No me importa tu opinión sobre mi vagina
Hay un sarpullido de hombres que me quiere explicar las vaginas.
Sarpullido es como he decidido llamar a un colectivo de machoexplicadores, o mansplainers,
esos hombres que creen te explican cosas. Los cuervos forman parvadas,
las lechuzas, parlamentos y los machoexplicadores, un sarpullido. En la
medicina, un sarpullido puede ser una molestia leve y pasajera que se va
y no regresa. También puede anteceder a una enfermedad mucho más grave,
incluso algo maligno.
Siempre
ha habido unos cuantos hombres, por aquí y por allá, que me explican la
vagina. He padecido a tontos ansiosos por hacer alguna broma con tal de
conquistar que dicen que son ginecólogos aficionados para detallar su
conocimiento avanzado —e imaginario— de la fisiología y anatomía
femeninas. Hombres que creen que estar sentadas al lado de ellos en un
bar, sonriendo (porque si no sonríes, te dicen que sonrías), es una
invitación a que te digan cómo te harán gemir y gritar.
Sé
que a muchas otras mujeres les han explicado las vaginas porque durante
los últimos veinticinco años mi trabajo ha consistido en tratar
problemas de la vagina y la vulva. He escuchado a mujeres, con análisis
absolutamente normales, llorar porque les han dicho que su vagina no
huele o no sabe como debería hacerlo. Están demasiado húmedas o
demasiado flácidas o demasiado asquerosas.
Todas
esas mujeres tenían algo en común: esas cosas se las dijeron los
hombres. Aunque admito que es información anecdótica, los años que tengo
escuchando la vergüenza secreta acerca de las vaginas y vulvas
saludables parecen sugerir que se debe en gran parte, si no es que por
completo, a los compañeros varones que explotan las inseguridades
vaginales y vulvares como si se tratara de un arma de abuso y control
emocional.
Pero lo que colmó el vaso fue el Vick VapoRub.
En internet soy conocida como la ginecóloga que desacredita
las modas innecesarias y a menudo nocivas. Los vapores vaginales, las
duchas, la brillantina, las barras para el endurecimiento de las
paredes: todo esto ha surgido a partir de la misma necesidad de domar el
tracto genital absolutamente normal. Ya sea que estos productos se
comercialicen mediante una gran compañía o un proveedor solitario en
internet; o que se vendan como medicamentos en farmacias o se
comercialicen bajo el disfraz de marcas “naturales” y artesanales, la
intención es la misma: monetizar el miedo íntimo ligado a las zonas
íntimas. La idea es sacar provecho de la incapacidad de la sociedad de
sostener discusiones públicas, y maduras, acerca de la vagina y la
vulva. Estos productos y sus mensajes no son muy distintos de los anuncios de Lysol de la década de los cincuenta
en los que les decían a las mujeres que con su producto para higiene
íntima podrían volver a ser “la chica con la que él se casó”.
La nueva moda ahora parecía ser la sugerencia de que es buena idea ponerse un ungüento mentolado de jalea de petróleo en la vagina. (No lo es).
Harta, escribí
la historia de un hombre que trató de avergonzarme por la salud de mi
vagina. En una ocasión, salí con un hombre que me dijo que podría ser
una mujer deseable si tan solo mi cabello fuera lacio o si bajara de
peso o si me vistiera diferente. La medición de mi supuesta perfección
seguía cambiando, de modo que tratar de solucionar mis defectos era una
tarea hercúlea; creo que precisamente de eso se trataba.
Aunque
quizá no tenga absoluta confianza en mi apariencia, tengo confianza
profesional a montones. Existen pocas personas, si las hay, que sepan
más acerca del tracto genital que yo. De modo que cuando este hombre
comenzó a hablar sobre cómo podría ser mejor mi saludable vagina, lo
dejé.
Escribir
este párrafo acerca de mi experiencia personal no me pareció raro ni
demasiado personal en absoluto. Hablo de vaginas todo el día. La misma
incapacidad de hablar sin vergüenza sobre la vagina y el tracto genital
es lo que ha permitido que surjan estos productos usureros. Y si un
ginecólogo especializado en la salud de la vagina y la vulva no puede
hablar al respecto, ¿entonces quién? He revelado detalles acerca del
fallecimiento de mi hijo y eso me parece mucho más íntimo y
emocionalmente desafiante.
Pero en respuesta a mi publicación surgió un artículo
en el tabloide The New York Post con el encabezado equivocado: “Mi
novio me dejó por el olor de mi vagina”, acompañado de una fotografía
mía. El artículo en sí era preciso, lo cual no era difícil pues se
trataba básicamente de citas extraídas de mi blog.
Y
entonces aparecieron los hombres. Llegaron para compartir su opinión
respecto a mi vagina, escribiendo comentarios en mi blog y enviándome
mensajes en Twitter. Corrieron en manada a mi cuenta de Instagram y
Facebook. Un grupo de caballeros que estaban por lo menos en sus
cuarenta decidió incluso que esta historia de cómo supuestamente me
habían botado era digna de burlas en su podcast.
Este
sarpullido me bombardeó con comentarios tanto públicos como privados.
Había hombres que se preguntaban si ya me habría “lavado la cosa”. Uno
escribió que “¡seguramente ME GUSTABAN las apestosas! Qué bueno, pero
¡nosotros preferimos las FRESCAS como una flor!”. Otro hombre afirmó:
“Los hombres tuvimos una junta, todos los 3,5 mil millones de hombres” y
que, al parecer, en ella habían decidido “doblar la apuesta y pagar por
ver” mi apestosa vagina.
Un
hombre sugirió que llamara a mi ex y le agradeciera “por alertarme de
mi vagina hedionda”. También surgió el contingente #NotAllMen
(#NoTodosLosHombres) que creía imposible que mi experiencia personal y
mis 25 años como ginecóloga pudieran proporcionar evidencias de que los
hombres hayan intentado jamás controlar a las mujeres abusando de sus
inseguridades. Obviamente, mi vagina era la única que apestaba.
Más
hombres me buscaron para explicarme las vaginas. Me dieron información
falsa acerca de cómo limpiarlas y prepararlas (para el bienestar los
hombres, por supuesto), y me dijeron cuán asquerosa debía ser la mía,
además de lanzar insultos que no puedo plasmar aquí.
La
salud de mi vagina causó más indignación en los hombres que cualquier
cosa que haya escrito jamás, y eso que escribo acerca de los abortos
durante el segundo trimestre, así que ya es decir.
A
las mujeres a quienes les han dicho que están demasiado húmedas o
demasiado secas, demasiado desarregladas, demasiado olorosas, demasiado
asquerosas, demasiado flácidas o demasiado sangrientas, les digo: yo las
he escuchado. Sé que están de pie en las farmacias preguntándose por
qué existen todos estos productos de higiene si son innecesarios. Sé que
navegan en internet cuestionándose lo siguiente: si las celebridades
dicen que se vaporizan la vagina o tienen un ritual de diez pasos para
prepararla, entonces el descuido vaginal seguro es un problema que
arruina las relaciones.
Lo
único que puedo decirles es que si tienen una duda acerca de su salud,
consulten a un médico. Y que si alguien trata de hablar de su cuerpo sin
amabilidad ni interés, el del problema es él. Y: la vagina es como un
horno con sistema de autolimpieza.
Así
que agradezco al sarpullido de machoexplicadores y a The New York Post.
Esta experiencia comprueba que avergonzar a las mujeres por vaginas
fisiológicamente normales y funcionales es una epidemia. La cura para
este sarpullido es la información. Pueden escuchar y aprender o pueden
sentarse al fondo del salón de clase y callarse la boca.
La era en la que los hombres podían avergonzar a las mujeres por sus vaginas perfectamente saludables está llegando a su fin.
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