El bidé salvará el mundo
Publicado por Sergio Ferrer
Toda primera vez es especial. El imaginario colectivo no ahorra épica al describir la doma del fuego, la creación de herramientas o el nacimiento del arte. Menos impresionante nos resulta la primera vez que un ser humano se limpió sus partes íntimas, pero ese héroe anónimo también existió. Los inicios no fueron fáciles: aunque como especie llevamos defecando desde el primer día sobre la Tierra, la invención del papel higiénico necesitó miles de años.
¿Restregar o lavar? Existen dos escuelas en lo que a higiene rectal se refiere, moldeadas por factores como el clima, la religión y hasta la dieta [1]. Que el agua caliente fuera un lujo de ricos hasta el siglo pasado hizo que muchas culturas rechazaran la idea de aplicar agua fría ahí, por lo que la estrategia más habitual durante largo tiempo puede resumirse con un «pilla lo que tengas más cerca».
Los vikingos usaban lana de oveja. Los hawaianos, cáscaras de coco. Los esquimales, musgo. En España y Portugal, los marineros se apañaban con el extremo deshilachado de una cuerda, mientras la nobleza francesa recurría al encaje. La lista no termina ahí: mazorcas de maíz, trapos, virutas de madera, helechos, hojas, hierbas, cáscaras, heno, arena… Cualquier cosa es buena cuando la necesidad apremia.
La creatividad humana tampoco escasea cuando se trata de dejar el tercer ojo como una patena. Los japoneses usaban una espátula de bambú de unos veinte centímetros de largo y entre diez y veinte milímetros de ancho. Estas herramientas importadas de China recibían diversos nombres cuyo significado más literal es «palo de mierda». En el Mumonkan (‘la puerta sin puerta’), una recopilación de cuarenta y ocho problemas budistas (koanes) del siglo xiii, son mencionados:
«Un monje le preguntó al maestro Yunmen: “¿Qué es Buda?”. Yunmen dijo: “Un palo de mierda seco”». Dejaremos al lector la aventura de extraer un significado filosófico de estas palabras.
La solución romana, el tersorium, añadía una esponja húmeda con agua o vinagre al extremo del palo en aras de una mayor comodidad. En caso de emergencia, griegos y romanos acudían a los pessoi, pequeños discos de arcilla [2]. Durante años se pensó que estas formaban parte de un juego de estrategia similar al ajedrez, pero, como dice un viejo proverbio griego, «tres piedras son suficientes para limpiarse el culo».
Los esfínteres de toda la humanidad futura tenían puestas sus esperanzas en China, donde desde el siglo II a. C. sabían fabricar papel. No defraudaron. El primer uso conocido del papel higiénico data del año 589 d. C., cuando el pudor del escriba Yan Zhitui pasó a la posteridad: «No me atrevo a usar con propósitos de aseo el papel en el que hay citas o comentarios de Los cinco clásicos o los nombres de los sabios».
Ya en el siglo IX, un viajero árabe señaló fascinado cómo los chinos «no se lavan con agua cuando han hecho sus necesidades, sino que solo se restriegan con papel». En Europa no quedaron tan impresionados: la primera mención al papel higiénico —y quizá también a eso que el vulgo llama tarzanitos— data del siglo XVI y es en tono satírico, pues sale de la boca de Gargantúa, el gigante creado por el médico francés François Rabelais.
En una de las novelas de Gargantúa y Pantagruel, el gigante analiza una gran cantidad de métodos de limpiarse el culo y desprecia el papel con una rima que viene a decir que quien lo use «se dejará trocitos ahí». Zanja su análisis asegurando que la manera óptima de hacerlo es usando el cuello de un ganso. No recomendamos probarlo en casa.
Para desgracia de Gargantúa, la costumbre de usar papel se extendió por Europa al mismo tiempo que las ediciones baratas. En el siglo XVIII, Lord Chesterfield, en sus Cartas a su hijo, recomienda a su vástago que se lleve lectura al retrete para cultivarse mientras cisca, siguiendo el ejemplo de un conocido:
«Él compró una edición común de Horacio, de la que gradualmente arranca un par de páginas, se las lleva a tan necesario lugar, las lee primero y luego las manda abajo como sacrificio a Cloacina [diosa romana del alcantarillado]. Esto es tiempo ganado y te recomiendo que sigas su ejemplo». Al estadista británico le hubiera gustado saber que periódicos y guías de teléfono disfrutaron de una segunda vida en el excusado hasta la invención del suave papel higiénico moderno, que llegaría en 1857 de la mano de Joseph Gayetty, a quien acusarían por ello de charlatán.
Mientras tanto, las sociedades islámicas e hindúes habían llegado a la conclusión de que nada limpia mejor que el agua. En las Leyes de Manu, texto sánscrito milenario, un fragmento explica con todo lujo de detalles dónde y cuándo es más propicio defecar y orinar, así como los rituales de purificación subsiguientes, en los que hay que lavarse bien las manos. Según el sabio es de especial importancia no cagar mirando a una vaca.
Los mitos sobre la higiene de los musulmanes siguen hoy vivos en países como España, a pesar de que las lotas —pequeñas vasijas— o botellas de agua que utilizan no son muy diferentes en concepto de nuestro bidé. Inventado por los franceses —lo que explica la desconfianza que genera entre los ingleses—, esta evolución del orinal fue usada en su origen con fines anticonceptivos. Hoy es común en los cuartos de baño del sur de Europa, Argentina, Uruguay y Japón.
Dime qué comes y te diré cómo te limpias el culo
Repitamos la pregunta del comienzo: ¿restregar o lavar? La forma óptima de eliminar los restos fecales depende de su composición, relacionada con la dieta. Sobre todo, con el consumo de fibra. Los países occidentales consumen poca, lo que se traduce en desechos pequeños, secos y con baja periodicidad.
En Asia, África y ciertas partes de Europa, ingieren más fibra, lo que implica heces de mayor volumen, menos secas y más frecuentes. Según esta teoría, el papel higiénico sería más que suficiente para los occidentales, mientras que los países asiáticos deberían recurrir al agua para quedar satisfechos. Curiosamente, el bidé es habitual en los países de la llamada dieta mediterránea —España, Portugal, Francia, Italia y Grecia—, una coincidencia que los investigadores deberían estudiar cuanto antes.
Ambos sistemas tienen sus ventajas e inconvenientes. El uso de papel resulta menos efectivo, hasta el punto de que hay quien prefiere ducharse después de desfragmentar el disco duro. Tampoco es lo más indicado para pieles sensibles. El agua carece de estos problemas, pero puede causar fístulas anales si se usa a presión y alterar la microbiota vaginal.
Pero el mayor peligro del papel higiénico está en su impacto ambiental, que es considerable cuando hablamos de más de siete mil millones de culos que adecentar. La industria papelera es muy contaminante y casi nadie quiere restregarse por ciertas partes papel reciclado, tan ecológico como rugoso: en Estados Unidos las ventas de esta alternativa menos mullida representan el 2 % del total [3].
Las toallitas húmedas, que combinan las ventajas de ambos métodos, se han popularizado hasta el punto de convertirse en un problema ecológico que cuesta a España más de doscientos millones de euros al año en atascos [4]. Además, su baja biodegradabilidad contribuye a aumentar los niveles de microplásticos en los océanos, una amenaza creciente para los animales marinos y para los seres humanos amantes del pescado.
Mientras tanto, el bidé se encuentra en peligro de extinción en países como España si atendemos a los pocos datos existentes [5]. La falta de espacio y la crisis económica no ha ayudado a lo que las nuevas generaciones ven como una reliquia histórica e incluso poco higiénica. Pero en Estados Unidos han hecho números y ya lo venden como una solución verde al problema del papel higiénico. Sobre todo en su versión nipona, que lo fusiona con el retrete para optimizar el uso del espacio.
El editor de la web metaefficient.com, Justin Thomas, asegura que las posaderas americanas necesitan al año treinta y seis mil millones de rollos de papel higiénico, lo que implica usar unos quince millones de árboles y mil ochocientos millones de metros cúbicos de agua, sin olvidar todo el cloro y la electricidad que requiere el proceso [6].
Estos nuevos creyentes dicen que la cantidad de agua necesaria para limpiarse sin papel higiénico es muy inferior a la que se emplea para su fabricación, lo que reduciría el impacto sobre el medio ambiente. Como último recurso apelan al lado más cochino del ser humano: una encuesta realizada por Gallup en 2015 mostró que casi un 40 % de los españoles admite no lavarse las manos después de ir al baño. Aunque el bidé no salve los bosques, al menos obligaría a algunos a abrir el grifo.
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