¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

sábado, julio 14, 2018

LE MONDE ENSEÑA A LOS ESPAÑOLES A NO SER ANIMALES DE BELLOTA

"El problema de España son sus complejos: se avergüenza de sí misma"

LOS INTELECTUALES Y ESPAÑA

 
SANDRINE MOREL
Sandrine Morel
Igual que la oposición democrática recurrió a José Antonio Novais, corresponsal de Le Monde en Madrid durante la dictadura, para enterarse de lo que pasaba en España, quien desee conocer lo que ha ocurrido en Cataluña debe leer 'En el huracán catalán' (Planeta), de Sandrine Morel (Bourg-la-Reine, París, 1979). La corresponsal de Le Monde en España desde 2010 ni juzga ni alecciona. Cuenta lo que vio. Y lo que vio fue un Gobierno "sin estrategia" ante una intentona secesionista fruto de "intensas" presiones. En esta entrevista revela las tácticas propagandísticas del independentismo, critica la indiferencia de Rajoy con la prensa extranjera, alaba el nuevo periodo de distensión abierto y se muestra muy crítica tanto con el papel jugado por TV3 en el procés como por la fractura social abierta en la sociedad catalana.

¿Cómo hubiera reaccionado el Elíseo ante una situación similar a la de Cataluña en octubre?
En Francia nunca ocurriría algo así. Para una francesa lo primero que sorprende al llegar a España es el poder de las autonomías. En Francia, la descentralización es muy limitada. Es un Estado centralista que destruyó los sentimientos regionalistas y aplastó las lenguas minoritarias. Y los procesos de autodeterminación que se han acordado en Francia, como los de Nueva Caledonia o Argelia, siempre fueron en departamentos fuera de la metrópoli y, además, votaron todos los franceses.
Península ha recopilado los artículos que Agustí Calvet, 'Gaziel', publicó en la prensa de Madrid durante la dictadura de Primo de Rivera. El periodista catalán se quejaba de la falta de sensibilidad del Estado para atender la identidad propia de Cataluña. La democracia de 1978 sí recogió esa sensibilidad. El problema, en cambio, sigue ahí. Intacto. Quizá agravado.
Lo que ha pasado en Cataluña es una revolución sentimental. El problema, más que la cesión de competencias de los últimos 40 años, es la percepción, es decir, cómo usa el independentismo sus reivindicaciones para crear un sentimiento de opresión y un relato de agravio. Me sorprendió que en 1978, cuando se produce la descentralización, se eligiera el 11 de septiembre como fecha para la Diada. No tiene sentido. Si tú construyes una nueva relación del Estado con tu comunidad, la obligación es construir un relato para esa España plurinacional. Muchas veces se habla de la España plurinacional desde Madrid, pero esa España tiene que defenderse desde Cataluña. ¿Y cómo la vas a hacer si te remontas a símbolos de hace 300 años? Los políticos catalanes crearon un enemigo, que es España. Aún siguen incidiendo en el agravio de 1714, que se presenta como origen de todos los males.
El Estado tampoco hizo este trabajo de pedagogía política durante todo ese tiempo.
Así es. El problema es que el Estado no ha defendido España como un país que no se avergüenza de sí mismo. Alfonso Guerra me dijo que no entendía los complejos que aún arrastran muchos españoles con los símbolos nacionales. Muchos creyeron que bastaba con concebir España como una unión de ciudadanos alrededor de una Constitución y que, por tanto, no hacía falta una identificación nacional. Por complejos históricos o recientes, como la crisis institucional o la crítica a la Transición, España ha dejado que en una parte de la población catalana calara la idea de que solo se podía ser moderno, europeo y progresista siendo independentista. Paradójicamente, la crisis catalana ha hecho surgir un nuevo patriotismo. Sánchez ha entendido este sentimiento. Sus decisiones reflejan la voluntad de que España parezca moderna, feminista, solidaria y antifranquista. Busca elevar la autoestima.
¿Después de la entrevista entre Sánchez y Torra se ha abierto un periodo de distensión o el independentismo solo quiere ganar tiempo para rearmarse?
Las dos cosas. Fuera de la exaltación verbal, la realidad apunta a un periodo de distensión, quizás frágil o precario, seguramente interesado. Para los independentistas, es la única forma de conseguir algo concreto que justifique, frente a su ala más pragmática, el teatro que montaron el año pasado. Por su parte, Sánchez demuestra que puede hacer volver a Cataluña a una cierta normalidad institucional, aunque sea precaria. Esta distensión no significa que los independentistas renuncien a su objetivo. En general, hay una cierta unanimidad allí en que hace falta ampliar la base porque será mucho más difícil que Madrid se oponga a un referéndum de autodeterminación si el secesionismo representa más del 50% de los votos.
¿Cómo debe actuar el Gobierno mientras la Generalitat continúe en la gesticulación?
Dado que el problema es simbólico, me parece positivo el cambio de Gobierno. No solo porque el PP apenas dispone del 4% de los votos en Cataluña, sino por relevar a quien estaba al mando cuando se produjo el referéndum ilegal del 1 de octubre. Por otro lado, no creo que Sánchez tenga que conseguir necesariamente ningún resultado tangible en sus contactos con la Generalitat. Da igual. El problema no son los hechos, sino los sentimientos. Lo único que tiene que conseguir el Gobierno es evitar aparecer como el culpable de la frustración de los objetivos del independentismo. El Gobierno debe entrar en el cuerpo a cuerpo de la lucha dialéctica, que es lo que no hizo Rajoy.
¿La decisión de la Corte de Schleswig-Holstein sobre Puigdemont desacredita la causa de la Justicia española a los líderes del 'procés'?
Es un golpe duro: traduce una falta de confianza hacia la Justicia española. Pero no diría que la desacredita. De hecho, la Fiscalía alemana pedía la extradición. Que pueda haber discrepancia con el tipo delictivo de rebelión no es sorprendente. La hay también entre jueces españoles. Seguramente, el Código Penal no estaba preparado por lo que ocurrió allí.
Junqueras dijo por carta en la última conferencia de ERC que «el nacionalismo excluyente es la vía segura para volver al autonomismo». Parte del secesionismo se ha revuelto contra él. ¿La división en estas filas es estratégica?
Desde el Gobierno de Rajoy nos decían que no se iba a producir el referéndum porque Oriol Junqueras quería ser el próximo presidente de la Generalitat. Creían que no iba a firmar el decreto de convocatoria del 1-O. Y al final lo firmó, de la misma manera que accedió a integrarse en la lista de Junts pel Sí. Siempre se ha bajado los pantalones por la presión del independentismo. Chapeau al PDeCAT o a la antigua Convergència. Ante una situación de pérdida electoral han conseguido conservar el poder real a costa de ERC. La corrupción y los recortes han tumbado a Rajoy, pero no a la vieja CDC. El desprecio de los convergentes hacia ERC es descomunal, nunca había visto algo así. Por tanto, tengo poca confianza en el discurso de Junqueras. Al final siempre se acaba plegando.
Macron y otros políticos franceses, como Valls, se han posicionado en favor de la unidad de España.
Macron ha sido clave para el Gobierno, sobre todo, en un momento en el que había muchas dudas porque los independentistas manejan bien el vocabulario, pidiendo un referéndum o invocando la democracia. La crisis de Cataluña se inscribe en el contexto de la crisis de las democracias representativas en Europa. No sale de la nada ni tampoco se reduce al sentimiento nacional catalán.
Jordi Amat sostiene en 'La Vanguardia' que el mayor problema ahora para el independentismo es optar por la salida más "tentadora y peligrosa", que es la del nacionalpopulismo eurófobo. ¿Lo comparte?
Es una buena reflexión. El hecho de haber convertido a tu adversario político en tu enemigo, y además en enemigo de la democracia, hace que se haya desatado el odio hacia lo español. Si piensas que Europa es un espacio en el que se comparte la soberanía, no tiene sentido la lucha catalana por la independencia a no ser que, una vez consumada la secesión, no quieras compartir la soberanía con Europa. Y si eso es así, efectivamente, te pones al lado de la ola populista y xenófoba. El independentismo dice que quiere un Estado nuevo abierto y solidario, pero cuando profundizas te das cuenta de que existe un sentimiento de superioridad y un componente de rechazo al otro.
¿Cree que la sociedad catalana está fracturada?
Sí. Puede parecer una conclusión fuerte, pero lo que he visto es que la mitad de la sociedad catalana puede expresarse con total libertad y mostrarse orgullosa de lo que defiende, que es la secesión, mientras el grueso de la otra mitad prefiere evitar el tema porque le sitúa en una posición incómoda. Los símbolos colgados por todas partes, ya sea la estelada o el lazo amarillo, crean un ambiente opresivo. Se creó una fractura, se clasificó a la gente entre buenos y malos catalanes y luego se habló en nombre del pueblo catalán como si fuese homogéneo.
¿Qué pasó el 1 de octubre?
Tristemente, ocurrió algo esperado. Se veía venir. Enric Millo, entonces delegado del Gobierno en Cataluña, me dijo que unos días antes del referéndum, durante una reunión de la Junta de Seguridad, propuso que el independentismo articulara una votación en las plazas públicas, y así se evitaba la intervención de la Policía: "tú podrás decir que has votado y yo podré decir que no ha sido un referéndum", les dijo Millo a las autoridades catalanes.
Hubiese sido una salida muy propia de Mariano Rajoy: contemporizadora y gaseosa.
Sí, pero hubiera evitado las imágenes de violencia. Puigdemont rechazó la sugerencia.
¿Qué tipo de presiones recibió del soberanismo?
Hubo un interés constante sobre lo que publicábamos, hilos de contacto vía Whastapp que permitía a la Generalitat mandarnos todo tipo de propaganda. Si no gustaba un artículo, te lo decían. Y, sobre todo, había muchos trolls en las redes sociales. A mí me llegó a decir un responsable de prensa de la Generalitat que si compraba dos páginas de publicidad en Le Monde, mis jefes me dirían qué escribir. Cuando me enfadé, se disculpó diciendo: "las cosas funcionan así aquí". Se veía el poco respeto a los medios y la obsesión por controlarlos, aunque no les salga bien siempre. La presión que sufren los periodistas políticos es habitual, pero en este tema era más fuerte que nunca. Seguramente porque la lucha por la independencia se ha convertido no en un conflicto político sino en una especie de lucha del bien contra el mal.
¿Qué contactos mantuvo el Gobierno de Rajoy con los corresponsales extranjeros?
Entre 2012 y 2016 solo conseguí una reunión en la Presidencia del Gobierno, y no fue con Rajoy sino con Jorge Moragas, que entonces era su jefe de Gabinete. Solo logré entrevistar a Rajoy en calidad de periodista de un medio integrado en un grupo con otros diarios, como El País. Sáenz de Santamaría tampoco accedió a ninguna entrevista, ni siquiera cuando impulsó la operación diálogo. En 2017 sí nos convocaron para algún off the record, pero lograron cabrearnos porque nos decían en privado lo mismo que en rueda de prensa. El Gobierno no tenía ninguna estrategia. Un día nos citaron con la ministra de Sanidad, según dijeron, porque era catalana...
Si le sirve de consuelo le diré que el jefe del centroderecha, durante sus siete años al frente del Gobierno, solo concedió una entrevista a EL MUNDO.
La personalidad de Rajoy no ayudó a defender la posición de España. Es un líder demasiado discreto. Por otro lado, la corrupción restó legitimidad a la respuesta del Gobierno del PP al desafío soberanista.
En su libro 'En el huracán catalán' (Planeta) cuenta que la indiferencia de Rajoy hacia el asunto catalán sacaba de sus casillas al independentismo.
Recuerdo que un jefe de prensa de la Generalitat me dijo que Rajoy era lo peor que les podía tocar. No por su fortaleza, sino porque no hacía nada.
¿Ha habido cambio con el nuevo Gobierno?
Sí. Pedro Sánchez ya me ha concedido una entrevista y Josep Borrell también me concedió otra una semana después de tomar posesión. Ahora existe una voluntad de comunicar. Eso solo puede ser positivo.
¿Cómo califica el papel de TV3?
La televisión pública se convirtió en un instrumento más para la independencia. Cuando entrevisto al director de TV3, Vicent Sanchis, me recuerda que en un Estado hay tres pilares y Cataluña dispone de ellos: la televisión pública, la policía y la escuela. Existe una conciencia muy fuerte de que la tele no es una mera herramienta de información sino que es parte de la construcción de la identidad política catalana. Y, sinceramente, creo que esto no sería problema si no fuera contra España. Hay mucha gente que cree que parte de la solución es cerrar o intervenir TV3. No estoy de acuerdo y, además, creo que es imposible porque una vez que has dado algo es muy difícil recuperarlo. Puede provocar el efecto contrario. Puede elevar el porcentaje de independentistas al 70% y, si esto pasa, la independencia puede que no fuera evitable.
¿El discurso del Rey del 3-O fue beligerante?
Fue firme y decidido. No podía hacer otro. Todavía me sorprende la poca idea que tienen algunos en Cataluña de lo que es un Estado. El Rey actuó el 3-O como un Jefe del Estado defendiendo el Estado. Muchos independentistas me dicen: "no nos entienden". Yo les pregunto si han entendido lo que es un Estado.
Pau Luque, profesor de Filosofía del Derecho, llama "golpe postmoderno" a lo que pasó en otoño en 'La secesión en los dominios del lobo' (Catarata).
Lo de golpe postmoderno también lo defiende Daniel Gascón. No fue un golpe de Estado porque no estaba tan planificado como el del 23-F. Y no porque no se usaran armas de fuego, sino porque cuando el independentismo da todos los pasos que da, no renuncia al mismo tiempo a un referéndum pactado.

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