¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

sábado, octubre 20, 2018

REÍRSE DE LA DESGRACIA AJENA


El facha de al lado
Intolerancia y violencia, los nuevos invitados del macrismo, no tan lejos de Bolsonaro, son mensajeros de la sociedad que se avecina. El chofer que fue detenido en Ezeiza por el cartel “Pan para el mundo”, el juez y el abogado que fueron agredidos por policías en Mar del Plata porque estaban en “actitud sospechosa”, las chicas del Pellegrini que fueron encerradas por los patovicas del boliche Mandarine Park por llevar pañuelos verdes y el grupo de supuestos padres que irrumpió en la escuela número 8 de La Plata para impedir que se dictara la materia de educación sexual fueron noticias secundarias que aparecieron esta semana desparramadas en las páginas interiores de algunos medios o circularon por las redes. Aparecen como hechos secundarios, pero están en el corazón de la sociedad autoritaria, intolerante y regresiva que comienza a instalarse a partir del discurso neoliberal traducido por el amarillismo excluyente de los medios oficialistas y las campañas informáticas.
Fue chistoso que mandaran al chofer a buscar a dos miembros de una ONG internacional denominada “Pan para el mundo” y que lo detuvieran para interrogarlo por sospechoso de subversión. Pero no fue chistoso. En Mar del Plata, Claudio Spinelli trató de defender a un hombre que había sido interpelado y maltratado por los policías Héctor Gutiérrez y Daniel Salerno. Y Spinelli terminó aplastado en el suelo, con el brazo retorcido mientras lo esposaban. Entonces intervino el juez laboral Humberto Noel que se encontraba allí por casualidad. El juez llamó la atención de los policías porque Spinelli es un conocido abogado local. Y los policías, al igual que las personas que se encontraban en el lugar, insultaron al juez. “Corrupto”, “garantista”, “vergüenza de la Nación”, le dijeron a coro.
En el boliche Mandarine Park, en la CABA, se iba a realizar una fiesta de egresados. Cuatro chicas, dos de ellas menores, fueron interceptadas por los gorilas de la puerta y encerradas en un cuarto donde fueron maltratadas mientras los tipos reivindicaban a la dictadura. El ultraje a las pibas, estudiantes del Carlos Pellegrini, fue porque llevaban el pañuelo verde en sus mochilas.
En La Plata, un grupo de personas con el pañuelo celeste intentó interrumpir por la fuerza las clases en la escuela media Pedro Benoit para impedir que se impartiera la materia Educación Sexual Integral. Fueron interceptados en el patio y retirados hasta la puerta por alumnas y profesores, con los que discutieron. “Si sos mujer, tenés vagina y si sos hombre tenés pene, andá al baño a mirarte”, le dijo un hombre a una piba que le discutía. “Vamos a perseguir a los aborteros como se persigue a los narcotraficantes”, dijo otro en medio del griterío.
Son señales de algo que está sucediendo en la sociedad. Hacía mucho tiempo que estas situaciones no se veían en un país que vivió tiempos de dictaduras durante las que se medía el largo de las polleras de las chicas y del pelo de los varones. Una sociedad cuya policía se dedicaba a allanar hoteles para sorprender a maridos o esposas infieles y donde se iba preso por dejarse la barba, el pelo largo o simplemente por no llevar el documento de identidad. El país de los prejuicios, de los guardianes de la moral y los hipócritas, que es el país de la violencia y el atraso de las dictaduras militares.
Hubo treinta años donde el país se esforzó por poner distancia de esas aberraciones cavernícolas y ahora están aquí, naturalizadas, imbricadas en un sentido común hegemónico que otorga ese poder arbitrario a la represión porque todo su esquema se organiza alrededor de esa idea de orden maniatado y amordazado.
Los hechos se produjeron en una semana donde la opinión pública –incluyendo a los macristas de Cambiemos– se escandalizó por situaciones similares generadas en Brasil por simpatizantes del candidato ganador de la primera vuelta, el fascista Jair Bolsonaro. Es gracioso cómo a la derecha argentina le molesta verse reflejada en la imagen de Bolsonaro, al punto de que un columnista de La Nación no pudo reprimirse y, para evitar cualquier equívoco, afirmó que la Bolsonaro argentina es Cristina Kirchner cuando, a todas luces, es lo opuesto, pero también es lo opuesto a ellos, lo cual los pone a ellos junto al fascista del país hermano.
El kirchnerismo (y el peronismo en general) es un espejo que les devuelve una imagen que no les gusta. Les agrada imaginarse modernos, democráticos, campeones de la tolerancia, y algunos hasta como progresistas, pero ese espejo los desnuda como lo que son.
Se dice con bastante razón que no hay que abusar del término fascista. Pero es difícil encontrar otra palabra para calificar a un tipo que avala la tortura y las dictaduras militares, que considera inferiores a los negros y las mujeres y que prefiere a sus hijos muertos antes que homosexuales. También se dice que la mayoría de las personas que votaron a Bolsonaro no son fascistas, pero lo serán a medida que el poder político y mediático vayan naturalizando ese discurso. Así pasó en Italia y en la Alemania nazi.
Hay una tendencia a la derechización en todo el mundo, salvo pocas excepciones que resisten a esta nueva noche de la humanidad caracterizada por una restauración conservadora que provoca grandes cataclismos económicos y profundas desigualdades. Pero es cierto que muchas de las personas que votaron a Bolsonaro todavía no son fascistas. Se dice también que el aterrizaje de los gobiernos conservadores se debe a los límites de los gobiernos populares que los precedieron y a la falta de sensibilidad o capacidad para dar respuesta a reclamos muy instalados en la sociedad sobre la corrupción y la seguridad.
Pero esos reclamos constituyen solamente una parte de la realidad. Los gobiernos del PT en Brasil impulsaron políticas de salud, educación, vivienda y distribución de la riqueza que duplicaron la clase media y sacaron a millones de personas de la pobreza en un fenómeno que nunca antes se había producido en ese país. El que va a votar pone esos dos aspectos en la balanza. Algo interviene para que a los reclamos sobre corrupción y seguridad se les atribuya una prioridad que anula todos los beneficios obtenidos en todos los planos de la vida de una persona, no solamente económicos.
Seguramente no hay sólo una causa. En realidad, el PT de Lula siempre fue minoritario y ganaba las elecciones gracias a una alianza con el PMDB, que constituye una especie de liga de caudillos provinciales conservadores. En las últimas elecciones, el PT solo, sin alianzas, mantuvo prácticamente la cantidad de sus diputados y seguirá como la primera minoría en la Cámara baja.
Los que desaparecieron fueron los dos grandes partidos de la derecha, el PSDB, de Fernando Henrique Cardoso y el PMDB, ex aliado del PT. Bolsonaro, cuyo partido no existía, al punto de que el único diputado que lo representaba era el mismo candidato, atrajo el voto histórico de las dos grandes agrupaciones de la derecha. No quiere decir que el mapa político se mantuviera, sino que ese movimiento hacia Bolsonaro convirtió a la derecha y a su ala más extrema en uno de los principales focos de creación de sentido común. Y, si gana, será normal lo que hoy se escucha con terror.
Hubo una maniobra de la derecha para producir este efecto porque las encuestas mostraban, por el contrario, que crecía el candidato del PT, Fernando Haddad. La maniobra fue evidente: con un sospechoso y oportuno atentado sacaron de circulación a Bolsonaro cuyas declaraciones lo habían llevado a una meseta en las encuestas. Y las grandes corporaciones de medios, coordinados con empresas que se dedican a operar sobre las redes sociales, lanzaron una campaña demoledora contra el PT.
No hicieron campaña por Bolsonaro, sino contra el PT. Y a Bolsonaro lo silenciaron. El resultado de esa catarata de odio brutal contra el PT, en la que también participaron las iglesias evangélicas más importantes, fue que el votante menos decidido y menos politizado buscó al candidato que tuviera más posibilidades de derrotar a Haddad, aunque se tratara del mismísimo Diablo.
Un detalle llamativo es que el eje en la construcción del discurso engendrador del odio que se bombardeó en las redes, desde WhatsApp hasta Instagram, no fueron la corrupción y la seguridad, que lo conformaron como soportes, sino sobre todo las políticas de género, la homosexualidad, el feminismo, el aborto. Estas temáticas fueron usadas como ariete de provocación. Sucede algo parecido en Argentina, donde las agresiones a las chicas que van con el pañuelo verde se han multiplicado en forma alarmante.
La lógica binaria y amarillista de los grandes medios no acepta grises ni matices y engendra un pensamiento tosco y elemental y las políticas neoliberales agudizan al extremo los conflictos en la sociedad. Esa mezcla es altamente inflamable, incluso para ellos

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