‘best seller’. Pretendía ser el adelanto de su inminente visita a León, pero un contratiempo personal aplaza el encuentro con su público hasta la próxima primavera.

Manuel Santamaría Andrés, profesor de Literatura en el Instituto de León, fue encarcelado a finales de julio del 36 en la infausta cárcel de San Marcos. Sólo por ser un miembro destacado de Izquierda Republicana. El 4 de septiembre era condenado junto al entonces gobernador civil, Emilio Francés Ortiz de Elguea, y otros 29 hombres más. Su esposa y varios parientes viajaron a Burgos para que su pena de muerte fuera conmutada por años de cárcel. Lo consiguieron. Pero la noticia llegó a León antes que ellos y fueron recibidos con una lluvia de balas. Las autoridades militares obligaron a revocar la conmutación y los 31 prisioneros eran ejecutados el 21 de noviembre de 1936. Monseñor José Álvarez de Miranda, obispo de León, a pesar del entusiasmo que mostró al inicio del golpe militar, quedó consternado por las matanzas y empezó a interceder con las tropas de la región en favor de algunos prisioneros. Por cuestionar un tribunal del Ejército, al obispo le impusieron una multa de 10.000 pesetas. Y años más tarde, el Régimen le haría pagar su debilidad con un burdo montaje que desacreditaría su carrera para siempre.

Leyendo y hablando con el hispanista británico Paul Preston (Liverpool, 1946) cobran sentido las descripciones realizadas por Victoriano Crémer en el Libro de San Marcos tras su experiencia en el terrorífico campo de concentración, — «‘¡Comeos los unos a los otros!’, nos aconsejaban piadosamente los guardianes, ‘y así tendréis más sitio’»—, los aterradores testimonios recogidos a pie de fosa durante las exhumaciones de cadáveres y el desesperado lamento de los que sobrevivieron a la tragedia.

La inmersión de Preston en el holocausto español —primera vez que no se habla solamente de matanzas o genocidio— ha logrado revisar los datos y los hechos acontecidos en la retaguardia durante la Guerra Civil e inmediata posguerra desde una perspectiva imparcial, analizando la represión en ambos bandos. Su ensayo concluye que por cada muerte en zona republicana se registraron tres en la rebelde. Y que el dolor sufrido por el pueblo español, fuere del bando que fuere, justifica de sobra el dramático concepto introducido en el título de su último libro, El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después, publicado por Debate (859 páginas). Más de mil libros leídos, casi veinte años de dedicación y un coste emocional irreparable preceden la última publicación del Premio Príncipe de Asturias en Historia Contemporánea, a su vez excelente embajador del humor inglés, al que define como una «mezcla de retranca gallega y mala follá granaína».

Paul Preston, acostumbrado a convertir en best seller cada uno de sus ensayos o biografías, atiende personalmente el teléfono en su vivienda de Londres. El pretexto para entrevistarle era su inminente visita a León. El próximo viernes estaba previsto que el afamado escritor se sentase en el Parador de San Marcos para conversar con su público, en un acto organizado por las librerías Artemis y el grupo editorial Random House Mondadori. Pero han surgido contratiempos familiares obligan a posponer este encuentro, quizá hasta la próxima primavera, aventura el autor de Las tres Españas del 36, Juan Carlos, el rey de un pueblo, La política de la venganza o Biografía de Franco. Aún sabiéndolo, el director del Centro Cañada Blanch para el Estudio de la España Contemporánea de la London School of Economics and Political Science, accedió a ser entrevistado. Incluso dos veces por culpa de los duendes que habitan en las grabadoras digitales y borran las conversaciones sin que nadie se lo pida.

—¿Por qué este trabajo? ¿Cómo lo justifica?

—Mi deber es explicar la Historia a los anglosajones, con lo cual eso me empuja a temas grandes. Si yo hiciera un libro sobre los aparceros de Castilla La Vieja no sobreviviría muchos años en la universidad inglesa. Por eso me dedico a asuntos como la Guerra Civil, Franco, la Transición, Segunda República... Desde mi primer libro La destrucción de la democracia en España, [lo escribió en los años 70 y desmenuza la Segunda República], siempre me ha interesado el destino de los vencidos, por así decirlo. Durante los largos años que hice la biografía de Franco me interesaron mucho los orígenes de su dictadura, su política de guerra, que era más bien una política de exterminio. A los diez o doce años decidí que tenía el deber de estudiar a fondo lo que pasó en la retaguardia durante la Guerra Civil. Pero a lo largo del trabajo entendí que no podría limitarme a estudiar lo que hicieron sólo los rebeldes militares, sino que también tenía que estudiar la violencia en la retaguardia republicana, y de todo eso salió el libro. No sé si eso le justifica a usted mis años perdidos.

—No le pedía exactamente que se justificara...

—Te estoy tomando el pelo.

—Lo siento, pero no pillo el humor inglés.

—Te vendría bien. Es una cosa muy enriquecedora para ponderar los sinsabores de la vida.

—No conozco muchos británicos, la verdad.

—Pero España tiene otras cosas, como la retranca gallega. Añadiendo algo de la mala follá granaína se va acercando al humor inglés.

[El entrevistado parace tener habilidades magistrales para romper la frialdad que impone una charla telefónica]

—Volviendo a su libro, ¿por qué introduce el término holocausto? Hasta ahora en España para referirse a las víctimas de la Guerra Civil y la represión posterior se hablaba de matanzas, como mucho de genocidio. Incluso en la versión en inglés de este ensayo, todavía sin publicar, se está pensando en incluir el concepto Inquisición.

—No se sabe si finalmente saldrá así. Jugar con la palabra Inquisición podría ser interesante para un público como el de Estados Unidos, que no sabe nada de la Historia española del siglo XX. Pero también podría tener connotaciones de que hay algo especialmente sangriento de los españoles, y eso no se puede pensar bajo ningún concepto. Parto de la base de que muchas de las cosas que ocurrieron en España pasan en todas las guerras civiles, aunque el elemento exterminio que había por parte de los rebeldes militares no lo tienen todas.

—¿Es consciente de que estos conceptos le alejan de cierto público, por ejemplo el de derechas?

—Eso tendrías que preguntárselo al lector de derechas. Pongamos que estuviera hablando como ese lector: diría que este holocausto incluye a personas de izquierdas y de derechas, porque hubo víctimas de ambos lados, eso por un lado. Por otro, no se puede negar que murieron cientos de miles de españoles como consecuencia del golpe militar. La excusa que utilizaron los militares en el 36 y que utilizaron muchos de los que les apoyaban fue el estribillo de la dictadura durante 40 años, y es que el alzamiento se hizo para salvar España. Personalmente no puedo concebir una manera de salvar tu país a base de matar a medio millón de sus habitantes. Osea, si realmente la finalidad era esa, lo podrían haber hecho muy fácilmente poniendo sus servicios a disposición del Gobierno de la República. Pero es que había mucho más que eso; decir que trataban salvar España del desorden se puede desmontar enseguida.

[Aunque no es el asunto central del libro, las cifras siempre son polémicas. Preston abre el prólogo afirmando que «durante la Guerra Civil española, cerca de 200.000 hombres y mujeres fueron asesinados lejos del frente, ejecutados extrajudicialmente o tras precarios procesos legales. [...] Por esa misma razón, al menos 300.000 hombres perdieron la vida en los frentes de batalla (p. 17)].

—La recopilación de datos sobre las matanzas lejos del frente y en los frentes de batalla es muy precisa. También novedosa porque aumenta las cifras que se conocían hasta ahora. Pero hay quien ha dicho que son cifras exageradas.

—Para obtener las cifras hay que tener los nombres de los muertos, con lo cual es más fácil llegar a cifras fidelignas respecto a los muertos en zona republicana que en zona rebelde. Yo no pretendo decir que tengo las cifras exactísimas, porque eso es imposible para cualquiera. Igual un historiador de un pueblo lo puede hacer, pero en toda España requeriría un equipo masivo de cientos de historiadores locales. Volviendo al tema, en el caso de los muertos en la zona republicana es más fácil por varias razones. Primero, en el momento de ocurrir las atrocidades, las autoridades republicanas intentaron identificar los cadáveres y comunicarlo a las familias, aunque no siempre fue posible. Eso ya ayudaba a la identificación de las víctimas. Cuando los militares tomaron cada plaza, ya empezaron a conocer los detalles ‘frescos’, por así decirlo. Y después de la conquista del territorio nacional entero se montó toda una operación con los recursos del Estado para identificar y localizar a las víctimas. Eso fue la Causa General. Franco había dicho en un discurso que las víctimas eran 400.000. Eso es ridículo. Montó la Causa General y logró la cifra de 85.000. Nunca se publicó esa cifra porque le habría dejado en ridículo. Pero luego, en los últimos años, esas cifran ha sido sometidas al escrutinio de historiadores locales y se ha descubierto que hay muchas duplicaciones. Es decir, un hombre que era de Jaén pero que murió en Madrid cuenta dos veces, porque cuenta entre las víctimas de Madrid y cuenta entre las víctimas de Jaén. De manera que muchos estudios muy detallados han llegado a la cifra de 50.000. Es sólo indicativa, pero bastante exacta en cuanto a las víctimas en zona republicana. En zona rebelde es mucho más difícil porque nunca hubo una investigación semejante, las autoridades no querían que se supiera el nivel de la matanza, había problemas de gente que murió lejos de sus pueblos, que no llevaba papeles y eran difíciles de identificar. Pero a base de las investigaciones de historiadores locales se han llegado a descubrir los nombres de 130.000 personas. Hay bastantes provincias, sobre todo en Castilla La Vieja, donde apenas se ha hecho investigación y hay otras, incluso en el sur, donde sólo se han hecho investigaciones parciales. Todos los investigadores están de acuerdo en que esas 130.000 son sólo el comienzo, por lo que se llegaría, como mínimo, a 150.000, es decir tres veces más.

[Es necesario reseñar que Preston se ha documentado con un abundante grupo de historiadores locales, a los que dedica un amplio capítulo de agradecimientos. En León colaboraron el profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de León Javier Rodríguez, el archivero Alejandro Valderas y los también historiadores José Enrique Martínez Fernández e Isabel Cantón Mayo]

—El estudio de Salas Larrazábal estima que en el frente de batalla murieron 167.000 personas. Usted casi duplica esa cifra.

—Es que ese estudio no está hecho a base de nombres, sino con la Causa General y estimaciones. Salas Larrazábal es un gran historiador militar, pero ese libro ha sido bastante desacreditado entre los investigadores de este tema.

[No ha sido menos polémica su aportación sobre las consecuencias del golpe de Estado, concluyendo que hubo ‘violencia institucionalizada’ en la zona rebelde y ‘violencia espontánea’ en la zona republicana. Los casos que introduce sobre la provincia leonesa se incluyen en el capítulo titulado ‘El terror de Mola’ (p. 253-306), en el que se relatan, entre otras atrocidades, las que padeció el magisterio].

—¿Qué diferencias hubo entre las víctimas de una misma guerra?

—Por un lado, hay una diferencia cuantitativa de tres a uno. También hay otra gran diferencia de intencionalidad. En zona republicana todo lo que pasó fue en contra de los deseos de las autoridades republicanas y realmente las matanzas habían acabado alrededor de diciembre del 36, porque habían vuelto a imponer el orden. ¿Quiénes eran los culpables ahí? Había incontrolados porque se habían abierto las cárceles, había grupos políticos como los anarquistas que creían que había que acabar con todos los representantes de la vieja sociedad en aras de crear otra nueva, con lo cual asesinaron al clero, a los ricos, si les encontraban, y a los militares, si les pillaban. También hubo grupos de comunistas y algún socialista que hizo eso. Pero siempre en contra de las autoridades republicanas y, en el caso de los socialistas, en contra de los deseos de la dirección del partido. En cambio, en la zona rebelde, la eliminación del pueblo republicano, por así decirlo, de la gente asociada a las ideas progresistas de la república, los maestros, las maestras, todo el que había participado en un sindicato, en un municipio; todo el que estuviera de alguna forma relacionado con la república o participado en acciones sindicales que suponían un desafío a los terratenientes eran las víctimas predestinadas por el plan de exterminio que había. Había un plan previo de eliminación del enemigo y eso no tiene parangón en la zona republicana. Lo que sí hubo en ambas zonas fueron los bajos instintos humanos. En ambas zonas hubo casos de gente que aprovechó la situación para vengarse de alguien, para robar lo que codiciaban: y eso era la mujer, la casa, la propiedad, la empresa. Había mucho de eso; gente que, por la situación, podía violar, robar y matar impunemente. Y eso es algo que ocurre en todas las guerras civiles. Pero las grandes divergencias entre los dos tipos de víctimas son la intencionalidad y las diferencias cuantitativas.

—¿Falta arrepentimiento?

—Depende de quién se hable, porque evidentemente en el caso de los republicanos lo que había era la amargura de la derrota. Los exiliados tenían como primer cometido sobrevivir en países donde no entendían el idioma, con problemas tremendos. Y los de dentro: el sufrimiento de los que quedaban en campos de concentración, cárceles, las ejecuciones… Sí que había algún intelectual que en lo privado se arrepintió, pero más bien había intentos de culpar a otros por la derrota. Y en la zona victoriosa o vencedora no había nada, más bien lo que había era una propaganda para disminuir al derrotado y dividir la sociedad entre vencedores y vencidos, incluso de mantener una especie de miedo por lo que podría suponer la vuelta de los rojos pidiendo venganza. No es que hubiera la mínima posibilidad, pero ésa era la propaganda del Régimen. Oficialmente hubo muy poco arrepentimiento. Muchos intelectuales republicanos escribían denunciando esas atrocidades, pero en la zona franquista había individuos [la parte final del libro aborda ampliamente este tema] que tenían sentimiento de culpabilidad, que tenían problemas dramáticos por todo lo que habían visto y en lo que habían participado. Es muy difícil generalizar, pero en general ha habido poco arrepentimiento.

—¿Y la Iglesia?

—En los años 70, los obispos hablaron de que la Iglesia no se había comportado con espíritu cristiano, pero esa declaración fue derrotada en el seno de la jerarquía eclesiástica. Ha habido arrepentimiento, pero oficial nunca.

[Las conclusiones del hispanista sobre los dramáticos sucesos de Paracuellos implican directamente a Santiago Carrillo, pese a su silencio. Preston considera que decir que no tuvo nada que ver es tan absurdo como hacerle el único responsable. «Es inconcebible que tales decisiones fueran tomadas aisladamente por tres políticos tan jóvenes como Carrilo, de 21 años, Cazorla, de treinta años, y Serrano Poncela, de veinticuatro» (p. 466)].

—¿Qué puede decir de Santiago Carrillo?

—Yo he escrito el libro con afán de llegar a la verdad de lo que pasó, caiga quien caiga, por así decirlo. Mi intención no era poner mal a Santiago Carrillo, pero intentando descifrar lo que había pasado en Paracuellos del Jarama y en Madrid durante el asedio de octubre y noviembre es evidente que Carrillo tenía una responsabilidad, pero lo que no se puede decir es que fuera el responsable. Lo que intento mostrar en el libro son los diferentes niveles de cómo se tomaban las decisiones y quiénes tenían la responsabilidad de organizarlo y todo eso, dentro de lo cual una parte importante de la responsabilidad de la implementación de las decisiones corría a su cargo. Lo que pasa es que Carrillo mismo, por haber negado lo obvio durante tantos años, ha sido cómplice de los que dicen que ha sido el único responsable. Yo creo que parte del problema es precisamente eso, negar cosas absolutamente evidentes. Ha dado muchísimas entrevistas, que si se juntan todas cae por su propio peso porque en una entrevista contradice lo que dijo en otra. Por su cargo, era casi como un ministro de Gobernación dentro de la Junta de Defensa de Madrid, tenía la responsabilidad de los presos y de lo que pasó con ellos. Y los que implementaron sus decisiones informaron diariamente, por eso decir que él no sabía nada es un absurdo.

—¿Lloró? En el capítulo de las gratitudes dice que Gabrielle, su esposa, «es la única que conoce el coste emocional que ha supuesto la inmersión diaria en esta crónica inhumana».

—A lo largo del libro me provocó indignación ver la muerte de personas inocentes en ambas zonas, pero lo que realmente me emocionó fue el tratamiento a las mujeres y a los niños, y especialmente las cosas que pasaron a las mujeres que llegaban a la cárcel con sus hijos pequeños o embarazadas. Había una población bastante amplia en las cárceles, donde las condiciones eran inhumanas para estas mujeres con niños. El tratamiento de esos niños fue espantoso, incluso se los robaban a las mujeres jóvenes. Eso me ha emocionado mucho. También había casos de pueblos donde mataron a familias casi enteras. Lo hicieron con los adultos, dejando en la calle a niños de tres, cuatro o cinco años totalmente desamparados. Cualquier ser humano se emociona con estos casos.

—¿Contribuye este libro a la reconciliación o, por el contrario, cree que reabrirá viejas heridas?

—Yo no creo que este libro pueda reabrir heridas porque aparte yo reconozco que hay muchos españoles que ya ni piensan en eso; se exagera bastante. Oigo a políticos hablar de la posibilidad de una nueva guerra civil o que el país está dividido. Eso es un absurdo. Hay generaciones enteras que ni saben quién era Franco y mucho menos Negrín. Pero sí espero que sea una contribución al entendimiento porque parto de la base de que no se puede pasar a una plena reconciliación si no se reconoce lo que ha sucedido en ambos lados. En ese sentido, la idea de hacer un libro que pudiera contar con detalle los orígenes de la violencia y también las víctimas en ambos bandos era para que la gente que todavía siente odio pueda ver que no eran los únicos, que había sufrimiento en toda la sociedad. En ese sentido espero que sea una contribución.

—¿Cuál sería entonces la manera de restablecer moralmente a las víctimas de este holocausto? Porque no le he oído hablar todavía de memoria histórica.

—Habría que hacer una revisión de las sentencias de los tribunales militares. Puede que hubiera procesos de personas que habían cometido delitos, pero la gran mayoría no. Eso sería importante. También lo sería que se estableciera una ayuda estatal para las excavaciones y que las autoridades locales no puedan impedir, como pasa en muchos sitios, las conmemoraciones que quiere hacer la gente. Eso ha pasado a Granada, donde se quitan constamente placas a las víctimas. De la misma forma que en Alemania es ilegal negar lo que pasó, haría falta una cierta legislación porque hay cosas que se dicen en tiempos medios sobre lo que pasó que en otros países, incluso en Inglaterra, que no sufrió nada de eso, serían ilegales. El Estado tendría que tomar mano en este asunto, pero es algo utópico porque nunca va a pasar.

—¿Quiere decir que la democracia en España es todavía inmadura?

—La democracia en España nació en unas circunstancias muy difíciles y, evidentemente, hay déficits en la Transición, pero yo no soy de los que lo critica porque fue la mejor transición posible en aquel momento, en un contexto en el que todos los soportes básicos de la dictadura, sociológicos o institucionales, como el Ejército, la Policía Armada, la Guardia Civil o la Falange seguían funcionanado. El problema de ahora no es que sea madura o no. La democracia española tiene graves problemas, como la corrupción. Pero en cuanto a la memoria, el gran problema es que el Régimen de Franco montó una operación de lavado de cerebro del pueblo. A través de su control férreo sobre los medios de comunicación y el sistema de educación impuso a España una versión del pasado, la versión de que su acción militar había sucedido para salvar España, que España era un país en el que vivían buenos y malos y que los buenos eran los vencedores, claro. Todo eso durante 40 años creó un franquismo sociológico. Y de la misma manera que en la ex Unión Soviética 20 años después de la caída del comunismo hay todavía un comunismo sociológico, pues en España hay un franquismo sociológico. Hay gente que se crió en ese caldo de cultivo de las ideas franquistas. Como la democracia no pudo contestar eso con otro lavado de cerebro desde el otro lado, ése es el gran problema. En el libro no hablo de memoria histórica porque creo que es un término cargado de muchas connotaciones, pero diría que el franquismo creó e impuso una memoria histórica, la suya. Sin embargo, los familiares no tienen una memoria histórica única, hegemónica, como la franquista. El problema del legado de la propaganda franquista durante 40 años es que afectará, como mínimo, a tres o cuatro generaciones.

—¿Se ha imaginado alguna vez cómo sería una España que no hubiera padecido la Guerra Civil?

—Es muy difícil. No se puede cambiar solamente un término. Si no hubieran ganado los franquistas, ¿qué habría supuesto? Pues incluso podría haber supuesto que no hubiera pasado una Segunda Guerra Mundial. Hay un juramento hipocrático de los historiadores de no meterse en especular sobre lo que habría pasado porque es imposible saberlo.

—¿Por qué hay tantos hispanistas británicos?

—No es que seamos tantos, lo que pasa es que en Inglaterra el sistema de educación no concibe la Historia como un cuerpo de datos que hay que saber, como otros países, casi siempre centrados en la Hisotria nacional. Aquí se pone mucho énfasis en la Historia como método de análisis, de pensamiento. Por lo tanto se puede aprender un tema tanto del Imperio Romano como de la Guerra Civil española o de la Revolución Francesa, con lo cual hay muchísimos historiadores que estudian otros países. Igual que hay hispanisas hay italianistas, lusistas, alemanistas, etcétera.

—Yo no conozco a muchos investigadores franceses o italianos tan interesados en la Historia Contemporánea de España.

—Fue uno de los grandes imperios de la Historia, por lo que en Inglaterra hay mucho interés en la España del Siglo de Oro y en el declive subsiguiente. Por otro lado, la Guerra Civil española y los acontecimientos del siglo XX fascinan mucho. La guerra todavía se ve como algo idealista. El hecho de que Franco fuese uno de los grandes dictadores de derechas y que sobreviviera 40 años después de ganar la guerra y 30 años después de la caída de Hitler y Mussolini hizo de la Historia Contemporanea de España un pozo de fascinación. Es una mezcla de todo eso: un sistema universitario que prima la Historia de otros países y la fascinación por la España del siglo XX.

—¿Y por qué tienen tanto impacto?

—Yo diría que, por un lado, es gracias al franquismo. La censura primó bastante al escritor extranjero porque tenían libertad para escribir una versión mucho más objetiva. Y luego que los primeros libros entraron de contrabando en España. El libro de Hugh Tomas [La Guerra Civil Española (1961)] ingresó en España por ferroviarios que venían del trayecto de París. Luego hay una diferencia en el sentido de que aquí también hay una tradición de historia narrativa y una creencia de que la historia tiene que ser atractiva. Ahora está cambiando mucho, pero hubo una época en que los historiadores universitarios españoles escribían para otros historiadores universitarios. Y sus libros no llegaban al gran público porque no eran amenos. Nosotros hemos sido no sé si punteros en establecer la idea de que la amenidad y la seriedad pueden ir juntas. Ahora hay magníficos historiadores españoles que hacen libros amenos: Santos Juliá, Julián Casanova, Ángel Viñas… Pero la gran época de los hispanistas era antes, quizá yo sea el último.

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sábado, septiembre 17, 2011

COLONIALISMO MENTAL



Acerca de los “rankings” de universidades o del falso dilema entre calidad y equidad

Carolina Scotto (¤)
El miércoles 7 de setiembre algunos diarios argentinos difundieron los resultados de un ranking de universidades obtenido por un indicador denominado QS World University Rankings. La Universidad Nacional de Córdoba (UNC), como la gran mayoría de las latinoamericanas, no aparece en ese listado. Un artículo de La Voz del Interior afirmó que no nos fue bien en esa evaluación; peor aún, que estaríamos “fuera de juego”.
Es importante aclarar, en primer lugar, que por distintas razones la UNC no envió los datos que esas empresas requieren para hacer el ranking mencionado, pero en especial por no coincidir con este tipo de clasificación de las instituciones de educación superior.
Para el cálculo del índice, es necesario proporcionar datos de la institución -por ejemplo, correos electrónicos de docentes y de empleadores de graduados- con los que, suponemos, se conforma luego la población de encuestados. La UNC no facilitó esa información, por lo que desconocemos si fue o no evaluada y, si la evaluación se produjo, obviamente fue incompleta.
Por otra parte, vale la pena observar que los resultados que arrojan distintos rankings varían de manera considerable, porque cada uno de ellos mide o recolecta diversos datos o lo hace de diferente manera. Pero, más allá de la variabilidad de los resultados basados en criterios de clasificación heterogéneos, los indicadores que se toman en cuenta sólo tienen adecuada aplicación en otras realidades sociales y culturales y para otros perfiles institucionales, lo que es lógico porque están generados para medir, sobre todo, a las instituciones que participan de su diseño.
Trabajos científicos. Uno de los indicadores, por ejemplo, son los trabajos científicos publicados en revistas internacionales, principalmente en inglés, mientras que las publicaciones de los investigadores que quedan en el ámbito de nuestra comunidad lingüística no son tenidos en cuenta.
A la hora de medir la reputación de una Universidad entre los empleadores, las encuestas tampoco llegan de la misma manera a empresas locales que a empresas multinacionales situadas en los países centrales. En relación con otra de las variables, la movilidad estudiantil, es bastante evidente que, por distintas causas, son muchos menos los estudiantes extranjeros que eligen las universidades latinoamericanas y que el intercambio es siempre más intenso entre los países más desarrollados.
Por otra parte, es fácil comprender la enorme significación sociocultural que tienen nuestras universidades públicas gratuitas para el fortalecimiento de los lazos sociales y el aumento de la movilidad social: la educación superior consigue que más ciudadanos posean mejores herramientas para su inserción laboral y para aportar al crecimiento, sin otras restricciones que la idoneidad y la disciplina para el estudio.
La UNC aporta, cada año, 6.500 nuevos graduados, con parámetros de calidad cada vez más consolidados. A la vez, la inversión educativa del Estado financia la mayor parte de la producción de nuevo conocimiento científico básico, aplicado o de significación estratégica, algo que ninguna institución con fines de lucro tiene por qué proteger.
¿A alguien escapa que todos esos beneficios son esenciales para el fortalecimiento y la calidad de las instituciones democráticas y el desarrollo económico con mayor equidad social? ¿O es que no se advierte la transformación social que, gracias a la educación pública, permite que los hijos de padres analfabetos o apenas alfabetizados puedan acceder a una carrera profesional o científica y ganar un horizonte de crecimiento personal y laboral cualitativamente diferente al de sus progenitores? ¿O se ignora que la mayor parte de los mejores graduados, de nuestros más destacados científicos, son hijos de la educación pública, tanto por ser accesible como por tener una gran calidad?
Los defensores de los rankings son los mismos que pretenden confundir el debate sobre la educación superior presentándolo como un dilema entre calidad y equidad, cuando sabemos acabadamente que muchos de los modelos de mercado con los que se ha intentado medir o moldear el régimen universitario en distintos países no pueden exhibir ninguna diferencia cualitativa significativa frente a los sistemas públicos y sí, en cambio, son directamente responsables, por su carácter restrictivo, de la consolidación y, por lo tanto, del agravamiento de la inequidad social.
Son los mismos que invocan la autonomía universitaria sólo cuando los universitarios manifiestan vocación y compromiso social. En caso contrario, prefieren que las reglas del mercado y parámetros de eficiencia de las empresas privadas determinen la lógica de producción y criterios de evaluación de las universidades, mirando a la autonomía como una vetusta retórica burocrática y a la universidad como una empresa mal gerenciada que debiera aprender más del mercado.
Nuestra reputación académica merece un análisis más ponderado de factores como las culturas institucionales, las condiciones socioeconómicas, los objetivos sociales, el financiamiento, la cobertura, para luego medir, sobre esas bases, la calidad de procesos y resultados.
Evaluar el desempeño académico propio no se parece en nada a intentar participar de una competencia en la que sólo juegan los miembros de un club cerrado que fija las reglas y al que no se
pertenece.
(¤) Rectora. Universidad Nacional de Córdoba

Todos los años aparece este índice,estos titulares y las susodichas encuestas.
Las universidades del hemisferio norte juzgan como eurocentristas,como parte de la civilizacion del hombre blanco,a todos los que tenemosotra cultura,otros sueños y otros objetivos.
Nos miden con SU vara de medir.
Los imbéciles del planeta,que idolatran a las universidades de los EEUU,Gran Bretaña o Francia nos DESCALIFICAN.
Nos mandan a segunda B mundial de la Education.
Si seremos negros,brutos,ignorantes y boludos,que además de dejarnos saquear,robar las tierras y materias primas,les decimos"si Bwana"...
Copiamos su sistema de estudios,abandonamos nuestras tradiciones y nos echamos en sus manos de buenos colonizadores,nosotros que somos "buenos salvajes".
Y hay pelotudos que se lo creen haciendo "masters" y pagando miles de dolares en sus universidades mercantiles.
Que se metan los títulos y calificaciones por el tujes.

viernes, septiembre 16, 2011

BRADEN O PERON

El diplomático y el periodista

El autor de “Braden o Perón. La historia oculta”, de próxima aparición, devela el rol de John Moors Cabot, diplomático estadounidense, y del corresponsal de The New York Times, Arnaldo Cortesi, en la campaña electoral de 1945/46.

POR Fabian Bosoer


Fue el segundo hombre de la Embajada en aquellos turbulentos meses del 45, junto a Spruille Braden en Buenos Aires. Estuvo en la primera línea de fuego durante las jornadas del 17 de octubre. Fue el primero en informar sobre las movilizaciones obreras y advertir que se estaba gestando “una revolución social”. Partícipe involuntario de la campaña electoral que llevó a Perón a la presidencia, se vio envuelto en la guerra psicológica entre el Departamento de Estado y la Secretaría de Información Pública de la Presidencia, aquella que tuvo como episodios culminantes la publicación del Libro Azul, inspirado por Braden, y su respuesta, el Libro Azul y Blanco, firmado por el coronel y candidato presidencial del laborismo.

John Moors Cabot, de él se trata, descolló en la historia de la diplomacia norteamericana del siglo XX. Como uno de sus más experimentados representantes, estuvo en todos los destinos imaginables; de México a Shangai, de Estocolmo a Varsovia. Representará a su país en las conferencias que dieron origen a las Naciones Unidas. Como cónsul, estará en China en pleno desenlace de la lucha entre las tropas de Chiang Kai Shek y el Ejército Rojo de Mao. Pero su paso por Buenos Aires, en 1945, le dejaría sus marcas más fuertes. Brindará su testimonio en memorias celosamente cuidadas en una biblioteca que lleva su nombre en la Tufts University de Boston, su ciudad natal. Los más importantes trabajos historiográficos sobre la época –en la Argentina, los libros de Félix Luna, Mario Rapoport, Joseph Page, Carlos Escudé, Norberto Galasso y Hugo Gambini, entre otros– registran su participación secundaria en los acontecimientos que signaron las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos en aquel momento.

Quedaron en el tintero, sin embargo, algunos detalles y datos significativos sobre los que echan luz otros documentos e investigaciones de archivos más recientes. Entre ellos, el papel que tuvo Cabot en sus relaciones con la prensa extranjera y los más altos jerarcas del gobierno argentino, y en particular, con el corresponsal del New York Times en Buenos Aires, Arnaldo Cortesi. Periodista italiano, Cortesi había sido el corresponsal del diario estadounidense en Roma durante gran parte del período fascista y luego, en México, desde donde cubrió el asesinato de León Trotsky. De tal modo que quien le contó a los lectores norteamericanos lo que pasó el 17 de octubre en la Plaza de Mayo fue el mismo cronista que había relatado veintitrés años antes la marcha sobre Roma de los camisas negras liderados por Mussolini. Las asociaciones entre ambos acontecimientos estaban inscriptas en su propia vivencia directa, sus percepciones y prejuicios.

Cortesi y Cabot, el periodista y el diplomático, coinciden en Buenos Aires entre abril del 45 y febrero del 46. Tras la partida de Braden, en agosto, Cabot quedará al frente de la delegación y mantendrá reuniones con funcionarios, opositores, periodistas y corresponsales extranjeros. Sus notas enviadas desde Buenos Aires a Washington permiten distinguir cómo se percibían en un centro de la política mundial acontecimientos ocurridos en un país periférico pero estratégicamente significativo. Permiten, también, colocar el foco de análisis en un momento en elque estaban cambiando en dicho centro de poder mundial los propios prismas de observación a partir de los cuales se definen amistades y enemistades, países aliados y adversarios, temas y hechos relevantes o irrelevantes. Los fenómenos que estaban sucediendo en la Argentina pusieron a prueba sus prejuicios y estereotipos.

Los informes que transmite Cabot son detallados y contienen datos de primera mano, pero irán cambiando su óptica a medida que se fue haciendo más evidente que algo nuevo estaba sucediendo en este país. “Parece ser que Perón y su camarilla han decidido volver a la política de represión más generalizada”, escribe el 27 de septiembre. Horas después de los inesperados sucesos del 17 de octubre, con la Plaza de Mayo colmada de manifestantes aclamando al coronel, señala: “Es impresión generalizada que, a menos que la oposición reaccione rápidamente, el apoyo popular a Perón crecerá como una bola de nieve, permitiéndole competir electoralmente como candidato del pueblo con mejores posibilidades de las que se le asignaban hasta ahora. Un observador sugiere que esto representa la muerte de los partidos Radical y Socialista y el nacimiento del Partido Laborista, organizado por Perón”.

Un mes más tarde, en telegrama redactado el 17 de noviembre, el diplomático se permitía dudar de la veracidad y eficacia de los argumentos sobre el carácter nazifascista del movimiento liderado por Perón: “Me parece que nuestra actitud actual hacia el régimen argentino está basada en gran parte en una serie de factores que no nos han llevado a conclusiones enteramente lógicas”. Reconoce que “históricamente la Argentina fue el chico malo entre las repúblicas americanas durante muchos años” y que este país “necesita ahora urgentes reformas sociales”. Señala que “la gente que más vocifera en la oposición no se destacó justamente por sus inclinaciones democráticas” y comenta que “hay otro factor y es que los argentinos se están dando cuenta cada vez más firmemente de que éste es un problema argentino que deben resolver ellos mismos”. Durante las primeras semanas del verano del 46, ya en plena campaña rumbo a las elecciones de febrero, Cabot advierte que “en este país ha comenzado una revolución. Hasta dónde llegará, sólo la historia podrá decirlo…” Y añade un comentario inquietante: “Afirmar que la reforma social debe ser lograda a través del proceso democrático es ignorar el hecho de que en la Argentina los procesos democráticos del pasado han fracasado lamentablemente (…) La tragedia de la Argentina es que no cuenta con un gran dirigente democrático a quien pueda volcarse creyendo en sus objetivos sociales y en su capacidad y determinación para hacerlos efectivos”.

Cabot será el encargado de dar a conocer los contenidos del comentado Libro Azul del Departamento de Estado, que contenía genéricas acusaciones contra el gobierno argentino por sus complicidades con la Alemania nazi y denuncias más concretas sobre cómo se había operado con la manipulación del papel prensa para financiar diarios oficialistas favorables a la neutralidad durante la guerra. Intentaban detener la carrera ascendente de Perón, quien con astucia recogerá el guante y estampará el eslogan que le faltaba a su campaña presidencial: “Se está conmigo o se está con Braden”. Tras conocerse los resultados electorales del 24 de febrero Cabot se agarrará la cabeza por el papel que le tocó cumplir y dirá que todo el asunto del Libro Azul fue un lamentable error.

Confesará que “fue en ese momento cuando comencé a revisar mis propias ideas. Envié una serie de duros mensajes diciendo que Perón había sido elegido en elecciones limpias y, nos gustara o no, debíamos tratar con él y hacer las mejores paces que pudiéramos”. Siete años más tarde podría decírselo personalmente. Ya como secretario adjunto para Asuntos Latinoamericanos, Cabot regresará fugazmente en 1953, integrando la misión encabezada por Milton Eisenhower, hermano del entonces presidente, y se encontró con otro Perón, un presidente que transitaba su segundo mandato deseoso de mejorar las relaciones con Washington. Pero claro, para entonces, el problema de los Estados Unidos no eran ni los nazis, ni los fascistas, ni los militares ni los caudillos populistas sino la Unión Soviética y “la amenaza comunista”, en nombre de la cual otras distorsiones orientarían las miradas sobre América latina y las intervenciones norteamericanas en la política hemisférica.