Colérica escritura
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Roberto Arlt, fallecido hace 75 años, inauguró una forma de
hacer periodismo con sus 'Aguafuertes', crónicas palpitantes y
descarnadas que narraron la Andalucía que se precipitaba a la Guerra
Civil
Hubo
un momento en el que el periodismo se armaba en noches que no concluían
sino a la noche siguiente. Las redacciones eran covachuelas donde la
vida se sostenía con un plumín mojado en tinta con vinagre. Roberto Arlt
(Buenos Aires, 1900-1942) conoció aquellas toperas, donde llegó a tener
despacho propio. De algún modo, él confeccionó un nuevo periodismo
antes del Nuevo Periodismo. Se dedicó a buscarle a las cosas su
extrañeza, de aplicarle al oficio de escribir en los periódicos las
herramientas de la narrativa sin perder de vista lo que se estaba
mirando. Desde la insolencia, desde lo inesperado, desde lo distinto.
Arlt es uno de esos tipos que levantó toda una
literatura desde la crónica, el reportaje, la columna. Por saber dónde
poner el ojo. Por la exactitud en la forma de contar. Porque explicar el
mundo es cuestión de estilo. Él lo sabía muy bien: aspiraba a escribir
con "la violencia de un cross a la mandíbula". "Es rápido,
arriesgado, moldeable, un sobreviviente nato, pero es también un
autodidacta. Pero su aprendizaje se desarrolla en el desorden y el caos,
en la lectura de pésimas traducciones, en las cloacas y no en las
bibliotecas", anotó sobre él Roberto Bolaño. Así también lo valoró Juan
Villoro: "Arlt es un goloso de la originalidad; para él, escribir
significa escribir de otro modo".
Roberto Godofredo Christophersen Arlt -que así se
llamaba- aterrizó en este mundo al poco de romper el siglo XX con el
sólido equipaje que da ser el hijo de una pareja de inmigrantes sin
recursos, el polaco Carlos Arlt y la austríaca Catalina Iobstraibitzer.
Criado en el barrio porteño de Flores, perdió a dos hermanas por
tuberculosis, apenas completó la escuela obligatoria e intentó ganarse
la vida como pintor, mecánico, soldador y trabajador portuario, entre
otros oficios. Pero en su cabeza maduraba un destino que tenía ver con
la escritura, con las posibilidades estéticas y coléricas de la
Literatura, como si ésta fuese el puerto franco donde desalojar
prematuras obsesiones.
"Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión
de asistir al crepúsculo de la piedad y que no nos queda otro remedio
que escribir deshechos de pena, para no salir a la calle a tirar bombas o
a instalar prostíbulos", escribió Arlt en un texto titulado Autobiografía.
Con ese ajuar un hombre sólo puede ser una caja de dinamita siempre a
punto de detonar. Ocurrió así que el corazón le explotó dentro una
mañana de domingo al poco de responder con un lacónico 'No sé' a la
pregunta sobre qué hora era que le hizo su segunda mujer, Elizabeth
Shine, embarazada entonces de cinco meses, según se recoge en El escritor en el bosque de ladrillos. Una biografía de Roberto Arlt, de Sylvia Saítta.
Pero antes de aquel fundido a negro, Arlt dejó cuatro novelas -El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas y El amor brujo-, cerca de setenta cuentos, una docena de obras teatrales y más de dos mil piezas periodísticas, las Aguafuertes,
consideradas el campanazo inaugural de otra forma de hacer periodismo
en castellano. Tanto éxito tenían esos artículos que, según refirió
alguna vez Juan Carlos Onetti, el director del rotativo cambiaba
regularmente el día de publicación para obligar a los lectores a
acercarse al quiosco todas las mañanas. Estos retratos informales del
runrún cotidiano de Buenos Aires se alternaron con las narraciones de
sus viajes a Uruguay, Brasil y, especialmente, España, donde recaló en
vísperas de la Guerra Civil (de febrero de 1935 a mayo de 1936).
Estas crónicas periodísticas españolas recopiladas en un solo volumen por Toni Montesinos para el sello Hermida bajo el título Aguafuertes (2015)
son quizás la mejor puerta de entrada a la obra de Roberto Arlt. En
ellas, el periodista argentino recorre durante meses toda la Península,
desde Barbate a Baracaldo, y las ciudades norteafricanas de Tetuán y
Tánger. En Andalucía, visita Cádiz, Vejer, Granada y Sevilla, esta
última inmersa en los preparativos de la Semana Santa. Allá donde va, es
un atento observador de los tipos, del frenesí político, pero también
un testigo incómodo del atraso y las desigualdades sociales.
"Una multitud humana que desemboca de calles de tres
pasos de ancho, oscuras y lóbregas. Esta multitud que colma el ancho de
las calzadas, que llena las veredas a pesar de ser día domingo, viste
limpio traje azul de mecánico, casi siempre zurcido y lavado. Los azules
de los remiendos ponen manchas rectangulares celestes o marinas. Esta
masa se pasea con un pañuelo amarrado al cuello o una bufanda (...).
Gorras, alpargatas, caras proletarias. (Después me entero que en esta
población de 80.000 habitantes hay 16.000 desocupados). ¿Esto es
Cádiz?", escribe.
En Barbate, su siguiente parada, logra enrolarse en
una embarcación para narrar las condiciones de trabajo de los
pescadores. "Pienso que es necesario hablar de la brutalísima vida de
estos hombres de la mar. Sólo otros hombres trabajan más ferozmente
arriesgados que éstos: los mineros. Pero los mineros, campesinos y
pescadores son la gloria proletaria de España, la violencia
inextinguible que no puede ahogar el homicida fusil de la Guardia
Civil".
Luego, viaja a Sevilla, donde asiste a las
procesiones de Semana Santa. "¡Salva a España! ¡Sálvala Jesús!
¡Sálvala!", son los gritos que el periodista oye en la bulla que asiste a
la salida del Gran Poder, cuyo paso avanza "con un balanceo semejante
al de un enorme paquidermo". A los ojos del periodista argentino, "la
Virgen, Jesús, los apóstoles, soldados y judíos" recorren las calles
"vestidos como ídolos asiáticos, tiesos en sus sayas y mantos de
terciopelos recamados de oro y plata". Sobre los costaleros, anota:
"Asoma el rostro de los bueyes humanos, con la cabeza a semejanza de
sarracenos, envuelta en un turbante de toallas".
Un fragmento brillante es la descripción de las
mujeres vestidas de mantillas que pasean por la ciudad mientras los
hombres "adoptan una pose de zánganos contemplativos". "Forman [ellas]
grupos de estatuas enlutadas, perfumadas que caminan, volviendo al
soslayo los ojos relampagueantes, los arcos de las cejas trazados con un
compás, la frente abombada, la mantilla flotante en torno a los
hombros. La admiración vuela hacia ellas con ingenio gitano".
La última parada andaluza de Roberto Arlt es Granada.
Le decepciona, y mucho, la Alhambra: "Nada me ha distraído más en su
interior, que dedicarme a observar las expresiones de disgusto y
decepción de sus visitantes". El escritor, que pertenece, sin duda, al
género de los heterodoxos, reproduce vivos diálogos con La Golondrina,
La Víbora y La Chata, gitanas del Sacromonte: "Me atrae la salvaje
existencia de esta gente en un paisaje ríspido y caliente", reconoce
finalmente.
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