Rafael Fernández García, alias «El Rafita», de 22 años, uno de los secuestradores, violadores y asesinos de Sandra Palo, ya está oficialmente en busca y captura por pertenencia a organización criminal. Es la primera vez que el condenado por la muerte de la joven getafense en mayo de 2003 está en esta situación, a pesar de la decena de delitos que ha cometido en apenas dos años, la mayoría por robos con fuerza de vehículos.
El motivo de la reclamación policial en vigor desde hace unas semanas obedece a su presunta participación en un clan familiar que sustrajo 215 coches que luego desguazaban para vender sus motores. En total, en el marco de la denominada operación «Ceniza», fueron detenidas una docena de personas, la mayoría primos suyos, y uno de sus hermanos y compañero de fechorías: Eduardo o «Pupu» o «Bubu», al que le constan más de una treintena de antecedentes a sus 26 años de vida. Rafael Fernández García y sus otros tres hermanos lograron huir, ya que sus compinches les dieron el «agua» (aviso, en el argot) cuando los agentes de la Policía Nacional estaban procediendo a sus arrestos. Así fue cómo consiguieron poner pies en polvorosa.
Base de operaciones
El dispositivo, en el que participaron también agentes de la Policía Municipal, desveló que la red llevaba a cabo las tareas de almacenaje y desmontaje de los turismos, que robaban a la carta, en apenas hora y media en el poblado marginal de La Cañada Real Galiana, su centro de operaciones. Utililizaban cuatro parcelas, una de las cuales pertenecía a un pariente de «El Rafita». Allí se refugiaba cada vez que quería quitarse de circulación.
La orden de busca y captura figura en los archivos policiales, de forma que, ante cualquier identificación de la que pueda ser objeto —sin necesidad de que delinca de nuevo—, al figurar la reclamación, sería detenido de inmediato y puesto a disposición judicial. Esta reclamación contra «El Rafita» significa que los agentes disponen de pruebas suficientes para imputarle uno o varios hechos delictivos. En este caso, serían el de pertenencia a banda criminal, robo con fuerza, robo de vehículo y daños. Y es que «El Rafita» jugaba un papel fundamental en la organización: era uno de los supuestos cabecilla del grupo que cometía los robos, tras el encargo de talleres y desguaces de Getafe, además de redes marroquíes que les compraban las piezas para revenderlas en su país. Asimismo, hacía labores de vigilancia durante las sustracciones y daba el «agua» cuando tocaba.
Conductor de confianza
Pero también funcionaba como conductor de confianza. La banda, siempre que cometía un robo, era escoltada por otro vehículo «lanzadera». Su misión era asegurarse de que no se encontraran con controles policiales que pudieran dar al traste con sus planes.
La parte más complicada de ese trabajo era la entrada en la Cañada Real, un enorme poblado sometido al constante celo policial, para lo que «El Rafita» utilizaba un «atajo» seguro desde Perales del Río (Getafe).
Experto conocedor de la zona (ha pasado media vida allí), solía conducir a sus cómplices por un camino que une el vecino municipio getafense con el asentamiento de Villa de Vallecas, donde la vigilancia es mucho menor. Así, se aseguraban de que ellos y su recién robada mercancía llegarían a su lugar de destino sin problemas.
Pese a esta habilidad, conviene resaltar que «El Rafita» carece de carné de conducir: una de sus últimas detenciones fue, precisamente, por un delito contra la seguridad del tráfico y en esa zona. Fue el pasado 14 de febrero. Rafael Fernández García (cambió el orden de sus apellidos por orden judicial tras quedar limpio su expediente como menor) cuenta ahora mismo con nueve antecedentes, seis de ellos por delitos contra el patrimonio.
La salvajada que cometió con Sandra Palo Bermúdez en mayo de 2003 ya no consta en su fichero policial. Se borró al terminar la pena impuesta el 25 de junio de 2010.
Hoy es 17 de octubre. En la Argentina, el 17 de octubre es una de esas pocas fechas que significan algo. “Fusiles,/ machetes,/ por otro 17”, cantábamos, por ejemplo, hace décadas algunos desaforados optimistas, antes de que llamaran a este día Día de la Lealtad. Y todo porque el 17 de octubre de 1945, hace hoy 66 –¿o fueron 666?– años, empezó, con una gran marcha popular, el peronismo.
Por eso los 17 de octubre siempre hubo festejos: encuentros, festivales, peleas con la policía, discursos ante tumbas, actos protocolares. Este es el primero en que no hay nada –o casi nada. Porque el peronismo gobernante está en campaña y, seguro de ganar, igual teme algún desborde: entonces prefiere no juntar personas en la calle, que siempre es peligroso, y no hace nada. La relación de este gobierno peronista con su historia tiene sus más y sus menos: muchos más, muchos menos. Se recuesta en historias más o menos ajenas, se olvida de historias más o menos propias.
El peronismo tiene esas cosas. El peronismo tiene tantas cosas. El peronismo tiene, en la Argentina, casi todas las cosas. Por eso es, entre tanto, tan complicado de entender. La pregunta habitual del extranjero informado, justo después de la primera referencia a Maradona –que ahora llaman Messi– es ésa:
–Discúlpame, a mí la Argentina siempre me pareció un gran país, faltaba más, pero lo que yo no entiendo es el peronismo.
Y los argentinos no tenemos el valor suficiente para darle la respuesta correcta:
–Yo tampoco.
Así que imaginamos otras. Nos hemos pasado la vida imaginándolas: 66 años imaginando esas respuestas. El peronismo es, para empezar, el nombre político del derrumbe argentino. Desde que empezó, en 1945, la gobernó más que nadie, y 20 años de los últimos 22 de decadencia.
Son sólo cuentas –de colores–; las definiciones abundan, se contradicen, se contestan. Estamos de acuerdo en que el peronismo fue un movimiento nacionalista de origen militar que marcó la entrada a la escena política de los trabajadores que llegaban desde el campo atraídos por el desarrollo industrial, y que sirvió para integrarlos a la sociedad argentina, y que por eso viejos patrones lo combatieron e izquierdas clásicas lo lamentaron. Pero eso fue hace 66 años, y después pasaron tantas cosas.
Desde entonces, el peronismo fue sindicalismo perseguido en los cincuentas, sindicalismo propatronal en los sesentas, izquierdismo nacionalista en los setentas, nacionalismo fascistoide al mismo tiempo, intentos democristianos en los ochentas, neoliberalismo antiestatal en los noventas, populismo cuasiestatista en los dosmiles –y, en simultáneo, tantas otras cosas. Por eso el extranjero informado, ansioso, inquisidor, insiste:
-Pero, entonces, ¿el peronismo es de izquierda o de derecha?
-Bueno, en realidad...
Empieza el titubeo. El argentino no sabe decir que no sabe, así que guitarrea. Recuerda que alguien dijo, famosamente, al principio, que el peronismo era “el hecho maldito del país burgués” -explicación confusa. Y que entonces muchos dijeron que el peronismo no era algo explicable: “un sentimiento”. Y que un escritor actual pero tanguero dice que es la “nostalgia de un país que casi fue”, y que los politólogos actuales, pragmáticos, lo definen como la única voluntad de poder real que hay por aquí: ganas de ganar para ganar. Tantas, que consiguió producir uno de los mitos más potentes entre los numerosos mitos que conforman nuestro discurso político: que “sólo el peronismo puede gobernar la Argentina”. Y que, para eso, el peronismo se reinventa cada tanto, se escapa de su historia, conserva sus ritos y sus gritos y se vuelve su opuesto: se deshace para seguir siendo poder. Cualquier poder, el sol que más caliente.
Yo lo definí, hace poco, en un libro, como una rara fruta asiática. También decía que no existe: que hablar de peronismo es un abuso léxico, porque “peronismo” no significa nada. “Si una palabra no significa nada –si no se sabe qué significa, si significa demasiadas cosas, esa palabra no funciona y tiende a desaparecer. Si perro quisiera decir mamífero carniza de ojos tristes, engaño socarrón, adolescente que ese día se quedó sin plata, cuarto planeta del sistema solar de la vigésima de Andrómeda, la hojita que al caer produce en su refrote contra el suelo un chistido que recuerda vagamente al canto gregoriano, el tercer órgano sexual, empleado perserverante, verde botella, rojo pecado, blanco radiante, atropello violento con los codos, choricito, y venticuatro más, nadie diría perro porque no está diciendo nada. Hablar es poner en acto un pacto: yo digo uch y vos sabés que uch significa más o menos uch; para que una palabra sirva tiene que significar determinadas cosas, no cualquiera. Peronismo no cumple con este pacto: con éste tampoco”, decía en ese libro, y que, por eso, habría que dejar de decir peronismo: porque nadie habla con palabras que no dicen nada, y porque seguir diciendo peronismo es una forma de someterse a la voluntad de los que medran con esa confusión: de los que consiguen más poder gracias a ella.
Pero es probable que no sea ésa la opinión de muchos parroquianos y me gustaría que por hoy, 17 de octubre, Pamplinas se transformara en un lugar de discusión –¿una asamblea?– sobre el peronismo: argumentos, ideas, afirmaciones, dudas. Ustedes dirán, señoras y señores. Todo sobre la gran pregunta argenta: ¿qué es el peronismo? O, dicho de otro modo: ¿qué somos, si algo somos?
El peronismo es socialismo de derechas. El argumento del apoyo popular y obrero no vale, y si no investiguen las relaciones entre nazismo y clase obrera -hay un libro editado en Akal-.
En cualquier caso no hay nada más antipatriótico que negar nuestro gran hecho diferenciador identificándolo con la Historia Universal, si el peronismo puede explicarse, si pueden incluso desmontarse su argumentos... ¿dónde queda nuestra identidad?