Más allá del jamón y las cañas: cosas de España que no gustan a los extranjeros
Varios inmigrantes que llevan años viviendo en España nos hacen una crítica constructiva
Hace algunas semanas publicamos un artículo de Casie Tennin titulado "Soy de Nueva York y así me ha cambiado la vida pasar tres años en España".
En él, antes de regresar definitivamente a Estados Unidos, Casie hacía balance de sus vivencias en Fregenal de la Sierra (un pueblo extremeño de 5.000 habitantes), en Madrid y en Granada.
Sus conclusiones no podían ser más generosas hacia España: "Estoy constantemente asombrada con la generosidad con la que la gente comparte sus vidas, su tiempo, sus cosas y su comida. Me han enseñado lo que significa compartir sin esperar nada a cambio, solo compañía". Por supuesto, tampoco podían faltar loas a la tortilla, el jamón y las cañas.
El artículo se leyó y se compartió mucho. Hubo comentaristas que agradecieron las buenas palabras de Casie. Pero otros encontraron el artículo demasiado complaciente.
Por ejemplo, este comentario: "Los disparatados horarios laborales de nuestro país deberían avergonzarnos y resultan bastante incompatibles con el bucolismo del artículo".
O este otro: "Somos clasistas... Quiero decir que si esta chica en vez de venir de NY hubiera venido de cualquier otro país de América Hispana, por ejemplo, no se acercan a ella ni con mascarilla, y por supuesto ni cañas ni jamón compartido"
Molly Lori también nos escribió un email con el siguiente mensaje: "Me llamo Molly y acabo de leer el artículo escrito por Casie Tennin. Soy de Míchigan y llevo seis años y medio en España. Me encanta el país (y mi marido es español), pero creo que, además de lo que cuenta Casie, es importante también hablar de otras cosas. No todo es jamón, tortilla, fútbol y cañas".
Molly, según nos contó en una conversación posterior, se encuentra en una situación similar a la de Casie: en septiembre abandonará nuestro país para regresar al suyo. Molly cree firmemente que en España se vive mucho mejor que en Estados Unidos, pero se marcha porque allí le ha salido una oportunidad de trabajo impensable en España.
"Los sueldos en España no son justos. Hay gente con trabajos inhumanos y que gana muy poco dinero. ¿Y quién puede salir del trabajo a las 20.00 y tener tiempo con sus niños? Es un círculo vicioso, porque entonces uno se va a la cama más tarde y duerme menos. Además, que las películas empiecen a las 22.00 tampoco ayuda", nos cuenta Molly.
A Molly también le llamó la atención el ruido en España. Como profesora, se sintió abrumada en su primer día en la escuela: "Los niños apenas podían escucharse el uno al otro. Te acostumbras a aguantar la contaminación acústica, pero, si los expertos afirman que el ruido causa estrés, será por algo. Muchos de mis amigos españoles también dicen que prefieren un sitio con mucho ruido porque les parece más animado. No termino de entenderlo".
Y, por último, Molly menciona otro rasgo español al que le costó adaptarse: el qué dirán. Un día, Molly se disponía a salir a la calle con su pantalón de pijama (estilo yoga, algo discreto), hasta que su pareja le preguntó: "¿A dónde vas con esas pintas?". "En Estados Unidos es frecuente que los estudiantes salgan así a la calle sin que pase nada. Pero en España la gente no deja de pensar en la opinión de los vecinos".
¿Y los inmigrantes procedentes de otros países?
Como la experiencia de un inmigrante también depende del país de origen, hemos preguntado a personas que llegaron a España procedentes de otros lugares. ¿A qué costumbres españolas les costó adaptarse especialmente? ¿A qué deberíamos prestar más atención como país de acogida?
Vladimir Paspuel, presidente de la Asociación Hispano-Ecuatoriana Rumiñahui, recuerda su llegada a España hace 18 años: "La gente aquí habla con mucha brusquedad, lo que choca con nuestras formas más suaves. Al principio lo interpreté como que me trataban mal, aunque luego entendí que se convertiría en la norma". Paspuel confía en que, dentro de unos años, la cultura española sienta como propias algunas de las costumbres que trajo la gran oleada de inmigración ecuatoriana: "Igual que la patata llegó de América y ha acabado convirtiéndose en un ingrediente típico de España, ojalá algún día se consideren como propios nuestros ritmos, nuestra gastronomía o nuestras prácticas. Porque, aunque se sigan viendo como ajenas, ya forman parte de una gran porción de la sociedad española".
Julia Zhang lleva 15 años en España -tras haber pasado otros 20 en Argentina- y preside la asociación de intercambio cultural Hispano-Chino Ni Hao. Para ella, el principal problema que encuentran los chinos en España no son las costumbres ("aunque suene extraño, no hay tanta diferencia entre las costumbres chinas y las españolas"), sino el idioma. "Aprender el idioma español nos resulta tan complicado como les resulta a los españoles aprender el idioma chino. Aunque nos gustaría, en ocasiones no nos mezclamos más con los españoles por culpa del idioma. Los españoles son gente muy abierta hacia los extranjeros, pero quizás, si fuesen más conscientes de esta barrera, nos prestarían más atención y nos ayudarían más. Al final, la integración es una cuestión de doble sentido", nos dice Zhang.
Aleksandr Chepurnoy, secretario de la Asociación de Inmigrantes de Países del Este en Alicante, parece el mismísimo Mariano José de Larra. Ante la pregunta sobre sus principales problemas de adaptación en España, responde que le costó mucho acostumbrarse al uso que damos a la palabra "mañana". Tras 17 años en España ya sabe que si alguien le dice "mañana lo vemos" lo que en realidad está diciendo es "no voy a hacerlo". Como el famoso "Vuelva usted mañana" de Larra, del que rescatamos las últimas líneas [ojo: espoiler], porque siempre es buen momento para leerlas:
Bombo Ndir, nacida en Senegal, llegó a España hace 18 años y ahora es presidenta de la Asociación de Mujeres Immigrantes Subsaharianas. Ella estaba acostumbrada a la exuberancia de los encuentros en su país: cada vez que se veía con alguien, se estrechaban la mano, se abrazaban, se acariciaban, se preguntaban por la familila, por la casa, por los animales. Sin embargo, la primera vez que se encontró con su vecino en España, este no le dijo más que "hola". "Se lo comenté extrañadísima a un amigo. No entendía qué problema tenía conmigo. Mi amigo me respondió que eso se debía a que mi vecino aún no me conocía. Pero esa explicación no me pareció convincente. Que fuera mi vecino para mí era motivo de sobra para emprender una conversación afectuosa", nos cuenta Bombo, que asegura haberse acostumbrado a esta frialdad.
En su caso, echa de menos que entre la población española haya una mejor disposición para dedicar cinco minutos de conversación con las personas que llegan de África. "Si nos sentásemos juntos a charlar, estoy segura de que nos entenderíamos perfectamente. Pero hay una barrera que no logramos desmontar. Históricamente, muchos españoles tuvieron que emigrar, como nos está ocurriendo ahora a nosotros, y eso debería unirnos. Pero para eso necesitaríamos escucharnos al menos esos cinco minutos...".
Y, para terminar, volvamos a la persona con la que empezó todo. Casie Tennin nos cuenta que, con su artículo, pretendía recopilar las cosas buenas que le había proporcionado España. Pero también afirma que, como ya había contado en su blog (en inglés), también hubo cosas a las que le costó acostumbrarse. "Si pretendes hacer algo entre las 14.00 y las 17.00, más vale que te des por vencido, a no ser que estés en el centro de una ciudad grande y pretendas comprar ropa en una gran cadena", nos dice.
A quienes visitan España desde Estados Unidos, Casie les recomienda mucha paciencia. "En España puedes encontrarte con que un grupo de ancianas bloquea una acera, o con que la persona que te precede en la frutería se pasa quince minutos hablando con el frutero. En esos casos, más vale respirar profundamente y mentalizarte de que las cosas son así. Al final, esa tranquilidad es una de las razones por las que acabé amando España".
Para cerrar su catálogo personal de cosas que llaman la atención a los extranjeros, Casie apunta otras dos cosas. La primera, el significado particular que concedemos a la palabra "ahora". "Ahora significa que algo puede pasar en cualquier momento entre el momento en que alguien lo pronuncia y las cinco horas siguientes", cuenta Casie. Y, la segunda, lo difícil que resulta captar la atención de los camareros: "Ya puedes mandar señales de humo, que no hay manera".
Durante este tiempo también ha cambiado mucho la procedencia de los inmigrantes llegados a España. Hace 20 años, más o menos cuando llegó la mayoría de nuestros entrevistados, los diez grupos más numerosos eran marroquíes, británicos, alemanes, portugueses, franceses, peruanos, argentinos, italianos, dominicanos y holandeses.
Años más tarde, colombianos, ecuatorianos, bolivianos y rumanos fueron ganando peso. Los rumanos, precisamente, se convirtieron en la comunidad extranjera con más empadronados de España entre 2008 y 2015. En 2016 los marroquíes recuperaron la primera posición. La población china, por su parte, empezó a aumentar considerablemente a partir de 2009, hasta convertirse en 2016 en la cuarta nacionalidad con más presencia.
En él, antes de regresar definitivamente a Estados Unidos, Casie hacía balance de sus vivencias en Fregenal de la Sierra (un pueblo extremeño de 5.000 habitantes), en Madrid y en Granada.
Sus conclusiones no podían ser más generosas hacia España: "Estoy constantemente asombrada con la generosidad con la que la gente comparte sus vidas, su tiempo, sus cosas y su comida. Me han enseñado lo que significa compartir sin esperar nada a cambio, solo compañía". Por supuesto, tampoco podían faltar loas a la tortilla, el jamón y las cañas.
El artículo se leyó y se compartió mucho. Hubo comentaristas que agradecieron las buenas palabras de Casie. Pero otros encontraron el artículo demasiado complaciente.
Por ejemplo, este comentario: "Los disparatados horarios laborales de nuestro país deberían avergonzarnos y resultan bastante incompatibles con el bucolismo del artículo".
O este otro: "Somos clasistas... Quiero decir que si esta chica en vez de venir de NY hubiera venido de cualquier otro país de América Hispana, por ejemplo, no se acercan a ella ni con mascarilla, y por supuesto ni cañas ni jamón compartido"
Molly Lori también nos escribió un email con el siguiente mensaje: "Me llamo Molly y acabo de leer el artículo escrito por Casie Tennin. Soy de Míchigan y llevo seis años y medio en España. Me encanta el país (y mi marido es español), pero creo que, además de lo que cuenta Casie, es importante también hablar de otras cosas. No todo es jamón, tortilla, fútbol y cañas".
Molly, según nos contó en una conversación posterior, se encuentra en una situación similar a la de Casie: en septiembre abandonará nuestro país para regresar al suyo. Molly cree firmemente que en España se vive mucho mejor que en Estados Unidos, pero se marcha porque allí le ha salido una oportunidad de trabajo impensable en España.
"Los sueldos en España no son justos. Hay gente con trabajos inhumanos y que gana muy poco dinero. ¿Y quién puede salir del trabajo a las 20.00 y tener tiempo con sus niños? Es un círculo vicioso, porque entonces uno se va a la cama más tarde y duerme menos. Además, que las películas empiecen a las 22.00 tampoco ayuda", nos cuenta Molly.
A Molly también le llamó la atención el ruido en España. Como profesora, se sintió abrumada en su primer día en la escuela: "Los niños apenas podían escucharse el uno al otro. Te acostumbras a aguantar la contaminación acústica, pero, si los expertos afirman que el ruido causa estrés, será por algo. Muchos de mis amigos españoles también dicen que prefieren un sitio con mucho ruido porque les parece más animado. No termino de entenderlo".
Y, por último, Molly menciona otro rasgo español al que le costó adaptarse: el qué dirán. Un día, Molly se disponía a salir a la calle con su pantalón de pijama (estilo yoga, algo discreto), hasta que su pareja le preguntó: "¿A dónde vas con esas pintas?". "En Estados Unidos es frecuente que los estudiantes salgan así a la calle sin que pase nada. Pero en España la gente no deja de pensar en la opinión de los vecinos".
¿Y los inmigrantes procedentes de otros países?
Como la experiencia de un inmigrante también depende del país de origen, hemos preguntado a personas que llegaron a España procedentes de otros lugares. ¿A qué costumbres españolas les costó adaptarse especialmente? ¿A qué deberíamos prestar más atención como país de acogida?
Vladimir Paspuel, presidente de la Asociación Hispano-Ecuatoriana Rumiñahui, recuerda su llegada a España hace 18 años: "La gente aquí habla con mucha brusquedad, lo que choca con nuestras formas más suaves. Al principio lo interpreté como que me trataban mal, aunque luego entendí que se convertiría en la norma". Paspuel confía en que, dentro de unos años, la cultura española sienta como propias algunas de las costumbres que trajo la gran oleada de inmigración ecuatoriana: "Igual que la patata llegó de América y ha acabado convirtiéndose en un ingrediente típico de España, ojalá algún día se consideren como propios nuestros ritmos, nuestra gastronomía o nuestras prácticas. Porque, aunque se sigan viendo como ajenas, ya forman parte de una gran porción de la sociedad española".
Julia Zhang lleva 15 años en España -tras haber pasado otros 20 en Argentina- y preside la asociación de intercambio cultural Hispano-Chino Ni Hao. Para ella, el principal problema que encuentran los chinos en España no son las costumbres ("aunque suene extraño, no hay tanta diferencia entre las costumbres chinas y las españolas"), sino el idioma. "Aprender el idioma español nos resulta tan complicado como les resulta a los españoles aprender el idioma chino. Aunque nos gustaría, en ocasiones no nos mezclamos más con los españoles por culpa del idioma. Los españoles son gente muy abierta hacia los extranjeros, pero quizás, si fuesen más conscientes de esta barrera, nos prestarían más atención y nos ayudarían más. Al final, la integración es una cuestión de doble sentido", nos dice Zhang.
Aleksandr Chepurnoy, secretario de la Asociación de Inmigrantes de Países del Este en Alicante, parece el mismísimo Mariano José de Larra. Ante la pregunta sobre sus principales problemas de adaptación en España, responde que le costó mucho acostumbrarse al uso que damos a la palabra "mañana". Tras 17 años en España ya sabe que si alguien le dice "mañana lo vemos" lo que en realidad está diciendo es "no voy a hacerlo". Como el famoso "Vuelva usted mañana" de Larra, del que rescatamos las últimas líneas [ojo: espoiler], porque siempre es buen momento para leerlas:
Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé "Vuelva usted mañana"; que todas las noches y muchas tardes he querido durante ese tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: "¡Eh!, ¡mañana le escribiré!". Da gracias a que llegó por fin este mañana que no es del todo malo: pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!"También me costó mucho acostumbrarme a la impuntualidad. En Rusia, si llegas quince minutos tarde, jamás van a esperarte. Sin embargo, aquí puedes llegar tranquilamente una hora tarde", reconoce Chepurnoy, quien asegura que, pese a estos defectos, la vida en España le compensa sobradamente.
Bombo Ndir, nacida en Senegal, llegó a España hace 18 años y ahora es presidenta de la Asociación de Mujeres Immigrantes Subsaharianas. Ella estaba acostumbrada a la exuberancia de los encuentros en su país: cada vez que se veía con alguien, se estrechaban la mano, se abrazaban, se acariciaban, se preguntaban por la familila, por la casa, por los animales. Sin embargo, la primera vez que se encontró con su vecino en España, este no le dijo más que "hola". "Se lo comenté extrañadísima a un amigo. No entendía qué problema tenía conmigo. Mi amigo me respondió que eso se debía a que mi vecino aún no me conocía. Pero esa explicación no me pareció convincente. Que fuera mi vecino para mí era motivo de sobra para emprender una conversación afectuosa", nos cuenta Bombo, que asegura haberse acostumbrado a esta frialdad.
En su caso, echa de menos que entre la población española haya una mejor disposición para dedicar cinco minutos de conversación con las personas que llegan de África. "Si nos sentásemos juntos a charlar, estoy segura de que nos entenderíamos perfectamente. Pero hay una barrera que no logramos desmontar. Históricamente, muchos españoles tuvieron que emigrar, como nos está ocurriendo ahora a nosotros, y eso debería unirnos. Pero para eso necesitaríamos escucharnos al menos esos cinco minutos...".
Y, para terminar, volvamos a la persona con la que empezó todo. Casie Tennin nos cuenta que, con su artículo, pretendía recopilar las cosas buenas que le había proporcionado España. Pero también afirma que, como ya había contado en su blog (en inglés), también hubo cosas a las que le costó acostumbrarse. "Si pretendes hacer algo entre las 14.00 y las 17.00, más vale que te des por vencido, a no ser que estés en el centro de una ciudad grande y pretendas comprar ropa en una gran cadena", nos dice.
A quienes visitan España desde Estados Unidos, Casie les recomienda mucha paciencia. "En España puedes encontrarte con que un grupo de ancianas bloquea una acera, o con que la persona que te precede en la frutería se pasa quince minutos hablando con el frutero. En esos casos, más vale respirar profundamente y mentalizarte de que las cosas son así. Al final, esa tranquilidad es una de las razones por las que acabé amando España".
Para cerrar su catálogo personal de cosas que llaman la atención a los extranjeros, Casie apunta otras dos cosas. La primera, el significado particular que concedemos a la palabra "ahora". "Ahora significa que algo puede pasar en cualquier momento entre el momento en que alguien lo pronuncia y las cinco horas siguientes", cuenta Casie. Y, la segunda, lo difícil que resulta captar la atención de los camareros: "Ya puedes mandar señales de humo, que no hay manera".
Radiografía de la inmigración en España
En 1998, solo el 1,6% de los empadronados era extranjero, lo que significaba medio millón de personas. Hoy esas cifras equivalen a casi el 10% de la población (en 2011 se llegó al 12,19%) y a más de cuatro millones y medio de personas. Estos datos se encuentran recogidos en un especial publicado recientemente en El País.Durante este tiempo también ha cambiado mucho la procedencia de los inmigrantes llegados a España. Hace 20 años, más o menos cuando llegó la mayoría de nuestros entrevistados, los diez grupos más numerosos eran marroquíes, británicos, alemanes, portugueses, franceses, peruanos, argentinos, italianos, dominicanos y holandeses.
Años más tarde, colombianos, ecuatorianos, bolivianos y rumanos fueron ganando peso. Los rumanos, precisamente, se convirtieron en la comunidad extranjera con más empadronados de España entre 2008 y 2015. En 2016 los marroquíes recuperaron la primera posición. La población china, por su parte, empezó a aumentar considerablemente a partir de 2009, hasta convertirse en 2016 en la cuarta nacionalidad con más presencia.
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