Susana Díaz: el batacazo de la chica de San Telmo
Lleva en la política desde que echó los dientes o casi. Y cuando dice que el PSOE es su familia resulta convincente. Porque su relación con las tripas de la organización ha sido tan estrecha que su vida personal no se entiende sin la influencia del partido y viceversa. Y su escuela ha sido nada menos que el PSOE de Sevilla que, durante décadas, fue una caldera a presión con bandos endemoniadamente enfrentados que, sin embargo, sabía reaccionar como una eficaz maquinaria, siempre bien engrasada por los sueldos públicos, a la hora de ganar las elecciones una detrás de otra. Una lección que le debe haber sabido a sangre este domingo pero que le va a ser útil para digerir la contundente derrota en ésta su primera gran apuesta en la política nacional.
En el número 9 de la calle Luis Montoto no hay ningún cartel que indique en el exterior que allí se encuentra la sede del todopoderoso PSOE sevillano. El rótulo se retiró coincidiendo con una polémica obra que, contraviniendo las normas urbanísticas del entorno, elevó la altura del edificio. Por entonces, eran frecuentes las protestas sindicales o ciudadanas que acababan a las puertas de la sede a huevazo limpio. Retirando el cartel se intentó camuflar de alguna forma la sede. Como si sólo el rótulo fuera ya una provocación. Nunca más se puso. Y, sin embargo, el poder de esa sede sigue siendo absoluto, porque el PSOE de Sevilla siempre entendió que las instituciones que gobernaba debían rendirse a los intereses del partido. Como cuando, en 2010, la propia Susana Díaz puenteó al alcalde Monteseirín y desde Luis Montoto negoció el final de una huelga en Tussam durante la Feria obligando al Ayuntamiento de Sevilla a ceder en el pulso que mantenía con el poderoso sindicato de conductores de los autobuses públicos.
Ésa fue la escuela de Susana Díaz y en ella había aprendido todo lo que sabía de política cuando entró a formar parte, junto a Mario Jiménez y Rafael Velasco, del círculo de jóvenes promesas del PSOE andaluz del que se rodeó José Antonio Griñán para hacerse con las riendas del partido. Los griñaninis les llamaron entonces porque ninguno de ellos había desempeñado ningún trabajo en su vida fuera de la política y de la sombra del PSOE. Desde que fuera nombrada secretaria de Organización del PSOE andaluz en marzo de 2010 hasta hoy, Susana Díaz ha quemado etapas en la política a una velocidad de vértigo, como si el objetivo de su carrera política hubiera estado ya entonces en su cabeza.
Cuando Griñán decidió convertirla en su sucesora la nombró consejera de la Presidencia. Aunque en el partido llevaba ya años manejando los resortes, para el ciudadano de a pie era una desconocida. Por aquel entonces, después de unas polémicas declaraciones del Defensor del Pueblo Andaluz, José Chamizo, contra la clase política en el momento más crudo de la crisis, el Parlamento decidió retirarle la confianza al cura que se había ganado el respeto de los andaluces desde el activismo contra la droga en las calles de San Roque. Chamizo no ocultó su cabreo por haber sido apeado de un puesto que ocupaba desde hacía 17 años y culpó de la decisión de destituirle a "la chica de Presidencia". Chamizo no podía recordar su nombre pero sabía del poder que ejercía en el Gobierno de Griñán. A Susana Díaz su fama de maquinadora en la sombra la antecede. Y la manera con que el cura Chamizo se refirió a ella tras ser defenestrado es un buen ejemplo de ello.
En 2013 Susana Díaz relevó a Griñán primero en el Palacio de San Telmo (sede de la Presidencia de la Junta) y meses más tarde en el partido. Y, aunque para su candidatura a la Secretaría General del PSOE ha enarbolado el aval de su experiencia en la Junta, de hecho, al frente del Gobierno andaluz aún no ha rematado ni una sola legislatura completa, lo cual deja muestra de la medida de su ambición. O tal vez es que los trenes le han pasado por delante, uno detrás de otro, con precipitación. De hecho, cuando en el mes de abril dio el paso para presentarse a las primarias, lo hizo después de haber dicho que no en dos ocasiones anteriores: la primera de ellas cuando se arrugó frente a Eduardo Madina en las primarias en la que, finalmente, prefirió dar un paso atrás y cederle su apoyo a Pedro Sánchez. Y por entonces, apenas llevaba unos meses en la Presidencia de la Junta.
Ella reúne todos los clichés sobre lo que supuestamente debe ser un andaluz /a: nacida y criada en Triana, católica practicante, del Betis, apasionada de la Virgen de la Esperanza Triana y del Rocío. Llegó a su boda a bordo de un coche de caballos y veranea en la sevillanísima playa de Chipiona. No hay muchos andaluces, de hecho, que reúnan tantos tópicos en su perfil biográfico. Pero ella los ejerce como si no hubiera otra manera de ser andaluz. Además, hace uso (y abuso) de un lenguaje pretendidamente popular ("me casé con un tieso", dijo ante el Parlamento cuando tuvo que dar explicaciones sobre los contratos de UGT a su marido) y empalagosamente paternalista ("mis colegios y mis hospitales" ) con el que busca supuestamente la cercanía del "pueblo llano". Pero ese peronismo rociero (afinadísima definición del periodista Carlos Mármol) la ha convertido también en blanco de muchas críticas, y no sólo fuera de Andalucía, como su entorno pretende hacer creer para desacreditar a quienes la cuestionan parapetándose en las diferencias territoriales o culturales.
En su argumentario más reciente ha incorporado una alusión repetida al "techo de cristal" del PSOE donde, tras 138 años de historia, ninguna mujer ha sido secretaria general. Hay otro techo, éste de "hormigón", que estaba dispuesta a romper también en la Presidencia del Gobierno . Ninguna de las dos apuestas parece ya probable.
Quienes la conocen saben que es implacable con aquéllos a los que ve como un obstáculo en su carrera y no son pocos los cadáveres políticos que ha dejado a su paso; pero, de la misma manera, emplea tanta energía en la consecución de los objetivos políticos que si tiene que pactar con quienes fueron sus enemigos lo hace, siempre en beneficio de sus intereses. Y si tiene que coser para ganar unas elecciones o neutralizar los focos de conflicto en un partido hecho jirones por las últimas batallas, coserá.
Desde que diera el paso al frente en la carrera a la secretaría general no hay un solo acto público en el que no haya lucido un colgante que ha debido convertir en una especie de amuleto, con una rosa enmarcada en un círculo sobre el que reposa la palabra mamá. Toda una declaración de principios labrada en plata de ley que la ha acompañado a lo largo de las últimas y vertiginosas semanas. Toca replegarse y buscar consuelo en el PSOE andaluz y en la familia. Al menos, por un tiempo.
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