"¡Esto es un quilombo!": por qué los argentinos protestan y se quejan tanto
Nadie, al menos en América Latina, protesta tanto como los argentinos.
Lo dice la Organización Internacional del Trabajo: después de Alemania, Argentina es el segundo país con más huelgas al año. Durante 2015, el último dato disponible, los argentinos realizaron 1.235 protestas laborales, mientras que en Alemania, líder del ranking, se hicieron 1.618.
Lo dicen también las encuestadoras: de acuerdo al Barómetro de las Américas, el 15,4% de los argentinos dicen participar en protestas, la cifra más alta de la región.
El argentino"arma quilombo" cuando se siente agraviado, desatendido, humillado; cuando siente ser víctima de una injusticia.
Genera un problema hasta que le resuelven.
A veces uno lo percibe en el extranjero, cuando en un avión, un hotel o un restaurante se escucha la voz alta, aguda y vehemente de un argentino haciendo valer lo que cree que le corresponde.
Y en Argentina se ve prácticamente todos los días, sobre todo en el centro de Buenos Aires, donde casi siempre hay un piquete de protesta.
Pero la cosa va incluso más lejos. Acá, la posibilidad de que el sonido de un martillo o una fiesta o una humedad se conviertan en una enardecida guerra verbal entre vecinos es tan alta como rutinaria.
La pugnacidad de los argentinos no necesariamente significa que son exagerados. O que haya más problemas que en otras partes.
Tampoco que armen tormenta en vaso de agua.
Lo que pasa, he venido a entender acá, es que conocen y defienden sus derechos.
Y según influyentes pensadores, eso puede ser una virtud, como también un problema.
Del colombiano sumiso al argentino contestatario
Mi reflexión está, por supuesto, mediada por mi condición: soy colombiano.En mi país generalmente nos asumimos como sumisos y adaptables: no hay queja que nos parezca digna de consignar ni problema que nos impida "echar p'alante".
En parte por eso es que a nosotros, como a otras culturas, nos puede resultar "arrogante" que el argentino ande por el mundo exigiendo aquello a lo que cree tener derecho.
"Quién se cree", podemos llegar a decir.
La frase "usted no sabe quién soy yo" es famosa en Colombia, porque los ricos y poderosos la usan con frecuencia para conseguir gestiones, cortesías.
"Claro, doctor", les pueden responder. Les resulta útil.
Algo parecido ocurre en Brasil, según escribió el reconocido politólogo argentino Guillermo O'Donnell, quien identificó en ese país un "sometimiento" ante quienes usan frases como "você sabe com quem está falando?" para "reforzar jerarquías".
En cambio, si uno le dice eso a un argentino, concluyó O'Donnell, este le va a contestar "y a mí, ¿qué mierda me importa?".
Un asunto de historia
Esa impugnación de la jerarquía tiene que ver con el carácter igualitario y democrático de la sociedad argentina y se vio pronunciada por el régimen militar de los años 70 y 80, explica O'Donnell.En su análisis, escrito un año después de la caída del régimen en 1982, el autor incluso encuentra una explicación al nivel de crueldad de la junta militar, quizá la más sanguinaria de la historia de América.
"En el conjunto de la sociedad (...) estaba el enemigo (de la dictadura); allí estaban las innumerables variantes de "¿y a mí, qué mierda me importa?" que ese golpe (de Estado, en 1976) quiso liquidar de una vez por todas", escribe el pensador argentino.
Cuando volvió la democracia, Argentina retomó una de sus facetas principales: la lucha por los derechos.
Y hasta hoy, como refleja el caso de las mujeres, se originan acá influyentes movimientos de protesta.
Para Catalina Smulovitz, politóloga argentina especialista en derechos y vicerrectora de la Universidad Torcuato Di Tella, "Argentina es un país donde muchos actores sociales están organizados como sindicato, como gremio, como cualquier cosa, y cada uno de estos grupos se organiza para actuar y manifestarse".
"Este nivel de organización a nivel social lo que produce es esta situación de múltiples confrontaciones, no necesariamente violentas, porque está muy presente la idea de que todos pueden demandar", me dijo.
Y luego recordó una legendaria frase que se le atribuye a Evita Perón: "Donde existe una necesidad, nace un derecho".
Necesidad = derecho
El primer gobierno de Juan Domingo Perón, entre 1946 y 1955, fue clave para que se asentara esa idea de que quien declara una necesidad tiene derecho a que se la satisfagan.Según explican Juan Carlos Torre y Elisa Pastoriza en su ensayo "La democratización del bienestar", la sociedad de inmigrantes que se consolidó en la primera mita del siglo XX se destacó por tener relaciones sociales directas y frontales desprovistas de actitudes de respeto y diferencias tradicionales.
Se caracterizaba por una confianza en el progreso individual que, no obstante, coexistía con una difundida práctica asociativa; y por la fuerte valorización de la educación y la cultura letrada.
Con el florecimiento de las industrias, la agricultura y el comercio, en la primera mitad del siglo XX emergió una clase media llena de expectativas, conocimientos y, con eso, demandas.
Perón aprovechó la bonanza de las exportaciones para solidificar las jubilaciones, la salud pública, la infraestructura y la educación pública. Para solidificar los derechos.
Para finales de los años 50, anotan los autores, una mayoría de los argentinos podía consumir más y mejor que antes, acceder a vivienda, vestir ropa de calidad, salir de vacaciones o ir al cine y usar electrodomésticos de primera.
Y quien goza de lo bueno no está dispuesto a perderlo. Sobre todo cuando parte de ese bienestar es el acceso a mecanismos y grupos que buscan defender derechos.
¿Eterno quilombo?
Otro dato que ilustra la rebeldía argentina es que, según la Asociación Civil de Actividades Médicas Integrada de Argentina, en ningún otro país de la región se producen tantas denuncias por mala praxis médica.Uno de cada cinco doctores argentinos recibe alguna vez cierto tipo de demanda por supuesto mal tratamiento.
Pero solo el 6% de esas demandas, reporta la entidad, resultan en una sentencia que favorece al paciente, por lo que voceros del sector han pedido que se revise la legislación que permite demandar sin mucho esfuerzo ni dinero.
"En toda América Latina hay un proceso de judicialización de los conflictos sociales", reconoce Leticia Barrera, abogada experta en antropología de la justicia.
"Pero en Argentina hay oportunidades institucionales, mecanismos como los amparos y oportunidades como el activismo que han generado una cultura del litigio que desborda a las cortes", le dice a BBC Mundo.
Por eso el magistrado Carlos Fayt se quejaba en 2003 de que la Corte Suprema se había convertido en un "almacén de ramos generales", porque llevar una causa al máximo tribunal del país es más o menos fácil para cualquier ciudadano.
Y tanto O'Donnell como Torre y Pastoriza señalan que la pugnacidad de los argentinos tiene un problema: genera discordias y fragmenta a la sociedad.
De hecho, las quejas de que el sistema judicial
argentino es lento son tan frecuentes como aquellas de que el centro de
Buenos Aires está inaccesible por las protestas de gremios y sindicatos.
Toda necesidad en Argentina genera un derecho. Pero, también, un quilombo.
Toda necesidad en Argentina genera un derecho. Pero, también, un quilombo.
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