¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

lunes, agosto 07, 2017

EL JEFE TIRABA LA ATOMICA Y LOS MIERDAS INUTILES CACAREABAN $$$$$$$$$$$$$$$

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Parece una paradoja, pero han sido de nuevo los archivos de los servicios secretos occidentales los que se han encargado de sacar a la luz el miserable papel jugado por un sector de la intelectualidad "progresista" occidental en el curso de la guerra fría. Cuenta el historiador argentino Pablo Pozzi, en un artículo recientemente publicado, que una vez más ha sido la aportación de documentos desclasificados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), la que ha vuelto a poner en tela de juicio la integridad  y  respetabilidad de un número de intelectuales,  que se autoubicaban en la izquierda francesa de las décadas de los 50,60 y 70  del pasado siglo.
El documento de la CIA está encabezado por un llamativo título: «Francia: la defección de los intelectuales de izquierda». En el documento en cuestión se describe con todo lujo de detalles cómo debe proceder la Inteligencia estadounidense para la captación de intelectuales de "izquierdas".
En esta ocasión,  han sido los servicios de la Inteligencia norteamericana los que han asumido como suyo, el papel de dar a conocer algunas de las funciones ejecutadas durante la "guerra fría", por unos  intelectuales a los que no pocos tenían  por “progresistas e independientes”.
LA "LIBRETITA" DE GEORGE ORWELL
La indiscreta revelación de los auténticos nombres  de los Judas, así como de la cuantificación de los denarios que cobraron, no fue obra exclusivamente de la Agencia  americana. Desde hace ya años, la inteligencia británica - el M16, concretamente - dió también a conocer los servicios prestados por algunos de sus colaboradores más estrechos. Tal fue el caso de un miserable “chivato”, que tenía como principal afición ir anotando en una libretita de tapas negras, los nombres de aquellos intelectuales británicos y estadounidenses que  él consideraba  “compañeros de viaje, testaferros del comunismo o simpatizantes".  Hasta 125 nombres de escritores y artistas llegó a contener la "libretita" de este despreciable delator. En su lista figuraban desde John Steimbeck a Charles Chaplin, pasando por Orson Welles y Bernard Show. El soplón fue nada menos que el todavía admirado  escritor británico Georges Orwell.
El autor de “Rebelión en la granja”, además de recibir el apoyo de todo tipo de recursos económicos por parte de la CIA, simultaneaba sus inconfesables canonjías con la delación detallada y sistemática de aquellos intelectuales que se negaban a plegarse a los designios ideológicos de los intereses de los Estados Unidos. Ha  sido preciso que transcurrieran más de 50 años para que  lográramos conocer  la oculta afición de este alcahuete.
MICHEL FOUCAULT, JACQUES DERRIDA Y JACQUES LACAN
Es cierto que no todos los servidores directos o indirectos de la CIA, procedieron como George Orwell, aunque como él  fueran igualmente receptores de la ayuda encubierta de la Agencia. El documento ahora desclasificado se refiere particularmente a los intelectuales aglutinados alrededor de la Revista Annales, la Ecole des Hautes Etudes y a personajes como Michel Foucault, Jacques Derrida y Jacques Lacan. Pero, no obstante, los procedimientos sugeridos por la CIA a sus agentes fue una práctica habitual de esa institución del espionaje estadounidense a lo largo de años.
El documento en cuestión indica, además, cuáles deben ser las tácticas y estrategias para generar un ambiente intelectual antimarxista a partir de influenciar a los intelectuales posmarxistas y a los críticos del Partido Comunista francés.
La CIA constata en su análisis que
«durante las protestas de mayo-junio de 1968 […] muchos estudiantes marxistas miraban hacia el PCF para liderazgo y la proclamación de un gobierno provisional, pero la dirección del Partido Comunista Francés trató de aplacar la revuelta obrera y denunció a los estudiantes como anarquistas».
Fue a partir de ese momento cuando apareció en Francia la corriente llamada de los «Nuevos Filósofos» que, desilusionados con la izquierda, «rechazaron su alianza con el PCF, el socialismo francés, y las premisas básicas del marxismo».
La cuestión es que la CIA consideraba a la nueva hornada de intelectuales "posmarxistas" como más rentables para sus propósitos en su batalla ideológica contra el socialismo, que  aquellos otros sectores de la intelectualidad francesa, como Raymond Aron, que habían perdido su prestigio por su indisimulado apoyo al fascismo durante la Segunda Guerra Mundial.
MARC BLOCH, LUCIEN FEBVRE Y FERNAND BRAUDEL
No ocurría lo mismo con aquellos otros intelectuales, considerados como "demócratas" e, incluso, como “marxistas independientes”. Estos últimos resultaron ser infinitamente más útiles en su crítica al comunismo que la antigua  intelectualidad  gala, ampliamente desprestigiada y enfangada por sus compromisos con el gobierno de Petain y su colaboración con los nazis.
Con toda clarividencia, el documento de la CIA -cuyo original adjuntamos a este artículo - constata un hecho realmente significativo, que recoge Pablo Pozzi del documento descatalogado :
«Entre los historiadores franceses de la posguerra, la influyente escuela vinculada con Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha avasallado a los historiadores tradicionales marxistas. La escuela de Annales, como es conocida por su principal publicación, ha dado vuelta la investigación histórica francesa, principalmente desafiando primero, y rechazando después, las teorías marxistas del desarrollo histórico. Si bien muchos de sus exponentes pretenden que están dentro “de la tradición marxista”, la realidad es que solo utilizan el marxismo como un punto crítico de partida […] para concluir que las nociones marxistas sobre la estructura del pasado –de relaciones sociales, del patrón de los hechos, y de su influencia en el largo plazo– son simplistas e inválidas.»
«En el campo de la antropología, la influencia de la escuela estructuralista vinculada con Claude Lévi Strauss, Foucault y otros, ha cumplido esencialmente la misma función. […] creemos sea probable que su demolición de la influencia marxista en las ciencias sociales perdure como una contribución profunda tanto en Francia como en Europa Occidental.»
No deja de resultar curioso que el documento de la CIA, ahora descatalogado, agradezca de paso a Foucault y a Lévi Strauss que “recuerden las sangrientas tradiciones de la Revolución Francesa» y que el objetivo de los movimientos revolucionarios no era tanto la profunda transformación social y cultural de una sociedad, sino más bien el poder. Consecuentemente , según el documento, la teoría francesa posmarxista realizó una contribución inapreciable al programa cultural de la CIA que intentaba mover a los intelectuales de izquierda hacia la derecha, mientras desacreditaban el antiimperialismo y el anticapitalismo, permitiendo la creación de un ambiente intelectual donde sus proyectos podían ser llevados a cabo sin ser molestados por un serio escrutinio intelectual.
La verdad es que el documento que nos está sirviendo de referencia, no es novedoso.  Ya la investigadora británica Frances Stonor Saunders indicó en su voluminoso y documentado  libro "La CIA y la Guerra Cultural ", cuáles eran las   armas que la inteligencia americana utilizaba en su batalla ideológica en contra del socialismo. La propia Stonor Saunders indicaba que la CIA tenía más preferencia por los “marxistas" reconvertidos que por aquellos intelectuales caracterizados por su conservadurismo ideológico o por sus posiciones políticas derechistas
Y otro dato interesante. La promoción pública de este tipo de intelectuales contó siempre con abundantes recursos económicos, compromisos editoriales, medios de comunicación y dignidades académicas, casi todos ellos cocinados en los laboratorios de la CIA.
El documento describe cómo fue que las obras de personajes como André Glucksmann y Bernard Henri Levy, llegaran a convertirse en auténticos best sellers mundiales. La Agencia de inteligencia norteamericana  adquirió, por ejemplo, miles de ejemplares de las obras de Hannah Arendt, Milovan Djilas, y Isaiah Berlin para su posterior promoción.
Cuenta Pozzi en su artículo que las citadas regalías fueron completadas con viajes, becas, subsidios, y una cantidad importante de seminarios internacionales destinados a promover tanto la visión de Annales como el estructuralismo de Claude Lévi Strauss.
Pablo Pozzi concluye que cuando   los intelectuales de izquierda no encontraban recursos para hacer avanzar o publicar sus investigaciones, se les trataba de forzar a aceptar el orden establecido, a través de la adopción de  modas intelectuales hegemónicas, que les permitiera la posibilidad de encontrar un empleo. En opinión de Pozzi , el resultado de esta componenda fue el debilitamiento del pensamiento de izquierdas.
Pero, transcurridas décadas después de  aquellos pasajes bochornosos de la historia de la intelectualidad "progresista" europea, ¿alguien se atrevería a  asegurar que  aquello   solo fue un trágico recuerdo del pasado?
La CIA y los intelectuales franceses
Pablo Pozzi
De igual a igual
"Desviar la atención del capitalismo (y los Estados Unidos) como causante de los problemas del mundo, hacia problemas como el consumo, la falta de democracia o de educación (y la URSS)"
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana acaba de desclasificar un documento de trabajo que comprueba, y brinda algunos datos nuevos, su política hacia la intelectualidad progresista y de izquierda (PDF). El documento se titula «Francia: la defección de los intelectuales de izquierda» y describe, detalladamente, cómo captar e influenciar intelectuales, particularmente aquellos nucleados en la revista Annales, la Ecole des Hautes Etudes, y los que se referenciaban en Michel Foucault, Jacques Derrida y Jacques Lacan, en que lo visualiza como «una guerra cultural». Si bien el eje del documento son los intelectuales franceses, los principios y criterios que plantea fueron aplicados a través del mundo. En el mismo se describen sus tácticas y estrategias para generar un ambiente intelectual antimarxista a partir de influenciar a los intelectuales posmarxistas y a los críticos del Partido Comunista francés.
El documento establece que «durante las protestas de mayo-junio de 1968 […] muchos estudiantes marxistas miraban hacia el PCF para liderazgo y la proclamación de un gobierno provisional, pero la dirección del PCF trató de aplacar la revuelta obrera y denunció a los estudiantes como anarquistas». A partir de ahí surgieron los «Nuevos Filósofos» que, desilusionados con la izquierda, «rechazaron su alianza con el PCF, el socialismo francés, y las premisas básicas del marxismo». Estos intelectuales posmarxistas son considerados como mucho más efectivos en la guerra cultural que los intelectuales conservadores de la derecha, como Raymond Aron. Esto se debió a que los intelectuales conservadores se habían desprestigiado por su apoyo al fascismo. En cambio, los así denominados intelectuales democráticos, con su crítica a la URSS y al comunismo, eran útiles y, sobre todo, efectivos.
A partir de estas consideraciones iniciales, el documento señala que:
«Entre los historiadores franceses de la posguerra, la influyente escuela vinculada con Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha avasallado a los historiadores tradicionales marxistas. La escuela de Annales, como es conocida por su principal publicación, ha dado vuelta la investigación histórica francesa, principalmente desafiando primero, y rechazando después, las teorías marxistas del desarrollo histórico. Si bien muchos de sus exponentes pretenden que están dentro “de la tradición marxista”, la realidad es que solo utilizan el marxismo como un punto crítico de partida […] para concluir que las nociones marxistas sobre la estructura del pasado –de relaciones sociales, del patrón de los hechos, y de su influencia en el largo plazo– son simplistas e inválidas.»
«En el campo de la antropología, la influencia de la escuela estructuralista vinculada con Claude Lévi Strauss, Foucault y otros, ha cumplido esencialmente la misma función. […] creemos sea probable que su demolición de la influencia marxista en las ciencias sociales perdure como una contribución profunda tanto en Francia como en Europa Occidental.»
En particular los autores del documento alaban a Foucault y Lévi Strauss por «recordar las sangrientas tradiciones de la Revolución Francesa» y que el objetivo de los movimientos revolucionarios no era tanto la profunda transformación social y cultural de una sociedad, sino más bien el poder. Por ende, según el documento, la teoría francesa posmarxista realizó una contribución inapreciable al programa cultural de la CIA que intentaba mover a los intelectuales de izquierda hacia la derecha, mientras desacreditaban el antiimperialismo y el anticapitalismo, permitiendo la creación de un ambiente intelectual donde sus proyectos podían ser llevados a cabo sin ser molestados por un serio escrutinio intelectual.
El eje no solo era desacreditar al marxismo como teoría, sino también tenía cuatro aspectos vinculados entre sí:
  1. Fracturar a la izquierda cultural en diversos movimientos a través de lo que se denomina «políticas de identidad». En este sentido, las reivindicaciones de clase, el concepto en sí, y la lucha de clases como motor de la historia, se diluyen en una cantidad grande de diversos movimientos, sin que ninguno acepte la primacía del concepto básico del marxismo, las clases sociales: estos intelectuales de Nueva Izquierda se opondrán «a cualquier planteo de unidad de la izquierda».
  2. Se desvía la atención del capitalismo (y los Estados Unidos) como causante de los problemas del mundo, hacia problemas como el consumo, la falta de democracia o de educación (y la URSS). «El antisovietismo se ha convertido en la base de legitimidad del trabajo intelectual».
  3. Se torna difícil movilizar a las élites intelectuales en oposición a las políticas imperiales de Estados Unidos, apuntando a fracturar sectores medios de la clase obrera. De hecho, señala que «hay un nuevo clima de antimarxismo y de antisovietismo que dificultará movilizar una oposición intelectual a las políticas de Estados Unidos».
  4. Se equiparaba al marxismo con «anticientificidad», y el compromiso político de izquierda entre los intelectuales es considerado como «poco serio» y «subjetivo»: los intelectuales de la Nueva Izquierda están «menos dispuestos a involucrarse y tomar partido».
Mucho de lo que se plantea en el documento no es nuevo, si bien es una confirmación de la importancia que la CIA le dio a las nuevas tendencias intelectuales en su lucha antimarxista. Un elemento notable es que no haga casi referencias a los cuantiosos fondos que destinó la CIA a captar intelectuales de izquierda. Por ejemplo, Frances Stonor Saunders (La CIA y la Guerra Cultural) señaló que la Agencia no informaba al gobierno norteamericano que estaba financiando diversos proyectos «de izquierda» que contribuyeran a alejar a los seres humanos de planteos igualitarios o clasistas. De hecho, uno de los aspectos que ella revela es que la CIA prefería «marxistas reformados» a los tradicionales conservadores y derechistas. Por «reformados» se entendía aquellos izquierdistas que se habían decepcionado del comunismo, o eran críticos de la URSS.
Esta promoción de intelectuales «reformados», en especial los posmarxistas, se vio acompañada de importantes recursos económicos, acceso a editoriales y medios de comunicación, e inclusive a nombramientos académicos. Así, señala el documento, diversas obras de personajes como André Glucksmann y Bernard Henri Levy se convirtieron en best sellers. Por ejemplo, según Tom Braden, que fue el director de la Rama de Organizaciones Internacionales de la CIA, la Agencia compró miles de ejemplares de las obras de Hannah Arendt, Milovan Djilas, y Isaiah Berlin para promoverlos. Otro ejemplo, no mencionado por el documento, es que la VI sección de la Ecole Pratique des Hautes Etudes, que alojaba a Lucien Febvre y Fernand Braudel, se estableció con un financiamiento recibido a través de la Fundación Rockefeller en 1947. Y luego fue financiada a través de la Fundación Ford, incluyendo los dineros e influencias necesarias para convertirse en la Ecole Pratique des Hautes Etudes en Sciences Sociales, con habilitación para otorgar títulos universitarios. Como señaló Kristin Ross, en su libro Fast Cars, Clean Bodies: Decolonization and the Reordering of French Culture (1996):
«En las décadas de 1950 y 1960 Braudel, Le Roy Ladurie y otros de la VIeme Section, crearon lo que Braudel denominó ‘una historia donde los cambios son casi imperceptibles […] una historia donde el cambio es lento, de repetición constante, de ciclos recurrentes’. Sus enemigos más formidables habitaban en frente, en la [Universidad de la] Sorbonne: un largo linaje de historiadores marxistas de la Revolución Francesa, como Georges Lefebvre y Albert Soboul. Y lo que estaba en juego era que reemplazaban el estudio de la historia de los movimientos sociales y el cambio abrupto o la mutación histórica por el estudio de las estructuras, o sea se borraba la idea misma de la Revolución. Estos historiadores marxistas [se enfrentaban…] a colegas modernizados, con exceso de fondos, y muy bien equipados con computadoras y fotocopiadoras» (pág. 189)
Lo anterior se complementó con viajes, becas, subsidios, y una cantidad importante de seminarios internacionales destinados a promover tanto la visión de Annales como el estructuralismo de Claude Lévi Strauss. En síntesis, si los intelectuales de izquierda no encuentran los recursos necesarios para llevar adelante sus investigaciones, o para publicarlas, entonces se encuentran sutilmente forzados a aceptar el orden establecido, mientras adoptan las modas intelectuales hegemónicas para poder encontrar empleo. El resultado es el debilitamiento del pensamiento de izquierda y de la conformación de un efectivo accionar revolucionario.
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