La crisis de gobierno en Argentina
Alfredo Serrano Mancilla
La comunicación tiene sus límites. El país real nunca jamás podrá ser sustituido por el país narrado. A pesar que nadie puede desconocer el creciente protagonismo del marketing político, la realidad cotidiana tiene tanta omnipresencia que resulta muy peligroso infravalorarla. El macrismo creyó, inicialmente, que podría tapar la angustia que causó en la gente la crisis cambiaria con un “todo va bien, todo está en calma”. Pero no. No lo pudo conseguir, así lo certifican todas las encuestas de opinión, sin importar su procedencia ideológica.
Confundir el periodo de gobierno y gestión con la etapa de campaña electoral es un error que se suele pagar caro. El manual de Durán Barba les sirvió para ganar la elección presidencial (teniendo en cuenta que había otros múltiples factores políticos que no deben desmerecerse en dicha victoria). Sin embargo, cuando llega la hora de la toma decisiones sobre economía o sobre cualquier otro ámbito que afecta a la gente, entonces, el arte de la política cobra más importancia de la que muchos imaginan. Es el momento de la Política en mayúsculas, en grande, en todas sus dimensiones.
El macrismo viene demostrando que apuesta todo a una sola carta: la comunicación nos salvará de cualquier realidad adversa. Y no. No es así; nunca fue así. Cuando el tipo de cambio salta por los aires, y el dólar pasa de costar 17 pesos a 25 en pocas semanas, la calle se pone nerviosa porque aparece un nuevo cepo cambiario, pero con otro collar. Si antes el macrismo cuestionaba al kirchnerismo por haber violado la libertad de los argentinos poniendo un cepo al acceso de dólares, ahora ellos aplican otro cepo aunque en base a otra restricción: el poder adquisitivo. Esto es: la libertad de comprar dólares choca con el valor (elevado) al que puede adquirirse. Una forma mucho más injusta e ineficaz de aplicar otra modalidad de cepo cambiario: sólo podrá acceder al dólar el que tiene muchos pesos, debido a la evolución creciente del tipo de cambio. Por un lado, es injusto porque excluye a la mayoría y deja en evidencia que el mantra de Macri de una “Argentina de todos” es falso. Por otro lado, es ineficaz porque el efecto de esta devaluación es el estancamiento de una economía con alta inflación. Nuevamente, otra promesa incumplida.
Es tremendamente difícil disimular con retórica comunicacional el alto coste de las tarifas o de los precios en los supermercados; ni siquiera la permanente sonrisa de María Eugenia Vidal o los desvaríos humorísticos de Lilita Carrió lo han conseguido. Esta vez, la calle ha detectado con total claridad la debilidad del Gobierno argentino frente a una situación extrema de crisis cambiaria-financiera-monetaria. Se les vieron todas las costuras.
Lo primero fue llamar al FMI y a Trump como aquel hijo que no puede resolver algo por sí solo y tiene que acudir a sus padres. Más allá de las consideraciones sobre las conocidas desastrosas consecuencias de un “rescate” del FMI (en la misma Argentina hace décadas o, más recientemente, en Grecia), lo obvio es que el Gobierno demuestra un alto nivel de incapacidad e impotencia.
Lo segundo es que se ha percibido claramente que sus “poderosos aliados internos” no lo son tanto cuando se trata del billete verde. Ni los “sojeros” liquidaron parte de sus ventas para traer dólares, ni los bancos ni fondos de inversión “ayudaron” en los días previos para bajar la demanda de dólares que ha supuesto una sangría histórica de reservas. Los grupos económicos afines al Gobierno lo son en tanto ganen todo lo que puedan (y más), pero que no cuenten con ellos para que el modelo económico sea sostenible en el tiempo.
He aquí, entonces, uno de los dilemas del macrismo: si se tapan por un lado, les falta abrigo por otro. Una rentabilidad tan exagerada para el sistema financiero, en pesos y en dólares al mismo tiempo, no puede ser duradera en el tiempo porque la economía salta por los aires. O fue impericia de los técnicos o se hicieron trampas al solitario, porque todo el mundo sabía que esta política económica les iba a explotar en sus propias manos más temprano que tarde.
Lo tercero es que se ha visto resquebrajado su idilio con los mismos medios que lo auparon en el poder. No significa esto que los hayan dejado de apoyar, pero sí han puesto una distancia relativa que ha provocado un gran malestar en la Casa Rosada. Si algo tienen los grandes medios es que les gusta tener siempre la sartén por el mango. Y esta vez, en medio de la crisis -como suele ser habitual- el Gobierno reaccionó encogiéndose, estrechando su círculo de contactos. Y esto, precisamente, fue lo que no agradó en absoluto a aquellos periodistas que tienen un alto grado de incidencia en la opinión pública. Son personas que poseen unos egos tan enormes que les desagrada que no se les consulte cuando llegan estos críticos momentos. Se tambaleó, así, este acuerdo entre ambos bandos. Esto no quiere decir que esté rota la relación pero, por primera vez, hemos podido constatar que se ha generado una grieta de desconfianza que no se cura con facilidad.
Desde cualquier punto de vista, se ha puesto de manifiesto que el Gobierno argentino no es tan bueno en el campo de la gestión y de la política como lo fue en el terreno comunicacional-electoral. No es verosímil pensar que Macri salga inmediatamente en helicóptero de la Rosada. Pero ha pasado algo que no pasará desapercibido: quedó en evidencia la primera gran crisis de su gobierno. Macri ya no tiene a su jefe de gabinete que le sirva de escudo, ni ministros que puedan protegerlo. Tuvo que salir dos veces a poner la cara con un resultado más que incierto. Se comieron una vida. Les queda una menos. En política no se sabe cuántas se tienen. Pero sí hay algo absolutamente irrefutable: cuando se comienza la cuenta atrás, el final está un poco más cerca.
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