Messi, genio. Maradona, drogadicto. Sampaoli, inútil. Son las asociaciones libres de los argentinos cuando una encuestadora, en estos días, les pidió que dijeran la primera palabra que se les viniese a la cabeza a partir de la mención de determinados personajes públicos. Sí, los argentinos son rápidos e ingeniosos: la lengua les funciona a la velocidad del sonido. Y, como dicen aquellos que se ven abrumados ante tanto despliegue, no es que hablen con doble sentido. Dominan un triple o cuádruple sentido que abruma y confunde al que no está acostumbrado a tratar con ellos.
Ahora bien: los argentinos son también veloces para cambiar de opinión, y en eso el fútbol y la economía, sus dos fuentes de felicidad y drama, suelen ir a la par. Messi fue durante años eje de una historia que merecería un documental de National Geographic, de esos en los que se descubre una tribu perdida en la selva que vive fuera del siglo XXI y nunca vio un hombre blanco. ¿Perdón? Bueno, la Argentina fue, durante una larga década, el país que más despreció a Messi. Había otros 210 que hubieran pagado fortunas para que jugara en sus selecciones, pero en la tierra del río más ancho del mundo, el asado y el dulce de leche, el debate pasaba por si cantaba el himno y por su temperatura pectoral. "Pecho frío", le decían millones de argentinos que, en su mayoría, jamás habían acertado siquiera un penal frente a un arco.
Eso se solucionó: incluso tras el decepcionante paso por Rusia nadie cuestiona ya la jerarquía de Messi, y hasta la insistente comparación con Diego Maradona va perdiendo fuelle. La duda, hoy, es qué le sucedió durante el Mundial a la estrella del Barcelona. Tibio ante Islandia, hundido ante Croacia, pletórico ante Nigeria e impotente ante Francia, al mejor del mundo (sí, es mejor que Cristiano Ronaldo, ahí no debería haber discusión) le pasó en el Mundial algo que excede a lo futbolístico, pero nadie sabe aún qué es. Su desestabilización emocional llegó desde afuera, quizá incluso desde su propio país, e impactó de lleno en su ánimo en Bronnitsy, el modesto pueblo de la Rusia profunda en el que Argentina se concentró durante un Mundial que, una vez más, frustró a España. ¿Cómo? Sí, en el inicio del torneo, los españoles creían ser dueños de una historia insuperable (echar al entrenador a 48 horas del debut), pero la Argentina se esmeró y los superó con creces neutralizando a Messi en tres semanas de audios, mentiras y vídeos.
A eso se suma el dato de que tener a Messi no es garantía, porque el entrenador que eligió la Argentina esta vez fue Jorge Sampaoli, un hombre difícil de clasificar, pero reflejo quizás de algo que observó recientemente Arturo Pérez-Reverte en una entrevista en Clarín: "Esa Argentina acogedora, culta, tierna, inteligente, viva, rápida, divertida... muere. ¡La estoy viendo morir! Veo cómo la cultura se repliega, veo cómo poco a poco el argentino está renegando de lo que le dio prestigio, que es justamente esa argentinidad mezcla de cultura, de humanidad, de sociabilidad, y me da mucha tristeza". No lo dice Pérez-Reverte, pero se observa desde hace ya demasiado tiempo: la Argentina es un país de desesperados y desconfiados en el que se impone el sálvese quien pueda, se trate del fútbol, la política, la cultura o lo que fuere.
Tres meses antes del Mundial, Sampaoli publicó un libro de título pretencioso (Mis latidos. Ideas sobre la cultura del juego) que terminó siendo un bumerán. En él, el ex técnico de Chile y del Sevilla se extendía en su alergia a la planificación y el sopor que le genera leer o escribir. Hay párrafos que dan ganas de llorar, por lo que es mejor reír. Un ejemplo: "Yo no planifico nada. Todo surge en mi cabeza cuando tiene que surgir. Brota naturalmente en el momento oportuno. Odio la planificación. Si planifico, me pongo en el lugar de un oficinista". Y otro ejemplo más: "Tal vez mis charlas suenan a las de un tipo súper estudioso. Nunca fui estudioso. Ni en el colegio, ni en la facultad, ni en el curso de entrenador. Yo no puedo leer un libro; veo dos hojas y ya me aburro. Escribo tres cosas en un papel y me cansé".
Sampaoli, quizás precisamente por el hecho de haber vivido muchos años fuera del país, encarna con entusiasmo un cambio cultural que cruzó la Argentina desde principios de los 90, cuando el menemismo reinó y que, aun en supuestas (lo de supuestas es importante) antípodas ideológicas, el kirchnerismo profundizó. De ser un país abierto a lo nuevo y a lo de afuera, de ser un país culturalmente voraz y estimulante, se pasó a glorificar lo propio, fuera bueno o malo. Todo derivó en un concepto muy difícil de describir, la cultura del aguante, que consiste en darse apoyo mutuo más allá de lo que se haga, porque así se tiene la sensación de pertenecer, aunque no importe mucho a qué.
Lo que quedaba del Sampaoli aguantador se derrumbó cuando el árbitro marcó el final del partido en el que Croacia goleó 3-0 a la albiceleste. Ya nadie le hizo el aguante, y en librerías de Buenos Aires apareció su libro con un cartelito mordaz: "Antes, 275 pesos, ahora, tres". Duro final para un Sampaoli que, en la cima de su poder, fue invitado por el presidente Mauricio Macri a la Quinta de Olivos, la residencia oficial del presidente, al norte de Buenos Aires, e hizo saber que había acudido con desgano, por "obligación protocolar". Tras la reunión, Macri comentaría en privado, asombrado, que la primera parte de la charla había consistido en un Sampaoli explicándole cómo debía gobernar. El presidente, a su vez, no dejó de repetir en los meses previos al Mundial que a Messi había que acompañarlo con dos buenos mediocampistas, no en vano fue por 12 años presidente del Boca Juniors. Está claro que el entrenador no escuchó a jefe del Estado y, tras un primer semestre en el que el peso se devaluó un 55%, cabría preguntarse si el presidente le hizo caso en algo al técnico. En todo caso, como tantas otras veces en la historia (1978 con la dictadura, 2002 con las secuelas de la gran crisis de 2001), el Mundial y las turbulencias político-económicas coincidieron en la Argentina. Con una diferencia: Sampaoli tiene un pie y medio fuera del equipo, salvo que la AFA asuma que su cláusula de rescisión es imposible de pagar. Macri, con todas sus dificultades, buscará a fines del año próximo su reelección. Lo hará tras una nueva recesión, que nadie puede saber si para entonces se habrá acabado, y obligado a reducir de forma draconiana el déficit fiscal, es decir, el gasto público. Si Macri logra la cuadratura del círculo -reelección en medio de un contexto recesivo-, alguno podría pensar que deberían incluso darle la selección. Total, por probar...
Sebastián Fest es jefe de Deportes del diario argentino La Nación.
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