PARECE INEVITABLE que el leitmotiv de esta campaña electoral, al menos en su preinicio, sea la circunstancia de que el PSOE haya sido el único partido que ha gobernado en Andalucía desde la instauración de la democracia y que, si revalida esa posibilidad, con cualquiera de las dos coaliciones posibles, su permanencia supere los 40 años, cifra casi taumatúrgica, pese a que ya hace 40 años de los 40 años.
Cierto, el dominio del PSOE andaluz ha sido hegemónico. Pero lejos del sentido de algunas críticas a esta circunstancia, hay que señalar que destacar esta anomalía no significa restarle legitimidad a esta singularidad, como ofendiditos se aprestan de inmediato en sus reacciones los socialistas andaluces y sus beneficiarios. Si el PSOE ha gobernado con supremacía todos estos años es porque así lo han querido mayorías reiteradas de votantes andaluces, suyos y de otros partidos con los que se ha coaligado, y porque la oposición no ha logrado contrarrestarlo nunca con alternativas políticas fiables.
En contra de algunas superficiales interpretaciones políticas y mediáticas de la periferia (en este caso, la centralidad es Andalucía) y de quienes se escudan en esta singularidad para ocultar sus impericias, la realidad es cierta aun teniendo explicaciones históricas (que eludiremos en esta ocasión por ser conocidas), sociales y políticas que son difícilmente discutibles.
Para empezar, la identificación del PSOE con Andalucía es absoluta. Una identificación convertida en usurpación, tal vez, pero una filiación que persiste en el imaginario colectivo de millones de andaluces. Si se ataca o critica al PSOE, se ataca y critica a Andalucía. Toda una incautación identitaria de la que se aprovecha el PSOE y de la que Susana Díaz muestra una consumada maestría. Naturalmente que esa identificación del PSOE con Andalucía no sólo es fruto de su éxito. Lo es, tal vez especialmente, de la incapacidad de la oposición de centroderecha y de izquierdas para acabar con esa hegemonía política.
Pero conviene no engañarse. Cerca de cuarenta años de hegemonía política y gobierno ininterrumpidos no se explican por puros aciertos o impericias partidistas. Hay algo más, una actuación que hace que el tejido electoral esté lo suficientemente entrelazado como para formar una malla que cubra y proteja ese poder. Y eso se llama régimen clientelar, todo un sistema político y de intereses que el PSOE andaluz ha sabido establecer y mantener pese a perder la mayoría absoluta.
Es cierto que hablar de régimen clientelar suena despectivo, y tal vez lo sea. Induce a pensar que nos encontramos ante un estado político impuesto e ilegítimo, un gobierno mantenido sobre la mentira y la corrupción. Pero también es cierto que la mentira y la corrupción políticas y económicas son los elementos esenciales del clientelismo y éste es inseparable de la actuación del PSOE en el gobierno durante todos estos años.
Un simple análisis del comportamiento electoral andaluz nos empuja a la conclusión de que el PSOE, por encima de su territorio de votantes ideológicos, parte con varias decenas de miles de votos de ventaja en unas elecciones autonómicas. Ese voto cautivo -otro término con una carga despectiva cierta, pero que resulta muy gráfico en este caso- es un apoyo agradecido a todo un catálogo de políticas y actuaciones administrativas diseñadas durante años para tejer toda una red clientelar.
Pero reconocida esta realidad -el clientelismo existe- conviene que no sirva de trampantojo para que la alternativa política no deba pelearse. A la política andaluza se viene llorado de casa y, si se quiere cambiar cerca de 40 años de supremacía socialista, que se venga con alternativas que ilusionen y convenzan a los andaluces.
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