Frank Sinatra. El pasado rojo de La Voz
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Fragmentos del libro de Martin Smith Frank Sinatra. El pasado rojo de La Voz |
Muchos recuerdan a Sinatra como un artista que se posicionó a favor de Ronald Reagan, que le encantaba pasearse con gángsters y que utilizó a todos los que le rodeaban. Me temo que Sinatra fue todas esas cosas, y otras peores, y ésa es una faceta que no debe ignorarse. Pero hubo también otro Sinatra, un Frank radical, que quedó enterrado por el polvo de los años, por la arena del tiempo. En su momento de mayor popularidad, en los años 40, a Sinatra le tildaban de rojo. Fue una de las primeras estrellas de su era que se posicionó del lado de pobres y oprimidos. Al igual que Pablo Picasso, John Steinbeck, Billie Holiday y Charlie Chaplin, Sinatra utilizó su arte para desafiar el statu quo. En 1946, un periodista le preguntó a Sinatracuál le parecía el mayor problema al que se enfrentaba América, y su respuesta fue: “la pobreza. Esa es la peor espina… todos los niños del mundo deberían tener su ración diaria de leche.”
Frank Sinatra debutó como solista el 30 de diciembre de 1942 en uno de los santuarios de la era del swing: el New York Paramount Theatre. El espectáculo estaba programado para cuatro semanas y Frank aparecía en último lugar en el cartel, acompañando a Benny Goldman, el rey del swing, el director de banda número uno del país.
Lo que pasó aquella primera noche ha pasado a formar parte de la historia no escrita de la música. Durante una hora, Benny Goodman encandiló al público con su música antes de anunciar “Y ahora, Frank Sinatra”. Frank sacó la cabeza y un pie por las cortinas y se quedó helado. Inmediatamente, las chicas de la platea soltaron un grito ensordecedor. Goodman exclamó “¿Qué coño pasa?” Sinatra sonrió, corrió hacia el micrófono y cantó “For Me And My Gal”. Se hizo el caos.
Sinatra y The Tommy Dorsey Band pasaron a la historia. Hubo problemas contractuales, claro, pero se solucionaron, de una forma u otra. Unos pocos días después del primer concierto en el Paramount, el publicista George Evans asistió a uno de los shows de Sinatra. Vio el impacto que Frank tenía entre los más jóvenes, sobre todo las más jóvenes, y rápidamente se las arregló para ser el agente de Sinatra y convertirle en una estrella. Evans habló con algunos columnistas de la prensa, cuidadosamente elegidos, de un nuevo cantante cuyo éxito iba a ser mayor que el de Bing Crosby, y les invitó a asistir a uno de los espectáculos de Sinatra. Contrató a doce chicas para que se desvanecieran en el momento en que Sinatra entrara al escenario. Pero no tenía por qué haberse molestado: treinta personas se desmayaron de forma espontánea y tuvieron que ser sacadas del auditorio.
Durante las siguientes cuatro semanas, el Paramount estuvo lleno a rebosar. Al acabar el programa contratado, el teatro contrató a Sinatra para cuatro semanas más, esta vez como cabeza de cartel. La histeria en los conciertos llegó al paroxismo, las adolescentes gritaban y se desmayaban, y algunas almas excitables lanzaban sus sujetadores al escenario. Era la era de las bobbysoxers, y Frank era su ídolo favorito. Se las llamaba así por la ropa que llevaban: calcetines [socks] blancos de tobillo con sandalias o mocasines blancos o marrones, falda plisada y suéters color pastel.
George Evans bautizó a su nuevo cliente como “La voz”, y se puso a reescribir su pasado. Le quitó dos años de encima, afirmando que había nacido en 1917 y no 1915, para acercarle un poco a la edad de sus fans. Le presentó como hijo de la depresión, criado entre la pobreza y las penurias. El chico que siempre odió las clases de gimnasia fue convertido en leyenda deportiva, una especie de Paul Robeson blanco. Se suponía que Frank había jugado al rugby como una mole de 150 kg., corrido en la pista de atletismo como Jesse Owens y hecho mates como un Harlem Glo betrotter. Los padres de Sinatra, inmigrantes, se convirtieron en americanos de pura cepa, y Dolly, la comadrona de Hoboken, se convirtió en una enfermera de la Cruz Roja que había servido a su país en la Primera Guerra Mundial. De la noche a la mañana, Frank se convirtió en la personificación del sueño americano.
Evans animaba a las bobbysoxers a crear sus propios clubs de fans, a reunirse y a escribir cartas a los periódicos sobre su héroe. Ca da club de fans recibía un certificado firmado por Frank. En unos meses, Evans ya les contaba a los periodistas que había más de mil clubs de fans de Sinatra por todo el país, con nombres como The Moonlit Sinatra Club, The Slaves of Sinatra y The Flatbush Girls Who Would Lay Down Their Lives For Frank Si natra Fan Club. Al menos 250 de estos clubs sacaban su propia publicación, y Sinatra recibía una media de 5.000 cartas cada semana.
Los analistas sociales estaban horrorizados. De cían que las fans de Sinatra eran chicas gordas e insulsas de familias de clase baja a las que nunca nadie invitaba a salir y con pocas posibilidades de llegar a tener novio. Un congresista llegó a decir que Frank era el “principal instigador de la delincuencia juvenil en América”.
La histeria alrededor de la figura de Sinatra no tenía precedentes. En los conciertos de Bing Crosby había chicas que se mareaban, pero nada en comparación con lo que ocurría en un concierto de Sinatra. Muchos se preguntaban cuál podría ser la causa de este delirio colectivo.
Los Estados Unidos habían entrado en la Segunda Guerra Mundial en 1942, dando un vuelco a las vidas de millones de personas. Los psicólogos afirmaban que el fenómeno Sinatra era producto de esa experiencia. Los padres, hermanos y novios ausentes habían dejado un vacío en las vidas de la gente. Para muchos, la música y el cine ofrecían una vía de evasión de las penurias y el horror. Además, la escasez de jóvenes solteros también hacía proyectar las fantasías sexuales sobre un objeto imposible de conseguir, una opción segura. Sinatra era imposible de conseguir en dos sentidos: era una estrella, y por lo tanto estaba fuera del alcance de la mayoría, y estaba “felizmente casado” con Nancy. La adoración hacia Sinatra provocaba unas emociones sexuales en las chicas que muchas ni siquiera entendían.
El mismo cantante dijo, refiriéndose a la atracción que despertaba entre las adolescentes “Los psicólogos han intentado explorar los motivos. Muy simple: eran años de guerra y había una gran soledad. Yo era el chico de la tienda de la esquina, el que se había ido a la guerra”.
Su popularidad también coincidió con el desarrollo de la cultura juvenil, convirtiéndole en el primer ídolo adolescente, el primer icono pop. En el pasado, la niñez era corta. Antes de la Primera Guerra Mundial, muchos niños empezaban a trabajar a los 12 o 13 años. Al llegar a la Segunda Guerra Mundial, la edad en que se abandonaba la escuela había aumentado bastante, situándose entre los 15 y los 16 años. Además, cada vez más hijos de trabajadores cursaban estudios superiores. Estos jóvenes tenían un mayor poder adquisitivo que sus predecesores, y lo gastaban en ropa, maquillaje y música.
En los años 40 se vendieron por primera vez más de un millón de copias de algunos álbumes en Estados Unidos. El “White Christmas” (1942) de Bing Crosby vendió unos 30 millones de copias y las ventas de la grabación de Glenn Millar de “Chattanooga Choo Choo” (1942) fueron también millonarias. Sin embargo, ni siquiera Bing Crosby había conseguido vender más de un millón de copias en los años 30. Este proceso se aceleró en los 50 y 60. El valor de las ventas de discos en EEUU aumentó de los 10 millones de dólares en los años 30 a los 260 millones en 1956. En 1973 ya había alcanzado los 2.000 millones. En 1970, cada miembro de la población de entre 5 y 19 años se gastó en discos como mínimo cinco veces más de lo que se había gastado en 1955. Frank se subió a este tren al principio, y permaneció a bordo durante todo el trayecto.
Había también otro tipo de fan de Frank Sinatra: la Rosie the Riveter que aparecía en los pósters de reclutamiento de la industria en tiempos de guerra. La Segunda Guerra Mundial dio acceso a las mujeres a muchos trabajos que tradicionalmente habían sido “trabajos de hombre”. Por primera vez, las mujeres trabajadoras podían auto-mantenerse económicamente, y hacían valer su derecho a ser tratadas como iguales. Exigían la “liberación”, aunque ésta sólo supusiera el derecho a fumar, a beber y a acostarse libremente con quién quisieran como sus homólogos masculinos.
Sinatra también tuvo un profundo impacto sobre los jóvenes. A muchos les gustaba su música y a menudo imitaban su estilo: chaquetas amplias y pajaritas. Pero a otros no les hacía tanta gracia. Hay una foto muy conocida en la que aparecen un grupo de marineros lanzando tomates al anuncio de un concierto de Sinatra. El motivo, simple: mientras millones de jóvenes americanos se iban a la guerra (el soldado raso medio ganaba 40 dólares al mes y probablemente iba a pasar años sin ver a su amada), Sinatra se quedó en casa. Había sido considerado no apto para el servicio militar, entre otras cosas, por tener un tímpano perforado. Para empeorar las cosas, Sinatra ganaba un millón de dólares al año y seguramente le hacía perder la cabeza a esa amada que dejaban atrás.
Sin embargo, para millones de personas, y muchas de ellas en las fuerzas armadas, la voz de Sinatra expresaba maravillosamente sus sentimientos de amor, soledad y añoranza. Los títulos de las canciones hablaban por sí mis mos: “Saturday Night (Is The Loneliest Night Of The Week)”, “I’ll Be Seeing You”, “When Your Lover Has Gone” y “Homesick That’s All”. Una de las canciones de Sinatra más importantes de aquella era fue “Nancy (With the Laughing Face)”, que salió a la venta en 1945. La canción, escrita por el cómico Phil Silvers, se inspiraba en la hija del cantante, Nancy. La canción de Sinatra a su niña hacía a los soldados pensar en sus propias mujeres e hijos en casa. Como escribió Gene Lees en la revista Down beat, “Decía por ellos lo que los chicos querían decir. Decía para ellas lo que las chicas querían oír”.
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