SOS: por una salud mental que nos tome en serio
Nuestro país tiene un grave problema a la hora a abordar los problemas de salud mental. Los problemas psicológicos y psiquiátricos se han escondido en cada una de nuestras familias a lo largo de varias generaciones. Si demostrabas algún tipo de trastorno o desequilibrio, o simplemente un “dolor del alma”, te convertías en un lastre, alguien débil, alguien no digna, alguien vulnerable, un cero a la izquierda para nuestro sistema neoliberal. Las personas –y especialmente los hombres, fruto del machismo- no debemos mostrar nuestras emociones, siempre y cuando éstas sean contrarias al happylismo e infantilismo instagramer o postureico. Está permitido demostrar al mundo lo feliz que eres, aunque sea a través del filtro Valencia de Instagram.
Como todos nuestros problemas y heridas los hemos ido guardando de puertas para dentro, ha sido aún más complicado luchar por unasanidad de calidad; por una salud mental en las instituciones que nos tomara en serio, que nos dedicara tiempo, que nos viera más allá de quince minutos una vez al mes. Las personas sin recursos, que somos la mayoría, no podemos costearnos una salud mental en condiciones. Y la Institución de la Sanidad Pública nos cierra las puertas. Los estudiantes de psicología se especializan en másters y van buscando la manera más sencilla de huir de nuestro país para ejercer su profesión allá donde se los tome en serio. Se dice que en Argentina tocan a dos psicólogos por cabeza. Pues aquí tocamos a uno por 1.000 personas.
Carmen Montón, ministra de Sanidad, ya expresó su voluntad para trabajar en prevención de suicidios. En esa línea, veo fundamental invertir mucho más en salud mental. Pero no sólo invertir más, sino hacerlo mejor. En el sistema público de salud de España hay pocos profesionales de salud mental para mejorar los circuitos de atención.
Los recortes que hemos vivido en los últimos años por parte del Partido Popular han dejado una huella difícil de reparar. La peor parte del tijeretazo hizo polvo a las personas de rentas más bajas, sobre todo, entre enfermos crónicos, personas mayores, gente en tratamiento de salud mental y personas con discapacidad. Algunas personas tuvieron que decidir entre comer y pagar sus medicamentos.
Los tiempos con los que cuentan los médicos en atención primaria son insuficientes y las listas de espera para especialistas son insufribles. Si finalmente decides ir a urgencias puedes encontrarte con un ingreso en psiquiatría no deseado, donde además, y como se ha denunciado ya en múltiples ocasiones, se están vulnerando los derechos humanos, a través por ejemplo de contenciones mecánicas.
Andaba yo estudiando la carrera. Recuerdo que de pronto sufrí picos de ansiedad y depresión que no podía soportar. Después de un mes encerrada en casa decidí ir a la médica de atención primaria. Sin dudarlo, me recetó un poco de esto y de aquello. En ningún momento me habló de terapias, ni de hacer deporte, cuidarme, dormir… Las famosas pastillitas lo curarían todo. Y es cierto que fue así por un tiempo. Sin embargo, cuando quise acudir a terapia, me di de bruces con la realidad. En las ocasiones en que asistí a las unidades de salud mental, lejos de salir algo más tranquila y con herramientas para trabajar mis ansiedades, que pueden ser las que tenemos la mayor parte de personas de esta sociedad…, salía enfadada, frustrada, sintiendo que lo mío no tenía arreglo. Me dedicaban un corto periodo de tiempo en el que anotaban las respuestas a lo que me iban preguntando. … Entonces yo no era consciente de todo lo que ahora sé en ese sentido y me iba sintiendo culpable, “una enferma”, “una muñeca rota” que jamás iba a repararse porque no hacía lo suficiente, no luchaba como el resto.
Más tarde me di cuenta de que lejos de ser la única muñeca rota, éramos un gran desván de muñecas sin piernas, cabeza o brazos. Fue entonces cuando empecé realmente a sanarme, gracias al apoyo mutuo, las redes y la solidaridad entre iguales. No era el único cero a la izquierda, sino que éramos muchas a las que el sistema había hecho trizas.
Durante todo este tiempo he visto a personas en similares condiciones, algunos intentos de suicidio, gente enganchada a las drogas o al alcohol… buscando la manera de salir de esta trampa, de este túnel maquiavélico en el que nos encontramos huérfanos de atención sanitaria. El estigma está haciendo imposible nuestra capacidad para reivindicar un sistema de calidad en el que se atienda a las personas como pacientes que requieren de una atención delicada, amable, de más de cinco minutos… De no ser así sólo quien disponga de dinero para pagarse un buen psicólogo podrá estar medio a salvo. Una vez más, el capitalismo voraz deja atrás a quienes no tienen recursos para pagarse su salud. Si acaso, unas pastillas en atención primaria, para poder darte de alta y seguir trabajando hasta que vuelvas a quebrarte la próxima vez.
El estigma y el autoestigma son palos en las ruedas para llegar a conseguir una sanidad de calidad y libre de violencias. Mostrar nuestras vulnerabilidades también es una manera de hacer política. Y la política no es otra cosa que intentar cambiar las realidades que vivimos.
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