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El congreso andaluz, con un 70% de los delegados ostentando cargos públicos y, por ello, más parecido a una asamblea de accionista que a un cónclave de una organización de izquierda, ha sido el intento de malversar una realidad consolidada por la voluntad democrática de las bases no aceptando, en un acto de irresponsabilidad política, el modelo y la orientación del partido que legítimamente se aprobó congresualmenteCuando la política, o su simulacro o su impostura, se reducen a una escala minimalista de pensamiento y obra, sobresalen las groseras estratagemas de trazo grueso y mezquina malicia, sucedidos que resultarían de mucha risa si no fuera porque la ambición, soberbia y pedantería patológica que los provoca pone en grave riesgo a un partido centenario y al mismo porvenir de España. El 13º congreso del PSOE-A ha sido un cartesiano cliché de una política menuda, de perniciosidad chabacana cuyo formato dialéctico pasaba por la orden de Susana Díaz de apagar el aire acondicionado, en el salón donde intervenía el secretario general Pedro Sánchez, un 30 de julio en Sevilla; abrir las puertas para que escaseara el público y promover continuos murmullos de los congresistas con el objetivo de desestabilizar y descentrar al orador ya de por sí tenso en un escenario tan preparadamente hostil. No hay mucha profundidad política en estas argucias caciquiles.
Como tampoco la hubo en la siniestra consigna de Susana Díaz en los grotescos idus de octubre refiriéndose a Pedro Sánchez: “A este lo quiero muerto hoy” y toda la peripecia que maltrató la legitimidad estatutaria del partido para facilitar que la derecha siguiera gobernando a costa de dividir al partido y apartarlo del sentir y las expectativas de las bases y el electorado como se demostró en los claros resultados de las primarias y el posterior congreso federal el cual abandonó el sector susanista de la delegación andaluza para irse de copas y chascarrillos. Después de la desautorización sumaria de la militancia a la política de conchabanza de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz se ha refugiado en esas redes clientelares que han creado una peligrosa impunidad, sobre todo, si el que se atrinchera en ellas no cree en la participación, ni en las urnas, ni en el propio Partido Socialista convertido en un juguete para calmar ambiciones personales.
El congreso andaluz, con un 70 por ciento de los delegados ostentando cargos públicos y, por ello, más parecido a una asamblea de accionista que a un cónclave de una organización de izquierda, ha sido el intento, como lo fue el esperpento del 1 de octubre, de malversar una realidad consolidada por la voluntad democrática de las bases no aceptando, en un acto de irresponsabilidad política, el modelo y la orientación del partido que legítimamente se aprobó congresualmente y que fue alentado por una militancia que se movilizó de forma espontánea para devolver al PSOE los fundamentos ideológicos y morales que se habían desfigurado tanto que hacían al socialismo irreconocible y, como consecuencia, sin posición y función en la sociedad. En contra de la voluntad mayoritaria de las bases del partido, de la ejecutiva federal de impecable legitimidad, de las resoluciones del congreso federal, Susana Díaz, sin aceptar sus clamorosas derrotas después de las lunáticas y desleales aventuras a las que ha sometido al Partido Socialista, pretende resistir tomando como rehenes a una Junta que ha tenido paralizada dos años por sus cabildeos mesetarios, a un gobierno mal coordinado, donde sus miembros lo son más por la fidelidad mesiánica a la lideresa que por el talento para los asuntos públicos y un PSOE-A convertido en patrimonio de un círculo clientelar, encabezado por Susana Díaz, que estiman que la democracia interna es una traición a la devotio hispana que exigen en las relaciones de la militancia con la dirección. Como dijo Manuel Azaña, las cosas grandes, la gente pequeña las estropea.
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