El miedo de Messi y la trama política: ganadores y perdedores de otro papelón de selección
BARCELONA.- La partida se jugaba en tres países a la vez, como si fuera una mano de póquer virtual entre amigos que viven lejos. En Barcelona estaban los que habían decidido amotinarse civilizadamente en un hotel lujoso; en Tel Aviv, un primer ministro nervioso porque estaba a punto de perder la visita ilustre que esperaba; en Buenos Aires, un presidente que se debatía entre la necesidad y la conveniencia: ¿apoyo a los que llevan mi camiseta o trato de arreglar las cosas para que no se enoje mi amigo israelí? "Mauricio, te pido que intercedas para que no se suspenda el partido. Si no quieren venir a Jerusalén, podemos buscar una sede alternativa, como Haifa", salió de un lado de la línea. "No puedo hacer nada. Los jugadores decidieron no viajar en solidaridad con Messi por las amenazas que recibió", hizo equilibrio su interlocutor, justificando lo que ya no podía controlar, a pesar de los esfuerzos que había hecho por lograrlo en los últimos tres meses.
Cuando la comunicación entre Benjamin Netanyahu y Mauricio Macri se terminó -revelada a LA NACION por fuentes del Gobierno argentino-, los que esperaban el desenlace en sus habitaciones catalanas tuvieron lo que pretendían. El discutidísimo partido entre las selecciones de Israel y la Argentina se cancelaba hasta nuevo aviso, algo que recibía como una derrota también Ignacio Galarza, CEO de Torneos, empresa co-organizadora del acontecimiento e interlocutor entre Macri y la conexión Barcelona. Se cerraba así un capítulo con millones de dólares en juego, intereses bilaterales y una tensión que terminó siendo decisiva para que el plantel argentino le planteara a media tarde a 'Chiqui' Tapia , el presidente de la AFA, su convicción de no respetar lo firmado: el temor a que les pasara algo pudo más. Tanta agitación hizo que el principio del fin, ese que se había empezado a escribir bajo una brisa agradable y un sol tibio el mismo martes, pareciera cosa de un año atrás...
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"¡Ar-gen-tina, no vayas a Israel! ¡Ar-gen-tina, no vayas a Israel!": un mate gira entre las 20 personas que rompen el silencio matutino de la avenida 11 de septiembre, en el ayuntamiento Sant Joan Despí. Los manifestantes no están en la puerta del consulado argentino en esta ciudad, nada que ver: del otro lado de la pared se escucha el típico sonido de una pelota de fútbol, la que patean los jugadores de la selección en el entrenamiento que, como ocurre desde que llegaron aquí, se lleva adelante en la Ciudad Deportiva de Barcelona. El grupito, que llegó al lugar bien temprano, le pone nombre propio al asunto: "¡Messi, no vayas a Israel!", insiste. A un costado, una unidad de losmossos d'esquadra -la policía catalana- vigila la protesta, que nunca pasa de los gritos en la vereda. En todo caso, lo que hace es tomar color: rojo, el que tiñe dos camisetas argentinas como si se tratara de sangre. Este pequeño racimo de argentinos y españoles que reclama en nombre de Palestina pide la suspensión del partido que el sábado la Argentina debe jugar en Jerusalén. Cuando llegue la noche no podrán creer la noticia, ni mucho menos que ellos hayan tenido aunque sea algo que ver con ella.
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Aquellos gritos de la mañana fueron el disparador que hizo que los jugadores se decidieran a no querer viajar a Jerusalén. Ya el lunes, el propio Messi se había mostrado preocupado con sus compañeros por esas cartas que se multiplicaban y que lo tenían como destinatario en las redes sociales: "Vienes a jugar con tus amigos a Malha. ¿Es acaso lógico que el héroe vaya a jugar en un estadio construido sobre las tumbas de nuestros ancestros?", se leía en un texto atribuido a 70 niños descendientes de palestinos "expulsados del Malha", extendido públicamente y que los ojos del capitán leyeron. ¿Por qué la referencia? El Malha es un barrio de la ciudad que quedó destruido durante los enfrentamientos de 1948. A ese tipo de comentarios se le agregó el de la Federación Palestina de Fútbol del mismo lunes: "Pedimos a todos que quemen las camisetas con el nombre de Messi y los carteles donde salga", firmaba la nota su presidente.
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El martes, en el predio del Barcelona, el ruido de la protesta de los 20 manifestantes llegó a los jugadores, que escucharon cómo los nombraban a todos desde un megáfono. Uno de ellos se lo confirmó a LA NACION: "Se escuchaba clarito, y el 10 se puso mal". Suficiente para que a la tarde los referentes del plantel se reunieran con Tapia y le comunicaran su decisión: no viajarían a Israel, por más contratos firmados que hubiera. Y no retrocedieron. Recién sobre las 11 de la noche, cuando el rumor se replicaba en Argentina e Israel, una fuente de la AFA le confirmó a este diario en Barcelona que, aunque no pudieran anunciarlo oficialmente -algo que sucedería el miércoles-, el partido que nació mal nunca se jugaría. A la madrugada (noche en Buenos Aires), finalmente la embajada de Israel lamentó la suspensión, y se consoló con que la amistad entre los dos países "no se dirime en un partido de fútbol".
Fue la última escena de un día de furia en el que a mitad de camino hubo también una polémica con el Vaticano, que anunció en las redes sociales que este miércoles el plantel argentino visitaría al Papa, algo que debió ser desmentido una hora después. En ese momento de la jornada, el contrapunto -¿eje de una vendetta romana por la no concreción del encuentro?- parecía lo más fuerte del día. Nada comparado con lo que vendría más tarde, como el rumor que supuso la intervención de los Estados Unidos para intentar rescatar la foto de Messi en el Muro de los Lamentos destinada a dar la vuelta al mundo... En la noche del hotel Sofía, donde el culebrón se agitó hasta resolverse, los jugadores pudieron sentirse ganadores, igual que Jorge Sampaoli: no irán adonde no querían ir, una excursión que se antojaba incómoda por donde se la mirara. El entrenador, que había expresado públicamente su disgusto con la elección de la sede del amistoso ahora caído, había pasado las horas más calientes al margen de la discusión: no quería quedar en medio de una disputa por algo que nunca quiso que existiera.
La que sigue será otra historia: cómo Tapia resuelve un problema mayúsculo, en un guión que incluye las relaciones diplomáticas entre los países, la negociación con las empresas implicadas, que ya habían pagado el cachet del partido a la AFA -Torneos y Comtec Group, la pata israelí encargada de la organización-, y la redefinición de la hoja de ruta de la selección. ¿Quedarse entrenando en Barcelona hasta el sábado y volar directamente ese día a Rusia? ¿Buscar un rival de urgencia como Malta o San Marino para enfrentar aquí mismo, en el Camp Nou? Detalles menores, que apenas se merecen ocupar las últimas líneas de un martes ya inolvidable. Como ese Mundial que la Argentina empezará a disputar en 10 días. ¿Pero eso a quién le importa?
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