¿HÉROE O VILLANO?

¿HÉROE O VILLANO?

domingo, junio 10, 2018

EN BRASIL APRENDÍ QUE TODAS LAS QUEJAS DE LOS NEGROS/A Y MULATO/AS ,SON POCAS


Pisar terreno minado

Algunas reacciones son exageradas ?

John Carlin

Al final fuimos unas 30 personas las que participamos en la protesta, ante la atenta mirada de diez veces más policías, varios de los cuales iban vestidos de civil y nos hacían fotos.
Recuerdo la anécdota hoy porque me he propuesto perder el miedo y escribir sobre el movimiento #metoo. Varias amigas con las que he compartido mi plan han reaccionado con la misma bienintencionada alarma que mi viejo alumno de inglés. “Estás loco, no lo hagas, da marcha atrás” Una amiga periodista me advirtió que esto no era como escribir sobre el Brexit, o Trump, o el lío catalán. “Estás entrando en terreno minado”, me dijo. “No sé por qué lo haces.” ¿Por qué lo hago? Por qué es territorio minado. Por qué si hay una cosa que no tolero es que se me prohíba escribir de algo, y menos de un tema que ocupa las portadas de los diarios, llena el aire de las redes sociales y genera animada conversación en mi entorno día tras día tras día. Porque uno no debe rendirse ante aquellos que se consideran los dueños o las dueñas de la verdad y generan un ambiente en el que los que discrepan de sus ideas sienten que deben callarse, bajo amenaza de que les quemen en la hoguera.
Esto es lo que hacían en Europa en los siglos XVI y XVII a mujeres que acusaban de ser brujas. Afortunadamente esa etapa se superó. Gracias a las batallas que libraron nuestros antepasados hemos llegado a un punto en la historia en el que se supone que damos un valor central tanto a la idea de que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario, como a su alma hermana la libertad de expresión. Callarse cuando estos ideales se pisotean es una traición.
He perdido la cuenta de la cantidad de mujeres con las que he hablado que aplauden la causa #metoo pero consideran que muchas veces se ha promovido con un exceso de fanatismo. Lo habitual es que estas mismas mujeres me pidan que no repita lo que me han dicho a nadie.
Mucho más complicado es hablar de esto en un artículo que todo el mundo puede leer. Veamos el caso de una autora y profesora universitaria neoyorquina llamada Katie Roiphe, brillante escritora de fuerte trayectoria feminista con fama de decir lo que piensa. En marzo publicó un artículo en la revista Harper’s en el que argumentó que “el feminismo tuitero” era “malo para las mujeres”.
Así comienza el artículo de Roiphe: “Nadie habló conmigo para este artículo. O, mejor dicho, más de veinte mujeres hablaron conmigo, a veces durante horas, pero solo después de que les prometiera que no publicaría sus nombres… Novelistas, editoras, escritoras, agentes inmobiliarias, profesoras y periodistas de varias edades que por lo demás son mujeres valientes estaban tan asustadas de dar la impresión de ser políticamente insensibles que no quisieron que sus nombres acompañaran sus pensamientos.” En una entrevista publicada poco después Roiphe dijo que dos cosas unían a todas estas mujeres: la euforia de poder por fin ir a la guerra contra los abusos del patriarcado; y una sensación de incomodidad respecto a lo que veían como la naturaleza a veces “Maoísta” del movimiento #metoo.
“No se sintieron capaces de hablar con libertad,” explicó Roiphe, “porque hay un clima de miedo—esta policía del pensamiento orwelliana que no tolera ningún tipo de disidencia.
” Lo más contencioso—por no decir explosivo--que dijo Roiphe en su artículo o luego en la entrevista fue que la rabia de muchas no se correspondía siempre con la severidad del pecado; que la tendencia a criminalizar a todos los hombres era igual que el impulso Trumpiano de criminalizar a todos los musulmanes; que había que distinguir entre una agresión física y una mirada de reojo en la oficina.
Como consecuencia en las redes sociales la han llamado “ogro”, “harpía”, “escoria”, “puta” y cosas peores. Igual de histéricos son los insultos, pero más drásticas las consecuencias, cuando el que entra en la conversación es un hombre. El actor Matt Damon se metió en un lío monumental en diciembre cuando dijo en una entrevista que la mayoría de los hombres que él conocía no eran unos abusadores y que, además, se debería distinguir entre tocarle el culo a una mujer y violarla. “Ambos comportamientos deben ser enfrentados y erradicados,” dijo, “pero no deberían ser tratados por igual, ¿no?”.
Pues no. Le llovieron los insultos y parecía durante un tiempo que su carrera profesional tambaleaba. De lo que no hay duda es que el futuro en Hollywood de otro famoso actor, Morgan Freeman, pende de un hilo. La CNN encontró a ocho mujeres que contaron, casi todas desde el anonimato, que Freeman les había hecho comentarios de índole sexual o que les había mirado con ojos de lujuria. Una de ellas, en el único supuesto caso concreto de contacto físico que descubrió la CNN, denunció que le había puesta la mano en la espalda.
Como consecuencia directa Visa y otras empresas cancelaron sus contratos publicitarios con Freeman y una asociación de actores hollywodense dijo que, dadas las “devastadoras” acusaciones en su contra, estaba contemplando retirarle un premio. Ni hablar, claro, del impacto en la reputación personal de un hombre de 81 años al que nadie ha acusado de cometer un crimen.
Debo confesar que conozco a Freeman y que mi impulso natural es salir en su defensa. Me limitaré a respirar hondo y atreverme a decir que me parece: 1, que es injusto que el público y los medios den por hecho que las acusaciones de sus acusadoras sean verdad.Y 2, que aunque lo fueran hay una desproporción entre lo que ha salido a la luz y el irreparable daño moral que el hombre ha sufrido. Es solo mi opinión. Y la de varias mujeres amigas (cuyos nombres no puedo publicar), incluyendo una que ha trabajado con Freeman durante muchos años. Igual me equivoco y nos equivocamos. Igual ahora me crucifican. Pero hay principios básicos de la democracia en juego y ningún dictador o dictadora me va a callar
John Carlin
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Nota del administrador del blog: Es interesante,pero algunas mujeres se pasan un poquito

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