Homo Moctezuma
Desde Barcelona
UNO El reciente estreno en simultáneo de una serie de televisión y de una película sobre el tema (Conquistadores Adventum y Oro, ambas Marca España), retrotrae a Rodríguez a su menos o más a su tierna infancia. Y al impacto que le supuso entonces su descubrimiento de las civilizaciones precolombinas en general y del Imperio Azteca en particular. Sus calificaciones en Historia subieron entonces hasta alturas de vértigo y él no dejaba de leer o de ver nada que tuviese que ver con el asunto. Así, pintorescas películas como El capitán de Castilla (con Tyrone Power y filmada en Michoacán). Ese cuento fantástico de Julio Cortázar con quiebre espacio-temporal titulado “La noche boca arriba”. O el novelón histórico El corazón de piedra verde de Salvador de Madariaga. También, esos episodios de 1964 de la serie psicotrónica Dr. Who transcurriendo en el México antiguo de serpientes emplumadas y guerras floridas y dioses solares y calendarios con forma de rueda y ciudades flotantes y pirámides sangrientas desde las que arrojar corazones recién arrancados y aún palpitantes. Y, por supuesto, Rodríguez sucumbió sin dudarlo un segundo a las demenciales teorías astronáuticas-divinas de Erich von Däniken. Cegado y ensordecido por su entusiasmo, hasta se compró el disco con el tango “Mi noche triste” pensando que trataba de Hernán Cortés y Moctezuma para descubrir, pasmado, que en realidad allí Gardel le cantaba a una mujer que lo había abandonado. Aún así, Rodríguez quiso creer que “Percanta que me amuraste” era una frase en náhuatl y no en español. Para cuando, durante su adolescencia, comenzó a publicarse la saga de Gary Jennings (que hacía por los aztecas lo que James Clavell había hecho por los samurais del Japón feudal), a Rodríguez ya se le había pasado un poco. Pero el virus seguía ahí, latente. Activándose cuando se estrenó la demencial pero a su manera admirable Apocalypto de Mel Gibson o la hasta ahora última de Indiana Jones. O cada vez que –para atraer a las deidades de los dioses de la siesta de verano– Rodríguez volvía a no-escuchar los primeros minutos antes de caer en el coma inducido por el soporífero Tales of the Topographic Oceans: con esa ilustración de Roger Dean incluyendo templo azteca al fondo y del que nunca llegó a oír el lado 2 del primero de sus dos discos.
DOS Pero, por encima de todo y de todos, Rodríguez nunca olvidó la trágica historia de Moctezuma (Tenochtitlán, 1466-1520). Rodríguez no puede ni quiere olvidar tampoco su melancólico tránsito por una historia y una Historia a la que no aspiraba (dicen que a Moctezuma poco y nada le interesaba el poder) pareciendo más preocupado por recopilar las inequívocas señales que anunciaban el retorno de los dioses y el colapso de su civilización: columnas de fuego en el cielo, templos fulminados por relámpagos, aguas hirvientes en lagos, gemidos espectrales de la Llorona Coatlicue, capturas de pájaros extraños en cuyas pupilas se veía a hombres con trajes de metal montando animales parecidos a venados enormes, esas cosas... Así, claro, Moctezuma estaba más que predispuesto a creer que Cortés era una nueva encarnación del supremo Quetzalcóatl y no demoró en invitarlo a su morada para que, durante varios meses, el español viviese a cuerpo de dios conociendo los placeres del chocolate y el tabaco y el tlachtli como versión ancestral del fútbol y en la que el perdedor (a diferencia de lo que ocurre en la multimillonaria liga española donde no ganar se excusa con un “no tuvimos sensaciones”) era inmediatamente sacrificado. Y ya saben cómo sigue y las versiones de cómo termina son variaciones sobre un mismo tema: Moctezuma en un balcón de su palacio (inaugurando la idea de que la política latinoamericana se juega y decide en los balcones) intentando calmar los ánimos y siendo apedreado y flechado por los suyos. Moctezuma –golpeado y clavado de arriba abajo– murió a los pocos días por sus heridas y aseguran que Cortés lloró por él. Otros dicen que pidió ser bautizado a último momento. Y, algunos, que se suicidó con un veneno paralizante. Y están los que juraron que lo que se asomó al balcón ya era un Moctezuma cadáver y cubierto con sus mejores galas para que su pueblo pudiese practicar el tiro al blanco y la catarsis. Después, fuego y sangre. Y catedral católica con sincretistas cimientos de pirámide en el Centro Histórico de México. Y todos esos hoteles de cadenas españolas en Cancún. Y el que Miguel Bosé sea considerado por allí divino y que Maná venga por aquí de tanto en tanto a recuperar algo del botín mientras Luis “El Sol de México” Miguel, cuentan, está cada día más loco y mesiánico.
TRES Pero lo que más extrañó y sigue extrañando a Rodríguez es que –habiendo incluso una ópera Motezuma compuesta por Vivaldi, una canción de Neil Young titulada “Cortez the Killer” y hasta una fábrica de cerveza de la Heineken en Monterrey llamada Cuauhtémoc Moctezuma– William Shakespeare no se haya hecho tiempo y espacio para escribir una de sus obras con fondo y forma azteca y con la muy shakespeareana La Malinche como traidora o traicionada protagonista. Pesadilla de una noche triste de verano o La tragedia de las equivocaciones o Mucho ruido y muchas piedras o algo así. A Rodríguez siempre le dio mucha pena que, hoy por hoy, la memoria de Moctezuma pase no por el cerebro sino por el trasero. La Venganza de Moctezuma o “diarrea del viajero”, sí. Y no es raro viajar a México y comer algo que no cae muy bien pero que te lo ofrecen con tanto cariño. Y descomponerse y descompensarse y sentir que todo lo sólido se licúa en el aire y después no una sino un promedio de cuatro noches tristes.
Pero todo esta remembranza de Rodríguez no vino provocada por nada de lo anterior sino por lo que sigue. Semanas atrás, fue a la fiesta de entrega de un premio literario y allí volvió a cruzarse con ese escritor argentino. El hombre estaba con otro escritor, un mexicano. Y juntos conversaban sobre las idas y vueltas del cada vez más tragicómico Procés en el que, entre batallitas marchitas, los suyos esperan el retorno de Puigdemontlotepec. Y los dos escritores no podían sino evocar versiones previas en cada uno de sus países del derrumbe de la utopía marxiana del serpenteante Podemos. O de los delirios anarcool sacrificiales de la CUP en cuanto a que hubo más controles y garantías en el plebiscito del 1º de octubre que las que habrá en las elecciones del 21 de diciembre. O sobre la nocturna melancolía del viraje hacia la Derecha consecuencia de los derrapes de la Izquierda. Y mencionaban, también, que ya quedaban allí pocos de ellos: escritores de allende los mares y cronistas de Catalunyas en la Barcelona cultural y supuestamente “de acogida” de las letras del post-boom y todo eso. Y que la mayoría de los llegados a finales del pasado milenio ya habían vuelto a sus orígenes. O se habían ido a Madrid. “Somos los últimos boomitivos”, rió el mexicano. “¿Será posible que no hayan aprendido absolutamente nada de nuestros muchos y demasiados errores?... ¡Esta es la verdadera Venganza de Moctezuma!”, rió el argentino. Y ambos chocaron sus rubias botellitas de Corona. Y Rodríguez tuvo tantas ganas de estrangularlos por reírse así. Pero se contuvo y se dijo que mejor no (y los dos escritores cambiaron de tema y se pusieron a lamentar la muerte de un tal William H. Gass). Y Rodríguez salió de allí, silbando ese tango, para volver a su casa y a su historia y a seguir dando la cara y poniendo el cuerpo y partiéndose el culo.
Como Moctezuma en su balcón.
UNO El reciente estreno en simultáneo de una serie de televisión y de una película sobre el tema (Conquistadores Adventum y Oro, ambas Marca España), retrotrae a Rodríguez a su menos o más a su tierna infancia. Y al impacto que le supuso entonces su descubrimiento de las civilizaciones precolombinas en general y del Imperio Azteca en particular. Sus calificaciones en Historia subieron entonces hasta alturas de vértigo y él no dejaba de leer o de ver nada que tuviese que ver con el asunto. Así, pintorescas películas como El capitán de Castilla (con Tyrone Power y filmada en Michoacán). Ese cuento fantástico de Julio Cortázar con quiebre espacio-temporal titulado “La noche boca arriba”. O el novelón histórico El corazón de piedra verde de Salvador de Madariaga. También, esos episodios de 1964 de la serie psicotrónica Dr. Who transcurriendo en el México antiguo de serpientes emplumadas y guerras floridas y dioses solares y calendarios con forma de rueda y ciudades flotantes y pirámides sangrientas desde las que arrojar corazones recién arrancados y aún palpitantes. Y, por supuesto, Rodríguez sucumbió sin dudarlo un segundo a las demenciales teorías astronáuticas-divinas de Erich von Däniken. Cegado y ensordecido por su entusiasmo, hasta se compró el disco con el tango “Mi noche triste” pensando que trataba de Hernán Cortés y Moctezuma para descubrir, pasmado, que en realidad allí Gardel le cantaba a una mujer que lo había abandonado. Aún así, Rodríguez quiso creer que “Percanta que me amuraste” era una frase en náhuatl y no en español. Para cuando, durante su adolescencia, comenzó a publicarse la saga de Gary Jennings (que hacía por los aztecas lo que James Clavell había hecho por los samurais del Japón feudal), a Rodríguez ya se le había pasado un poco. Pero el virus seguía ahí, latente. Activándose cuando se estrenó la demencial pero a su manera admirable Apocalypto de Mel Gibson o la hasta ahora última de Indiana Jones. O cada vez que –para atraer a las deidades de los dioses de la siesta de verano– Rodríguez volvía a no-escuchar los primeros minutos antes de caer en el coma inducido por el soporífero Tales of the Topographic Oceans: con esa ilustración de Roger Dean incluyendo templo azteca al fondo y del que nunca llegó a oír el lado 2 del primero de sus dos discos.
DOS Pero, por encima de todo y de todos, Rodríguez nunca olvidó la trágica historia de Moctezuma (Tenochtitlán, 1466-1520). Rodríguez no puede ni quiere olvidar tampoco su melancólico tránsito por una historia y una Historia a la que no aspiraba (dicen que a Moctezuma poco y nada le interesaba el poder) pareciendo más preocupado por recopilar las inequívocas señales que anunciaban el retorno de los dioses y el colapso de su civilización: columnas de fuego en el cielo, templos fulminados por relámpagos, aguas hirvientes en lagos, gemidos espectrales de la Llorona Coatlicue, capturas de pájaros extraños en cuyas pupilas se veía a hombres con trajes de metal montando animales parecidos a venados enormes, esas cosas... Así, claro, Moctezuma estaba más que predispuesto a creer que Cortés era una nueva encarnación del supremo Quetzalcóatl y no demoró en invitarlo a su morada para que, durante varios meses, el español viviese a cuerpo de dios conociendo los placeres del chocolate y el tabaco y el tlachtli como versión ancestral del fútbol y en la que el perdedor (a diferencia de lo que ocurre en la multimillonaria liga española donde no ganar se excusa con un “no tuvimos sensaciones”) era inmediatamente sacrificado. Y ya saben cómo sigue y las versiones de cómo termina son variaciones sobre un mismo tema: Moctezuma en un balcón de su palacio (inaugurando la idea de que la política latinoamericana se juega y decide en los balcones) intentando calmar los ánimos y siendo apedreado y flechado por los suyos. Moctezuma –golpeado y clavado de arriba abajo– murió a los pocos días por sus heridas y aseguran que Cortés lloró por él. Otros dicen que pidió ser bautizado a último momento. Y, algunos, que se suicidó con un veneno paralizante. Y están los que juraron que lo que se asomó al balcón ya era un Moctezuma cadáver y cubierto con sus mejores galas para que su pueblo pudiese practicar el tiro al blanco y la catarsis. Después, fuego y sangre. Y catedral católica con sincretistas cimientos de pirámide en el Centro Histórico de México. Y todos esos hoteles de cadenas españolas en Cancún. Y el que Miguel Bosé sea considerado por allí divino y que Maná venga por aquí de tanto en tanto a recuperar algo del botín mientras Luis “El Sol de México” Miguel, cuentan, está cada día más loco y mesiánico.
TRES Pero lo que más extrañó y sigue extrañando a Rodríguez es que –habiendo incluso una ópera Motezuma compuesta por Vivaldi, una canción de Neil Young titulada “Cortez the Killer” y hasta una fábrica de cerveza de la Heineken en Monterrey llamada Cuauhtémoc Moctezuma– William Shakespeare no se haya hecho tiempo y espacio para escribir una de sus obras con fondo y forma azteca y con la muy shakespeareana La Malinche como traidora o traicionada protagonista. Pesadilla de una noche triste de verano o La tragedia de las equivocaciones o Mucho ruido y muchas piedras o algo así. A Rodríguez siempre le dio mucha pena que, hoy por hoy, la memoria de Moctezuma pase no por el cerebro sino por el trasero. La Venganza de Moctezuma o “diarrea del viajero”, sí. Y no es raro viajar a México y comer algo que no cae muy bien pero que te lo ofrecen con tanto cariño. Y descomponerse y descompensarse y sentir que todo lo sólido se licúa en el aire y después no una sino un promedio de cuatro noches tristes.
Pero todo esta remembranza de Rodríguez no vino provocada por nada de lo anterior sino por lo que sigue. Semanas atrás, fue a la fiesta de entrega de un premio literario y allí volvió a cruzarse con ese escritor argentino. El hombre estaba con otro escritor, un mexicano. Y juntos conversaban sobre las idas y vueltas del cada vez más tragicómico Procés en el que, entre batallitas marchitas, los suyos esperan el retorno de Puigdemontlotepec. Y los dos escritores no podían sino evocar versiones previas en cada uno de sus países del derrumbe de la utopía marxiana del serpenteante Podemos. O de los delirios anarcool sacrificiales de la CUP en cuanto a que hubo más controles y garantías en el plebiscito del 1º de octubre que las que habrá en las elecciones del 21 de diciembre. O sobre la nocturna melancolía del viraje hacia la Derecha consecuencia de los derrapes de la Izquierda. Y mencionaban, también, que ya quedaban allí pocos de ellos: escritores de allende los mares y cronistas de Catalunyas en la Barcelona cultural y supuestamente “de acogida” de las letras del post-boom y todo eso. Y que la mayoría de los llegados a finales del pasado milenio ya habían vuelto a sus orígenes. O se habían ido a Madrid. “Somos los últimos boomitivos”, rió el mexicano. “¿Será posible que no hayan aprendido absolutamente nada de nuestros muchos y demasiados errores?... ¡Esta es la verdadera Venganza de Moctezuma!”, rió el argentino. Y ambos chocaron sus rubias botellitas de Corona. Y Rodríguez tuvo tantas ganas de estrangularlos por reírse así. Pero se contuvo y se dijo que mejor no (y los dos escritores cambiaron de tema y se pusieron a lamentar la muerte de un tal William H. Gass). Y Rodríguez salió de allí, silbando ese tango, para volver a su casa y a su historia y a seguir dando la cara y poniendo el cuerpo y partiéndose el culo.
Como Moctezuma en su balcón.
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