Una España vergonzante
De España nos viene a los cubanos una buena parte de nuestra cultura e
identidad. A la España de Cervantes, Machado, García Lorca, Picasso,
Goya, Dalí, Bécquer, Unamuno, Ortega y Gasset….la queremos. Igual que a
la España republicana, por la que sangraron también muchos cubanos. Al
“sobrio y espiritual pueblo de España”, como lo calificó José Martí, lo
admiramos y amamos.
Pero a la España del coloniaje, la esclavitud y el franquismo; a la
España que mandó a callar a Chávez, la misma que impulsó la Posición
Común contra Cuba, la despreciamos. La España de la soberbia infantil y
herida; la España arrodillada a un imperio mayor y moderno, más por
incapacidad que por coincidencia, nos duele, nos avergüenza.
Y ese es el sentimiento que provoca las posturas políticas del actual Gobierno español del Partido Popular (PP).
Si antes el “caballerito” José María Aznar, como lo bautizó Fidel Castro, hizo carrera en Washington secundando la hostilidad de Bush Jr. contra Cuba, al reforzar el bloqueo yanqui con la Posición Común europea; hoy, el mismo Partido Popular parece seguir la rima que desde Washington se compone contra Venezuela.
Y es que obligados por la seña estadounidense, el PP cerró la boca respecto a Cuba, pero canaliza su histeria neocolonizadora (y de paso desvía la atención sobre las acusaciones de corrupción en su contra) con la Revolución Bolivariana.
El sentimiento de vergüenza ajena aflora cuando al seguir la saga antibolivariana y antichavista en los escenarios españoles, se aprecia una robusta y cínica incoherencia entre lo que se propala para el mundo y lo que se vive en casa.
Recordemos que Mariano Rajoy, quien repite en el Gobierno después de incontables cuentas matemáticas, compra y venta de votos, vaivenes parlamentarios, audiencias reales, concesiones palaciegas, y con un exiguo 33% de los votos, ha dedicado más tiempo a Venezuela que a la situación de desempleo juvenil que vive el Reino.
Entre las declamaciones más estridentes de Rajoy contra el país sudamericano están su defensa al ilegal pero aceptado y protegido referéndum organizado por la derecha venezolana; su condena a la convocatoria, ajustada a derecho, a una Asamblea Nacional Constituyente en Venezuela; y el reiterado llamado a la liberación de “presos políticos” condenados por sus acciones de aliento y propalación de la violencia y el terrorismo.
Pero la última pincelada de esta prosaica y rudimentaria política exterior, expresión sin dudas de los desatinos internos, la vivimos y sufrimos cuando el Canciller español, Alfonso Dastis Quecedo, frente a los representantes de los 193 países miembros de la ONU y refiriéndose al tema de Cataluña dijo que “cualquier desafío a las reglas del juego democrático constituye un ataque grave contra la convivencia en paz y libertad". Para después resaltar que "contraponer una presunta legitimidad a la legalidad constitucional desemboca inexorablemente en la vulneración de derechos fundamentales de millones de ciudadanos y es incompatible con la democracia".
Al escuchar estas ardorosas palabras, muchos nos preguntamos: ¿dónde estaba este personaje mientras en Venezuela líderes de derecha, recibidos como héroes en la Moncloa, llamaban sin escrúpulos a la desestabilización y a la violencia terrorista en Venezuela, negándose a seguir las “reglas del juego democrático”? ¿Acaso no fueron las declaraciones de la derecha venezolana y sus acciones terroristas una “vulneración de derechos fundamentales de millones de ciudadanos” venezolanos, sobre todo aquellos que fueron heridos, asesinados o quemados vivos?
Pero el Canciller fue más lejos en su desfachatez y en el estrado de la ONU dijo que “España desea fervientemente que los venezolanos puedan volver a vivir en democracia, paz y libertad; instamos al Gobierno a que, en el marco de los esfuerzos regionales en curso, lleve a cabo un verdadero dialogo con la oposición".
¿Sabrá el español la catadura moral de la oposición venezolana, capaz de sentarse y conversar, llegar a acuerdos y después negarlos para recurrir a la violencia? ¿Sabrá que los líderes de la derecha venezolana solo aspiran a cargos y cuotas de poder perdidas por el proceso revolucionario? ¿Sabrá que son capaces de traicionar hasta sus propias bases? ¿Sabrá Alfonso, el canciller de Rajoy, que solo en Revolución ha conocido Venezuela la democracia, la paz y la libertad?
Carece de un mínimo de moral el Gobierno español para dar lecciones de democracia al mundo y mucho menos a Venezuela, donde en 19 años ocurrieron más de 20 procesos electorales. Apena ver a Rajoy y su combo invocar la democracia cuando se opone a utilizar mecanismos democráticos en su propio país y se ampara en su poder, en métodos represivos y en ardides judiciales para evitar una solución al viejo problema de Cataluña.
Esta forma autoritaria e inescrupulosa de actuar de Rajoy contradice el discurso vacío que pregona en el exterior. Un Rajoy que, recordemos, se niega incluso a acatar las decisiones del Congreso español, ente que ha reprobado a varios de los ministros, incluyendo el de Hacienda. ¿Autoritarismo en la democracia monárquica?
Nada nos enseña esta España del PP, pero nos recuerda algo que dijo el prócer de la independencia cubana, José Martí, el más universal de todos los cubanos quien fue hijo de españoles: "A España se le puede amar, y los mismos que sentimos todavía sus latigazos sobre el hígado la queremos bien; pero no por lo que fue ni por lo que violó, ni por lo que ella misma ha echado con generosa indignación abajo, sino por la hermosura de su tierra, carácter romántico y sincero de sus hijos, ardorosa voluntad con que entra ahora en el concierto humano y razones históricas que a todos se alcanzan, y son como aquellas que ligan con los padres ignorantes, descuidados y malos, a los hijos buenos".
Y ese es el sentimiento que provoca las posturas políticas del actual Gobierno español del Partido Popular (PP).
Si antes el “caballerito” José María Aznar, como lo bautizó Fidel Castro, hizo carrera en Washington secundando la hostilidad de Bush Jr. contra Cuba, al reforzar el bloqueo yanqui con la Posición Común europea; hoy, el mismo Partido Popular parece seguir la rima que desde Washington se compone contra Venezuela.
Y es que obligados por la seña estadounidense, el PP cerró la boca respecto a Cuba, pero canaliza su histeria neocolonizadora (y de paso desvía la atención sobre las acusaciones de corrupción en su contra) con la Revolución Bolivariana.
El sentimiento de vergüenza ajena aflora cuando al seguir la saga antibolivariana y antichavista en los escenarios españoles, se aprecia una robusta y cínica incoherencia entre lo que se propala para el mundo y lo que se vive en casa.
Recordemos que Mariano Rajoy, quien repite en el Gobierno después de incontables cuentas matemáticas, compra y venta de votos, vaivenes parlamentarios, audiencias reales, concesiones palaciegas, y con un exiguo 33% de los votos, ha dedicado más tiempo a Venezuela que a la situación de desempleo juvenil que vive el Reino.
Entre las declamaciones más estridentes de Rajoy contra el país sudamericano están su defensa al ilegal pero aceptado y protegido referéndum organizado por la derecha venezolana; su condena a la convocatoria, ajustada a derecho, a una Asamblea Nacional Constituyente en Venezuela; y el reiterado llamado a la liberación de “presos políticos” condenados por sus acciones de aliento y propalación de la violencia y el terrorismo.
Pero la última pincelada de esta prosaica y rudimentaria política exterior, expresión sin dudas de los desatinos internos, la vivimos y sufrimos cuando el Canciller español, Alfonso Dastis Quecedo, frente a los representantes de los 193 países miembros de la ONU y refiriéndose al tema de Cataluña dijo que “cualquier desafío a las reglas del juego democrático constituye un ataque grave contra la convivencia en paz y libertad". Para después resaltar que "contraponer una presunta legitimidad a la legalidad constitucional desemboca inexorablemente en la vulneración de derechos fundamentales de millones de ciudadanos y es incompatible con la democracia".
Al escuchar estas ardorosas palabras, muchos nos preguntamos: ¿dónde estaba este personaje mientras en Venezuela líderes de derecha, recibidos como héroes en la Moncloa, llamaban sin escrúpulos a la desestabilización y a la violencia terrorista en Venezuela, negándose a seguir las “reglas del juego democrático”? ¿Acaso no fueron las declaraciones de la derecha venezolana y sus acciones terroristas una “vulneración de derechos fundamentales de millones de ciudadanos” venezolanos, sobre todo aquellos que fueron heridos, asesinados o quemados vivos?
Pero el Canciller fue más lejos en su desfachatez y en el estrado de la ONU dijo que “España desea fervientemente que los venezolanos puedan volver a vivir en democracia, paz y libertad; instamos al Gobierno a que, en el marco de los esfuerzos regionales en curso, lleve a cabo un verdadero dialogo con la oposición".
¿Sabrá el español la catadura moral de la oposición venezolana, capaz de sentarse y conversar, llegar a acuerdos y después negarlos para recurrir a la violencia? ¿Sabrá que los líderes de la derecha venezolana solo aspiran a cargos y cuotas de poder perdidas por el proceso revolucionario? ¿Sabrá que son capaces de traicionar hasta sus propias bases? ¿Sabrá Alfonso, el canciller de Rajoy, que solo en Revolución ha conocido Venezuela la democracia, la paz y la libertad?
Carece de un mínimo de moral el Gobierno español para dar lecciones de democracia al mundo y mucho menos a Venezuela, donde en 19 años ocurrieron más de 20 procesos electorales. Apena ver a Rajoy y su combo invocar la democracia cuando se opone a utilizar mecanismos democráticos en su propio país y se ampara en su poder, en métodos represivos y en ardides judiciales para evitar una solución al viejo problema de Cataluña.
Esta forma autoritaria e inescrupulosa de actuar de Rajoy contradice el discurso vacío que pregona en el exterior. Un Rajoy que, recordemos, se niega incluso a acatar las decisiones del Congreso español, ente que ha reprobado a varios de los ministros, incluyendo el de Hacienda. ¿Autoritarismo en la democracia monárquica?
Nada nos enseña esta España del PP, pero nos recuerda algo que dijo el prócer de la independencia cubana, José Martí, el más universal de todos los cubanos quien fue hijo de españoles: "A España se le puede amar, y los mismos que sentimos todavía sus latigazos sobre el hígado la queremos bien; pero no por lo que fue ni por lo que violó, ni por lo que ella misma ha echado con generosa indignación abajo, sino por la hermosura de su tierra, carácter romántico y sincero de sus hijos, ardorosa voluntad con que entra ahora en el concierto humano y razones históricas que a todos se alcanzan, y son como aquellas que ligan con los padres ignorantes, descuidados y malos, a los hijos buenos".
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