"La clase media española no fue antifranquista hasta que murió Franco"
En "Derecho natural" Ignacio Martínez de Pisón echa mano al humor para hablar de la Transición de su país a partir de las peripecias de una familia disfuncional en que la responsabilidad del hijo trata de compensar la falta absoluta de sensatez del padre.
Artista clase B y mentiroso profesional, sólo logra ganar cierto dinero imitando a Demis Roussos en el momento exacto en que éste está dejando de parecerse a sí mismo porque una depresión profunda lo hace adelgazar, mientras que el padre de Ángel comienza a engordar. Nunca dejará de moverse en un mundo bizarro, mientras su hijo procede a contrapelo del modelo paterno. A partir de la muerte de Franco España está cambiando y cada cual, amparado por la Transición, puede reinventarse a su manera. La novela gira también en torno a la naturaleza de la justicia sin dejar nunca el humor de lado.
De paso por Buenos Aires, Martínez de Pisón dialogó con Tiempo Argentino.
-Una de las características de tu novela es el sentido del humor para tratar un tema que es difícil. Ese sentido del humor permite que el contexto en que transcurre la historia no parezca postizo o forzado.
-Sí, uno de los temas centrales puede parecer muy solemne, que es el tema de la subjetividad u objetividad de la justicia, el tema del derecho natural, el debate sobre si a la justicia la generan las leyes o hay un concepto de justicia previo y superior que desborda los marcos legales. Si tú le dices a alguien que estás escribiendo una novela sobre eso, bueno…vaya tostón, parece que de eso no puede salir nada entretenido. Para compensar esta carga lo que hice fue contar la historia de un perdedor como es el padre del narrador, contar sus fugas de la casa, sus gamberradas y lo golfo que es y sus problemas con el trabajo. Es un hombre que va de desastre en desastre hasta el desastre final.
-¿El humor entró en tus planes desde que concebiste la novela o fue apareciendo mientras la escribías?
-Desde el principio la tenía presente como una novela de humor. Quería lograr un tono ligero que no fuera incompatible con temas más serios como los conflictos y las tensiones familiares. La familia, además, siempre ha sido un tema muy serio dentro de la literatura. Me parecía que tenía que bajar un par de escalones y contar la historia desde la humildad del humor que nos iguala por lo bajo y nos pone a todos en esa especie de fraternidad de la risa. Sí, durante bastantes páginas es una novela de humor. Luego se va oscureciendo un poquito, pero de todos modos es una novela llena de momentos de humor.
-¿Cómo se te ocurrió que ese padre que no hace más que fracasar, que miente sin escrúpulos, conociera cierto éxito a partir de imitar a Demis Roussos?
-Lo que cuento del secuestro de Demis Roussos en un avión en el año 1985, es verdad y también es verdad que luego de ser una gran estrella en los años 70, tuvo una gran depresión que le hizo perder muchos kilos porque ya no era la figura que había sido. Incluso utilizaron su adelgazamiento para promocionar un libro que se llamaba Cuestión de peso. Salió a principios de los años 80 y por ese entonces Demis Roussos sólo salía en los periódicos para anunciar es libro. Ya nadie cantaba sus canciones. En los 80 se había borrado la música de los 70. Luego ocurrió lo de secuestro. Entonces me pareció que la vida del padre de Ángel y la de él se tocan en algún momento porque sus físicos se cruzan: uno adelgaza cuando el otro engorda. Me pareció que era un buen comienzo para fijar la historia en la franja humilde del humor y sentirla más cercana y menos engolada. Creo que la novela tiene mucho humor porque la vida también lo tiene y nada de eso debe ser rechazado en la literatura. Así como en la vida debemos aprender a compaginar lo bueno y lo malo, en la literatura tenemos que hacer lo mismo. Hay un punto de vista que es el del protagonista, el del narrador, que es más bien un hombre soso, un hombre que no tiene mucho sentido del humor, que se toma todo muy en serio. Siempre está buscando la rectitud y arreglar las cosas que estropean los demás. Es la imagen de la responsabilidad. Cuando eres niño sólo friegas los cacharros que tú manchas. Cuando te haces mayor te das cuenta de que a veces toca fregar los platos que manchan los demás. Ángel siempre busca estar a la altura de su ida de la responsabilidad; mientras tanto su padre, siendo un adulto, es un irresponsable que se comporta como un adolescente. Los papeles están cambiados. Es un poco como las parejas de los payasos, el payaso listo y el payaso tonto. Ese cambio de roles entre padre e hijo también tiene algo de humor. Me gusta la figura del narrador porque todo lo reflexiona, mientras el padre no reflexiona nunca y no siente compromiso con las cosas que dijo en el pasado. En esa tensión entre esos dos personajes contrapuestos que, sin embargo, se quieren, está la dinámica que mueve la historia.
-Sólo una vez el hijo se comporta un poco como el padre que es cuando huye de Irene, aunque finalmente se reencuentra con ella.
- Sí, pero él huye por motivos serios, no como el padre que huye sin motivo. Seguramente él reconoce en sí mismo cosas de su padre porque no puede evitar parecerse. Lo que hace que nos importen tanto las historias familiares es que nos parecemos a nuestros padres así como nuestros hijos se van a parecer a nosotros. Es lo que se llama la herencia y que se transmite de generación en generación sin que seamos conscientes de ello. En esa herencia están las cosas buenas y las cosas malas. Para contrarrestar eso está la autoprotección del hijo: como mis padres han sido desastrosos, yo no quiero parecerme a ellos; como la historia de amor de mis padres ha sido catastrófica y los hijos hemos sido víctimas colaterales de esa relación, yo quiero que mi historia de amor sea distinta. Ángel tiene claro que buscar la rectitud es hacer lo contrario de lo que hubiera hecho su padre.
-Tu novela se desarrolla en el momento de la Transición y muestra hasta qué punto el destino personal está atravesado por las circunstancias políticas y sociales.
-Sí, es el momento en que España pasa de la minoría de edad a la mayoría de edad y aquí hay un paralelismo con el personaje que también pasa de la minoría a la mayoría de edad. Los paralelismos no son gratuitos. Eso también me ocurrió a mí. Yo cumplí 18 años el día que en España se aprobó la Constitución en el mes de diciembre del 78, por lo que ese paralelismo me afecta directamente. Ese cambio que hay en la sociedad se refleja también en el personaje. En definitiva, es una novela de aprendizaje. El personaje está viviendo su educación sentimental por los cambios propios de su edad, pero eso está arropado por la educación sentimental que está viviendo la sociedad. El cambio social hace que cada uno reinvente su pasado. Hay una serie de garantías y derechos que antes no existían. No soy un cronista social, no creo que las novelas tengan que contar la historia colectiva. Para mí los protagonistas son siempre individuales y no colectivos, pero a través de esos protagonistas individuales vemos cómo cambia la sociedad. A veces la historia colectiva pasa por encima de nuestra historia individual sin que podamos hacer nada para frenarlas. Durante los cuarenta años de la dictadura franquista casi no había habido cambios en la vida del español medio. Los cambios se producen después y ese cambio, desde el punto de vista literario, resulta interesante.
-Vos decís que luego de la caída de Franco cada cual pudo reinventar su pasado. ¿El hecho de que el padre se invente un pasado de izquierda y que llegue a la casa del hijo pensando en que lo persiguen es un ejemplo de eso?
-Sí, es un mitómano y se construye un pasado a su medida. Le gusta la idea de haber sido un luchador antifranquista sin haberlo sido nunca. Como él muchos personajes se reinventaron como luchadores antifranquistas aunque la oposición a Franco en realidad no fue muy fuerte. Lo que hubo en España fueron muchos luchadores antifranquistas post Franco. A partir de noviembre de 1975 resulta que muchos habían sido antifranquistas aunque no se los había visto nunca actuar contra Franco. Reinventaron su pasado como opositores cuando en realidad era gente que se había acomodado muy bien al régimen. La mejor prueba de eso es que Franco murió en la cama. El régimen no tuvo grandes enemigos interiores. Los antifranquistas verdaderos estaban fuera de España y los que estaban dentro eran los universitarios y algunos obreros de las fábricas. La clase media española no fue antifranquista hasta que Franco murió.
-Algo parecido sucedió con nuestra Guerra de Malvinas. Ahora resulta que nadie la apoyó, pero lo cierto es que la apoyó demencialmente la mayoría.
-Es que allí se agitaron las banderas y las banderas mueven en nuestro interior cosas que somos incapaces de dominar. Son sentimientos que tenemos dentro desde la época de las cavernas, son superiores a nuestro razonamiento. Las sociedades nunca deberían estar de acuerdo con las guerras, pero lo cierto es que las guerras ocurren. La gente, además, despide a los que van a la guerra con aplausos, con vítores, con banderas. Es un estado de embriaguez que saca lo peor de todas las personas que es el odio al contrario y el deseo de muerte.
-Leí en una entrevista que dijiste que hoy escribías las novelas que hace 30 años hubieras detestado escribir porque no eras partidario del realismo. ¿Por qué cambiaste de opinión?
-En los años 80 no queríamos ser muy españoles. No queríamos hablar mucho de España, era un país que venía de una dictadura tolerada por la sociedad y por eso queríamos ser muy cosmopolitas. Preferíamos haber nacido en otro país. Era una manera de mirar para otro lado, de no mirarnos a nosotros mismos. En los 90 ya pensábamos que la sociedad no era ni buena ni mala, sino que era la sociedad en que nos había tocado vivir, era el lugar donde te ha tocado nacer y vivir y alguien tenía que ocuparse de eso. Siempre tiene que haber un escritor que cuente cómo fue su país en un momento determinado. En los 90 comienzan a aparecer escritores como Almudena Grandes, Javier Cercas, Rafael Chirbes, Fernando Aramburu que ha tenido tanto éxito últimamente con su novela Patria. Los escritores tenemos el compromiso de contarnos a nosotros mismos y vernos con la distancia suficiente como para darnos cuenta de cómo será vista dentro de 50 años la sociedad en que hemos vivido.
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