Ante el fin del ciclo progresista volver a pensar la cuestión de la moral revolucionaria
Creo que fue Bourdieu quien dijo que a problemas viejos, respuestas nuevas y a problemas nuevos, respuestas viejas. Pues bien, tomándonos de esa cita está claro que las fuerzas revolucionarias enfrentamos hoy situaciones nuevas que hacen que bien valga la pena acudir a respuestas que pensadores y luchadores del campo popular y revolucionario han planteado y propuesto ya hace tiempo.
Finalizando la segunda década del milenio, podemos, entre otras, distinguir dos situaciones nuevas que enfrentamos, ambas relacionadas:
a) En el antagonismo capital-trabajo los grupos dominantes nunca tuvieron tanto poder, ni nunca han tenido tan poco miedo de los grupos dominados.
b) Concluye en derrota una inédita década en que opciones antineoliberales fueron simultáneamente gobierno en la mayoría de los países sudamericanos.
Desde 1998 en adelante, América Latina fue sin duda la región donde mayor resistencia se opuso al neoliberalismo. Existe un amplio consenso de que desde el inicio del milenio y hasta hace apenas dos o tres años, el continente protagonizó un ascenso de fuerzas políticas y coaliciones gobernantes que asumieron un rumbo antineoliberal y de ampliación de derechos para las mayorías. Estas fuerzas obtuvieron y conservaron por un ciclo de aproximadamente diez años un consenso popular. Luchas masivas de movimientos sociales auparon y dieron origen a gobiernos que, con sus diferencias (unos más socio-liberales; otros más neodesarrolistas, otros más rupturistas, etc), tuvieron en común un distanciamiento del Consenso de Washington y su recetario neoliberal, un mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares y una apuesta por construir y fortalecer organismos continentales de integración sin la presencia de EE.UU., como Unasur, Celac o el Alba.
Pero tal como tuvieron en común que emergieron más menos en la misma época, con líderes que por primera vez se parecían a sus pueblos como Chávez, Maduro, Evo, Lula o Mujica, también ocurrió que más o menos en la misma época han tenido que enfrentarse a la contra-reacción de la derecha.
No es ninguna novedad que frente a los avances de la izquierda siempre llega la contra-ofensiva reaccionaria. Es más bien una ley y debemos estar preparados y preparadas para ello. Lo que sí es nuevo es que por primera vez en nuestra historia dicha ofensiva ha podido golpearnos en un terreno en el que hasta ahora pocas balas nos entraban: el de la moral.
Como bien ha explicado en múltiples foros Álvaro García Linera, nuestra historia de lucha nos ha permitido condensar y mostrar a los pueblos del mundo tres fortalezas: la organización, las ideas y la moral. Frente a poder inmenso del dinero y las armas de la derecha nuestra organización ha sido nuestra mejor defensa y la más efectiva herramienta de lucha, que con el pensamiento y ejemplo leninista y guevarista nos ha permitido sortear las peores circunstancias y formar los mejores cuadros para diversos momentos del combate. Y frente a sus dispositivos ideológicos, la permanente creatividad de nuestras ideas nos han salvado una y otra vez, nuestras son las ideas del derecho a huelga, de la jornada laboral de 8 horas, del sufragio universal, de la distribución de la riqueza, etc.
Tenemos experiencia de lucha y resistencia en esas dos dimensiones, a ellas ha apuntado siempre la derecha: a golpear nuestras organizaciones, nuestros militantes y a destruir y desprestigiar nuestras ideas. Sabemos resistir y generar nuestras propias contra-ofensivas en esos terrenos.
No tenemos la misma experiencia en el terreno de la degradación moral en nuestras propias filas, y de los consiguientes ataques en ese frente. Antes bien, nuestra experiencia ha sido la contraria. Nunca, a ningún líder de revolución se le pudo – aunque se intentó- tratar de enlodar con acusaciones de corrupción: ni Recabarren, Sandino, Fidel, ni Allende, Miguel Enríquez o Chávez.
No podemos decir lo mismo hoy, en el marco de la actual contra-ofensiva reaccionaria. Como dice Alvaro García Linera, “evidentemente hay unos problemas en los gobiernos progresistas. Una clave para un gobierno progresista es el tema de la ética. Y algo que ha hecho daño a los gobiernos progresistas, a unos en mayor medida que a otros, ha sido la crítica o las demostraciones de un mal manejo patrimonial de la cosa pública. Siempre hemos criticado a los gobiernos conservadores de que hacen uso del dinero público como si fuera parte de su hacienda, de su empresa. Pues un gobierno progresista, un líder progresista, una coalición progresista, no sólo tiene que decir ‘vamos a construir un nuevo país’, tiene que demostrar que está construyendo un nuevo país. No se puede ser tolerante con la corrupción, porque la fuerza de lo popular radica en su fuerza moral. ¿Qué tiene? Su fuerza moral y si eso está embargado, ¿qué le queda? Nada. Sobre la fuerza moral de un proyecto político se construye fuerza ideológica, fuerza política, fuerza instrumental, fuerza procedimental, pero no a la inversa”.
Y en este momento en que asistimos en América Latina a un retorno voraz del capitalismo salvaje y extractivista, al hecho de que gobierno neoliberales se han vuelto a instalar en la región buscando desmontar los Estados para quitar derechos y excluir a las mayorías, surgen con fuerza las preguntas sobre cómo, cuándo y por qué se produjo el debilitamiento y caída de las opciones de gobierno calificadas como progresistas en nuestra región. Sin duda, la posibilidad de atacar nuestro frente moral ha jugado un rol clave en el actual ciclo de contra-ofensiva reaccionaria.
En este evidente momento de reflujo de la izquierda debemos pensar seria y críticamente esta nueva situación. Acudir al Ché quien dio desde América Latina todo un impulso a la dimensión moral de la lucha puede ser de ayuda. El Ché, muy es su estilo, es absolutamente claro al describir los tres peligros que en el ámbito moral enfrentan las fuerzas trasformadoras una vez que se llega a ser gobierno: a) el dogmatismo, b) la desvinculación con las fuerzas populares, c) la corrupción.
Caer en“una cómoda modorra” es un riesgo cuando se comienza a gobernar y se pasa de la “fase heroica” de lucha a la etapa de administrar el Estado. En dicha etapa se cometen equivocaciones propias del ejercicio del poder: cuando ocurren “se nota una disminución del entusiasmo colectivo y el trabajo se paraliza y queda reducido a magnitudes insignificantes. Es el instante de rectificar”, advierte el Ché. De lo contrario, se crean “asalariados dóciles y becarios de presupuesto (…); se deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra. Esto es inmediatamente aprovechado por nuestros enemigos que ganan así terreno”.
Por lo mismo, el Ché define como la tarea fundamental, desde el punto de vista ideológico, “encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana la actitud heroica” que demuestran en momentos de lucha los y las militantes revolucionarios/as. En momentos de peligro, “es fácil potenciar los estímulos morales”, el desafío es mantener la vigencia de esa conciencia en otros tiempos, sobre todo en tiempos de mayor comodidad. He ahí el desafío planteado por el Ché en 1965 y que hoy, medio siglo más tarde, aún no resolvemos: lograr una continuidad de la moral que mostramos en la época heroica de persecución, resistencia y lucha, en tiempos en que – como ocurrió en la década ganada- tenemos poder y ejercemos gobernanza. Por eso señalaba que para hacer las transformaciones sociales, “simultáneamente con la base material, hay que hacer al hombre nuevo”.
En su agudeza señaló claramente que es el “hombre del siglo XXI el que debemos crear” para lo cual la revolución debe también “operar en nuestros hábitos, en nuestras mentes, en el individuo”.
Claramente, a la luz de los casos de corrupción en nuestras filas que han ocurrido en Brasil, en Venezuela o en Argentina, aún carecemos de esa fórmula que implica discutir y descubrir las condiciones de continuidad moral, de cómo mantenerlas en el tiempo y bajo diferentes condiciones.
Hoy nos toca nuevamente resistir, sabemos hacerlo y lo haremos. Pero sería sin duda menos difícil hacerlo si no hubiésemos presenciado en esta década de gobiernos progresista a muchos oportunistas, “asalariados dóciles y becarios de presupuesto”, como dice el Ché, que aparecieron cuando vieron que había ciertas cuotas de poder, posibilidades de prebendas y oportunidad de privilegios. En tiempo de reflujo, de carencias, incomodidades y resistencia el filtro es natural; “quedamos los que puedan sonreír en medio de la muerte, en plena luz”. Pero para tiempos en que se es gobierno aún carecemos de las ideas para lograr esa fórmula que el Ché señalaba como tarea ideológica central, para mantener también ahí los principios, la moral, las convicciones en una continuidad revolucionaria.
Tiempos mejores están por venir, sin duda. Ahora es momento de resistir con fuerza y creatividad, para con respuestas anteriores enfrentar nuevos tiempos.
Finalizando la segunda década del milenio, podemos, entre otras, distinguir dos situaciones nuevas que enfrentamos, ambas relacionadas:
a) En el antagonismo capital-trabajo los grupos dominantes nunca tuvieron tanto poder, ni nunca han tenido tan poco miedo de los grupos dominados.
b) Concluye en derrota una inédita década en que opciones antineoliberales fueron simultáneamente gobierno en la mayoría de los países sudamericanos.
Desde 1998 en adelante, América Latina fue sin duda la región donde mayor resistencia se opuso al neoliberalismo. Existe un amplio consenso de que desde el inicio del milenio y hasta hace apenas dos o tres años, el continente protagonizó un ascenso de fuerzas políticas y coaliciones gobernantes que asumieron un rumbo antineoliberal y de ampliación de derechos para las mayorías. Estas fuerzas obtuvieron y conservaron por un ciclo de aproximadamente diez años un consenso popular. Luchas masivas de movimientos sociales auparon y dieron origen a gobiernos que, con sus diferencias (unos más socio-liberales; otros más neodesarrolistas, otros más rupturistas, etc), tuvieron en común un distanciamiento del Consenso de Washington y su recetario neoliberal, un mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares y una apuesta por construir y fortalecer organismos continentales de integración sin la presencia de EE.UU., como Unasur, Celac o el Alba.
Pero tal como tuvieron en común que emergieron más menos en la misma época, con líderes que por primera vez se parecían a sus pueblos como Chávez, Maduro, Evo, Lula o Mujica, también ocurrió que más o menos en la misma época han tenido que enfrentarse a la contra-reacción de la derecha.
No es ninguna novedad que frente a los avances de la izquierda siempre llega la contra-ofensiva reaccionaria. Es más bien una ley y debemos estar preparados y preparadas para ello. Lo que sí es nuevo es que por primera vez en nuestra historia dicha ofensiva ha podido golpearnos en un terreno en el que hasta ahora pocas balas nos entraban: el de la moral.
Como bien ha explicado en múltiples foros Álvaro García Linera, nuestra historia de lucha nos ha permitido condensar y mostrar a los pueblos del mundo tres fortalezas: la organización, las ideas y la moral. Frente a poder inmenso del dinero y las armas de la derecha nuestra organización ha sido nuestra mejor defensa y la más efectiva herramienta de lucha, que con el pensamiento y ejemplo leninista y guevarista nos ha permitido sortear las peores circunstancias y formar los mejores cuadros para diversos momentos del combate. Y frente a sus dispositivos ideológicos, la permanente creatividad de nuestras ideas nos han salvado una y otra vez, nuestras son las ideas del derecho a huelga, de la jornada laboral de 8 horas, del sufragio universal, de la distribución de la riqueza, etc.
Tenemos experiencia de lucha y resistencia en esas dos dimensiones, a ellas ha apuntado siempre la derecha: a golpear nuestras organizaciones, nuestros militantes y a destruir y desprestigiar nuestras ideas. Sabemos resistir y generar nuestras propias contra-ofensivas en esos terrenos.
No tenemos la misma experiencia en el terreno de la degradación moral en nuestras propias filas, y de los consiguientes ataques en ese frente. Antes bien, nuestra experiencia ha sido la contraria. Nunca, a ningún líder de revolución se le pudo – aunque se intentó- tratar de enlodar con acusaciones de corrupción: ni Recabarren, Sandino, Fidel, ni Allende, Miguel Enríquez o Chávez.
No podemos decir lo mismo hoy, en el marco de la actual contra-ofensiva reaccionaria. Como dice Alvaro García Linera, “evidentemente hay unos problemas en los gobiernos progresistas. Una clave para un gobierno progresista es el tema de la ética. Y algo que ha hecho daño a los gobiernos progresistas, a unos en mayor medida que a otros, ha sido la crítica o las demostraciones de un mal manejo patrimonial de la cosa pública. Siempre hemos criticado a los gobiernos conservadores de que hacen uso del dinero público como si fuera parte de su hacienda, de su empresa. Pues un gobierno progresista, un líder progresista, una coalición progresista, no sólo tiene que decir ‘vamos a construir un nuevo país’, tiene que demostrar que está construyendo un nuevo país. No se puede ser tolerante con la corrupción, porque la fuerza de lo popular radica en su fuerza moral. ¿Qué tiene? Su fuerza moral y si eso está embargado, ¿qué le queda? Nada. Sobre la fuerza moral de un proyecto político se construye fuerza ideológica, fuerza política, fuerza instrumental, fuerza procedimental, pero no a la inversa”.
Y en este momento en que asistimos en América Latina a un retorno voraz del capitalismo salvaje y extractivista, al hecho de que gobierno neoliberales se han vuelto a instalar en la región buscando desmontar los Estados para quitar derechos y excluir a las mayorías, surgen con fuerza las preguntas sobre cómo, cuándo y por qué se produjo el debilitamiento y caída de las opciones de gobierno calificadas como progresistas en nuestra región. Sin duda, la posibilidad de atacar nuestro frente moral ha jugado un rol clave en el actual ciclo de contra-ofensiva reaccionaria.
En este evidente momento de reflujo de la izquierda debemos pensar seria y críticamente esta nueva situación. Acudir al Ché quien dio desde América Latina todo un impulso a la dimensión moral de la lucha puede ser de ayuda. El Ché, muy es su estilo, es absolutamente claro al describir los tres peligros que en el ámbito moral enfrentan las fuerzas trasformadoras una vez que se llega a ser gobierno: a) el dogmatismo, b) la desvinculación con las fuerzas populares, c) la corrupción.
Caer en“una cómoda modorra” es un riesgo cuando se comienza a gobernar y se pasa de la “fase heroica” de lucha a la etapa de administrar el Estado. En dicha etapa se cometen equivocaciones propias del ejercicio del poder: cuando ocurren “se nota una disminución del entusiasmo colectivo y el trabajo se paraliza y queda reducido a magnitudes insignificantes. Es el instante de rectificar”, advierte el Ché. De lo contrario, se crean “asalariados dóciles y becarios de presupuesto (…); se deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra. Esto es inmediatamente aprovechado por nuestros enemigos que ganan así terreno”.
Por lo mismo, el Ché define como la tarea fundamental, desde el punto de vista ideológico, “encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana la actitud heroica” que demuestran en momentos de lucha los y las militantes revolucionarios/as. En momentos de peligro, “es fácil potenciar los estímulos morales”, el desafío es mantener la vigencia de esa conciencia en otros tiempos, sobre todo en tiempos de mayor comodidad. He ahí el desafío planteado por el Ché en 1965 y que hoy, medio siglo más tarde, aún no resolvemos: lograr una continuidad de la moral que mostramos en la época heroica de persecución, resistencia y lucha, en tiempos en que – como ocurrió en la década ganada- tenemos poder y ejercemos gobernanza. Por eso señalaba que para hacer las transformaciones sociales, “simultáneamente con la base material, hay que hacer al hombre nuevo”.
En su agudeza señaló claramente que es el “hombre del siglo XXI el que debemos crear” para lo cual la revolución debe también “operar en nuestros hábitos, en nuestras mentes, en el individuo”.
Claramente, a la luz de los casos de corrupción en nuestras filas que han ocurrido en Brasil, en Venezuela o en Argentina, aún carecemos de esa fórmula que implica discutir y descubrir las condiciones de continuidad moral, de cómo mantenerlas en el tiempo y bajo diferentes condiciones.
Hoy nos toca nuevamente resistir, sabemos hacerlo y lo haremos. Pero sería sin duda menos difícil hacerlo si no hubiésemos presenciado en esta década de gobiernos progresista a muchos oportunistas, “asalariados dóciles y becarios de presupuesto”, como dice el Ché, que aparecieron cuando vieron que había ciertas cuotas de poder, posibilidades de prebendas y oportunidad de privilegios. En tiempo de reflujo, de carencias, incomodidades y resistencia el filtro es natural; “quedamos los que puedan sonreír en medio de la muerte, en plena luz”. Pero para tiempos en que se es gobierno aún carecemos de las ideas para lograr esa fórmula que el Ché señalaba como tarea ideológica central, para mantener también ahí los principios, la moral, las convicciones en una continuidad revolucionaria.
Tiempos mejores están por venir, sin duda. Ahora es momento de resistir con fuerza y creatividad, para con respuestas anteriores enfrentar nuevos tiempos.
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