¿Quién se atreve a continuar el diccionario de la estupidez?
La
reciente polémica generada por un grupo de personas que pretendían que
el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York retirara el cuadro Thérèse
soñando, pintado por el artista francés Balthus en 1938, me hizo
recordar a Flaubert
La
reciente polémica generada por un grupo de personas que pretendían que
el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York retirara el cuadro Thérèse
soñando, pintado por el artista francés Balthus en 1938, me hizo
recordar a Flaubert
En el siglo XIX el escritor Gustave Flaubert ambicionó realizar un monumental diccionario sobre la estupidez.
El gran Flaubert
pretendió lo que nadie había podido concretar hasta entonces: aglutinar,
desde la ironía, el triunfo de la estupidez, a través de ejemplos.
Clasificar, sumar, declarar a toda voz la apoteosis de la estupidez. Sin
embargo, la muerte le impidió concluir la idea que fue publicada
inconclusa mucho tiempo después. Ahora, en días pasados (sí, del siglo
XXI), cuando me entero de que un grupo de personas ha mostrado
indignación ante la pintura que muestra a una niña sentada de manera tal
que se le ve la ropa interior, me ha venido a la mente una inquietante
pregunta: ¿alguien se atrevería a continuar el diccionario de Gustave
Flaubert? Sin duda ese posible continuador tendría mucho material en la
web que lleva recogidas unas 9.000 firmas para que el Met retire el
dichoso cuadro. En la misma se pueden leer mensajes realmente
preocupantes (más por el objetivo que por el disparatado contenido que
encierran). Y entre todos me llama la atención el siguiente: “Teniendo
en cuenta el clima actual en torno al abuso sexual y las acusaciones que
van saliendo a la luz cada día, al presentar esta obra a las masas, el
Met está haciendo romántica la idea del voyerismo y la cosificación de
los niños". No obstante, la estupidez aún no lo ha cubierto todo, pues
la respuesta del Met ha sido coherente con la necesaria libertad del
arte. Kenneth Weine, portavoz del museo, aseguró que el Met no retirará
la obra y declaró al New York Post que "momentos como este ofrecen una
oportunidad para la conversación”. Weine
considera que la "misión [del Met] es recopilar, estudiar, conservar y
mostrar obras de arte que han sido significativas de cualquier época y
cultura, con el fin de conectar a la gente con la creatividad, el
conocimiento y las ideas".
La sociedad parece más interesada en pedir
explicaciones a los artistas que a los políticos. Cuesta, y mucho, tener
que explicar (aún) que el arte juega a sus propios códigos, que la
imaginación (como dijera Albert Einstein) va más allá del conocimiento,
que la ficción no es un entramado de dogmas sino un espacio de
posibilidades. Que las normas sociales nunca podrán regular la mirada de
los creadores. Que el arte, en lugar de moldear, revela. Trastoca la
perspectiva de los fondos y de las formas.
Volviendo al pretendido Diccionario de la estupidez,
en una carta Flaubert escribió que su intención “Sería la glorificación
histórica de todo lo que se aprueba. Demostraré en él que las mayorías
siempre han tenido la razón y las minorías no. Sacrificaré a los grandes
hombres en aras de todos los imbéciles, a los mártires en aras de todos
los verdugos. Así, para la literatura establecida, lo que es fácil, que
lo mediocre estando al alcance de todos es lo único legítimo y que hay
que deshonrar toda forma de originalidad como peligrosa, idiota, etc.”
Flaubert, como visionario, apuntaba, con magistral ironía, por dónde se
moldeaba la historia. Si observamos los ídolos y los comportamientos
lerdos y reactivos de las masas (maquinaria demoledora de las
individualidades), las palabras del autor del siglo XIX son un dibujo
adelantado del siglo XXI. Quizá, con su odisea inconclusa, el autor de Madame Bovary nos dejó el primer capítulo de un diccionario que habría que ir escribiendo por e
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